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PANTEON.

DISCURSO SOBRE EL CEMENTERIO GENERAL ERIGIDO EXTRAMUROS DE LA CIUDAD DE LIMA. POR EL DR. D. FELIX DEVOTI.

Mas facilmente se alteran y varian las leyes que las costumbres; y cuando se mezcla en ellas el mas leve aparato de religion, avasallan al entendimiento, y desprecian la utilidad y el decoro. La opinion siempre debil en sus principios, movida tal vez por causas pequeñas, adquiere nuevo vigor con los años, y bien pronto se comunica de los grandes al pueblo: en aquellos la introduce la vanidad, y en este la fomenta la natural propension y furor de imitarlos.

Tal ha sido la suerte del pernicioso abuso de los entierros practicados en las iglesias, inventado por una falsa piedad, y sostenido por el orgullo que sobrevive aun mas allá del sepulcro. Agitado el hombre entre la esperanza y el temor de una eternidad busca en el templo un asilo: y cuando la irreparable partida de un esposo ó de un padre siembra en la desolada familia la miseria y el espanto; agrava la opinion su barbara mano, confunde la religion con el lujo, la obligacion con la vanidad, y convierte á veces el pan de lágrimas en el triste precio de las fúnebres pompas.

¿Hasta cuando, vilipendiada asi la razon, no hallará amparo la humanidad desgraciada, en los dias de su mayor desconsue

lo? ¿Hasta cuando infestando el ayre que respiramos, profanaremos la augusta magestad del templo, y rodearán el altar los tristes restos de nuestra corrupcion y miseria? Este es el & santuario que en testimonio de su gratitud erige la debil mano del hombre al poderoso autor de la vida? ¿Sobre un fétido cúmulo de cadáveres quemará el sagrado incienso y ofrecerá el puro holocausto de su eterna reconciliacion?

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Pero ¡qué pronto sigue el castigo á la irreverencia, y paga el hombre en su mismo delito la pena que ha merecido! desarrollada la corrupcion en fuerza de la humedad, se exalta por el calor; y acumulada en el sagrado recinto sin comunicacion exterior, corrompe su atmósfera y venga asi á la divinidad agraviada. Consume la respiracion, y apuran las luces el ayre vital en los dias en que la devocion reune mas crecido número de fieles en las iglesias, y solo queda su parte mas pesada y grosera. Alterado en su equilibrio, no halla el pulmon el necesario estímulo al descomponerle; y se introduce en los órganos debilitados la fatal semilla de muerte con las venenosas exalaciones de los cadáveres. ¡Gran Dios! Al tiempo mismo * que nuestros votos claman ante su augusto solio por la conservacion, y la vida hallarémos en tu propia morada la destruccion? caiga el espeso velo de la preocupacion, y veremos levantarse de esos túmulos la aura mortal que minó sordamente la salud de la ma bella porcion de la sociedad, y el funesto principio de enfermedades que acabaron por fin la esperanza de una tierna consorte, y arrebataron un padre á su desolada familia. Almas devotas, vosotras que anhelando la eterna salvacion, consumis los días en continuas oraciones ante el altar, mirad, que de esas tumbas que incautamente pisais, brota el fatal veneno que devora vuestra debil existencia, cuando la compostura exterior, y la elevacion del espíritu le facilitan la entrada en vuestro pecho. Mas no se limita al templo su mortal influencia: la corrupcion se extiende aun mas allá de los sagrados muros, infesta sus inmediaciones, y corriendo cual voraz Ilama á la que sirve de pábulo cuanto encuentra en su marcha, ha desolado á veces las ciudades mas populosas.

Hable la historia; consúltese la experiencia. Mas, ¿para qué reproducir lo que han apurado otros mas felices ingenios, y ha sido repetidas veces el tema de las brillantes plumas de Europa y de esta feliz parte del globo, que émula ya de las glorias de su antigua maestra le compite hoy en patriotismo y buen gusto? La física lo ha demostrado hasta la evidencia; y ha llorado mil veces la medicina sus funestas resultas.

