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La España ha ofrecido á los ojos de la América la historia de los acaecimientos extraordinarios, que la obligan á tomar las armas, y á exhortar á sus hijos y descendientes que la habitan y poseen, á concurrir con sus hermanos para vengar su Príncipe, su honor y su gloria profundamente vulnerados.

Justa, fiel y valerosa, jamas pudo creer que se abusaria de sus virtudes, para pretender humillarla, despojándola del Príncipe á quien ella colocaba en su trono, y sometiéndola á condescendencias propias de un pueblo enervado y servil, pero no de aquella nacion, á quien respetó el imperio romano, que á su turno dominó la Europa, y que es la Señora del Nuevo Mundo. Aliada con el Emperador de los franceses, ha permitido, por observar la santidad de sus pactos, que se arruine su vasto y floreciente comercio de América, quedando muchas de sus familias de uno y otro continente en una eterna indigencia, lágrimas y desconsuelo.

Empeñada en coronarle del triunfo por las manos de Neptuno, como lo habia sido por las de Marte, combatió nuestra escuadra en el cabo de Trafalgar, con un ardor y constancia infinitamente mayores, que las humilladas naves en cuyo auxilio y por cuyo honor peleaba. Las mejores de nuestras tropas han abandonado sus hogares, su patria, sus amigos, y sus padres, para ir á las heladas regiones del Norte á sostener sus pretensiones, ó vengar sus insultos personales.

Bajo de una conducta tan noble y generosa, no podia nunca nuestro amado Soberano desconfiar de las intenciones de Napoleon. Ni hay quien habiendo leido las vidas de los capitanes insignes, creyese que el vencedor de Marengo, Austerlitz y Jena vendria á mancillar sus laureles á las orillas del mar de Cantabria, hollando las promesas, y rompiendo los lazos de la union y gratitud con su fiel y generosa amiga. Asi nuestro Príncipe, educado en la virtud, en la hombria de bien, y dotado de aquella magnanimidad que caracteriza al español, no temió dejar su imperio, pasar al de su aliado, y reposar tranquilo en su justicia, pundonor y amistad.

Pero por uno de aquellos atentados incomprehensibles, y de que solo es capaz el corazon humano embriagado y sediento de dominios, se le ordena bajar del trono, á que acababan de ascenderlo sus virtudes, sus derechos, y la voz unánime de sus pueblos. Y como si estos no fuesen dignos, ni aun de ser consultados sobre sus propios intereses, se les quiere sujetar á un Príncipe extraño, cuya autoridad no serviria en España, sino para consumir sus moradores, arrastrándolos á lejanas conquistas, devastar y reducir á la última indigencia nuestras ricas colonias, á fin de que subviniesen á los gastos de una potencia, que vacilando todavia, le es preciso mantener y pagar bien

caro crecidos ejércitos, para los cuales no encuentra ya recursos en la Europa asolada y sin comercio.

Asi es que nuestra monarquia se halla en uno de los mayores peligros, en que se ha visto desde su existencia. El Príncipe arrancado del trono, la nacion ultrajada, la religion, las leyes, la patria al borde del precipicio. No hay otro recurso para salvarlas, que ocurrir á las armas, y fiar en la proteccion del Dios de los ejércitos, que no permitirá se pisen sin castigo los preceptos, que ha grabado en el corazon de los hombres para la observancia de la justicia, y los pactos sacrosantos que sirven de base á la subsistencia de las sociedades humanas.

Nuestros padres, nuestros hermanos, y parientes las tienen ya en las manos, y nosotros correriamos á pelear á su lado, si un mar inmenso no nos cortase el paso. Pero hay otros sacrificios no menos necesarios que el manejo de la espada: son estos el de ministrar auxilios para el costo de los gastos incalculables de la guerra; y en esto es en lo que nosotros podemos servir á nuestra nacion y Príncipe, y que desde luego no dudo lo ejecutareis, mis muy amados súbditos, con aquella franquezą vuestra, con la liberalidad de vuestros mayores.

En semejantes circunstancias la necesidad obliga á imponer contribuciones proporcionadas á las urgencias del estado, y facultades de cada uno de los individuos que lo componen. Pero agraviaria yo la noble generosidad peruana si adoptase este medió: agraviaria el encendido amor y lealtad que profesa á nuestro amable Soberano el Señor FERNANDO VII.

Cada uno procura traer consigo su imágen, como una prenda que quiere y estima su corazon. Pues, hombres leales y generosos: matronas virtuosas y magnificas: vasallos queridos de FERNANDO VII....el amable original de ese retrato que llevais adornado de brillantes piedras y soberbios plumages, desposeido de la grandeza y dignidad propias á vuestro Emperador y Rey, yace humillado en una obscura prision, desde la cual os manifiesta las cadenas, que ha preferido por ser vuestro Rey y padre, al trono y libertad que se le ofrecian en extraños paises.

Nosotros no podemos oir escena tan trágica y lastimosa, sin que sean atravesados nuestros corazones con el mas penetrante y acerbo dardo de cuantos pueden herirle en el dolor y la desgracia.. Asi valientes españoles y americanos, mientras ellos palpiten dentro del pecho: mientras corra por nuestras venas la sangre de los inmortales campeones que se sepultaron bajo las ruinas de Numancia y Sagunto, por la libertad de la patria: mientras circulen los espiritus de los que con tanto valor y gloria han defendido y defienden la América española, nuestras haciendas, y nuestras vidas során sacrificadas al bien ines

timable de poseer á FERNANDO VII. La monarquia bajo de su dulce imperio, adquirirá órden, explendor y riquezas, cimentándose en la justícia y en el tierno reconocimiento con que recordará este Príncipe los esfuerzos singulares de sus pueblos, por restaurarle la libertad y conservarle el cetro.

