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CAPÍTULO XII.

El tirano Aguirre. - Muerte de Juan Rodríguez. - Rota de Narvaez. Triunfos de Guaicaipuro.- Muerte infame dada por un traidor á Fajardo y venganza de los margariteños. Jornada infructuosa del licenciado Bernáldez contra los carácas.- Empresa de Diego de Losada contra los mis- Fundacion de Carácas. — Esfuerzos de Guaicaipuro por defender la independencia de su patria. - Fundacion de Caravalleda. · Muerte de Guaicaipuro. La de varios caciques del pais de Mariches. La de Lo

mos.

sada.

Tal era el estado de la provincia, ya entrados los dias de 1561, cuando un suceso singular y acaso el mas dramático de los que ocurrieron en la conquista de Venezuela, puso en inquietud y movimiento todas sus comarcas.

El marques de Cañete, D. Andres Hurtado de Mendoza, siendo virei del Perú, tuvo noticias en 1559 del pais de los omaguas, por unos indios brasiles que aportaron á Lima. Dicen algunos que viniéndole entónces á la memoria el Dorado de Felipe Urre, llegó á concebir la idea de conquistarlo; y otros afirman que tomó por pretesto una espedicion á aquella tierra fabulosa, solo por deshacerse de una buena porcion de bombres ociosos y turbulentos que habian quedado en el pais como rezagos de los primeros conquistadores. Poco importa el motivo. Lo que hai de cierto es, que el marques reunió cuatrocientos hombres veteranos, provistos de lucidas armas de fuego, y cuarenta caballos, poniéndolo todo á cargo del general Pedro de Ursua, valeroso y esperimentado navarro, que, aunque jóven, habia adquirido gran fama en América con motivo de la conquista del Nuevo reino de Granada. Nombrado, pues, este por gobernador de los omaguas y el Dorado, se embarcó con su gente á fines de setiembre de 1560 en unos bergantines construidos al intento.

Pero fué el caso, que entre la gente confiada á su cuidado, habia sugetos realmente mui perversos, habituados á tumultos, revoluciones y violencias, siendo el peor de todos ellos un Lope de Aguirre, natural de la villa de Oñate en la provincia de Guipúzcoa. Hombre este inquieto y sedicioso, de una ferozidad incomparable,

que rayaba en frenesí; y no era acaso sino falta de juicio, pues pasaba en efecto por no tenerlo mui completo. En mas de veinte años que vivió en el Perú (aunque su oficio de domar potros y adiestrar caballos le daba con qué vivir honestamente) le llevó siempre su aficion á motines y levantamientos, habiendo tomado parte en todos los que agitaron en su tiempo aquel pais. Por consecuencia de uno de ellos se vió condenado á muerte, y si escapó fué como de milagro por medio de la fuga, alistándose despues en las tropas de la audiencia de Lima que andaba en reyertas á la sazon con un virei. Por sus alborotos continuos le desterraron sucesivamente de casi todas las ciudades del Perú, y en el Cuzco estuvo á punto de morir ahorcado. « Su persona, dice Oviedo, á la vista mui despre« ciable, por ser mal encarado, mui pequeño de cuerpo, flaco de «< carnes, grande hablador, bullicioso y charlatan. » Pues si tan fea como aquí la pinta Oviedo era la persona, mui mas fea deberemos considerar el alma, si por honor de la humanidad no atribuimos en parte á la perturbacion de su endimiento los inauditos crímenes que mancharon su vida.

Sucedió, pues, que Aguirre se dió sus trazas para malquistar á Ursua con la tropa y concertar una insurreccion de que hizo cómplice á un D. Fernando de Guzman, hijo de un veinticuatro de Sevilla, con promesa de nombrarle por cabo de la gente. Dispuesto todo entre los conjurados y andadas setecientas leguas por el Marañon abajo, dieron de puñaladas al gobernador y á su teniente general D. Juan de Várgas. Apoderados á prevencion de las armas, y favorecidos por la confusion, fué inútil toda resistencia. Entregóse en consecuencia el gobierno superior á Guzman,,hicieron maestre de campo á Lope de Aguirre, y mudando el fin de la jornada pactaron volver al Perú para apoderarse de aquel reino.

