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el ruido de las armas y de las victorias recientes de los ejércitos patriotas en Tucumán y Salta, electrizaban su▾ alma; y los batallones y escuadrones que disciplinaba á la sazón el General don José de San Martín en Mendoza, preparándose para una próxima campaña; la bandera con los colores nacionales flameando en medio de las columnas, cuando hacían ejercicio, todo aquel cuadro de animación marcial, hacía latir apresuradamente el pecho patriota de la joven, y presentir una victoria decisiva sobre los enemi- . gos y opresores de su patria.

Habían contribuído á despertar en Florencia el patriotismo exaltado que como argentina sentía, las relaciones entusiastas que desde niña oía leer á la familia de Herranz, 'sobre el entusiasmo del pueblo español de 1808, contra el Gran Capitán del siglo y sus ejércitos. Los triunfos de Bailén y de Vitoria, los hechos más sonados de los guerrilleros, la resistencia heroica de Zaragoza, Tarragona y Tortoša habían sido trasmitidos en continuas y extensas cartas á don Francisco, por un hijo de su hermano, oficial, del ejército español á las órdenes de Castaños y de Wellington.

Sensible á los hechos nobles y generosos, ya tuviesen lugar en España ó en América, el alma delicada de Florencia, á la vez que su espíritu firme, no podían menos de identificarse con los sucesos felices ó adversos de la revolución Argentina.

Cuando el cañón de la fortaleza anunciaba un triunfo de las armas patriotas, Florencia, feliz y contenta, se esmeraba en su vestir y en su peinado, deseando parecer más bella, si era posible, expresándose con toda discreción por no lastimar las afecciones de la familia que la había amparado en su desventura. Cuando las noticias eran contrarias á la revolución por las derrotas del Alto Perú, la joven, silenciosa y serena, pero afectada, permanecía en su habitación, pretextando el deseo de estar sola.

Entregada por completo á su pensamiento, á àquel amor dulce y ardiente de la patria, vivía sólo para él. De noche, al recogerse, caía de rodillas delante de una imagen del Rosario, que, después de las victorias de Belgrano, todas las

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patriotas adoraban, por creer, en su sencillez y en su fe, que ⚫por su influencia había sido derrotado y hecho prisionero el ejército español del General Tristán ;— allí, orando con fervor, con las manos cruzadas y la cabeza inclinada, pedía á la Virgen el triunfo completo y definitivo de las armas argentinas.

«Si mi sangre, decía; si mi vida fuera útil á la causa nacional, ¡cómo no la había de ofrecer resuelta y feliz!

Mientras tanto, era ella la única persona que en aquella casa de españoles, de godcs (1), como se decía entonces, hacía votos por el triunfo de las armas patriotas. La familia Herranz, y los empleados y sirvientes de la casa, españoles también, mostrábanse airados, lo que era natural, cuando de insurgentes se trataba: don Francisco y su esposa. guardadan la más absoluta reserva y excusaban todo lo más, el referirse á los sucesos políticos.

Los empleados eran dos jóvenes, como de veinte años el uno y veinticuatro el otro: el primero, Ramón Martínez y Eguía, tenía á su cargo las cuentas y libros y copia de co'rrespondencia, porque don Francisco escribía ésta y corría con la caja. El segundo, Manuel Ortiz y Zamborain, muy inteligente, activo y animoso, era el empleado viajero, que tan luego llegaba á Buenos Aires para la entrega de envíos de frutos, que de Mendoza se hacían, conduciendo á su vuelta sumas de dinero, ó visitaba las provincias andinas en demanda de productos ó de pedidos comerciales, ó cruzaba los Andes por los diversos pasos conocidos y habitua⚫les, pasando al territorio chileno ó al Alto Perú.

Era Ortiz el alma y brazo fuerte de don Francisco, porque sin él se hubiera considerado aislado en Mendoza, en medio de la revolución y del vaivén de los acontecimientos. Varios móviles agitaban el espíritu de Ortiz en aquellos

momentos.

Por mucho tiempo había seguido con interés los progre

(1) Para ser exactos en nuestra relación, hacemos uso de esta voz, muy usual en aquel tiempo; así como las de chapetón y maturrango. Los españoles también decían de los americanos: insurgentes, libertos, y algo peor.

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sos que hacía Florencia, tanto en lo físico como en lo moral. Con la oportunidad de verse cercà de ella á la hora de la mesa, ó en las cortas veladas de la noche, en familia, había tenido ocasión de cultivar con reserva y gradualmente la amistad de la joven; sentía por ella una afección que crecía, y más de una vez, á la vuelta de un viaje que había durado meses, parecía resuelto á manifestárselo á la joven; pero era ésta tan sencilla, tan igual, tan indiferente á las atenciones de Ortiz, que éste temía ser importuno y exponerse á un desaire.

Así mismo, cumplido un viaje á Santiago de Chile y de vuelta en Mendoza; viaje que, á juzgar por la apariencia de la familia Herranz, había sido de resultados satisfactorios, resolvió Ortiz manifestar á Florencia su afecto y su amor.

