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permanecéis por lo regular poco tiempo en Mendoza; vuestras ocupaciones han sido bastante activas, y casi no habéis tenido tiempo de fijar la atención en mí de una manera seria. Agradezco, sin embargo, las palabras de simpatía y amistad con que me favorecéis, y por mi parte os diré que os aprecio también, como generalmente sois apreciado aquí por todas las personas de esta casa; pero en cuanto á otro afecto, os engañaría si dijese que estaba dispuesta á sentirlo; no se me ha ocurrido pensar que pueda amar á un hombre, aunque esto sería lo regular; però ya sea porque no ha llegado el momento, ó porque no se ha cultivado lo bastante mi amistad, la verdad es que no me he preocupado de interesar especialmente á nadie. He deseado ser franca con vos, por la misma razón de que os aprecio, y porque sentiría un verdadero pesar si permanecierais en error.

-Está bien, replicó Ortiz; creía que no os era tan indiferente; pero ya que no rechazáis mi amistad, permitidme cultivar la vuestra, estrechándola y sosteniéndola en un grado de confianza á que yo me haré acreedor, cada vez más; y concededme el derecho de confiaros mis penas y mis alegrías, mis planes y mis esperanzas para el futuro.

-No sé, repuso vivamente Florencia, si no amándoos, como os lo he dicho, tendría yo derecho á vuestras confidencias, porque bien puede suceder que en vuestra ilusión creáis que la simple amistad tiene deberes que sólo corresponde observar á sentimientos y afectos más delicados y menos vulgares; y por esto desearía reflexionaseis antes de franquearos conmigo, haciéndome sabedora de actos, planes ó esperanzas que no debiera conocer.

Mirad, Florencia, cuanto me observéis será en vano: estoy empeñado en una partida, en la que he entrado casi insensiblemente y que hará mi felicidad ó mi desgracia. Estamos á 1.o de Noviembre de 1816; antes de fin de año sabré á qué atenerme. Dentro de ocho días parto nuevamente para la cordillera; allí me esperan amigos seguros. No sé si pasaré de Uspallata: eso depende de instrucciones que debo recibir allí de mis hermanos de causa, del otro lado de los Andes, que están en el valle esperando

mis noticias y estudios sobre cuestiones que tienen su base en Mendoza. Si atraviesó la cordillera no volveré hasta que los sucesos que se esperan hayan dado su fruto; si no están próximos, volveré á Mendoza para estrecharos la mano y deciros adiós, pues nadie puede saber el destino que me reserva la fortuna.

Al llegar á esta parte de su confidencia Ortiz, advirtieron los paseantes que, sin notarlo, habían dado la vuelta por la alameda, encontrándose cerca de la casa del señor de Herranz, á la que llegaron en breves instantes.

Florencia agradeció á Ortiz las atenciones de que había sido objeto, y le manifestó el deseo de continuar la conversación interrumpida.

Al día siguiente volvieron á encontrarse los jóvenes paseando por la quinta-jardín que de la casa dependía, y aproximándose Ortiz á Florencia, la saludó con fina atención, contestándole la joven con benevolencia. Siguieron marchando juntos por en medio de una calle de naranjos cubiertos de hojas verdes y brillantes, que proporcionaban una sombra agradable. El aire embalsamado por las plantas y árboles que en esa latitud y en aquella estación del año se cubren de flores, hacía más ameno el ejercicio. Ortiz fué el primero que inició la conversación.

- Anoche no he dormido, dijo; multitud de pensamientos, unos agradables, otros funestos, me han tenido en completa agitación; lo que hablamos ayer ha contribuído en mucha parte: precisaba y preciso abrir mi corazón que rebosa, y mi espíritu un tanto preocupado, á personas que puedan apreciar mis sufrimientos.

Florencia le contestó:

-

Ya me dijisteis ayer cuáles eran vuestros sentimientos respecto á mí, y creo que después de haberme oído, no debíamos volver más sobre ese asunto.

- Es verdad, expresó tristemente Ortiz; eso es una parte, pero no es todo. Si no recuerdo mal, os comuniqué un próximo viaje que me era indispensable efectuar brevemente: á ese acto me refiero; y sin dar lugar á que la joven observase, continuó diciendo: Los acontecimientos militares que

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se preparan por los ejércitos realistas que se encuentran acampados del otro lado de los Andes, en Chile, y también en el Alto Perú, prontamente, antes que el año concluya, ó á más tardar á principios del entrante, se habrán producido, invadiendo éstas desde Salta á Mendoza, y habrán cambiado estas regiones un tanto tranquilas ahora, cổn to-` dos los horrores de la guerra, porque las órdenes de Su Majestad son tremendas al respecto y no admiten modificación: estas provincias sublevadas contra la Madre Patria y su Rey, deben entrar á la obediencia definitivamente en todo el año que va á empezar, aunque para ello se tenga que llevarlo todo á sangre y fuego; no es posible que haya cuartel para el insurgente hasta llegar á Buenos Aires y concluir con la rebelión allí.

