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De todos los reyes de estas islas, que eran muchos, solamente el de Ternate fué al principio amigo de los portugueses; pero en 1545 ya éstos habian asentado su influencia y preponderaban en el Archipiélago. Con las cinco islas Molucas ya citadas, los portugueses habian formado lo que llamaban el Señorío de Amboino, isla más considerable que las primeras, pues mide 26 leguas de bojeo, pero cuyos habitantes, dados al robo y á la piratería, y por añadidura, en aquel tiempo, antropófagos, no ofrecian gran aliciente á la propagacion del cristianismo. Los mismos portugueses que allí llevaron la fe cristiana tuvieron la culpa, por sus rivalidades y codicia, de que no creciese más y de que los convertidos no fuesen mejores. Esto no obstante, hubo en Amboino siete pueblos de cristianos; pero la falta de enseñanza y la abundancia de vicios no les habia dejado más que el carácter indeleble del bautismo. Un sacerdote que tenian habia muerto poco ántes, con que estaban sin misa, sin sacramentos y como avergonzados de profesar la religion de los portugueses que tantos agravios les hacian (1). No atreviéndose á vivir en la costa por el temor de los mahometanos, habíanse retirado á lo más fragoso de las montañas, donde, con peligro de su vida, trepando rocas y salvando precipicios, con riesgo de ser asesinado por los naturales ó devorado por las fieras, padeciendo hambre, sed y fatigas, fué á buscarlos Javier, siempre ocupado en la salvacion de las almas. Acariciólos con grande caridad, socorriendo á los pobres, consolando los enfermos y enterrando los muertos, con lo que no tardaron todos en mirarle como á padre y en entregarle sus hijos para que les bautizase. No contento con resucitar la fe entre los cristianos, procuró que naciese entre los gentiles, convirtiendo con celo y trabajo mucha parte de la isla. Ponia, segun su costumbre, en todos los lugares, el estandarte de la cruz, y escogia algunos de los más instruidos en la doctrina y señalados en virtud para que fuesen como maestros de los demas, hasta que viniesen sacerdotes de la India á enseñarlos. Llamó de Comorin al P. Juan Beira y al H. Francisco Mansilla, y por si alguno no pudiese venir, al P. Antonio Criminal, á los cuales pensaba juntar otros

(1) P. F. García, t. I, pág. 178,

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de Europa para que doctrinasen aquellas islas y en alguna de las más populosas fundasen un colegio de la Compañía, pues juzgaba á sus habitantes dispuestos para ir á Cristo si hubiese quien les guiase.

Hallábase Francisco Javier en Amboino, dedicado á tan santas ocupaciones, cuando se le proporcionó ocasion de ejercitar su inagotable caridad con sus compatriotas los castellanos. El gobierno del Emperador Cárlos V, perseverando en el objeto que habia determinado la primera expedicion al mar Pacífico y en tomar posesion de las islas de la especiería, habia preparado en 1524, en la Coruña, una considerable expedicion al mando de Juan José García de Loaisa, compuesta de veinte buques, mandados por distinguidos capitanes, entre los que se contaban Sebastian de Elcano y Andrés de Urdañeta, el mismo que, entrando en la órden de San Agustin, habia de acompañar más tarde y dirigir la expedicion de Legaspi, que asentó la dominacion de Castilla en las islas Filipinas. Esta expedicion de Loaisa, que se dió á la vela en el citado puerto el 28 de Mayo de 1525, fué en extremo desgraciada. Combatida y mermada por los peligros inherentes á tan largo trayecto y por los huracanes, en 31 de Diciembre de 1536 arribaba á Tidor en el estado más deplorable. Encontraron los españoles de Loaisa al reyezuelo de Tidor en guerra con los portugueses. Sucesivamente los expedicionarios habian perdido á su comandante, al célebre de Elcano que le sucedió, y al capitan Salazar á quien vino á reemplazar en el mando Martin Iñiguez. Rompiéndose las hostilidades entre los españoles que auxiliaban al rey de Tidor y los portugueses, Martin Iñiguez sucumbió tambien á los disgustos y fatigas, y Hernando de la Torre, que fué elegido jefe de la expedicion, reducida al número de 120 hombres, se vió obligado á saltar en tierra y á construir un fortin, mientras llegaba el socorro de la madre patria. El Gobierno de España, en efecto, invariable en el plan que se habia propuesto, ordenaba la tercera expedicion al Pacífico, pero calculando esta vez que si salia de un puerto de América podria economizar muchos gastos y no ménos tiempo y peligros, encomendó su formacion á Hernan Cortés, conquistador de Méjico. El tratado celebrado entre España y Portugal, en el año de 1539, puso fin á las desavenencias que entre las dos coronas suscitára la posesion de las Molucas, pero si bien variaron con esto de obje

