Imágenes de páginas
PDF
EPUB

le revocó los poderes que le habia dado, y nombró para que gobernase en su lugar y prosiguiese la conquista á su hijo D. Francisco Ponce de Leon, que se hallaba en Cáracas. Losada, aunque vivamente ofendido de aquella injusticia tan poco recatada, obedeció el despachó y salió para el Tocuyo, en donde murió poco despues.

CAPÍTULO XIII.

Muere el gobernador Don Pedro Ponce de Leon. Jornada de Don Pedro Malaver de Silva.- Garci-González.-Ríndese Paramaconi.- Reducen los españoles varias tribus. - Otras se resisten á recibir el yugo. — Jornada de Cerpa. Fundacion de Maracaibo. Otros establecimientos españoles en Venezuela. - Sumision de los carácas.-Múdase à la ciudad de Santiago de Leon la capital.— Los cumanagotos. Los quiriquires.- Ciudad de San Juan de la Paz. - San Sebastian de los Reyes.- Jornada de Cóbos contra los cumanagotos. Abandono de Caravalleda.- El licenciado Leguisamon. Gobierno de Don Diego de Osorio.

Casi al mismo tiempo que Losada, falleció en Barquisimeto el gobernador, dejando repartida la autoridad superior en manos de los alcaldes ordinarios, para que la administrasen cada uno en su distrito. Y por cierto que en ninguna ocasion pudo ser mas nociva que entonces semejante práctica, por estar la reciente conquista á punto de perderse, como en tiempo de Fajardo; habiendo sido tantas las personas que, así de Carácas como de Caravalleda, acompañaron á Losada en su retiro, que una y otra ciudad habian quedado espuestas á un golpe de mano irremediable. Aun se hablaba ya de abandonarlas para poner en cobro las vidas, aunque fuera con pérdida de los bienes adquiridos, cuando un suceso inesperado las proveyó de defensores y vecinos.

Don Pedro Malaver de Silva, natural de Estremadura, habia andado por su mal en una desastrada espedicion que formó el año de 1566 en el Perú, el capitan Martin de Proveda, para descubrir las tierras del Dorado; y creyendo, como todos sus compañeros, las mentiras de los indios, se calentó la cabeza en términos de pensar que tenia noticias ciertas del rumbo en que se hallaban. Con estas imaginaciones se trasladó á la corte y logró celebrar un asiento, en el cual se le nombraba adelantado para la conquista de los omaguas y quinacos y se le concedian otras muchas mercedes honoríficas y de conveniencia, fundadas todas, sin embargo, en las ricas tierras que prometia descubrir. Con esta autorizacion, y refiriendo en España cuanto quiso sobre aquellos paises imaginarios, logró reunir seiscientos hombres escogidos, muchos de gente principal

y noble, con los cuales llegó á Margarita en los últimos dias de mayo de 1569. Allí tuvo disensiones acaloradas con sus capitanes sobre la direccion que convenia tomar para proceder á la jornada; y como discordasen en pareceres y hubiese de por medio agrias palabras, muchos le abandonaron, y él porfiado, siguió con su gente á Borburata. El corto viaje de aquel punto á Valencia empezó por destruir en sus soldados muchas ilusiones; pues palpando, por decirlo así, el pais, vieron ser locuras rematadas esas espediciones á tierras incógnitas, por semejantes caminos y con escasos mantenimientos. Y luego la opinion de otros españoles que les habian precedido en el desengaño, les pronosticaba trabajos infinitos ó una muerte desastrada. Con lo que, cayendo algunos en desmayo, y no queriendo otros que llevaban sus familias, esponerlas á perecer de hambre y de miseria en los desiertos, se desunieron, tirando para diferentes ciudades de la provincia.

Reducidos los soldados de Don Pedro á ciento cuarenta, salieron de Valencia, guiando siempre al sur por la falda oriental de la cordillera, á fin de ver si gozaban la conveniencia de piso mas enjuto y firme; pero se engañaron. La tierra estaba llena de tremedales y pantanos, en cuyas aguas estancadas y corrompidas con el calor del clima, se criaba imponderable cantidad de sabandijas ponzoñosás que los atormentaban sin cesar. Caminaban sin veredas en aquellas lanuras dilatadas, donde era tanta la aspereza de la paja, que, como si fueran cuchillos de dos filos, hacian pedazos los vestidos y las carnes. A mas de que despoblada la comarca, esperimentaron luego al punto la falta de bastimentos, ocurriendo para suplirlos á las frutas silvestres de los montes. Estas penalidades unidas al duro y acedo natural de Don Pedro, indispusieron al fin toda su gente, en términos que una partida enviada á esplorar la tierra, aprovechando la ocasion, se desertó para Barquisimeto : otra, aun mas numerosa, que se dirigió al alcanze de la primera, siguió su ejemplo y huella. Y reconociendo Malaver por tan manifiestas señales ser imposible pasar adelante, hubo, mal su grado, de volver á Barquisimeto el año 1570. Aquí deberiamos poner fin á su desgra ciada espedicion, si el deseo de dar á conocer las ideas de aquel tiempo en punto á los paises americanos, no nos estimulara á referir la suerte de este hombre desgraciado. Afligido, mas no desespe+ rado con el mal éxito de su primera tentativa, se fué luego al Perú, donde tenia bienes y familia; allí vendió sus propiedades, y de