Aborrecen los brutos mismos los despojos de sus semejantes; la naturaleza se estremece al verse humiliada, y avisa con el fastidioso olor que despiden los cuerpos al disolverse, cuan in

festas son sus exalaciones. La razon enseñó á las naciones mas bárbaras á segregar sus muertos de la sociedad. Elevaron los asirios en vastas llanuras sus mausoleos; los egipcios aunque mas supersticiosos, fabricaron sus pirámides en arenales; escogieron los hebreos los desiertos para sepulcros; y los griegos, junto con sus leyes, transmitieron á la antigua Roma la inviolable costumbre de erigir en los caminos públicos las tumbas y hogueras. Los vastos cementerios que aun blanquean en la cumbre de los mas aridos cerros en el Perú, y sus huacas comprueban la sagacidad de los Incas. Asi lo ha exigido en todo tiempo la salud pública; asi lo ha dictado el deseo de la propia conservacion, el respeto debido á las cenizas de nuestros mayores, el decoro de las ciudades, y la veneracion de los templos: cuya magestad han temido siempre profanar con sepulcros aun aquellas naciones que envueltas en la barbarie del gentilismo, erigian altares á sus torpezas y vicios.

Mas en los siglos de la filosofia ilustrados por el evangelio tanto ha podido la preocupacion y el abuso, que confundiendo todos los derechos de la razon, del interes personal y de la religion mas augusta, rodea por todas partes al infeliz ciudadano el funesto depósito de la podredumbre y muerte. No basta que esta superficie exterior de la tierra, que el hombre habita, que sus desvelos adornan y riega con su sudor; esta que sirve á su alimento, á su comodidad y á su lujo, sea el resultado de la corrupcion, y el mísero resto de infinitas generaciones que le han precedido! ¿No basta que la especie humana traiga consigo desde el nacer la semilla infausta que mina su debil compuesto? ¿Es preciso ademas que reciba de la sociedad, en pago del bien que esta le proporciona en las opulentas ciudades, un ayre limitado, ingrato y mortal? No aceleremos con los venenosos efluvios de una reciente disolucion el último instante de una vida demasiado breve; no agravemos la pesada carga de males que nos abruman. Arda en el santuario el aromático incienso, y con el suba solo ante el trono del omnipotente el suave olor de la oracion y alabanza.

Las terribles persecuciones que suscitó el abismo contra la iglesia del señor en los primeros siglos de su establecimiento, obligaron á los primeros cristianos á ocultar en las catacumbas los cuerpos de sus mártires para substraerlos de la furia de los paganos. Sus profundas é intrincadas bóvedas les prestaron al mismo tiempo un asilo para la celebracion de los sagrados misterios, en aquellos dias de desolacion y espanto. Rayó por fin la feliz aurora de paz, y restituido el sosiego á la agitada nave, se estableció por ley, lo que habia sido practicado antes á solo impulso de la necesidad. Las reliquias de los heroicos HISTORIA-25

defensores del evangelio, que derramaron por la fé gloriosamente su sangre, merecieron servir de base al altar. La gratitud de la iglesia decretó al gran Constantino en el atrio el lugar de su entierro. La santidad de los primeros obispos en aquellos venturosos tiempos de fervor y zelo, les concedió igual distincion. Se extendió despues á los sacerdotes: y las donaciones hechas al templo relajaron por fin la severidad de la disciplina en favor de los seculares. ¡Funesto abuso de privilegios! Tu marcas la decadencia de los imperios. Sí: masrespeta á la religion: no hay en ella otro distintivo que la virtud. Y dónde estan las cenizas de aquellos que merecieron los soberbios honores del sepulcro? El tiempo que todo lo iguala, ha confundido el polvo del poderoso y del pobre. ¿Quién sabe donde paran los miserables restos de los Cesares y Alejandros? Si los guanches de Tenerife y las magnates de Egipto han substraido sus cadáveres á la voracidad de los siglos, han conseguido tan solo cambiar en irrision el antiguo respeto, y sirven de cebo á la ociosa curiosidad.

