propia que comunique á los elementos ajenos de que se apodere. De no ser así, la historia del ingenio humano se convertiría en un proceso criminal donde ningún hombre ilustre podría justamente librarse del ignominioso título de ladrón. Lo que importa en esta materia no es saber si se ha tomado algo de otro, sino si se ha tenido la habilidad de asimilárselo. No si tal situación, tal carácter ó tal idea semejan á otra idea, otra situación ú otro carácter, sino conocer si han recibido nuevo aliento en la distinta combinación que les han dado. Un mismo raudal contribuye á producir en unos sitios verdura y flores, y en otros desaparece infructífero entre arenales. El quid no está en el agua, está en el terreno; y todos los plagios del mundo juntos serán ineficaces para lograr que pensamientos extraños arraiguen y florezcan en una cabeza estéril. Por el contrario, hasta reproduciendo á veces cosas ajenas se puede llegar á la originalidad, si se les presta el fuego invisible que las reviste de aquel inapreciable matiz signo seguro de belleza. X. D ECLARADA mayor de edad Isabel II poco después de haber caido Espar tero á impulso de los mismos deplorables medios que le encumbraron, reconocida al fin como Reina de España por el Monarca de las dos Sicilias, el Duque de Rivas, á la sazón Vicepresidente del Senado, recibió el nombramiento de Ministro plenipotenciario en Nápoles. Poco favorable impresión le causó la antigua Parténope, de la cual su fantasía, la lectura de los clásicos antiguos y las descripciones encomiásticas de escritores españoles como Quevedo y Cervantes le habían hecho concebir halagüeña idea. Descubren esa mala impresión de su ánimo las amenas epístolas en varios metros compuestas al correr de la pluma y dirigidas á su cuñado el diplomático D. Leopoldo Augusto de Cueto, ahora Marqués de Valmar, residente en Lis boa por aquel entonces. En una de las primeras le decía: "Estoy desesperado, pues fallidas Y en llegando á Madrid, su merecido Que, como acordarás, por la mañana "No hay región en el orbe descubierta "¡Qué clima! ¡Qué placeres! Los eneros »Allí producen flores los abrojos, » Y en banquetes, teatros y funciones Que es Nápoles país abominable, Y el peor que hay del Sur á los Triones. Ni un solo día he visto el cielo puro, Hoy, primero de Abril, de nieve fría Y el mar montes de espuma al cielo envía. Aunque á las altas cumbres te remontes. ¡Cómo estarán de nardos y jazmines, Este cariñoso recuerdo de su predilecta ciudad andaluza explica el mal efecto que le causó al pronto la que se mira en el poético golfo azul arrullada por las sirenas. Como toda imaginación acalorada y vehemente, la del Duque se había forjado respecto de Nápoles ilusiones á que no llega nunca la realidad, por grande que sea su hermosura. Y como al pisar aquel suelo privilegiado carecía en él de amistosas relaciones, indispensables á las almas comunicativas; como le recibieron con aspereza los rigores de la estación, y había soñado encontrar allí perpetua y florida primavera, el desencanto superó á lo que en cierto modo habría sido razonable. Poco tardó, no obstante, en mudar de bisiesto, trocándose á sus ojos aquella tierra en una especie de abreviado paraiso. La ilustre alcurnia del Duque y sus nobles prendas personales obtuvieron desde luego lisonjera acogida en la alta sociedad de la corte. La gran reputación literaria de que iba precedido le hizo contraer fina amistad con los sabios y artistas célebres del país, tales como el escultor Angelini, los pintores Marani y Smargiazzi, los eruditos Volpicella, Blanch y Carlos Troya, y los egregios poetas Campagna y Duque de Ventignano. Apreciando entonces como era justo los singulares atractivos de aquella espléndida naturaleza y la amabilidad y cultura de sus habitantes, se convenció de que los había juzgado mal y convirtió en entusiasmo el disgusto, merced á la movilidad de impresiones propia de su fogoso y vivaz carácter. Acusándole su cuñado de inconsecuente por tan radical mudanza, discúlpala el Duque en estos desenfadados ter cetos: «Vino después la primavera; el cielo, Antes de plomo bóveda pesada, De nácar y zafir tornóse un velo. Brotó feraz la pompa engalanada De vegas, de montañas, de jardines; Admiré en su esplendor estos confines; De un purísimo sol gocé las lumbres; Aprendí este lenguaje, y poco á poco |