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y con un continente severo, como el hombre que está sufriendo una tortura moral,-porque mi sobrino Atahualpa persigue con insano amor á mi hija, consagrada á nuestro Dios, que es esta jóven que aquí veis, señalando á Coraní, que estaba detrás de él, ruborizada y con la cabeza baja sin haber levantado los ojos desde que pisara en aquel recinto.

La temeridad de ese monarca, continuó aquel, osó mancillar mi nombre y empañar el pudor de este ángel, que yo adoro con la ternura de un padre y de un padre amoroso.

Yo, en medio de mi indignacion, ofendí al emperador de palabra y de hecho, cual lo merecia, y esto atrajo sobre mi cabeza su odio implacable.

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Acabo de ser informado por miembros de mi familia, que aun me son adictos, de que la venganza que ha adoptado aquél, es hacer que mi hija á viva fuerza; y ya veis, señor, que este rapto odioso, solo es digno del despecho y de la pasion impúdica de aquel bárbaro.

Vengo, pues, á ponerme bajo vuestra proteccion y amparo, cual si fuese vuestro prisionero. -¿Vos, Salimaú?

-Sí, yo, don Francisco, y los mios tambien. Pizarro desconfió de aquel hombre y terió que fuese una celada del astuto peruano; así es

que le observó ¿cómo es que podeis venir á someteros voluntario á la autoridad de un estrangero, conquistador de vuestra patria, y abandonar las comodidades y goces de familia?

Mucho he luchado, contestó el indio, sin immutarse, para adoptar esta dura determinacion, pero al fin me he resuelto á hacerlo, porque odio á Atahualpa y porque quiero salvar á mi hija de sus garras.

Salimaú, hombre despejado y conocedor del corazon humano, comprendió súbitamente los temores, hasta cierto punto justos de Pizarro, y así salió al encuentro de ellos y continuó con voz serena y semblante franco diciéndole: veo, don Francisco, que no fiais en mi lealtad y que por vuestra mente cruzan sombras oscuras de dudas y perplejidades ; pues bien, tomad, ilustre español, como rehenes y señal de nuestra alianza, este ángel de candor é inocencia, señalando á Coraní, sin poder el pobre anciano detener una lágrima de ternura y de dolor, que rodó sobre su quebrantado rostro; recibidla, Pizarro,

y que la sabiduría y justicia que os adornan, y vuestro Dios de bondad la protejan y hagan feliz.........

Pizarro quedó estupefacto, y, sin querer, dió

un paso

hácia atrás, dirigiendo una furtiva mirada á la bella Coraní.

Todos guardaron silencio por un breve rato al oir tan inesperada oferta: cada uno absorto en sus meditaciones y agitados por diversas ideas y sentimientos.

Luego continuó Salimaù, un tanto mas sereno y resignado, ¿qué mas podeis desear para tranquilizar vuestro espíritu ?-quedo en vuestro poder y os entrego un pedazo de mi corazon, deseais mas seguridades ?—Hablad.

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Por el semblante de Pizarro cruzó, con eléctrica rapidez, un signo de satisfaccion y felicidad al verse dueño impensadamente de tanta hermosura y juventud, sus ojos brillaron bajo el cielo ardiente de la alegria; y comprendió entónces que ya no le era dado alimentar dudas, al menos por el momento, y se dijo para sí, todo esto no obsta para que yo viva sobre aviso, vigile á este hombre y no abandone las debidas precauciones de seguridad.

Basta, Salimaú, contestó Pizarro, con una alegría que apenas podia disimular, basta, buen amigo, estoy satisfecho de vuestro proceder¿y vos, lo estais del mio ?

¿Yo?, contestó el indio, suspirando y haciendo un esfuerzo sobre sí mismo,-tambien lo estoy, don Francisco.

Mientras cruzaba ese diálogo entre uno y otro y se disponia del porvenir y de la suerte de aquella hermosa vírgen del Sol, el corazon de la pobre Coraní, palpitaba cual si pretendiese huir del pecho, sus lágrimas caian abundantemente sobre su seno, sus torneados y lozanos brazos estaban caidos con marcado abandono, el busto de aquella jóven era tan bello é interesante, como el de una de esas deidades fantásticas, descritas por el inspirado Dante.

Los ojos codiciosos del español no cesaban de mirarla, pues la chispa quemante del amor habia ya incendiado su corazon, y solo pensaba en el porvenir dichoso que se ofrecia á su vista.

Al fin, Pizarro, adelantándose con paso marcial y arrogante hácia Salimaú, le dijo con aire regio y de superioridad: desde hoy tendreis mi decidida proteccion; mis armas os escudarán de

todo peligro y persecucion; sobre lo cual os empeño mi fe de caballero, y en prueba de ello, estrechad mi mano.

Salimaú la apretó con respeto.

Además, continuó diciendo Pizarro, acepto complacido el inestimable don que me ofreceis, con el cual me haceis dichoso, y á mi vez os prometo que pondré en accion todos los medios á mi alcance para que esta mansion sea agradable á vuestra hija y halle la felicidad, si es posible. Gracias, señor, contestó Salimaú, visiblemente conmovido.

Coraní no desplegó sus labios; sufria resignada su dolor y ahogaba los suspiros dentro de su oprimido y palpitante pecho.

Hola! Alvaro, gritó Pizarro.

Muy luego apareció su escudero mayor, que era el hombre de su confianza y depositario de sus secretos, á quien se dirigió, diciéndoleLleva á mi nuevo huésped y dispénsale la hospitalidad mas cumplida, como si fuera realmente nuestro hermano; mi mesa será la suya, mis alcobas y cuanto me pertenecen quedan desde este momento á su disposicion, que nada le falte, ¿ lo entiendes ?

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