A este paso fué consiguiente el desconocimiento de la autoridad real, y la jura de Guzman por príncipe del Perú. Pero Lope, que toda su vida habia tramado conspiraciones contra las autoridades legítimas, no podia ahora, variando repentinamente de naturaleza, respetar la que él mismo habia elevado por medio de un crímen horroroso comprometerse para que otro gozara del mando, cuando estaba en su mano, con solo quererlo, arrebatárselo, era para su loca ambicion cosa imposible. Así que, apénas se habian pasado algunos dias despues del asesinato de Ursua, cuando hizo quitar la vida á varias personas que le embarazaban para sus planes, y entre

ellas á una mujer y al capellan del ejército; seguidamente degolló á su príncipe Fernando. Libre entónces de quien pudiera hacer oposicion á sus designios, se declaró por cabeza de aquella gavilla de malvados, titulándolos marañones, con alusion al rio y, segun decia él mismo, á los enredos y marañas en que se hallaban metidos.

De aquí en adelante la vida de Aguirre fué un tejido de atrozidades inauditas que la pluma se resiste á escribir, y á creer el entendimiento. No nos detendremos pues en referirlas, y basta saber que abandonando el pensamiento de volver al Perú, luego que hubo salido al mar se dirigió á Margarita. Batidas las naves por un recio temporal, arribaron cada una por su lado á diferentes puertos de la isla, habiendo acertado á llegar la que montaba el jefe á una ensenada que nombraban Paraguache, y desde entónces dijeron del Traidor. En poniendo el pié en tierra, su primera diligencia fué engañar á los vecinos con una falsa relacion de sufrimientos y trabajos, ponderando al mismo tiempo las grandes riquezas conseguidas en su larga espedicion. Compadecidos de su estado los generosos y hospitalarios margariteños, le ofrecieron graciosamente cuanto tenian en sus casas y mucho mas que enviaron á buscará los campos, desviviéndose por complacerle. Algunos, llevados de codicia, se prepararon á hacer buenas granjerías, vendiéndole á peso de oro el matalotaje de que carecia. El mismo gobernador Juan Villandrando, á quien le pareció buena la ocasion de conseguir á poca costa alguna parte del tesoro, se encaminó al puerto, donde estaba Aguirre, acompañado de algunos miembros del cabildo y de otros vecinos respetables. Fué preso, por supuesto, el gobernador. Luego robó Lope las cajas reales y entró á saco el pueblo y los campos.

Por aquel tiempo se hallaba en la costa de Maracapana Frai Francisco de Montesinos, provincial de Santo Domingo, asistiendo á la conversion de los indios, y tenia consigo un navío de razonable porte, bien provisto de todo y artillado. Súpolo Aguirre, y como sus bajeles se hallaban maltratados de resultas de la navegacion, le pareció conveniente privar del suyo al provincial, prendiéndole de paso. Para lo cual, aviando de prisa uno de sus bergantines, lo envió á Maracapana, tripulado con diez y ocho hombres que pu so á cargo de uno de su confianza; pero este, léjos de cumplir la comision, se quedó con el fraile, y puso en su noticia los crímenes de Aguirre. Sin perder la cabeza el religioso, al ver tan cercano y

tan terrible el peligro, procedió á lo mas urgente, que era desarmar á los desertores, rezelando alguna traicion en su arrepentimiento. Despues embarcó los marañones y toda la gente que tenia, y guiando por la costa abajo, dió la alarma en Cumaná, en el Collado y en Borburata. Hecho esto, volvió sobre Margarita, con intencion de hacer un reconocimiento, y por si lograba oportunidad para favorecer en algo á sus vecinos.

