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- Es necesario que vengas mañana; pasearemos por la quinta; tengo mucho que decirte.

-Está bien, contestó éste, apretando con cariño las manos de Florencia; y se despidió.

Montó en su caballo y partió lentamente, saludando; mientras la señora de Herranz y Florencia admiraban la apostura del oficial de granaderos.

X

En los primeros días de Enero de 1817 se vió claramente que el ejército acampado en Mendoza activaba sus preparativos; llamaba la atención la cantidad de caballos que se herraban diariamente; la maestranza seguía trabajando con ardor: después de haberse ocupado de las armas de la infantería y artillería, afilaba los sables de la caballería y reparaba el material y arreos de la misma. El General San Martín se encontraba constantemente en el campamento; al aclarar el día, las tropas estaban sobre las armas; formaban por divisiones la artillería, infantería y caballería, poniéndose en orden de marcha, y ejecutándola en diversas direcciones: volvían generalmente después de cuatro ó cinco horas. Estos simulacros se repetían cada dos días.

El seis de Enero, día de los Santos Reyes, un ayudante del general se desmontó cerca de la iglesia Matriz, y entrando en ella preguntó á un sacristán por fray Miguel Angel.

Transcurrieron algunos minutos, cuando volvió el motilón diciendo que su paternidad vendría en seguida.

En efecto, fray Miguel se presentó, y el oficial le entregó una carta del general, que decía:-«Mi buen amigo, si podéis hacer un paréntesis á vuestras ocupaciones, venid esta tarde al campamento: tengo que hablaros; buenas noticias. - San Martín.»

-Decid al general, contestó el fraile, que no faltaré,

y que no contesto esta carta porque con la función del día, me falta el tiempo.

Fué exacto fray Miguel; y esa tarde, casi de noche, llegaba al campamento en la calesa que le proporcionó un vecino..

Al verlo, el general le dijo, tomándole las manos:

-Victoria en toda la línea! Los godos cayeron en el lazo como inocentes pichones.

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-¿Cómo así, señor general?

-El movimiento previsto de las tropas españolas hacia el norte se está ejecutando con mucha cautela y sigilo. En todo este mes deben invadir á Salta por la quebrada de Humahuaca y reunirse en Jujuy, los generales españoles Lacerna y Olañeta, con la flor del ejército español, inclusos los famosos Talaveras y otras tropas llegadas recientemente de España. Deberán reunirse en Jujuy y efectuar la invasión inmediatamente, según las órdenes del Virrey Pezuela, que quiere, con una acometida vigorosa sobre Salta y Tucumán, distraer al ejército de Mendoza de lo que pretenda intentar sobre Chile, 6 bien desbaratar con su plan, anticipándose, mi. marcha anunciada hacia el

norte.

Así, pues, amigo mío, estamos con las piezas sobre el tablero, y si yo supiera que las divisiones del ejército español estaban ya reunidas, rompía la marcha dentro de ocho días; pero conviene que Lo nos precipitemos, á fin de que los realistas se vayan internando más y no puedan retroceder á tiempo.

Cuando estemos en Santiago, que será, Dios mediante, en todo Febrero, los chapetones volverán pie atrás con mayor ligereza que la empleada para invadir.

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Güemes y los gauchos patriotas de Salta, mientras tanto, los estrecharán en el terreno que pisen; tomarán los españoles la ciudad de Salta, y allí se harán fuertes, pero hostilizados por los bravos salteños y apremiados por la falta de medios de subsistencia, tendrán al fin que ponerse en retirada, convenientemente escoltados y batidos hasta el lugar de partida; y si adelantasen de Salta, está

Belgrano en Tucumán con un ejército retemplado y deseoso de reparar el desastre de Sipe-Sipe, y allí será la tumba de Lacerna, conro ya lo fué de Tristán.

Los ejércitos españoles del Alto Perú, en derrota ó retrocediendo á paso acelerado á Cotagayta, habrán perdido una parte de su fuerza y su moral, y sabiendo que nosotros estamos en Santiago dueños de Chile, retrocederán más y más, buscando un apoyo dentro de su propia conquista. Terreno perdido por ellos, es terreno reconquistado

por nosotros.

Tenemos á nuestro frente, más allá de la cordillera, en el Aconcagua, un ejército enemigo de dos á tres mil hombres, de las tres armas, mandado por el General Maroto, muy buen oficial; pero está averiguado que no existe buen general cuando éste es sorprendido. Ya verá usted su sorpresa, cuando se vea acometido de frente por una parte del ejército patriota y flanqueado por la otra mitad; aparte de las fuerzas diversas que operarán en varios puntos y á un solo fin.

