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CAPÍTULO VIII.

Cárlos V autoriza la esclavitud de todos los indios que hagan resistencia á la conquista. Con este motivo infestan numerosos piratas las costas de Venezuela. Funda Ampues en 1527 la ciudad de Santa Ana de Coro.. Concede el emperador á los Belzares como feudo hereditario de la corona el pais que se estiende desde Maracapana hasta el cabo de la Vela. -Jornada de Ambrosio Alfinjer. - La de Jorje Spira y Nicolas de Federmann. — Gobierna la provincia el primer obispo de Coro Don Rodrigo de las Bastidas. El Dorado. Empieza la jornada de Felipe de Urrc. - Henrique Rembolt gobernador. El licenciado Frias y su teniente Juan de Carva

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jal. Fin de la jornada de Urre su muerte. La de su asesino.

Por el pronto, léjos de pensar la corte en poner cotos á estas demasías, añadió nuevos estímulos á las aviesas propensiones de los conquistadores. En vano clamaron por remedio ese mismo Cásas, sus hermanos en religion y unos pocos hombres virtuosos é ilustrados, á quienes partia el alma tanto estrago inútil, tanta opresion no merecida. El famoso Cárlos V que entónces gobernaba á España, aunque entendido y prudente, estaba mui ocupado en sus guerras y negociaciones europeas, para prestar á los asuntos del Nuevo-Mundo una atencion constante. Entregados por lo comun estos negocios á sus ministros flamencos, llevaban la marcha oscura y vacilante que les daba la imprevision, la ignorancia y codicia de unos hombres que no veian en aquellos países otra cosa que sus minas. Libre de este don funesto, Venezuela era la que ménos interes les inspiraba; y así, no solo fueron mas tardíos é imperfectos los establecimientos que en ella se intentaron, sino que la suerte de la tierra y de los habitantes apénas mereció los cuidados del gobierno, ni la atencion de los particulares. Un decreto del monarca autorizó á los españoles para reducir á esclavitud, sin escepcion, á todos los indígenas que se opusiesen á la conquista; y como en este caso se hallaban precisamente algunos habitantes caribes de las islas Y todas las razas belicosas de la tierra firme, pronto estuvieron los mares plagados de piratas, á quienes el cebo de una fácil ganancia estimulaba al latrocinio y la violencia. Las costas de Venezuela se vieron por esta causa invadidas, y entradas á fuego y

sangre con frecuencia. Los habitantes reunidos en gran número, lograban en ocasiones repeler á los agresores: las mas vezes sorprendidos, ó engañados con pérfidas caricias, caian sin resistencia en manos de estos, y pagaban con la esclavitud su imprevision ó su confianza. El mal llegó al estremo en poco tiempo, pues los indios, enseñados de una costosa esperiencia, conocieron que no podian resistir á tan terribles adversarios, y de luego á luego se internaron buscando refugio en las montañas.

Tan grande fué el escándalo producido por estos salteamientos, que la audiencia de Santo Domingo juzgó conveniente intervenir para cortarlos, haciendo que el derecho de esclavizar lo poseyeran solamente los conquistadores, y no esa turba de piratas oscuros que asolaban la tierra inútilmente. Con este objeto dispuso que Juan de Ampúes, sugeto de discrecion y de buen entendimiento, hiciese un viaje á la costa Curiana ó Coriana, que como frontera y mas inmediata á las islas habitadas por los aventureros, era tambien la mas acosada de sus vejaciones y violencias.

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No llevaba el comisionado autorizacion para poblar en el continente; mas bien considerado todo, se persuadió con razon de que era imposible atajar el mal, si no fundaba en la costa un establecimiento permanente, que sirviera de apoyo á su autoridad, y de resguardo á los indios. La tierra no era fértil ni amena destituida de minas, sin pesca de perlas, sin industria, era acaso el mas pobre, y triste de los paises esplorados desde el golfo de Paria. Pero convidábanle al asiento, ademas de su posicion respecto de las islas, las noticias que tuvo de la gente y sus señores. De estos el principal era un cacique poderoso de nombre Manauré, que gobernaba la nacion Caiquetia; aquesta, como casi todas las indianas, mansa en estremo, dócil á los halagos y buenos tratamientos. El caso lo probó. Manauré, convidado de paz, correspondió con un acogimiento lleno de franqueza y ofreció á Ampúes ricos presentes de oro. Aun hizo mas; pues cediendo prudentemente á la necesidad ó á las persuasiones del comisionado, ajustó con él un tratado en que se reconocia feudatario de los reyes de España, obligándose en nombre de sus súbditos á hacer pleito homenage á su corona. Dado este paso, solo faltaba enseñorearse buenamente del pais, y para ello, escogido un lugar acomodado, fundó Ampúes la ciudad de Santa Ana de Coro el año 1527. Subsiste aun, y está situada á dos leguas poco mas ó ménos de la marina, en terreno secano, arenoso y

