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es nada en comparacion de otros. A mas de las pensiones que estableció en todos los lugares del Bagio, á pretesto de sostener à la tropa, exigió á los Guanajuateños un préstamo de 60,000 pesos sobre su palabra, sin mas recurso que dar el dinero, ó ir á la cárcel, y con tal descaro, que ni aun el pretesto de la tropa y su mantenimiento esponia, sino solamente que necesitaba dinero para comerciar, y que se lo habian de dar á viva fuerza. Ya se verá cual seria la injusticia de este préstamo, cuando á pesar de las arterias de que se valió en Mégico, por medio de sus resortes Europeos y valimiento estraordinario, fué condcnado á pagar cste dinero que debia, entre tanto resarcirse con la rebaja de los quintos á los acreedores, que introducian barras de plata en las cajas de aquella ciudad. Es verdad que él nada ha pagado; pero no por eso queda ménos comprobada la injusticia de la exaccion. El daño que ocasionó en el Bagio con la conducion de comboyes es incalculable. El riesgo ya efectivo, ya exagerado que corrian los pasegeros con los patriotas, les obligaba á ir siempre custodiados de alguna tropa; por lo que se juntaban muchos comerciantes, y todos comboyados por una guarnicion suficiente, se dirigian á los pueblos que querian, pagando unos derechos muy cuantiosos. El

gobierno Español para aprovecharse de estos derechos, no dejaba á nadie caminar sino en comvoy. Los comandantes para sacar fruto con estas conduciones, aparentaban, y aun fomentaban el riesgo de ser sorprendidas por los patriotas. He aquí un campo nuevo que se abrió á la codicia de Iturbide. El gobierno de Mégico prohibió que los comandantes comerciasen, para impedir los abusos que bajo tal pretesto conducian. Iturbide no hizo caso de esta prohibicion. Sacaba de Mégico el comboy, en él incluia, bajo nombre de otro, los efectos que mas necesitaba el Bagio. En el pueblo que mejor le parecia detenia el comboy, y con cualquier pequeño motivo salia con su tropa, llevando unicamente su cargamento; abastecia los lugares principales con sus efectos, que como necesitados de ellos, se los compraban á precios muy caros. Despues volvia á conducir el comboy, y los pobres comerciantes encontraban yá los lugares abastecidos, teniendo que malbaratar sus efectos, ó regresar con ellos. Son incalculables los males que resentia el público y los particulares con este ilicito comercio de Iturbide. Aquellos pueden considerarse divididos en dos clases, comerciantes del Bagio y de Mégico. Los del Bagio se sacrificaban comprando caro, los de Megico vendiendo barato. El público del Bagío pagaba precisamente en el menudeo el recargo

que debieran sufrir comprados los efectos á precios muy subidos. Añádase a esto todas las pensiones, las alcabalas, los derechos, y las de mas exacciones que sufrian los comerciantes y el público, y se vera á cuanto pueda ascender el daño que sufrian; pues los comerciantes de Mégico tenian que sufrir el gasto de las recuas inutilmente todo el tiempo que Iturbide detenia el comboy, mientras que espendia sus efectos ; en una palabra, eran infinitos los males que se causaban.

Tiranizados de este modo los pueblos del Bagio, descaban vivamente sacudir el pesado yugo de su argelino comandante; pero su tiranía los tenia inmobles, porque el menor pensamiento que se hubiera traslucido, les habria costado la vida en el instante. Se retiró Iturbide á Mégico por algunos dias, para proseguir sus intrigas; los Guanajuateños aprovechándose de esta feliz casualidad, representaron con tanta acrimonia en contra de él, que á pesar de su valimiento en la capital con el infame Bataller, su protector, y de haber formado capricho para volver á toda costa al Bagio de comandante, jamas pudo conseguirlo ;* permaneciendo en Mégico de simple coronel hasta salir para egecutar el plan de Iguala. Su conducta en todo este tiempo no fué ménos perversa. Acordándose de su conna

Véase la nota 4.

tural tiranía, sorprendió en su casa á un D. N. Gilbert, sugeto decente, que le digéron habia hablado mal de él, y le hizo firmar un recibo de 25 azotes; seguramente él oyó referir esta misma anécdota entre Federico II. y Voltaire, y quiso imitar en su venganza á ese real personage..

Contrajo trato ilícito con una señora principal de Mégico, cuya reputacion de preciosa rubia, de seductora hermosura, llena de gracias, de hechizos y de talento, y tan dotada de un vivo ingenio para toda intriga y travesura, que su vida hará época en la crónica escandalosa de! Anahuac.

Esta pasion llegó á tomar tal violencia en el corazon de Iturbide, que lo cegó al punto de cometer la mayor bageza que puede hacer un marido; con el obgeto de divorciarse de su esposa, fingió una carta (y aun algunos dicen que él mismo la escribió), en la que falseando la letra y firma de su señora se figuraba que ella escribia á uno de sus amantes; con ese falso documento se presentó Iturbide al provisor pidiendo el divor cio, el que consiguió haciendo encerrar á su propia muger en el convento de S. Juan de la Penitencia. Esta inocente y desgraciada víctima* de

¡Qué mudanzas! ¡Y cuán voluble es la rueda de la fortuna! Ahora cinco años esta desventurada criatura hubiera cambiado su suerte por la última criada honrada de Mégico, y hoy que tiene una corona en la cabeza, no hay in

tan atroz perfidia, solo se mantuvo con seis reales diarios que le asignó para su subsistencia su desnaturalizado marido.

Para dar una idea cabal del carácter de este personage, copio aquí al pié de la letra el irrecusable informe que en & de Julio de 816 puso al virey Callejas el respetabilisimo Dr. D. Antonio Lavarrieta, cura benemérito de la ciudad de Guanajuato, paisano de Iturbide y amigo de su familia.

Informe del Dr. D. Antonio Lavarrieta, cura de la ciudad de Guanajuata, sobre la conducta que observó Iturbide siendo comandante general del Bagío.

,, Escmo. Sr.-Aseguro á V. E. que jamas me he visto en mayor conflicto, que en el que me puso y tiene el oficio superior de V. E., fecha 24 del próximo pasado Junio, relativo á que yo informe sobre la conducta civil, politica, militar y cristiana del Sr. coronel D. Agustin de Iturbide, y no sé como desempeñar esta confianza.

dividuo de ningun sexo que pueda aguantar el peso de su orgullo, su impertinencia y vanidad,

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