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ALBOROTOS DE LA CIUDAD DE LA PLATA.

Viciados los resortes del Gobierno en Buenos Ayres, como se ha manifestado tratando del estado de aquella Capital en el acto de la deposicion del Virey Marqués de Sobremonte, era consiguiente que su próxima disolucion se hiciese sentir en todos los extremos del Vireynato. Ese mismo estado de debilidad por su parte, y el preponderante del pueblo armado y seducido por algunos aventureros de que se inundaron las provincias, con la primera entrada de los ingleses, junto con las desgracias que empezaba á padecer la Península, hicieron nacer la zízaña de una quimérica independencia, y propagarse en términos que parecia llegado el caso de no poderse impedir su fatal cosecha. La sujestion crecia y se adelantaba en proporcion que se disminuian al Gobierno los recursos para reprimir la audacia de los proyectos, hasta conseguir que alucinados algunos de los majistrados depositarios de las leyes, hayan sido conspiradores y cómplices de un mismo delito. Un interés quizá mayor, que es el que nace de las rivalidades personales, y muy funesta para los pueblos, si se sostienen entre jefes y personas de superior órden y graduacion, pudo tambien haber sido causa parcial para acelerar los alborotos de la ciudad de la Plata, de que va á tratarse con sujecion á los documentos que han podido adquirirse acerca de estas desgraciadas ocurrencias, y los que forman el expediente seguido en esta superioridad, con motivo de los auxilios impartidos para su sosiego, y el de la Paz; ambos de aquella jurisdiccion, é igualmente complicados en la subversion y trastorno del Gobierno legítimo en estos dominios, y de las sábias le

yes que los han regido por mas de trescientos años con universal admiracion y asombro.

Todas estas circunstancias que sin duda concurrieron en la ciudad de la Plata, abrian un campo inmenso á los inquietos para aprovecharse de ellas, y girar sus artefactos sin traba ni temor que los contuviese; y como ningun pretesto podia tener las apariencias que el de Montevideo, cuya conducta habia sido elogiada y premiada por el Gobierno, no tuvieron necesidad de aventurarse á buscar en su ofuscada imaginacion otros menos especiosos para cubrir el proyecto de su soñada independencia, ni menos al propósito para alucinar y arrastrar al incauto pueblo á sus designios. Asi dando cada dia mayor bulto á las sospechas contra el Gobierno, la cuales se procuraban difundir con estudio en el público, procedieron á denunciar al Presidente como cómplice de las maquinaciones que se atribuian al Gobierno Superior de Buenos Ayres para entregar estas posesiones al de Portugal, ante el Tribunal de aquella Real Audiencia, cuyos ministros resentidos, engañados, ó menos acordados, resolvieron deponer la primera autoridad, en acuerdo celebrado el 25 de Mayo de 1809. Providencia escandalosa y sin ejemplar, hasta que el suceso de Buenos Ayres dió la norma para cometer igual crímen en la de la Plata,

Para ello precedieron cabildos extraordinais, acuerdos clandestinos y pesquisas secretas, no solo contra la conducta del Excmo. Sr. Virey D. Santiago Liniers, y Presidente D. Ramon Garcia Pizarro, la del muy R. Arzobispo D. Benito María Moxo, y Comisionado de la Junta de Sevilla D. José Manuel de Goyeneche, acerca de la intelijencia que secretamente mantenian con el gabinete del Brasil, sino que mezclando tambien á estas calumnias la de hallarse el gobierno empleado en la formacion de sumarias contra vecinos principales, su destierro y proscripcion para malquistarlo con el pueblo, y disponer con tan maligno influjo los ánimos á que cooperasen en el horrendo delito de la sedicion. Preparados en esta manera y dispuestos á dar el decisivo golpe al Presidente, en la noche del mismo dia 25, se antepuso el Jefe á su ejecucion, mandó arrestar las personas de algunos ministros y cabildantes que se habian apersonado con mas descaro en estas maniobras, en cuyo acto noticiosos unos y otros de las providencias, procuraron eludirla con la fuga; de suerte que solo pudo tener efecto en unos de sus individuos de la última clase; pero como el pueblo estaba ya dispuesto al tumulto ocurrió en tropel á la casa del ilustrísimo Arzobispo, y desde esta á la de la Presidencia en solicitud de la libertad de los presos, para lo cual se interpuso la dignidad del prelado; y conseguida, aun instaban por las de los demas que estando ocultos suponian hallarse detenidos por órden del Gobierno, y principalmente clamaban por el Fiscal, al que con mayor empeño se dirijian las solicitudes del pueblo, buscándolo ya en casas particulares, á donde creian hallarse secretamente capturado, ya en el cuartel, y ya en la casa misma del Presidente, en la cual se

