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adelantar hasta el punto de poder hombrearse con verdaderos pintores.

Aleccionado por las grandiosas creaciones del romanticismo inglés que le enseñaron á estimar debidamente á nuestros admirables dramáticos de los siglos xvi y XVII, calumniados ó escarnecidos por aristarcos apegados al erróneo principio de la imitación servil; ansioso de acercarse á la madre patria lo más posible, D. Ángel abandonó con su mujer é hijos la isla de Malta en Marzo de 1830. El general Ponsonby, teniente gobernador, puso á su disposición generosamente un yate para que los transportase á Francia, donde la revolución poética iniciada en Alemania por Klopstock, Wieland y Lessing, llevada á su mayor apogeo por Goethe y Schiller, canonizada y reducida á fórmula preceptiva por Federico y Augusto Guillermo Schlegel, acababa de estallar con inaudito vigor en los cánticos de Víctor Hugo y Lamartine y en los dramas de Dumas, merced á las semillas oportunamente derrama das por Chateaubriand, Constant y madama Stael. Esta revolución, que proclamaba amplia libertad en materias de gusto literario, derrocando el principio de imitación y favoreciendo el desarrollo poético de la verdad, no podía menos de herir vivamente la imaginación de un hombre tan bien templado para com

prender y seguir el impulso de las corrientes regeneradoras.

Los cinco años que Saavedra permaneció en Malta, durante los cuales experimentő transformación tan radical en sus creencias artísticas, fueron para él como un oasis de felicidad en medio de las tempestades y amarguras de la emigración. Allí nació su primogénito, que debía proporcionarle un día gozo indecible mereciendo y ocupando á su lado un sillón en la Real Academia Española. Allí tuvo además otros dos hijos. Allí recibió el impulso que le llevó á considerar el arte desde nuevos puntos de vista, y fué también donde encontró la verdadera originalidad, no fundada, como algunos ignorantes suponen, en decir lo que nadie ha dicho, sino en combinar los elem entos que existen en la naturaleza, en la historia ó en el mundo de las ficciones consagradas por la fama, infundiéndoles nuevo sér, haciéndolos servir á distintos fines, revistiéndolos de un carácter cuyos elementos vitales sean hijos exclusivamente del poeta.

"De luchar fatigado

Con las rugientes ondas del Tirreno

Y con los huracanes bramadores,

como él dice en La sombra del trovador, compo

sición llena de fuego é inspirada por la dolorosa pérdida de la Duquesa de Frías, llegó

"..... á las verdes olas

Que reciben del Ródano tributo.»

Pero no cansada la suerte de serle madrastra, la caida del ministerio Martignac y la política intolerante del que le sucedió en el poder le forzaron á detenerse en Marsella, donde á poco recibió terminante orden de establecerse con su familia en Orleans. Falto allí de recursos utilizó sus conocimientos para ayudarse á vivir, abriendo escuela de pintura y vendiendo las obras de su pincel.

Á los cuatro meses acaeció la revolución de Julio y pudo marcharse á París. Allí encontró á Galiano y á Istúriz, no menos persuadidos que ya él lo estaba de la engañosa vanidad del principio revolucionario á que habían rendido tributo del año 20 al 23, é igualmente aleccionados por la experiencia. Esta maestra de la vida, cuya enseñanza suele ser tan amarga como costosa, le apartó de los emigrados españoles que ni en el destierro dejaban de luchar entre sí con sañudo encono. Extraño á las descabelladas conspiraciones que dieron por fruto el fusilamiento de Torrijos, sólo conspiró entonces D. Ángel en pro de su fama, ya pintando retratos, ya consagrándose en Tours,

donde buscó refugio contra los estragos del cólera morbo, á terminar El moro expósito y escribir el D. Álvaro, drama que por sí solo bastaría para asegurarle renombre imperecedero.

VII.

L hombre que nunca fué avaro de su propia sangre si era necesario verter

la por defender la independencia de la patria ó las libertades públicas (y que se mostró constantemente galán, valiente y discreto, como el héroe de la comedia famosa de Mira de Amescua), amaestrado ahora por la adversidad, engrandecido su espíritu en los azares de la proscripción, halló el secreto de su propia fuerza en el libre desahogo de la fantasía y en su acendrado españolismo. Cualidad que tanto le caracteriza resalta mucho en la Leyenda en doce romances impresa en París por el editor Salvá en 1833 y publicada á principios de 1834. El autor la rotuló «El moro expósito, ó Córdoba y Búrgos en el siglo décimo.» Este poema, sin precedentes en nuestra literatura, único de su clase hasta hoy día en el parnaso castellano, fué, por decirlo así, la bandera de

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