Este es el voto unánime de todas las provincias de nuestras dos Américas. En los oficios que me han dirigido sus dignos jefes anuncian llenos de placer y júbilo, que domina un solo espíritu, que es única la voz que se pye: esta es la de proclamar y tener á FERNANDO VII por su Monarca y Soberano. ¡Dichoso Príncipe, cuya adversidad le ha manifestado reynaba en los corazones de sus inumerables vasallos, recibiendo de ellos el testimonio de amor mas general, sincero, y expresivo, de cuantos ha disfrutado otro alguno sobre la tierra!

De estos mismos preciosos sentimientos ha emanado, que ántes de insinuacion alguna mia, se han apresurado muchos individuos del noble vecindario de esta capital á ofrecer cuantiosos donativos, que he mandado se reciban en estas reales cajas, y se formen listas circunstanciadas, como tambien de los que sigan haciéndose, para que impresas en la Minerva, quede este monumento glorioso á la Patria, y este noble ejemplar á la imitacion de la posteridad.

Será deber mio muy particular y muy grato á mi corazon, instruir á S. M. de la lealtad de tan recomendables vasallos, y de las relevantísimas pruebas que han dado y continúan dando de su acendrado amor á su Real Persona.

Lima, y Octubre 18 de 1808.

JOSÉ ABASCAL.

PROCLAMA,

D. JOSÉ FERNANDO DE ABASCAL Y SOUSA, CABALLERO DEL HÁBITO DE SANTIAGO, MARISCAL DE CAMPO DE LOS REALES EJÉRCITOS, VIREY, GOBERNADOR Y CAPITAN GENERAL DEL PERÚ, PRESIDENTE DE LA REAL AUDIENCIA DE LIMA, SUPERINTENDENTE SUB-DELEGADO DE REAL HACIENDA

ETC.

Peruanos: en medio de los melancólicos dias que han pasado, teneis no pequeña parte en la gloriosa satisfaccion de haber presentado el espectáculo mas augusto, la armonia mas sublime que se ha visto jamas sobre la tierra. Unánimes con la madre España, todas las naciones que componen nuestras colonias, desde el fondo de las Californias hasta la isla de Chiloé, y desde el Missisipi al Paraná, aunque tan diversas en genio, lenguaje y costumbres, han levantado hasta el cielo sus elamores unísonos. Al contínuo ruego de mas de veinte millones de hombres, el Dios del universo se ha dignado dirigirnos sus ojos apacibles, para volverlos despues llenos de su terrible ira contra el pérfido monarca de la Francia, sus infames satélites, y sus asesinas legiones. Ha llegado ya el momento de la venganza, y el miserable Napoleon, y la nacion que le ha su

frido, han colmado la medida de sus abominaciones, y točan ya el término fatal señalado para la expiacion de tantos cri

menes.

Las aguas del Ebro y Guadalquivir corren ya teñidas de sangre enemiga. Esos exércitos de raposas, que simulando amistad, se introdujeron en la madre patria, estan ya disipados, y sus feroces capitanes cargan las cadenas que les preparó su atroz barbarie; y aun se nos dice, que el inhumano corso tuvo que huir tan vergonzosa como precipitadamente. No, no consolidará la ceniza de tantos cadáveres, sobre que está cimentado su inmundo trono, con las lágrimas de los fieles é intrépidos españoles. El dulce canto de nuestras primeras victorias ha llegado ya á las regiones mas remotas; y con la próxima esperanza de ver al bien amado FERNANDO en medio de sus inmensos dominios, se aviva el fuego de nuestros corazones, nuestro valor se fortifica, y no hay sacrificio que nos parezca grande, por lograr tanta ventura.

Cuando en las tierras de la madre España, no hay uno solo de vuestros padres y hermanos que no ofrezca gustoso sus haciendas, su vida, y todo su ser: cuando los mismos ingleses nos franquean desinteresadamente sus escuadras señoras de los mares, sus armas, sus personas y caudales ¿quién ha de imaginarse que respire uno solo de vosotros, que gozando las delicias de este suelo bicnhadado, se excuse á contribuir con cuanto le sea posible á la causa comun de todos los reyes, los pueblos y los hombres?

Os aseguro que mi corazon se conmovió, cuando advertí que vuestra generosidad habia prevenido mi primera proclama, y si ahora os dirijo esta segunda, no me hagai el agravio de creer que desconfio de vuestra franqueza: todo lo contrario; pues al contemplarme puesto por la divina providencia á la cabeza de un pueblo tan fiel, tan generoso y lleno de amoroso entusiasmo, hácia nuestro legítimo soberano, me tengo por el jefe mas afortunado: no llevo en esto otro objeto que haceros presente, que el buque que ha de transportar nuestras ofrendas, le considero divisando ya nuestras riveras. Apresuraos pues á completarlas: que los dignos enviados para conducirlas, vean vuestra generosa anticipacion, y refieran á nuestros hermanos de Europa el impaciente ardor que teniais por su llegada.

Habitantes de todas clases y sexos: la pequeña moneda del pobre es tan apreciable como las cuantiosas exhibiciones del ciudadano opulento. No temais ofrecerla en el altar de la patria: con ella adquirireis la inefable gloria de presentar á los siglos futuros otra armonia mas sublime y otro espectáculo mas màgestuoso, que el que os dibujé al principio. El universo

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