suscitó por último, la especie de haber sido muerto por el fuego que la guardia habia hecho al tumulto. Con este motivo, aunque el Presidente consiguió bajo de juramento no tener preso á aquel ministro ni noticia alguna de su paradero, ofreciendo responder de la seguridad de su persona; solo contestó por el pueblo con el mayor descomedimiento é insultos, pasando de esta pretension á la de que se les entregase la del Presidente como traidor ó al menos se le quitasen las armas, cuya proposicion admitida por el Acuerdo que se habia juntado en la casa del Rejente pasó á intimársele sin demora. Bien resistió el Sr. Pizarro obedecerla al principio, tanto por la ninguna autoridad de que procedia, como por no dejar al pueblo expuesto á su ruina en el ardor de la convulsion que padecía, pero al fin tuvo que ceder á los ruegos y persuasiones de los que le acompañaban, conviniendo en la entrega de la artillería que tenia dentro de su casa para calmar el bullicio como se le protestó; mas como nada se habia conseguido sin la prision del Jefe, redoblaron sus instancias por ella, y la obtuvieron del Tribunal con la misma facilidad que la de la entrega de las armas.

Hasta por tercera vez repugnó el Sr. Pizarro hacer la dimision del mando á que le forzaban las providencias del Acuerdo; mas hallándose solo y abandonado ya de los pocos que hasta entonces le habian hecho compañia, instado por la renuncia del cargo, bajo la salvaguardia prometida por el propio Acuerdo de asegurarse la quietud pública, y la vida del mismo Presidente que se hallaba expuesta á gran peligro, y sobre todo desarmado, no pudo impedir la usurpacion que la Audiencia hizo del Gobierno, abrogándose sus facultades. El 26 fué despedida la tropa, haciendo pasar las armas de sus manos á la de la plebe, y el 27 fué conducido el Sr. Pizarro como reo de Estado á la estrechez de una prision ignominiosa, con el mas vituperable ultraje á su persona, dignidad y carácter, dándose principio al sumario contra el anciano Jefe acusado. De esta manera se consumó en la ciudad de la Plata el atentado de la deposicion del Sr. Presidente de su Real Audiencia y entre aclamaciones del pueblo por el Sr. D. Fernando VII, sus estados se minaban y se atropellaban de un modo vergonzoso los sagrados derechos del Monarca infeliz en la persona de su representante, escudados con el falso pretesto de aparentes sospechas contra él, y contra los mas autorizados Jefes y Prelados del reino.

Las medidas que el Sr. Pizarro tomó para ahogar en su nacimiento esta conjuracion, como tan obvias y prudentes no hubieran dejado de producir el deseado efecto, si hubiesen sido practicadas con particularidad y secreto, pues la prision de los facciosos no pudo realizarse por demasiado tarde, ni los auxilios que pidió al Gobernador Intendente de Potosí, pudieron llegar hasta dos dias despues de la consumacion de el delito. El Intendente marchó desde luego en toda diligencia al socorro de la autoridad del Presidente, pero hallándolo ya depuesto, y el Gobierno en manos de la Audiencia, tuvo órden de

ella para hacer retroceder las tropas, como lo verificó, persuadido de la buena fé que debia suponer en unos ministros del Rey, y por tantos títulos obligados á mantener el órden y conservar ilesos los intereses sagrados de la soberanía. Con todo no omitió el paso que le pareció prudente de entrar en la ciudad para acordar con los ministros los medios de conciliar la tranquilidad de las provincias con el sosten de las autoridades, y convenidos en comunicarse mútuamente las disposiciones importantes á tan laudable objeto, regresó en este concepto lleno de la mayor satisfaccion á la villa capital de su provincia.