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Desaprobó siempre la iglesia esta odiosa costumbre; reclamaron por ella sus mas zelosos ministros, y se multiplicaron los cánones. Los emperadores revalidaron sucesivamente las mismas leyes; y Teodocio no contento con mandar extraer de la ciudad los que de antemano estaban depositados en sus monumentos multó en la tercera parte de su patrimonio al que osase quebrantar lo mandado; Justiniano abolió toda clase de privilegios: las capitulares de Carlo Magno extendieron mas ampliamente esta misma prohibicion; y una de nuestras leyes de partida justifica el motivo de tan necesarios decretos. Mas ¡qué no pueda la preocupacion, é ignorancia! Su imperio es mas poderoso que la misma autoridad, la razon, y la fuerza.

Nada es mas justo que el tributar los últimos honores en testimonio de amistad y gratitud á los que otras veces compañeros de nuestros placeres y penas, nos arrebató para siempre la muerte: ni mas propio de la humana naturaleza, que el respetar los tristes restos que alvergaron una alma inmortal, que primeros le hicieron sentir su energia, desplegaron con sus órganos sus ideas, y le ayudaron en cierto modo á su perfeccion. Pero no por llenar este sagrado deber, habremos de respirar los venenosos vapores de sus cadáveres, y ultrajar el decoro del santuario: y no serán las fúnebres pompas un lenitivo al dolor, mas si un tributo servil á la preocupacion que agravará el enorme peso del infortunio. Religion divina! Tú que haces de la esperanza una virtud; tú que conviertes en mérito las penas mismas inseparables del hombre, y premias el sufrimiento; tú sola derramas el bálsamo saludable en las he

ridas que la naturaleza y la razon, no pueden sin tí suavizar un instante.

Gozan los cementerios sus fueros y privilegios como las iglesias: prohiben severamente los cánones con iguales penas el profanarlos; como ellas, necesitan expiacion si llega á veces á mancharlos la casualidad ó el delito; sujetos igualmente que los templos al entredicho, está cerrada su entrada á los que separa de su gremio la iglesia; y no solo el derecho canónico, mas aun nuestras leyes respetan su inmunidad. Este es el sitio en donde la inevitable ley de la corrupcion que desde el útero materno persigue al hombre hasta volverle á su primitivo polvo, disolverá su debil compuesto sin infestar á los vivos. No limita la iglesia sus tesoros á la material inhumacion en el templo.

Penetrada de estas razones las cortes todas de Europa han desterrado el pernicioso abuso que introdujo una especie de fanatismo; y han erigido fuera de las ciudades sus cementerios. Por esto ha expedido el paternal desvelo de nuestro augusto soberano repetidas reales cédulas para que disfrute la América sus ventajas. La escasez de fondos públicos habia frustrado hasta ahora tan sabias disposiciones en esta capital: mas en el dia reanimada por la sagacidad de un jefe filósofo, fecundo en arbitrios, activo y vigilante, excusa su demora con la magnificencia del nuevo edificio. Restituido el decoro á la ciudad, y la salud á los pueblos, con útiles reglamentos de policía, afianzada la pública seguridad con la refaccion de sus desmoronadas fortificaciones, erige ahora en el nuevo Panteon un cómodo asilo á los muertos, un lenitivo al dolor, y un preservativo á la conservacion de los vivos.

Incalculables eran los males que habia acarreado á este gran pais el total abandono de su policía. Cubiertas de inmundicia sus calles, estancadas sus aguas que brindan por si solas la comodidad y el aseo, infestaban su, clima, y ofreciendo por todas partes el vergonzoso monumento del descuido y de la indolencia, invertian en su daño su misma amenidad, y los privilegios con que parece haberle distinguido la naturaleza de las demas partes del globo. No alteran desechos vientos nuestros plácidos dias; mas tampoco purifican la atmósfera: no inundan copiosas lluvias nuestras campiñas; mas no arrastran la asquerosidad de su suelo; y si el rayo devastador y el trueno son desconocidos á su pacífico habitante; nada altera los mortales efluvios de un ayre siempre sereno. De esta manera respiraba el infeliz ciudadano por entre los engañosos zéfiros de una eterna primavera, disfrazada la muerte en mil aspectos distintos. Restaurado ahora el órden y la policía que han sido siempre en los paises cálidos la parte mas esencial de sus ritos

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