to las miras del Emperador, no por eso se interrumpieron las expediciones al Pacífico, las cuales tenian ahora por objeto la exploracion de las islas llamadas de Poniente. Don Antonio de Mendoza, primer virey de Nueva España, recibió, pues, órden de fijar el derrotero á dichas islas, y con este fin organizó, aprovechando los elementos reunidos por Cortés, una expedicion compuesta de tres buques mayores y dos menores, que se hizo á la vela en el puerto de Juan Gallego el 1.o de Noviembre de 1542, al mando de Ruiz Lopez de Villalobos, licenciado en derecho é hijo de una familia distinguida de Málaga. Fué al principio esta expedicion más afortunada que las anteriores; pero la falta de víveres y la oposicion de los portugueses, que no querian reconocer que la isla de Mindanao fuese una de las de Poniente adjudicadas por el tratado de 1539 á España, obligaron á la escuadrilla á darse de nuevo á la vela en busca de costas más hospitalarias. Los vientos la condujeron á la isla de Jilolo contra el juramento que Villalobos habia prestado al Emperador de no tocar en las Molucas. El rey de esta isla, que estaba en guerra con los portugueses, ofreció á Villalobos víveres y terreno donde edificar una fortaleza si le auxiliaba contra ellos: admitió estas proposiciones el general español, obligado por la absoluta necesidad, y se emprendió la construccion del fuerte; pero acudiendo los portugueses con fuerzas muy superiores, reprodujeron la intimacion de cumplir los tratados y de partir para las islas de Occidente ó para España, llegando entónces las miserias de la expedicion á su último extremo. Una peste cruel hirió las dos armadas, y principalmente la de los castellanos, faltos de todo recurso, que comenzaron á enfermar y morir en gran número. Veíanse los soldados arrojados en los buques y en las riberas del mar sin aliento, sin color, sin tener que comer ni beber, careciendo de toda medicina, é invocando á la muerte. Entónces brilló la caridad de Javier. Andaba entre los apestados para ayudarlos en el alma y en el cuerpo, olvidado de sí, de su peligro, de su sustento y de su descanso: servíalos de dia y de noche, buscábales limosnas de que necesitaban, principalmente los castellanos; aplicábales las medicinas, y no perdonaba fatiga para que no careciesen de lo necesario. El mismo Javier escribia desde Amboino: «Con la venida de estas naves fué tanto el concurso de ocupaciones espirituales, que habiendo

de confesar, predicar, servir á los enfermos y asistir á los moribundos, faltaba tiempo para tantas cosas», y en otra: «que no puede decir cuántas y cuán grandes fueron las ocupaciones que tuvo en tres meses que se detuvieron en Amboino las naves.» Una de las víctimas de la peste, ó más bien de sus propias desgracias, fué el general español Ruiz Lopez de Villalobos, asistido en sus últimos momentos por el Apóstol. La muerte de este general consumó la pérdida de la expedicion, cuyos restos llegaron á España en 1549. Los religiosos de la órden de San Agustin que formaban parte de ella marcharon á Goa, recomendados por Javier ardientemente al P. Pablo Camerte, y allí se embarcaron para España adonde llegaron siete años despues de su partida de América. En cambio quedó en la India un sacerdote valenciano, hombre docto, llamado Cosme de Torres, quien estimulado por las obras de Javier y deseando seguirle, llegado á Goa, entró en la Compañía, en la cual, y en todo el Oriente, llegó á adquirir merecida nombradía.

