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¡Mal haya ese París tan divertido, Con todas sus famosas fruslerías

Que á soledad me tienen reducido!»>

Esta composición, que Bello dejó sin concluir, no aparece en la América poética, ni en la Biblioteca de Escritores venezolanos contemporáneos, ordenada y publicada en París por el Ministro plenipotenciario de Venezuela en España D. José M. Rojas, ni en la Colección de poesías originales de Bello, también impresa en París por los editores Rosa y Bouret en 1870. Esta composición, de la que han salido á luz ciento treinta y cinco versos en las Poesías de Andrés Bello publicadas en Madrid el año de 1882 con muy esmerado gusto, y á la que acaba de añadir diez y ocho versos más encontrados en los borradores del gran escritor americano su diligente y benemérito biógrafo Don Miguel Luis Amunátegui, no creo yo que merezca ser preferida «á los mejores trozos de la mejor epístola del mejor de los Argensolas, »> como dice Olmedo, con su natural vehemencia, en un rapto de entusiasmo y de gratitud; pero sí que puede hombrearse dignamente con cualquiera otra de los buenos tiempos de la poesía castellana. Díganlo estos bellos rasgos alusivos al vate del Guayas y honrosísimos para ambos insignes cantores:

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"¡Feliz, oh Musa, el que miraste pía Cuando á la nueva luz recién nacido

Los tiernezuelos párpados abría!

No ciega nunca el pecho embebecido
En la visión de la ideal belleza,

De incesantes contiendas el ruído.

El niño Amor la lira le adereza,
Y dictanle cantares inocentes
Virtud, humanidad, naturaleza.

Oye el vano bullicio de esa gente
Desventurada á quien la paz irrita
Y se aduerme al susurro de la fuente,

Ó por mejor decir, un mundo habita
Suyo, donde más bello el suelo y rico
La edad feliz del oro resucita;

Donde no se conoce esteva ó pico,
Y vive mansa gente en leda holgura
Vistiendo aún el pastoral pellico,

Ni halló jamás cabida la perjura
Fé, la codicia ó la ambición tirana
Que nacida al imperio se figura,

Ni á la plebe deslumbra, insulsa y vana,

De la extranjera seda el atavío,

Con que tal vez el crimen se engalana..

Si estos hermosos conceptos, expresados con tanta fluidez y tersura, no abonasen el afán con que Olmedo suspiraba porque su amigo prosiguiese la epístola que tan bien había em

pezado, bastarían para justificar el sentimiento de que el autor no la terminase ó de que se haya perdido la conclusión, no encontrada entre los papeles de Bello. El ligero defecto de aconsonantar inocentes con gente y fuente, que se nota en los citados tercetos, habría sin duda desaparecido si aquél los hubiese acabado y limado, pues son pocos los poetas españoles que en materias de corrección y de gusto rayan tan alto como el cantor de La Agricultura de la Zona tórrida. Consuela ver con cuánta efusión y sinceridad encomia Bello las excelentes calidades de su ilustre amigo, aunque era tal vez el único de los líricos americanos que por entonces podían rivalizar con él en inspiración y mérito. Con razón aseguraba Cervantes que el honrado da honra sin poder hacer otra cosa.

Merced á la fuerza incontrastable de la vocación literaria que era en él como segunda naturaleza, Olmedo, olvidando hasta cierto punto los disgustos que poco antes habían amargado su espíritu, se apresuró á contestar de esta suerte á la carta que en los últimos días de junio recibió de Londres:

«PARÍS, julio 2 de 1827.-42 Taitbout. »>Mi querido compadre y amigo:

»Cuando ya se empezaban á abrir mis bra

zos por sí mismos para abrazar á V., creyendo

que á esta hora estuviese V. cuando menos en la barrera de Clichy, recibo con su carta del 28 de junio la enfriada más completa que puede recibir un amigo ó un amante impaciente en sus esperanzas.

>>Mucho celebro que esté V. contento con Madrid. No podía ser de otra suerte.

»No he visto todavía el tercer Repertorio. Biré creyó que yo lo tenía aquí, y no me lo envió ni me lo trajo. Si yo no tuviera á V. tan conocido, habría tenido una pesadumbre con la detestabilidad (como V. la llama) de su artículo sobre el Horacio Burgosino... Ó yo estoy muy engañado sobre el carácter de V., 6 V. tiene un amor propio muy exquisito. Deseo mucho ver esa censura, y aunque no tengo en torno mis mamotretos, como era preciso, sin embargo, censuraré como pueda esa censura (por acá ahora la censura es triunfo); y espere V. verdades en camisa,-pero más honestidad.-Yo, por aparentar que sé algo, soy muy severo con las composiciones ajenas.

>>No es cierto que yo no quiero dar versos para el cuarto Repertorio; lo que es cierto es que yo no puedo dar, y que V. quiere que yo no pueda. La gracia está perdida; y si V. no me confiesa, no podré recuperarla.-Díceme V. que ponga la última mano á la segunda epístola de Pope. Hombre de Dios, ¿cómo quie

re V. que yo remiende estos andrajos, cuando así como están me parecen primorosos y perfectos? V. sólo podía entrar en esta penosa tarea. Para el cuarto Repertorio, que salga á luz el fragmento de los Tres reinos, y aseguro á V. tres coronas (r). Dé V. allí una idea de la traducción de la primera epístola de Pope; prometa para el número siguiente la segunda, y este será el modo de comprometerme ó de comprome

terse.

>> No admite V. mis disculpas, que se fundan en el ya no puedo; pues sepa V., amigo, que es la verdad purísima. El otro día empecé la tercera de Pope, y me confirmo en la impotencia: aún permanece en sus veintinueve. Otro día se me antojó traducir la primera oda de Horacio, en el mismo metro, por ejemplo:

Cayo, de príncipes nieto magnánimo,

Mi amparo y... otros, cubriéndose

De polvo olímpico, busquen la gloria.

La meta...

»Voila tout. Y van cinco días. Y después dirá V. que miento. No, amigo. La gracia (si merece ese nombre) es perdida. Sólo al lado de V. pudiera ir recuperándola.

(1) Alude á la traducción que hizo Bello de un fragmento de Les trois régnes de la Nature de Delille.

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