descampado. Su puerto, que decimos de la Vela, es desabrigado : fértil y abundosa la tierra que le demora á pocas leguas de distancia entre el sur y el este rica hoi, en fin, la comarca en ganados de toda especie y en salinas.

Esta pacífica adquisicion de Ampúes hubiera debido servir de ejemplo y norma para el modo de establecer en aquellos paises el dominio y la civilizacion europeas. Acordárale entónces el gobierno una mediana proteccion y ella progresara y floreciera en poco tiempo con la buena disposicion de los indígenas; y Ampúes, realizando en gran parte el piadoso plán del padre Cásas, habria enseñado á sus compatriotas el mejor medio de fundar ricas colonias. Pero entonces la España, gobernada por un monarca guerrero y ambicioso, no aspiraba á las conquistas de la paz. Conducida por Europa en alas de la victoria, los combates eran su ocupacion, no el comercio; y al fin empobrecida por los grandes armamentos militares que pusieron en guerra el antiguo mundo, pagaba el precio de su efímera gloria, entregando las mas bellas comarcas del nuevo á la rapazidad de manos estranjeras. Este fué el caso en Venezuela.

De varios espedientes echó mano Cárlos V, para llevar adelante sus proyectos, y fué uno de ellos el de contraer grandes empeños pecuniarios con los Welseres ó Belzares de Ausburgo, acaso los mas ricos comerciantes de Europa á la sazon. Deseando pagarles, ó por ventura obtener nuevos socorros, les dió la provincia de Venezuela, desde el cabo de la Vela hasta Maracapana, para que la poseyesen como feudo hereditario de la corona; pero á condicion de conquistarla y fundar dos ciudades y tres fortalezas en los parajes que juzgaran aparentes. Concedióles ademas la facultad de nombrar un gobernador, con el título de adelantado, cuyo sueldo se pagaria con el cuatro por ciento de los quintos reales : la propiedad de doce leguas cuadradas en el sitio que escogiesen, y (lo que aun interesaba mas á los agraciados) la autorizacion de esclavizar los indios que se rehusasen á la obediencia. Los Belzares nombraron inmediatamente por adelantado á Ambrosio Alfinjer, y por su teniente general á Bartolomé Sailler, ambos de nacion alemanes; los cuales seguidos de 400 infantes españoles y 80 caballos, llegaron felizmente á Coro á fines del año de 1528. Al ver Ampúes los despachos imperiales, les dió con resignacion y modestia entero cumplimiento, poniendo en posesion del gobierno á aquellos estran

jeros; no sin secreto dolor de ver pasar á ajenas manos el fruto de las propias fatigas.

Confiar por tiempo limitado la conquista de un territorio, su gobierno y dominio útil á una compañía de mercaderes que quiere reembolsarse á toda prisa de sus fondos; y esto con poder de vida y muerte sobre los habitantes, era lo mismo que entregar estos y aquel como presa, á la acerada é impaciente garra de la codicia. Así por desgracia se vió luego. Abandonando el sistema que Ampúes empezó á seguir con tan próspera fortuna, determinó Alfinjer recorrer el pais en busca de oro, de perlas y de esclavos; y como las provincias mas renombradas allí de ricas y pobladas eran las que están á orillas del gran lago de San Bartolomé, hácia ellas dirigió sus pasos. Hizo construir á toda prisa bergantines calculados para entrar por las restingas y bajíos de la barra, y en ellos embarcó parte de su gente, siguiendo él por tierra con el resto.