Pintar el furor de Aguirre al saber la desercion de su navío, y cuando vió el del buen religioso acercarse á toda vela á Margarita, seria cosa imposible. Ya antes de esto habia mandado degollar á varios de sus soldados y oficiales por chismes, ó por sospechas de traicion; pero en general habia respetado la vida de los vecinos y se contentara con oprimirlos y robarlos. Mas no bien hubo divisado la nave del provincial, cuando dejándose arrebatar del furor que le sacaba con frecuencia fuera de sí mismo, ordenó que se diese garrote á Villandrando y á cuatro vecinos que con él estaban presos. Seguidamente metió al pueblo en la fortaleza y se dispuso para recibir de guerra á Montesinos. Este, despues de algunos dimes y diretes de su gente con la de Lope, no creyéndose con fuerzas suficientes para bajar á la playa y atacarle, se retiró, dejándole, en respuesta de otra suya, una larga carta llena de consejos. Surtieron ellos tanto arrepentimiento en el corazon de aquel inhumano que, como si lo hiciera de propósito, se mostró mas implacable y cruel que nunca, degollando sin distincion á sus soldados, á los vecinos, á sus mujeres, y tambien á un pobre religioso que no quiso absolverle de sus enormes culpas.

Entretenido se hallaba en estos degüellos y en activar la composicion de sus naves, cuando supo que Fajardo habia llegado de la costa firme con algunos hombres de guerra, todos indios, Y buscaba la ocasion de sorprenderle. Con esto, y rezelando no le desamparasen sus soldados, cansados ya de seguirle, ó atraidos por las promesas del audaz margariteño, apresuró cuanto pudo el embarco, y se hizo al mar cautelosamente en tres fustas que tenia prevenidas. Era su intento atravesar la provincia de Venezuela y el Nuevo reino de Granada, á fin de entrar en el Perú por tierras de Popayan y Pasto, sin contar para esta empresa descabellada mas que con ciento cincuenta marañones, resto de los cuatrocientos que puso el marques á cargo de Ursua. Con este puñado de hombres llegó á Borburata, cuyos vecinos, no atreviéndose á es

*perarle, se retiraron á los montes. Saqueó la ciudad, quemó junto con sus tres embarcaciones las que estaban ancladas en el puerto, señaló de nuevo su pasaje con escesos de todo género; y así que hubo recogido las cabalgaduras que necesitaba, marchó á Valencia, llevándose por fuerza á la mujer y una hija del justicia.

A todo esto el gobernador, luego que tuvo noticia de los intentos de Aguirre, convocó á todos los vecinos de la provincia, para que le ayudasen á defenderla; y aun ocurrió á las autoridades de Mérida, pidiéndoles ausilios, como que el peligro era comun á Venezuela y al Nuevo reino de Granada, de que aquella ciudad entónces dependia. Mas como no era hombre de armas tomar, ni su apocado espíritu le permitia entender en materias de guerra, ajenas por otra parte de su abogacía, confió el mando superior militar á su predecesor Gutiérrez de la Peña, uniéndole en calidad de maestre de campo á Diego García de Parédes. Disposiciones fueron estas que, entendidas por Lope, le movieron á levantar el campo y dirigirse desde Valencia al occidente, siguiendo siempre el descabellado plan que habia formado. Y porque dudó si le querrian cortar el paso, guió para Barquisimeto por el camino derecho que atraviesa la serranía de Nirgua, habitacion entónces de los indios jiraharas.

Hácia Barquisimeto habian marchado tambien Peña y Parédes con ciento y cincuenta hombres que pudieron reunirse en el Tocuyo; mas como la mayor fuerza consistiese en caballos y no tuviesen armas de fuego, conocieron era mucha la ventaja con que podria Lope ofenderlos, si, amparado del recinto de las casas, ponia en juego sus arcabuzes. Así retirándose todos á las barrancas del rio, dejaron desamparada la ciudad, en la que entró Aguirre el 22 de octubre del año 1561 con las banderas desplegadas y al estruendo de repetidas salvas de mosquetería. Púsola luego á saco segun lo habia por costumbre; mas esta vez con fruto amargo, pues entre el botin hallaron los soldados varias cédulas de perdon á todos los que abandonasen su partido. Hallazgo este que le consternó sobre manera, por estar convencido de que sus marañones le abandonarian al mejor tiempo; tanto mas, que en diversas ocasiones, y señaladamente en su reciente marcha, le habian dejado varios de ellos. Desertáronse en efecto muchos los mas amigos. A lo que se unia el aprieto de estar cercado por todas partes y escaso

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