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III.

Asi mismo confrontará todos los meses sus asientos diarios con los del colector, y los boletos con los libros parroquiales, cuya operacion autorizará con su rúbrica.

IV.

La conservacion y método de boletos y libros en el archivo, será uno de los principales cargos de su empleo, sin permitir esta confianza en los casos precisos á otro que el segundo capellan; pero ambos estarán impedidos de extraer estos documentos ni dar fé de muerte, por ser privativo de los párrocos.

V.

El segundo capellan á la hora de recibir los cuerpos de parroquias, se presentará en la puerta de la capilla con capa pluvial, acompañado del sacristan en sobrepelliz, que le ofrecerá el hisopo, rociará los cuerpos con agua bendita, é instruido del lugar del entierro de cada uno, los hará conducir por las puertas respectivas á él, acompañándolos alternativamente, de modo que presencie la sepultacion de todos, entonando á cada uno el oficio que previene el ritual romano para este caso.

VI.

En la sala de su habitacion fijará en la pared cada año, las tablas, que segun el modelo señalan los nichos, y su pertenencia, para que siguiendo el órden de su ocupacion, se conserve la identidad del número con los boletos, y se verifique la mayor antigüedad en la evacuacion.

VII.

Esta no se hará hasta que no se hallen todos los nichos cer

rados, en cuyo caso presenciará la apertura de los que hayan de ocuparse, y la traslacion de los despojos al osario respectivo, sin confiar la llave de estos ni de los cementerios á persona alguna.

VIII.

Igualmente celarán del aseo y moderacion con que deben portarse los sirvientes del Campo Santo en estos actos, y de que al tiempo de recibir y sepultar los cuerpos, no se presenten sin el traje dedicado á este fin, ni los conduzcan de otro modo, que cargados en el féretro.

IX.

Los cadáveres de hospitales que llegasen por la noche, se recibirán por ambos capellanes, y quedarán en sus cajas cerradas en la pieza del depósito, de la que recojerá la llave el segundo capellan. A las seis de la mañana siguiente, les dará sepultura en los mismos términos que se han dicho, advirtiendo, que empezando este año por la primera division de sotavento, no pasará á la siguiente hasta el próximo, y entonces se cerrará su entrada con el mismo pretil; de forma, que alternando por años las otras divisiones, puedan descansar los cadáveres ocho años sin ser movidos; practicando lo mismo con los cuatro entierros de párbulos.

X.

Procurarán celebrar á hora fija los dias festivos, llamando con campana, y cumplido el cargo particular de misas, que cada uno tuviese, y con las asignadas por la Real Congregacion de Nuestra Señora de la O, aplicarán los dias vacos á beneficio de las almas, cuyos cuerpos yacen en aquel lugar santo: entendiéndose este cargo personal, y no expedible por otro sacerdote, que no tenga oficio en la casa, pues solo á estos se les concede poder celebrar en la capilla, y de ninguna suerte á otros, aunque lo quieran hacer por devocion.

XI.

Tampoco les será permitido, poner por sí ni permitir demanda de ánimas, ni otro petitorio devoto, desde la portada de

DISCURSO QUE DIRIJE Á SU GREY EL ILLMO. SEÑOR DR. D. BARTOLOMÉ MARIA DE HERAS; DIGNÍSIMO ARZOBISPO DE ESTA METRÓPOLI CON MOTIVO DE LA APERTURA Y BENDICION SOLEMNE DEL CEMENTERIO GENERAL ERIGIDO EN ESTA CAPITAL.

En una época de las mas críticas, y complicadas para esta capital, se ha podido emprender y llevar á su término un Cementerio general 6 Campo santo, cuya fábrica por su extension bello órden, solidéz y decencia, no tiene que envidiar á las mejores de Europa. Los Templos, y la salud pública van á lograr un inestimable beneficio, cuyas ventajas descubrirá cabalmente el tiempo, y calculará con exactitud la posteridad. Esta empresa, que en las circunstancias se habria juzgado insuperable para otros génios, ha venido á ser fácil y expedible para el esclarecido celo del Excmo. señor Virey, que agita sus providencias á medida del interés público, y de las intenciones régias bien expresas en diferentes reales cédulas, circuladas á esta América.

Pero lo que mas ocupa mi imaginacion, y exita mis grandes deseos, es su grata aceptacion, que aunque nueva para nues

tro público, ha sido la primitiva de nuestra nacion, la antigua de la iglesia, la práctica racional loable y santa, la amada por nuestros soberanos, y la proclamada en todos los siglos. Por lo que vivamente exórto á todos mis párrocos, prelados regulares y capellanes de monasterios ó iglesias menores, que difundan entre los fieles estos sentimientos, aprovechándose de la cópia iumensa de memorias, que presenta la Historia Santa, la Eclesiástica y la Política.