De las altas montañas de Mérida, que demoran al sur del golfo de Venezuela, se desprenden dos sierras ménos elevadas, inclinándose como si fueran á juntarse en la marina, y feneciendo poco ántes de llegar á ella. Estas dos sierras, que son por el naciente la del Empalado, por el poniente la de Ocaña, forman con la cordillera de Mérida una curva circular, rota en forma de herradura por la parte del norte. Casi en el centro de esta grande hoya existe un hermoso lago cuyas aguas dulces ocupan setecientas leguas cuadradas de superficie: siendo este aquel tan famoso descubierto por Ojeda, y llamado por él de San Bartolomé, por los naturales de Coquibacoa; puesto que mas tarde dieron en denominarlo de Maracaibo, del nombre de un cacique poderoso que moraba en sus riberas. Es en efecto hermoso, y el mas grande que existe en el pais comprendido entre el istmo de Darien y la apartada Patagonia. La grande elevacion de las montañas circunvecinas y la espesura de los antiguos bosques que lo rodean, atraen sobre su hoya una inmensa cantidad de lluvias. Caen estas en un espacio de cuatro mil leguas cuadradas y todas se reunen en el lago; entrando tambien en él por ciento veinte bocas muchos rios considerables. Cuéntanse entre ellos el Zulia, que baja desde Pamplona, el Chama que tiene su origen en la region de las nieves, el Catatumbo, el Motatan, el Sucuy, el Palmar: gran trecho son navegables algunos, ricos otros por las preciosas maderas de sus orillas; y discurren todos en tierras deleitosas y fecundas.

Los bergantines, vencida la barra que se forma á la entrada del lago, navegaron, no sin mucho riesgo, hácia su costa oriental, y arribaron á un sitio, que es acaso el que en el dia se llama Puertos de Altagracia. Llegado Alfinjer, embarcó la gente que le acompañaba y pasó con ella al lugar que hoi ocupa la ciudad de Maracaibo, en la otra banda. Allí armó una ranchería para recoger las mujeres y los niños de la tropa, y dejándoles una escolta suficiente para su resguardo, navegó en el lago costa á costa, taló sus orillas y aprisionó á cuantos indios cayeron en sus manos. Con solícito cuidado recorrió todo el contorno, visitó los puertos y las ensenadas, se entró por los rios, penetró en los esteros y caños, llevando á todas partes el terror y la desolacion. A ejemplo del jefe, los soldados que le veian destruir y robar, como en tierra entrada á saco, bicieron lo mismo; mayormente cuando ni siquiera se asomaba la idea de establecer asiento en parte alguna, y todos temian verse defraudados de los provechos de la empresa, si no los tomaban por su mano. Cada cual, pues, se encargó de hacer su propia fortuna á costa del pais, reservando buena parte del beneficio al capitan ; el cual, despues de un año de correrías volvió á sus barracas con buena cantitad de oro y las naves cargadas de esclavos. Mas no satisfecha, ántes bien irritada su codicia con tan fácil y abundante botin, resolvió internarse hacia el poniente, en busca de nuevas aventuras. La gente se habia apocado mucho muertos unos con la novedad del clima y de las aguas, con las enfermedades y fatigas: otros huidos, por el terror que infundia el carácter bronco y feroz del adelantado. Remedió este mal, enviando á Coro los esclavos, y procurándose con su producto mas soldados, armas y caballos. Luego, para quitarse estorbos, déjó en la ranchería los enfermos y las mujeres, y emprendió su viaje la via del ocaso con ciento y ochenta hombres de armas. Sucedió esto el año de 1550. ¡Quién podria sufrir con paciencia y sin hastío la historia minuciosa de este viaje de Allinjer! Apoderado de su alma un furor insensato que degeneraba en frenesí, señaló por todas partes su pasaje con el robo, el homicidio y el incendio. Debia morir quien no podia ser esclavo, debia quemarse la casa que le habia servido : detras de él nada debia quedar ni con vida ni en pié. Mas, para qué fatigarse? Lo mismo habian hecho ántes que él los conquistadores de las islas y del continente; y despues de él ¡cuántos no imitaron su conducta inhumana! Ademas, la relacion de semejantes hechos

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