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húmedas y silenciosas regiones de los desiertos mares y de las costas, en que de tanto en tanto desembarcaban, hasta que al fin, guiados por una buena estrella ó por la mano protectora de la Divina Providencia, arribaron á una costa, donde encontraron un valle delicioso, fértil y aromatizado por una vejetacion prodijiosa, como la del Paraiso terrenal, la que rodeaba un lindo pueblo llamado Tumbéz.

Esta hermosa comarca formaba parte de un rico y adelantado imperio nombrado "El Perú" gobernado por los Incas, y se veia en el dicho pueblo de Tumbéz buenos edificios, correcta delineacion y bastante poblacion; todo lo cual llamaba la atencion de los españoles, y les daba la medida de las riquezas que debian encontrarse en aquel Imperio; pero no tenian los elementos necesarios para penetrar en el interior del pais. Entonces el animoso, intrépido sin par don Pedro de Cándia, natural de Grecia, se brindó á hacer la cruzada él solo y llegar al corazon de los pueblos.

y

En efecto, se convino y organizó el plan que el denodado esplorador debia seguir en su arriesgada y audaz empresa.

Se armó Cándia de una buena cota de malla, gran celada de hierro acerado y reluciente, rodela al brazo, su famosa espada al cinto Ꭹ la cruz del Redentor en la mano derecha. En esta conformidad se lanzó á lo interior del país.

Los habitantes, al ver avanzar un ser misterioso y desconocido, cubierto de armas relucientes que despedian rayos luminosos con el reflejo del sol; al observar su valiente actitud, su elevada estatura, su larga y venerable barba, cosa para ellos tan rara como nueva, lo creyeron hijo del Sol, enviado por los dioses, para visitar el imperio; pues indudablemente aquel no era un ser humano, no era una máquina de guerra andante, y no podia ser otro sino el mensagero del Sol, por lo que lo aclamaron calorosamente, lo llevaron en triunfo, le enseñaron el país, todas las riquezas y tesoros que poseian, y por fin le brindaron con cuantiosos dones.

Cándia, despues de haberse impuesto de todo y de reconocer los puntos donde se hallaban las mas fabulosas riquezas, se volvió furtivamente á los suyos; les impuso de todo, quedando maravillados y estupefactos de su curioso relato.

En vista de esto, se resolvió por los espedi

cionarios, que Pizarro volviese á España, como en efecto volvió, para informar á Su Magestad de los últimos descubrimientos que habian hecho, y sobre todo del pasmoso resultado de la espedicion de don Pedro de Cándia, que les daba la idea de un famoso y rico imperio que podian conquistar con limitados sacrificios.

La llegada de Pizarro á la Corte de España causó gran sensacion en las altas regiones del Estado y en todos los centros de la sociedad. Don Francisco fue objeto de la mayor curiosidad, pues todos deseaban oir sus referencias, y así era invitado con solicitud por los principales personages, de la corte y por otros señores de la mas distinguida sociedad.

El pueblo referia cosas estupendas: unos decian, que habia en el Nuevo Mundo valles vírgenes y tan hermosos como los que Dios acordó al primer hombre en el Paraiso terrenal; otros agregaban que existian inmensos rios de agua dulce y sabrosa, que se encontraban en abundancia á las márgenes de esos rios el oro en pepas y arenas, que se podia recoger con facilidad; que existian imperios ricos y poderosos, con templos fabulosos, y por fin un cú

mulo de cosas extraordinarias, pero que en su mayor parte eran ciertas y no exajeradas.

Cuando don Francisco salia á la calle á dar sus paseos en el corto tiempo que demoró allí, la gente corria á verlo, para conocer al esplorador del Nuevo Mundo, quien siempre andaba acompañado de un indio y una hermosa jóven india llamada Acalí-Talí, vestida lujosamente al estilo de su país. Sus pequeñitos piés llevaban sandalias cubiertas de oro, y su talle rodeado de un cinturon del mismo metal, adornado de esmeraldas Ꭹ otras piedras de valor, al cual estaban sujetas multitud de plumas largas de variados colores, que le cubrian desde la cintura hasta el nacimiento de sus redondos y elevados muslos; sus bellos brazos aprisionados elegantemente con anchos y relucientes brazaletes de oro liso; sobre su fresca frente se veia un cinto de dos pulgadas de ancho, cubierto de piedras finas, en el cual se hallaban al rededor otras plumas mas finas y hermosas que las demas, y sus abundantes trenzas, partidas en dos, caian á las espaldas entretegidas con perlas y cuentas finísimas; en fin, su traje despertaba la mayor curiosidad en el público, que se agolpaba tu

multuosamente rodeando á don Francisco y á sus acompañantes.

Pizarro pidió al monarca su poderosa cooperacion y ayuda de elementos, sobre todo, soldados, caballos, armas y algun vestuario, pidiéndole tambien que lo invistiera con los poderes necesarios para representar debidamente la autoridad real en aquella parte del Nuevo Mundo.

El emperador Cárlos V quedó maravillado de la relacion de Pizarro y le parecia todo una fábula ó sueños fantásticos de una imaginacion febril; pero al fin cerciorado de la verdad de la cosa, Su Magestad dió inmediatamente las órdenes y disposiciones oportunas, para que se le facilitara al emprendedor Pizarro, los elementos que solicitaba á fin de solicitaba á fin de que pudiese continuar la espedicion y entrar con buenos elementos en las nuevas conquistas que se proponia.

Mandó asimismo Su Magestad espedirle los diplomas que lo acreditasen como justicia mayor y adelantado real, con el título de Capitan General y Gobernador de las tierras, pueblos é imperios que conquistase, en nombre y para la

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