vuelta á España encontró crédulos que de nuevo le siguieron con la esperanza de lograr el Dorado, buscándolo por diferente camino. Acompañado pues de ciento sesenta hombres y llevando en su compañía á dos jóvenes hijas suyas, intentó su disparatado descubrimiento el año de 1574, por la costa que corre entre el Marañon y el Orinoco; donde con lamentable estrago perecieron todos, unos al rigor de las enfermedades que les produjo un clima nuevo para ellos, duro y destemplado; otros á manos de los indios caribes que habitaban en el continente. Solo escapó de esta catástrofe un soldado español, de nombre Juan Martin de Albujar, quien despues de imponderables peligros y al cabo de diez años, hubo de salir á la boca del Esequivo, pasando despues á la ciudad de Carora.

Ahora bien, cuando el desgraciado Malaver llegó á Borburata, estaban los vecinos de Carácas y de Caravalleda sin dejar las armas de la mano y á punto de abandonar las dos ciudades, segun eran el teson y brio con que los fatigaban los indígenas. Pero sabiendo los alcaldes de la mucha gente suya rezagada que habia quedado esparcida por Valencia y sus contornos, y que entre ellos estaba el capitan Garci-González de Silva, sobrino de Malaver, le escribieron pidiéndole que fuese á socorrerlos en el duro aprieto en que se haHaban. Garci-González que aunque no estaba imbuido enteramente en los delirios del Dorado, deseaba combates y aventuras, tomó de mil amores el ausilio por su cuenta, y reuniendo ochenta hombres, todos estremeños como él, se dirigió sin tardanza á la ciudad de Carácas.

Grandes servicios prestó Garci-González á la provincia, justificando la confianza de los alcaldes y haciendo célebre su nombre. Mas por el pronto los vecinos, queriendo solo despicarse en los indios de los sustos recibidos, encargaron de su venganza al estremeño, y siguiendo este el plan de Losada, se desdeñó de hacer injuria. á los pueblos, y buscó con solícito cuidado á Paramaconi, cacique de los terepaimas, y sucesor de Guaicaipuro en el aprecio de las tribus. Mui despacio cuenta Oviedo como Garci-González sorprendió á su contrario en lo mas fragoso de una montaña iuculta; como el indio al querer salir de su choza se vió detenido por Garci-González, y dándole un empellon que le tiró de espaldas, pudiendo matarle, no atendió á otra cosa que á dejarse caer, como lo hizo, por un despeñadero al valle; como el español, cuando pudo ponerse en pié, se arrojó tras el bárbaro con espada en mano, y arremetiendo

[ocr errors]

con él cuerpo á cuerpo, despues de un combate largo y obstinado, le dejó allí por muerto. Mas, como no entran en nuestro plan estas menudas relaciones de combates particulares, á que es mui aficionado aquel historiador, nos contentaremos con decir que por mas de un año quedaron tranquilos los terepaimas; al fin del cual, curado de sus heridas Paramaconi, se entró una mañana en la ciudad, pidiendo paz y ofreciendo obediencia, que guardó despues hasta la muerte.

:

En este estado quedaron las cosas entónces: los indios recogidos á los montes y quietos, por temor á Garci-González este ocioso en la ciudad; y los alcaldes sin atreverse á emprender cosa de importancia. Entónces llegó á la provincia Juan de Cháves, á quien la audiencia de Santo Domingo enviaba por gobernador interino, en lugar de Don Pedro Ponce de Leon; y resuelto á tener en Coro su asistencia, nombró por su lugar-teniente en la ciudad de Santiago á Bartolomé García.

Los primeros pasos de este en su tenencia fueron desgraciados, porque los señores indígenas del valle de Mamo, justamente irritados de que su encomendero los llamase á trabajar, le asesinaron y se pusieron en armas. Retirados á las cabezeras del valle, se fortalecieron en la montaña de Anacaopon de tal suerte, que aunque los españoles pusieron empeño en espugnarla, viéndolo como imposible, se retiraron con pérdida de algunos muertos y heridos. Con esto, alentados los indios, aspiraron á conseguir otras ventajas, y despreciando el abrigo de los montes, tuvieron osadía para presentarse en el valle de San Francisco. Vano fué por el pronto el quererlos reprimir. Otra partida, destinada á escarmentarlos, fué derrotada por ellos y victoriosos por todo el valle, estendieron sus correrías hasta las mismas puertas de la ciudad. En estos apuros ocurrió García al estremeño, que hasta entonces se habia mantenido retirado; y fué con tan buena fortuna, que, muerto en batalla el principal caudillo de los indígenas, volvieron estos á someterse, rindiendo la cerviz al yugo.

Esclavizadas de este modo algunas naciones indianas, determinaron los españoles poner todo su esfuerzo en domeñar á los chagaragatos y una tribu de carácas, que habitaban la serranía entremedias de la ciudad y el mar, á fin de que, reducida á la obediencia la parte de la provincia que mira hácia la costa, quedase libre la

« AnteriorContinuar »