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CAPITULO XVIII

Don Luis Caballero-Su pasion hácia Lina.

La pobre huérfana estaba distante de presumir los nuevos inconvenientes y penurias en que iba á verse envuelta, á consecuencia del amor que sus hechizos habian despertado en el corazon del dueño de la casa que habitaba, y que desde largo tiempo ardía en volcánica pasion; quien al fin, habia abierto su cruzada de conquista, al menos, despues de la muerte de su anciana madre, que era la amiga y decidida protectora de Lina, pues la queria como hija.

Necesario nos será dar á conocer al lector, este nuevo pretendiente, y demostrar el giro que imprimió á sus aspiraciones amorosas.

Don Luis Caballero, dueño de la casa en que habitaba Lina, era un hombre de unos cuarenta años, de distinguida educacion, maneras sueltas, sumamente cortés y afable en su trato, todo lo cual lo hacia muy agradable.

Este hombre era viudo y poseia bienes de

fortuna que, sino lo hacian rico, al menos le permitian vivir con sobradas comodidades.

Estaba perdidamente enamorado de Lina, pues la chispa ardiente y abrasadora del amor habia penetrado en su corazon y solo pensaba en la hermosa huérfana.

Lina oyó siempre con rubor y marcado desagrado las protestas de afecto que mas de una vez le habia hecho Caballero, y al fin tuvo que decirle, que su corazon pertenecia á otro hombre, á quien amaba y habia empeñado su fe, por lo que no podia dar pávulo ni aun pensar en las atenciones que otro le prodigase. Que aceptaba su fina amistad, á la que tantas atenciones y deferencias debia, pero que ningun otro sentimiento podia hallar cabida en su co

razon.

Caballero, como hombre práctico en los achaques de la vida, comprendió muy luego que, dadas las relaciones de Lina con Enrique, era imposible arrancarle del corazon la imágen querida de su amante; pero su pasion se hacia cada dia mas intensa, pues el amor es de tal naturaleza que cuantas mas dificultades halla tanto mas se enardece y aumenta.

A pesar del carácter noble y bien intencionado de don Luis, empezó éste á poner en juego ciertos resortes indignos y desleales, impulsado por su pasion, para ver si al fin podia vencer las resistencias de la huérfana y se apoderaba de su tierno y bello corazon.

¡ Miserable condicion de nuestra humanidad! El hombre, como obra el bien, puede hacer el mal. ¿Por qué? Porque tiene libertad perfecta para disponer de sus acciones, porque posee la autonomía amplia de su individualidad, porque Dios, al formarlo á su semejanza, lo

dotó de una suma estensa de libertad de accion, aun cuando lo vinculó fuerte y duramente á su conciencia; así pues, la razon y el criterio discuten las impresiones físicas y morales de su propio ser, analizan las causas que las producen, juzgan sus apetitos é inclinaciones, así como sus odios, sus pasiones y sus amores, y responden ante el tribunal infalible de su propia conciencia; pero ésta, atributo precioso del ser racional, rechaza con vigor lo falso malo, á la vez que acepta y acoge lo lícito y bueno; pero repetimos, el hombre es libre, es débil, le ofuscan sus pasiones, desecha incauto

y

los ecos poderosos de su conciencia y se lanza en el mal sendero, cargando para ante Dios y su justicia con la responsabilidad que le imponen sus malas acciones.

Caballero vió que Lina era sola en el mundo, sin padres, hermanos, parientes, ni protector alguno, sino su amante Enrique; de modo que si conseguia suprimir esta individualidad, Lina se encontraria perfectamente sin refujio, sin esperanzas y sin puerto adonde arribar.

Entre tanto, don Luis se mostraba con ella cada vez mas amigo, pero amigo respetuoso y cariñoso, solo que sus atenciones tenian que ser sumamente atinadas y circunspectas, para no despertar en aquélla inquietud ni desconfianza alguna, á fin de que no fuese á abandonar aquel asilo, y antes al contrario trataba de conseguir que Lina creyese que habia abandonado sus pretensiones amorosas, y se acostumbrara á mirarlo como una persona inofensiva, amiga y bondadosa; de modo que la infeliz huérfana no podia quitar de sus ojos la venda que los cu

bria, para ver los peligros á que estaba espuesta.

Don Luis ganó con sobrada facilidad la confianza de su jóven sirvienta María, á quien ya conoce el lector, y la hizo su cómplice en el plan que lentamente iba poniendo en práctica, pues ella era la que siempre prestaba ciertos servicios domésticos á Lina.

En obsequio á la verdad, debemos decir que María era una jóven buena, bien inclinada, pero débil é ignorante hasta la estupidez; de modo que ella no era capaz de raciocinar ó pensar el rol que le destinaba don Luis, ni apreciar las consecuencias de las funciones que estaba encargada de ejecutar cerca de la desventurada Lina; ella, por el contrario, se sentia orgullosa y feliz de verse dueña de la confianza de su patron, que la juzgaba digna y bastante entendida para manejar esa intriga, que estaba confiada casi en el todo á ella sola.

María no tendria arriba de 26 años, aun cuando representaba algo mas, como sucede con las gentes ordinarias, maltratadas y sobre todo con ésta que era fea y muy fea.

La estatura de esa mujer era baja, ancha de

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