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cri de Fóscolo en la Elegía, también titulada Los sepulcros, dirigida á D. Manuel Robredo (1). Pero ¿á quién le ha ocurrido tildar á Quintana porque en sus versos para la Corona fúnebre de la Duquesa de Frías imite y haga suyo en una de las mejores estrofas un pensamiento de Marco Aurelio? ¿Quién acriminará al Duque de Rivas porque al retratar á Napoleón I diga en sus bellos romances históricos que el prepotente emperador era

«De infierno, de cielo y tierra

Un incomprensible aborto,

Un prodigioso compuesto

De ángel, de hombre y de demonio,»

recordando el verso

"Esprit mystérieux, mortel, ange ou démon,»

en que Lamartine retrata á Byron, ni porque en esotro verso de La fuerza del sino:

«Monarca de la luz, padre del día,»

(1) Así empieza Hugo Fóscolo su poesía dedicada á Pinde

monte:

"All' ombra de' cipressi e dentro l' urne
Confortate di pianto é forse il sonno

Della morte men duro?»

La poesía de Heredia á Robredo principia así:

"De lánguidos cipreses á la sombra,
Y en urnas que el amor baña con llanto
¿Es más plácido el sueño de la tumba?»

traduzca, hermoseando la frase, el del poeta inglés:

"King of the sky, and father of the day?»>

En resolución, cuando Pombo dice que «lo sublime, que para otros poetas es rapto de embriaguez momentánea, es agua ordinaria para el Homero de Guayaquil,» afirma una gran verdad, comprobada como en ninguna poesía del autor en la oda Al General Flores, vencedor en Miñarica.

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EDUCIDO por el mérito del poema que acabo de examinar, me he detenido mucho hablando de él. Seré, pues, muy breve al discurrir sobre los otros. De algunos tiene ya conocimiento el lector por los varios trozos citados en la parte biográfica. Mas si bien es cierto que las obras en que principalmente se funda la reputación de Olmedo son La victoria de Junín y la oda Al General Flores, sería injusto dejar olvidadas, entre otras piezas de menos valer, composiciones como la titulada Á un amigo en el nacimiento de su primogénito, y el Ensayo sobre el hombre, de Alejandro Pope, vertido gallardamente á nuestro idioma.

Aunque de índole más sujetiva, no es aqué

lla inferior en calidades poéticas á las famosas odas marciales. Los excelentes escritores chilenos, cuya opinión desfavorable al cantor del Guayas me he visto precisado á contradecir por rendir tributo á la verdad, reconocen paladinamente que no pueden negarse las bellezas externas de tan hermosa poesía; pero exajeran el rigor de la censura en cuanto hace relación á lo sustancial de los conceptos. Sensible es para quien aprecia en mucho á los Sres. Amunáteguis encontrarlos en esta ocasión tan extremados en su falta de benevolencia. En prueba de ello, véanse las palabras en que formulan tal juicio: «Considerad que Olmedo se encuentra junto á la cuna de un niño, el hijo único de dos esposos que por diez años han estado pidiendo al cielo esa bendición de su amor. El padre y la madre se hallan presentes, con el oído atento á la voz del poeta. Aguardan sin duda un horóscopo de felicidad. Pero Olmedo no sabe pronunciar más que palabras lúgubres, no sabe expresar más que presentimientos de desgracia... Es cierto que después de estos pronósticos de desgracia, de estas blasfemias contra la vida, el poeta encuentra acentos para estimular á su amigo Risel á que sepa á fuerza de talento y de virtud, no sólo encaminar al bien la índole tierna de aquel niño, sino también purificar de algún modo el aire infecto que va

á respirar... Pero el golpe estaba ya dado; los funestos vaticinios de Olmedo debían haber herido en lo más vivo del corazón á sus dos amigos; el tono más calmado de la última parte de la silva no debió alcanzar á desvanecer la amargura de la primera. No pretendemos seguramente que sea vedado llorar y mostrarse desengañado del mundo al lado de una cuna; pero creemos que es intempestivo, poco delicado, cruel, manifestar á un padre y á una madre que os piden una bendición para su primero y único hijo, el deseo de que ese niño que principia á vivir vuelva á la nada.»

Cruel en demasía me parece tan infundado dictamen. Para contradecirlo y anularlo basta oponer á las durísimas observaciones del crítico los sentidos versos del poeta.

«¡Tanto bien es vivir, que presurosos

Deudos y amigos plácidos rodean

La cuna del que nace!

¡Y en versos numerosos

Con felices pronósticos recrean

La ilusión paternal! Uno la frente

Besa del inocente,

Pero ¿será feliz, ó serán tantas
Hermosas esperanzas, ilusiones?
Ilusiones, Risel. Ese agraciado
Niño, tu amor y tu embeleso ahora,

Hombre nace á miseria condenado.»

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