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teniente coronel D. Francisco Antonio Berdejo, y yo con otra iré por el camino de Teloloapan, dejando todos los puntos fortificados con sobrada fuerza, y dos secciones sobre D. Pedro Alquisira.

El teniente coronel Berdejo va á tomar el mando que tenia el Sr. Moya, y le he prevenido que si V. entra en contestaciones, suspenda toda operacion contra las tropas de V. el tiempo necesario, hasta saber su resolucion: todo lo que le servirá de gobierno.

Si V. oye con imparcialidad mis razones, seguro de que no soy capaz de faltar en lo mas mínimo, porque esto seria contra mi honor, que es la prenda que mas estimo, no dudo que entrará en el partido que le propongo, pues tiene talento sobrado para persuadirse de la solidez de estos convencimientos.

El Sr. Dios de los egércitos me conceda este placer; y V. entretanto disponga de mi buena voluntad, seguro de que le complacerá en cuanto sea compatible con su deber, su atento servidor que le estima y S. M. B.-Agustin de Iturbide.Sr. D. Vicente Guerrero.

Respuesta dada á la primera Carta del Sr. Iturbide.

Sr. D. Agustin Iturbide.-Muy Sr. mio: Hasta esta fecha llegó á mis manos la atenta carta de V. de 10 del corriente; y como en ella me insinúa que el bien de la patria y el mio le han estimulado á ponérmela, manifestaré los sentimientos que me animan á sostener mi partido. Como por la referida carta descubro en V. algunas ideas de liberalidad, voy á esplicar las mias con franqueza, ya que las circunstancias van proporcionando la ilustracion de los hombres, y desterrando aquellos tiempos de terror y barbarismo, en que fuéron envueltos los mejores hijos de este desgraciado suelo. Comencemos por demostrar sucintamente los principios de la revolucion; los incidentes que hicieron mas justa la guerra, y obligaron á declarar la independencia.

Todo el mundo sabe que los Americanos, cansados de promesas ilusorias, agraviados hasta el estremo, y violentados, por último, de los diferentes gobiernos de España, que levantados entre el tumulto uno de otro, solo pensáron en mantenernos sumergidos en la mas vergonzosa esclavitud, y privarnos de las acciones que usáron los

de la Península para sistemar su gobierno, durante la cautividad del rey, levantáron el grito de libertad bajo el nombre de Fernando VII., para sustraerse solo de la opresión de los mandarines. Se acercáron nuestros principales caudillos á la capital, para reclamar sus derechos ante el virey Venegas, y el resultado fué la guerra. Esta nos la hicieron formidable desde sus principios, y las represalias nos precisáron á seguir la crueldad de los Españoles. Cuando llegó á nuestra noticia la reunion de las Córtes de España, creiamos que calmarian nuestras desgracias en cuanto se nos hiciera justicia. Pero qué vanas fuéron nues¡ tras esperanzas, cuan dolorosos desengaños nos hicieron sentir efectos muy contrarios á los que nos prometiamos! Pero ¡qué decir, y en qué tiempo! Cuando agónizaba España: cuando oprimida hasta el estremo por un enemigo poderoso, estaba próxima á perderse para siempre: cuando mas necesitaba de nuestros auxilios para suz regeneracion, entónces.... entónces descubren todo el daño y oprobio con que siempre alimentan á los Americanos: entónces declaran su desmesurado orgullo y tiranía : entónces reprochan con ultrage las humildes y justas representaciones de nuestros diputados: entonces se burlan de nosotros, y echan el resto á su iniquidad: no

se nos concede la igualdad de representacion, ni se quiere dejar de conocernos con la infame nota de colonos; aun despues de haber declarado á las Américas parte integral de la monarquía. Horroriza una conducta como esta, tan contraria al derecho natural, divino y de gentes. Y qué re¿ medio? Igual debe ser á tanto mal. Perdimos la esperanza del último recurso que nos quedaba, y estrechados entre la ignominia y la muerte, preferimos esta, y gritamos: independencia, y odio eterno á aquella gente dura. Lo declaramos en nuestros periódicos á la faz del mundo; y aunque desgraciados no han correspondido los efectos á los deseos, nos anima una noble resignacion, y hemos protestado ante las aras del Dios vivo, ofrecer en sacrificio nuestra existencia, ó triunfar y dar vida á nuestros hermanos. En este número está V. comprendido. Y acaso ignora

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algo de cuanto llevo espuesto? Cree V. que los que en aquel tiempo en que se trataba de su libertad, y decretáron nuestra esclavitud, no serán benéficos ahora que la han conseguido, y están desembarazados de la guerra ? Pues no hay motivo para persuadirse que ellos sean tan humanos. Multitud de recientes pruebas tiene V. á la vista, y aunque el transcurso de los tiempos le haya hecho olvidar la afrentosa vida de nuestros ma

yores, no podra ser insensible á los acontecimientos de estos últimos dias. Sabe V. Sabe V. que el rey identifica nuestra causa con la de la Península, porque los estragos de la guerra en ámbos hemisferios le dieron á entender la voluntad general del pueblo; pero véase como están recompensados los caudillos de esta, y la infamia con que se pretende reducir á los de aquella. Dígase ¿qué causa puede justificar el desprecio con que se miran los reclamos de los Americanos sobre innumerables puntos de gobierno, y en particular sobre la falta de representacion en las Córtes ? ¿Qué beneficio le resulta al pueblo, cuando para ser ciudadano se requieren tantas circunstancias, que no pueden tener la mayor parte de los Americanos? Por último, es muy dilatada esta materia, y yo podria asentar multitud de hechos que no dejarian lugar á la duda; pero no quiero ser tan molesto, porque V. se halla bien penetrado de estas verdades, y advertido de que cuando todas las naciones del universo están independientes entre si, gobernadas por los hijos de cada una, solo la América depende afrentosamente de España, siendo tan digna de ocupar el mejor lugar en el teatro universal. La dignidad del hombre es muy grande; pero ni esta, ni cuanto pertenece á los Americanos, han sabido respetar los Espa

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