II

Por esos días, el reservado y grave don Francisco se encontraba más animado, más comunicativo; y de acuerdo con su esposa, que también participaba de la misma animación, invitaron para una comida de confianza á dos familias de españoles, comerciantes establecidos en Mendoza desde el siglo pasado.

La comida fué severa y casi silenciosa, como correspondía al carácter del anfitrión é invitados; pero luego que las buenas copas de vinos españoles hicieron entrar en calor á los asistentes, manifestándose por más animación en el semblante y mayor vivacidad en la vista, dió lugar á una conversación cordial y amistosa. Al café, cuando se retiraron los sirvientes, Ortiz, á indicación de don Francisco, se levantó y cerró suavemente la puerta.

Los hombres hicieron un círculo á la cabecera de la mesa, y las señoras en el extremo opuesto.

Don Francisco dijo á sus amigos, en voz baja: «El ejército está avisado, y el General Maroto ha tomado sus medidas para destruir los planes de este puñado de insurgentes y de

este loco que los manda, por si acaso pretendiesen pasar los Andes; y agregó: «En la próxima primavera estarán los nuestros en Mendoza y marcharán sobre Buenos Aires á des truir el germen de la traición hecha á España y al Rey.

«Mi sobrino León de Herranz, Capitán de Estado Mayor en el Ejército del Rey, en Chile, llegado al Callao el año anterior con los famosos lanceros de Fernando VII, ha presentado al general á mi dependiente Ortiz, leyéndole mi sobrino la carta que le dirigí dándole noticias y conocimiento extenso de la situación y espíritu de estas Provincias, que son realistas de corazón, y que no esperan sino que el ejército de Su Majestad pase resueltamente los Andes, para concluir con esta multitud de montoneros.

«Que el ejército de San Martín es una sombra de ejército por el número, les decía; pero que es tal la organización que este demonio de hombre les da, sobre la base del Regimiento de granaderos á caballo, que allá en la costa del Paraná, en un paraje que se llama San Lorenzo, se estrenó por primera vez con nuestros soldados, combatiendo con cierta fortuna, que ha llegado á hacer creer, desde el primero al último soldado, que bastará una maniobra que á su tiempo conocerán, y una carga de los famosos granaderos, con sus largos sables, para poner en derrota á los ejércitos españoles, desde Santiago hasta Lima.

<< Les he dicho que es necesario prevenirse contra un golpe de mano de San Martín; porque, creedme, cuando veo volver á ese hombre del campo de maniobras, de mañana ó de tarde, seguido de su asistente, al paso de su caballo negro andador, envuelto en su capa militar, abstraído en sus pensamientos, con la vista inclinada, subir lentamente por la calle larga hasta su cuartel general, sin preocuparse de las gentes que pasan, ni de ninguno de los detalles que surgen á su paso, pienso, á mi vez, y me preocupa la idea de que San Martín madura algún plan ó maniobra decisiva sobre los ejércitos del Rey.

«Firme en ese pensamiento, observo todos los movimientos del ejército insurgente, sus progresos en la infantería y artillería, y el arreglo de sus armas y perfeccionamiento de

su material, sobre todo la forma de las cureñas para los cañones en línea ó de marcha. Tengo yo un viejo amigo comprovinciano, empleado en la herrería-maestranza del ejército, y por él obtengo datos preciosos y exactos.

Para aumentar mis temores y sospechas, entre un contingente ó auxiliares chilenos que tiene San Martín, hay un capitán Beltrán, de conocimientos superiores y de una actividad incansable; es él el que tiene la dirección de los trabajos: funde cañones, hace maniobrar los fusiles descompuestos y abandonados por inútiles en Mendoza, y de los que había gran cantidad; forja lanzas y sables, dando á éstos un temple, una proporción y un filo que me hacen temblar por nuestros hermanos; enriquece el parque con municiones de guerra bastantes á una campaña tenaz y reñida. En fin, nada le queda por hacer al capitán Beltrán, que, según referencias de los mismos auxiliares chilenos, ese maldito es un fraile franciscano, que no siendo su vocación la celda y el breviario, al primer toque de corneta insurgente colgó sus hábitos y abandonó el convento, presentándose á los ejércitos de la revolución.*

« Agregad á esto el aumento de plazas que obtiene constantemente la infantería, por el contingente que le proporcionan los voluntarios de Buenos Aires, pardos y morenos, orgullosos con sus triunfos; y los de las otras Provincias que no quieren ser menos, prefiriendo la caballería y la artillería; la dedicación de San Martín en instruir á los oficiales en la táctica, presidiendo con severidad y energía la academia, en que, desde coronel á alférez, todos están atentos y respetuosos á las lecciones del maestro; y tendremos motivos fundados para observar y vigilar la actitud que en adelante manifiesten.

«

He creído deber comunicaros, mis amigos, estos datos, agregó don Francisco, porque interesados como yo por patriotismo, en que la causa de España y del Rey triunfe pronto y bien, no debemos omitir sacrificio alguno de personas y de bienes, que Su Majestad el Rey nos lo tendrá en cuenta, y habremos merecido bien de la Patria.

Los convidados del señor de Herranz habían escuchado

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