Como usted ha de venir con nosotros, mi buen amigo, le explicaré esto sobre el terreno, después de la victoria.

-¿Y no me dice usted nada de la patriota mendocina? ¿sabe usted que la joven ha procedido como un general? ¡Qué auxiliar eficaz es la mujer cuando se encuentra animada de una pasión noble y es discreta! ¡Qué eminente servicio ha prestado á nuestra causa!

Sin su intervención, necesario es confesar que nuestro plan contaría con mayores dificultades: los españoles nos esperarían reforzados en Chile. ¿No la ha vuelto usted á ver?

-No, señor general; después que le trasmití las instrucciones recibidas de usted y le entregué el pliego que debía hacer llegar á Chile, no he oído más su voz. Crea usted que he pensado sobre el misterio de que se rodeaba, la exactitud de su juicio, la pureza de sus intenciones, la

escrupulosidad con que juzgaba y examinaba sus propios actos, y finalmente su patriotismo acrisolado. Es, sin duda, una alma predestinada por el Señor á cumplir un alto destino en situaciones excepcionales. ¿De qué medios se ha valido esa mujer para hacer llegar á manos de nuestros enemigos lo que así convenía á nuestra causa? ¡Misterio! ¡Que la protección de Dios le sirva de escudo!

-Es también mi opinión, fray Miguel, que la patriota mendocina no es una persona vulgar, y tengo la esperanza de que la volveremos á encontrar; crea usted que desearía conocerla para admirar sus condiciones morales.

Hablando de otra cosa, es necesario, mi buen amigo, que se vaya usted preparando para la campaña; porque concluído este mes, cualquier día desaparece el ejército de aquí y tomamos el camino de la cordillera hacia Chile.

-Estaré pronto, señor general, llegado el momento; bastará que usted me anuncie con dos palabras el día de la partida, para estar aquí á sus órdenes. ¿Qué tengo que preparar? Mi mula está descansada; desde el último viaje que hice á Tucumán no ha vuelto á salir, así es que avisándome de mañana, por la tarde estaré en el campamento. Yo también tengo deseos de admirar las bellezas de la cordillera atravesando sus estrechas sendas por la ladera del monte, de donde parece desprenderse el viajero, como atraído por el ruido de la catarata, hacia el precipició que se halla á sus pies.

-Pues bien, fray Miguel, hasta el día de la partida, dijo el general tendiéndole la mano; á menos que tengamos algo que comunicarnos antes.

Un momento después, fray Miguel salía para la ciudad, en el carruaje que lo había llevado. Lo acompañaba un oficial de caballería.

ΧΙ

Florencia tuvo ocasión de hablar extensamente con su hermano, en las visitas que éste hizo á la casa de Herranz en los días siguientes.

Gerardo, por las confidencias que le hizo su hermana, pudo apreciar el grado de patriotismo y abnegación que encerraba el pecho de la joven; comprendió que permaneciendo con la familia de Herranz, permanecía en campo enemigo, desde que era evidente que en aquella casa se conspiraba contra la libertad, y que continuando en ser testigo de los actos hostiles á la patria de parte de los protectores de Florencia en su orfandad, se incurría en falta de delicadeza; así es que preocupaba á los jóvenes el desligarse de aquella casa en donde Florencia había recibido atenciones inolvidables, que había tratado de compensar con sus servicios y cuidados, pero que no debía continuar recibiendo, desde que separaban á la protegida y á sus protectores ideas tan en oposición y tan difíciles de conciliarse, y mucho más dada la situación de la lucha, en que realistas y patriotas eran naturalmente enemigos, sin excluir á las mujeres y á los niños.

Cuando resuena el cañón y se oye el ruido de la batalla, los espíritus más moderados, más pacíficos, reciben el choque y se enardecen las pasiones, y la frase de orden de unos y otros es la de no haya cuartel!

En España, de 1808 á 1813, durante la guerra contra la dominación francesa, desgraciado de aquel que demostrase mediano ardor patriótico: se le consideraba enemigo y afrancesado, y se le perseguía á él y á su familia. A los militares de alguna notoriedad que no se pronunciaban pronto contra el invasor, se les arrastraba por la calle, ó se les colocaba una horca delante de la puerta de su casa, como diciéndoles: «ved lo que hacéis.>

No era regular ni aceptable que una patriota tan entu

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