Por ellas es incontestable, que en el dilatado espacio de dos mil y quinientos años, que cuenta la ley natural, no se advierte un solo sepulcro en el interior de las poblaciones. El primero que menciona la Escritura es el de Sara, muger de Abraham en el campo Ephron, que se hizo célebre por la exhumacion de Abraham, Isaac y Jacob con sus tres esposas, Sara, Rebeca y Lia. (1)

Lo fué igualmente otro situado en el campo Hebron, que vino á ser el asiento comun de los Patriarcas, y donde segun la opinion comun, reposa nuestro primer padre Adan. (2) En la misma forma aparecen situados en el campo los demas, que recuerda la Escritura, y los historiadores profanos.

Esta costumbre adquirió mayor vigor en la ley escrita, que duró mil y quinientos años: declarando uno de sus preceptos por inmundo á todo el que tocava algun cadáver, hueso humano, ó sepulcro, y asignando al infractor la pena capital: el grave recelo de contraer esa impureza y el amor á la vida, empeñaron á los hebreos en alejar los muertos de los vivos (3). Las grutas, los bosques y montes, fueron el depósito de los cadáveres de sus patriarcas, profetas, sumos sacerdotes y sus héroes mas ilustres (4). Solo el panteon de los reyes de Judea inmediato al de David, erigido en las entrañas del monte Sion, vino á situarse en un ángulo de Jerusaler; pero hallándose lejos del centro de la poblacion, y colocados sus cadáveres en túmulos de mármol bien cubiertos, no se exponia el cumplimiento de la ley, ni perjudicaba á la salud pública (5). Asi es induvitable, que los osarios comunes de aquella nacion se hallaban fuera de poblado. Jerusalen los tenia en el valle Cedron, y las otras ciudades los formaban en sus campos inmediatos, que la Escritura titula Sepulcros del vulgo (6).

(1) Genes. cap. 2, v. 17, 19. Calmet dissert. de fun. et sepult. haebreo

rum.

[2] Gen. cap. 47, v. 30, cap. 49, v. 30, cap. 50. Calmet, Diccion. sac. scrip. v. Hebron.

[3] Numer. cap. 19, v. 11.

[4] Hieronimus in epitaphio Paulæ.

[5] Reg. lib. 3, cap. 2, v. 10, 11, 14. Calmet in exposit. v. 10.

[6] Jerem. cap. 26, v. 23. Reg. lib. 4, cap. 23 v. 5.

HISTORIA-22

Instituida nuestra santa iglesia antes que en parte alguna en Judéa, Galiléa y Samaria, adopta desde su orígen esa práctica del pueblo judaico. En nuestro Salvador vemos el ejemplo, cuyo cuepo colocó Aritmatea, persona muy distinguida de Judéa, en el mismo sepulcro que tenia destinado para sí, cerca del Calvario (7). Difundida despues la iglesia por el imperio romano, respeta sus leyes y costumbres, que separaban los cadáveres de las pablaciones y templos con no menos rigor que los hebreos, con respecto á la salud pública, y á la santidad de los lugares dedicados al culto de sus dioses. La ley de las doce tablas concebida en estos términos: hominem mortuum in urbe, ne sepelito, neve uríto, fué refrendada muchas veces á todas las ciudades y municipios de aquel Imperio, por particulares constituciones y rescriptos de sus emperadores (8). Las vias públicas de Roma se hicieron bien célebres por las sepulturas de los Apóstoles y algunas familias ilustres, como tambien fueron muy conocidos por enterratorios comunes diferentes pozos ó cisternas.

Esta fué la costumbre universal del cristianismo en los tres primeros siglos, sin eximir de ella aun á los prelados y á los santos mártires, como lo contestan sus actas y anales (9). Por el grande y justo interés que se tenia en la preciosa conservacion de sus reliquias, se arbitró colocarlos en las Catacumbas separadamente del resto de los fieles, ó con un ropaje purpurado, que los distinguiese del comun, ó en algunas hercdades de los campos vecinos, que dieron orígen al gran número de los cementerios, que circulan á Roma (10). De esta manera fueron sepultados los treinta y tres supremos pontífices anteriores à la paz del gran Constantino, que á la superior dignidad de la Iglesia, agregaron la del martirio; y esta práctica siguió á todos sus sucesores hasta la mitad del siglo V, donde se comprenden muchos varones santos, como se prueba por el libro de los romanos pontífices (11). Y hallándose cerrados los templos y ciudades para esos campeones esclarecidos ¿cuanto mas no estarian para el comun de los fieles? Si para las primeras personas de la gerarquía del Santuario eran dignos sepulcros los cementerios del campo, ¿quien se atreveria á mirarlos con desprecio, ó anhelar otros distintivos?

Todo el respeto, atencion y gratitud al incomparable Cons

[7] Joan. cap. 19, v. 38, 41. Math. cap. 27, v. 60.

[8] Cicer. de leg. lib. 2. Manhar. De re antiquaria Graecorum Roman et German. t. II n. 117.

(9) Fleuri: De disciplina Populli Dei cap. 21.

(10) Damas. in Crónica, et Burius in vita P. Anacleti, et v. colobium, (11) Baron: ad annos 352, 367, 398, 417, 123, 440.

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