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de religion, ¿qué estraño es que la mano niveladora y purificadora de la Providencia intervenga en la realizacion de estas calamidades?

¿Qué hay de raro que estos hechos sean otros tantos medios de castigar y purificar á los pueblos disolutos y corrompidos?

Recordemos las tristes lecciones que nos ofrecen los remotos siglos; por ejemplo, el Diluvio Universal de que Moisés nos habla en el Pentatéuco, en cuyo cataclismo pereció el género humano, á escepcion de la familia justa de Noé, porque era necesario regenerar la humanidad sobre mas limpias, puras y morales bases.

á

Llevemos nuestras consideraciones á los acontecimientos que aniquilaron á Sodoma y Gomorra en 1897 años antes de Jesu-Cristo, cuyas antiguas ciudades de la Palestina cerca del Lago Asfaltites y una de las cinco que componían el famoso Valle de Pentapólis, fueron y son recordadas con dolor, porque habiendo provocado la ira de Dios, las redujo á cenizas con el fuego descendido del Cielo, para purgar así toda aquella tierra, del fango inmundo y de las impúdicas torpezas á que se entregaron sus inmorales y corrompidos habitantes.

Sigamos luego con Pompeya y Herculano, dos antiguas ciudades que se encontraban entre la de Nápoles y el Monte Vesubio, las cuales fueron cubiertas totalmente por el fuego del cielo ó sea por la lava ardiente arrojada por ese volcan en una erupcion tan copiosa como inmensa que tuvo lugar ahora dos mil años.

Parece que una mano omnipotente hubiera guiado y llevado por los aires á tan gran distancia ese fuego encargado de sepultar para siempre dos pueblos, que quedaron en efecto suprimidos del catálogo de las generaciones humanas.

¡ Oh! cuántas reflexiones se presentan á la consideracion del hombre meditador!

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Por qué esos rios de lava ardiente, surgidos impetuosamente de las entrañas volcánicas de la tierra, no tomaron otra direccion ?

¿Por qué fueron tan directamente á descender sobre esas corrompidas ciudades? ¡Ah! el dedo de la justicia divina señaló sin duda el camino que aquel fuego punidor tenia que recorrer para realizar un designio del Eterno.

Por último, recuérdense otras muchas catástrofes que han asombrado á las generaciones de

los antiguos y modernos tiempos, y entonces podremos realmente decir que entre ellas ocupa un lugar espectable la destruccion del Callao de Lima, que hemos descrito al correr de nuestra inhábil pluma, con la limitacion de nuestra pobre inteligencia.

EPÍLOGO

Allá á lo lejos se divisan los rubios y movedi zos arenales del Perú, esas empinadas montañas que las ráfagas del viento mueven, deshacen y reconstruyen caprichosamente, aquí y allí.

Mas lejos aparecen entre el lozano y verde follaje, la altiva y flexible palmera, columpiándose coquetamente al vaiven de los vientos del setentrion.

Aquí se escucha la pujante voz de la abundante cascada que al descender presurosa, levanta nubes de blanca espuma, cuyas límpidas y frescas aguas forman y alimentan tortuosos arroyuelos, que como hilos de reluciente plata, caminan sin cesar para dar frescura y fertilizar las yerbas que engalanan la naturaleza.

Mas distante aparecen añosos montes de variados árboles que ofrecen al hombre frutos sabrosos y abundantes, donde tambien encuentran asilo y templo las viajeras aves que á sus

solas cantan sus amores en acordes trinos, formando con zozobra y agitado afan sus hijuelos caros, herederos de su fe y de su amor. Y por fin, vemos con placer el cielo hermoso tachonado de silenciosas y relucientes estrellas, donde eternamente recorren sus vastas y fijas órbitas, los planetas luminosos con sus lunas y satélites al amparo de sus inmutables leyes y de sus fuerzas armónicas é imperecederas.

¡ Oh! todo demuestra al hombre la existencia del prepotente, sabio é infinito poder supremo, ¿ qué importa que el oscurantismo ó el estravío de la razon, atribuya ciego á la fuerza de la materia, lo que solo á Dios pertenece y toca?

Dios es una hipótesis, dicen, es una palabra vacía, un fantasma; la filosofía pretende sustituir á Dios por la razon libre, pues la primera causa activa es un misterio impenetrable, y entónces agregan ¿qué necesidad hay de creer en ese invisible y desconocido Dios? ¿por qué someter la razon libre á esa manía constante?

Nosotros no podemos evitar el estravío del criterio humano, que vaga en el mar proceloso de los errores, pero nos basta sentir á Dios, reconocer á Dios, amar á Dios, y saber por últi

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