El espíritu patriota de la joven la hacía estremecer de indignación; y si Ortiz hubiera estado menos preocupado, habría podido notar que la persona á quien se dirigía, demostraba, por su semblante y su actitud altiva, pertenecer á la raza de los revolucionarios de América que habían jurado ser libres ó morir.

Florencia, reponiéndose, observó:

-Y bien: ¿qué relación puede tener vuestro viaje con el movimiento próximo de los ejércitos españoles?

-¡Ah! veo que no me comprendéis; soy yo el que ha de llevar las últimas notas tomadas sobre la composición del ejército de San Martín en Mendoza, su número determi'nado, las armas, infantería, caballería y artillería, y hasta el nombre de los jefes que las mandan; el plan probable de su general, que, aunque se ha guardado el mayor secreto sobre él, he podido obtener una correspondencia de San Martín, dirigida á Buenos Aires, al Director Supremo don Juan Martín Pueyrredón, la que no ofrece duda de que intenta invadir á Chile por la cordillera, pasando rápidamente por los pasos que ella ofrece. Esa correspondencia fué perdida por el oficial que la llevaba, antes de llegar á Buenos Aires, en Septiembre, y encontrada por un español, comerciante, que venía con una tropa de carretas, y que al llegar aquí la puso en manos del señor de Herranz; quien, impuesto

de ella, ha dado conocimiento, á las personas que deben conocerla, y cerrada y lacráda nuevamente se encuentra en mi poder, para remitirla con los demás documentos indicados que conduciré personalmente á la cordillera, si e-tá allí la persona que debe recibirlos; y si no está, iré hasta Santiago á entregarlos en propia mano al Regente, ó en su defecto al General Maroto.

Ya veis, Florencia, que tengo motivos para estar lleno de ansiedad por el resultado de este viaje; porque, de cierto, tan luego como se conozca en Chile el plan del General San Martín, los ejércitos realistas anticiparán su movimiento, y no podré volver á Mendoza sino con ellos ó después de su triunfo.

-Verdaderamente, comprendo vuestra ansiedad, contestó la joven haciendo esfuerzos por permanecer serena, á fin de que su palidez y su emoción no la traicionasen; dijisteis que os pondríais en viaje dentro de ocho días: ¿tan pronto pensáis partir?

*—Sí, el 10 partiré, porque para el '9 sin falta se me ha prometido el complemento de los datos que se hacen indispensables. Por otra parte, estas gentes nada sospechan; y día más, día meños no puede en manera alguna perjudicar nuestros trabajos: poseemos su secreto, y con él es seguro el triunfo de las armas del Rey.

La joven, inclinándose, se dijo entre sí: lo veremos; yo poseo el vuestro. sin pretender saberlo. Aun oponiéndome á vuestras confidencias, habéis insistido. Pues bien: con la conciencia tranquila, cumpliré con mi deber de argentina, ya que vos creéis deber cumplir con el de buen español realista.

Levantó la cabeza indiferente, como observando las hojas de los árboles, é invitó á Ortiz á seguir el camino que conducía al edificio.

IV

Existía por aquella época, en la iglesia matriz de Mendoza, un fraile franciscano que gozaba concepto de gran patriota, y á la vez de hombre recto y justo: se llamaba Fray Miguel Ángel, argentino, natural de Salta, con estudios hechos en la universidad de Córdoba. Cuéntase que en más de una ocasión el General San Martín había recurrido á su experiencia y conocimientos que de aquellas provincias tenía, escuchando sus opiniones con deferencia manifiesta, porque en aquellas regiones, donde aun se encontraban y agitaban intereses españoles, tenía necesidad, el gobernador ó jefe de los ejércitos patriotas, de proceder con tacto político á fin de neutralizar las voluntades hostiles que en el silencio y en la sombra podían perjudicar á la causa americana; - era, pues, aquel fraile un hombre de honor, que inspiraba confianza á todos los que lo conocían y trataban, y aun á los que no se encontraban en ese caso, pero que habían tenido ocasión de oir las referencias de su celo religioso, de su patriotismo y de su virtud.

Por lo general, el clero argentino se había manifestado con ideas formadas ya, cuando la declaración de la independencia, y en el Congreso de Tucumán, las ideas más firmes, los espíritus mejor templados, se encontraron en hombres que vestían el hábito del monje, que, como fray Justo Santa María de Oro, expresaba con palabras suaves, firmes y persuasivas, que después de la revolución de Mayo no era posible retroceder á la dominación de rey ó monarca alguno; que el sistema de gobierno que más convenía á la América, era la república con leyes propias que la sabiduría de los pueblos se diese; que él, por su parte, se retiraría del Congreso si sus colegas se desviaban de la línea recta que la revolución se había trazado, al desconocer las autoridades de España; pues que no en balde se había derramado sangre argentina á torrentes y se habían arro

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