Despues de este solemne convenio entre el Gobernador y Ministros del Tribunal, continuaban estos con el mayor ardor sus preparativos de armas y acopio de municiones en cantidad considerable, y esta extraña conducta al mismo paso que sorprendió al Gobernador, causó la mayor inquietud y sobresalto en los ánimos de los fieles vecinos de la villa, recelosos del término que podian tener contra ellos tales medidas; en cuyas circunstancias habiéndose recibido órdenes del Vireynato, noticioso ya de los primeros movimientos del dia 25 de Mayo en que se mandaba al Intendente reunir una fuerza competente, y ocurrir con ella á mantener el sosiego y autoridad real á donde quiera que pudiese padecer alguna alteracion obedeciendo las providencias de la Audiencia de Charcas, en tanto que no fuesen contrarias á su Superior Gobierno, se dirijió aquel con una y con otra noticia al Tribunal, para que en su intelijencia, y contando con la tropas que estaban á sus órdenes y pudieran necesitarse en cualquier evento, hiciese suspender como inútil y perjudicial todo preparativo de armamento y de fuerza. El armamento de esta hecho en Potosí, conforme á lo que indicaba la órden del Virey, sirvió de fundamento al Tribunal para contestar al Intendente su oficio, negándose al desarme del vecindario, por cuanto este receloso de la inexactitud de los informes que se habrian hecho á la superioridad contra sus procedimientos hacian imposible cualquiera innovacion, sin grave riesgo y detrimento de la misma tranquilidad que se procuraba y encargaba mantener, hasta recibir la contestación del Jefe del reino á la verídica y circunstanciada relacion de lo ocurrido en el citado dia 25 de Mayo. Prontamente satisfizo el Gobernador este recelo, manifestando no haber adelantado cosa alguna en razon de preparativos, excepto el acopio de una corta cantidad de pólvora que habia necesitado para doctrinar las tropas de milicias de la villa, no obstante el poderoso empeño con que sus vecinos reclamaban estas medidas. Pero que hallándose actualmente amenazado con un motim de la plebe, al mismo tiempo que informado del escandaloso movimiento ocurrido en la Paz el 16 de Julio, con todas las circunstancias de una completa insurreccion, se habia visto necesitado á tomar las providencias de precaucion que le anunciaba para proceder contra los amotinados, segun las resultas del oficio que para sosegarlos habia dirijido á aquel Cabildo. Pidió igualmente al Tribunal los

Bocorros que pudiera proporcionarle en armas y tropas, y uno de los ministros para la judicial indagacion de los alborotos del pueblo, invitando siempre y procurando la total union y conformidad de ideas de las autoridades, mas que nunca interesante en la actualidad y presente estado de aquellas provincias, sobre cuyos particulares y modo franco de obrar, que manifestaba, esperaba el dictámen y consejos sabios y juiciosos del Tribunal.

Este desentendiéndose de lo estipulado con el Gobernador, de la religiosidad y buena fé con que él lo cumplia por su parte en la manifestacion de sus ideas, de las prudentes y obvias reflexiones que hacian demostrable la necesidad de ocurrir al inminente mal que amenazaba; y de la sagacidad con que consultaba aquellas necesa→ rias y convenientes disposiciones; solo se ciñó á paralizarlas en el todo, haciendo descansar sus responsabilidades sobre las medidas que el Tribunal suponia haber tomado con conocimiento del asunto de la Paz y demas provincias, cuya opinion no dudó manifestar era la de obrar siempre con la mas detenida meditacion, y adoptar con preferencia los medios suaves á los violentos y estrepitosos. No es dificil traslucir los intentos de los ministros de la Plata para esta estudiada contestacion. Los fundamentos de la revolucion de la Paz y sus excesos eran los mismos que los de aquella, y no podian sin contrariarse, resolverse á castigar un crímen del cual debian suponerse ellos los principales autores, como mas claramente se verá despues.

Penetrado de esta verdad el Gobernador, y estimulado al propio tiempo de su fidelidad que del cumplimiento de las obligaciones á que lo ligaban estrechamente la comision del Virey, y las apuradas circunstancias de ambas provincias, se resolvió á pasar su tercera carta á la Audiencia por medio de su Juez semanero: en ella deponiendo las atenciones y respetos de política consideracion, con que habia procedido en las anteriores, hizo ver la inobservancia de los Ministros al comprometimiento bajo del cual habia partido de la ciudad de la Plata, sobre acordar con anticipacion y combinar las providencias concernientes á restablecer el órden y tranquilidad pública; reconviniéndoles igualmente por la falta de contestacion á los mas esenciales puntos contenidos en las dos antecedentes, por las providencias de armamento que se hacia de órden del mismo Tribunal dentro y fuera de la ciudad, con total desprecio de sus sinceros ofrecimientos; y finalmente que no siéndole posible prescindir del atentado nuevamente cometido en la Paz sobre iguales increibles calumnias, cuya impunidad consideraba de perjudicial trascendencia á todo el reino, era llegado el caso indispensable de marchar con la fuerza á sostener la autoridad de las leyes y de las autoridades, contra los insultos y vejaciones de un pueblo tumultuado; cuya opinion ponia de manifiesto al Acuerdo para proceder consecuente en un todo á lo convenido con sus ministros, y para que convencidos estos

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