Mientras disponia su viaje á las Molucas, Francisco Javier se ocupó en visitar las islas inmediatas á Amboino, en todas las cuales procuró hacer nuevas conversiones. Su fama debia de ser ya entónces tan grande como legítima y facilitarle mucho aquella tarea, porque, áun en el dia, al cabo de siglos de haber desaparecido de aquellos Archipiélagos la dominacion portuguesa y áun el idioma de esta nacion, se conserva allí una piadosa y bella tradicion á la que va unida el nombre del Apóstol. Navegando á una de las islas de las inmediaciones de Amboino sobrevino una tempestad tan grande que los pilotos, perdido el gobernalle, y los pasajeros la esperanza, creian ver en las ondas su sepulcro; sólo Javier, que se gobernaba por norte más seguro, nunca perdió la esperanza ni admitió el temor. Tomancrucifijo pequeño de metal que traia al cuello, atado á un cordon, le echó en el mar; pero habiéndose distraido se le fué el cordon de la mano y se hundió el crucifijo. Cesó la borrasca, y reparando que habia perdido una joya que tanto estimaba, lo sintió mucho, mas saltando en tierra con los demas y caminando por la ribera á un pueblo vecino, pasadas veinticuatro horas salió del mar un cangrejo, el que andando por las arenas como por su propio elemento, trayendo el crucifijo levantado entre las dos alillas, se llegó al Santo, que, hinca

do un

do de rodillas recibió la efigie con mucha devocion y ternura, dando gracias a Dios por tan singular favor. Los naturales del país atribuyeron á esto el que los cangrejos de aquellos mares ostenten la señal de la cruz en lo superior de la concha, y los llamaron los cangrejos de San Francisco, estimando su carne como medicina en muchas enfermedades, y su concha como muy devota reliquia. No mucho despues, proporcionándose una carraca portuguesa para navegar de Amboino á Ternate, Javier vió cumplido su deseo de predicar la fe en las Molucas y en especial en aquella ciudad, la principal que los portugueses tenian en el Archipiélago, y la más poblada de ellos. De grande y duradera utilidad fué aquí la predicacion, no solamente respecto de los portugueses sino tambien de los indígenas; siendo la conversion más notable que hizo la de la Reina, hija del rey de Tidore, mujer del de Ternate y madre de tres régulos de la misma isla. Fué tanto más notable esta conversion, cuanto que la Reina estaba muy agraviada de los portugueses por haberla desposeido del gobierno y dado muerte à tres hijos suyos, siendo ademas no gentil, sino musulmana, y muy docta en el Koran. Viendo el Santo su capacidad la instruyó con especial cuidado, y ella se dió mucho á la perfeccion, y viviendo con otros cristianos sus parientes, los enseñaba con palabras y ejemplos la oracion, el retiro, la paciencia y la constancia.

Quizás no hubo portugues, ni áun el justamente célebre Fernan Mendez Pinto, cuyos viajes tanta fama alcanzaron, á quien pueda aplicarse con tanto motivo como á Francisco Javier, el verso de Camoens pintando la sed de descubrimientos y de accion de sus compatriotas en el siglo XVI:

Ché si mas terra oviera, lá chegaran.

Las lejanas Molucas no eran el punto de destino del Apóstol, cuyo celo no se contentaba con ménos que con llegar á lo que entónces se juzgaba extremo Oriente por aquella parte, es decir, á las islas del Moro, distantes 66 leguas de Ternate. Llámanse con aquel nombre muchas islas, aunque hay entre ellas una que por ser la mayor y principal se llama Morotia, y por nombre más conocido Batolina del Moro. Tiene 150 leguas de circuito, es tierra áspera y fragosa y carecia de todas las cosas necesarias á la vida de un europeo, incluyen

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