Imágenes de páginas
PDF
EPUB

hecho notar, se unieron para impedir el progreso de la agricultura venezolana varias circunstancias particulares de tan poderosa como desgraciada influencia. Una de estas fué la gran cantidad de tierras que la piedad mal entendida de las gentes puso en manos muertas, dotando conventos y constituyendo prebendas; si bien el gobierno, temiendo los efectos de un fervor tan indiscreto y nocivó al Estado y á las familias, ordenó en 1662 que ningun escribano autorizara testamento en que un moribundo diese el todo ó parte de sus bienes á su confesor, fuese á título de regalo, ó de fideicomiso para dedicar el legado á obras piadosas. Mas el pueblo, incapaz de concebir la utilidad y justicia de semejante medida, la elúdió por largo tiempo, asignando la renta de un capital mas o ménos grande en favor de las iglesias, conventos ó cofradías; siendo este el origen de los censos ó tributos con que han quedado gravadas todas las propiedades urbanas y rurales en un pais donde por lo comun no producian ellas un rédito de cinco por ciento, deducidos los gastos y las contribuciones (42). Fué pues necesario repetir la prohibicion de un modo terminante y eficaz que impidiese los efugios y fraudes; mas cuando en 1802 se publicó una real cédula vigorando la primera, el mal estaba hecho, y la lei no podia ya remediar sus consecuencias.

Ni eran estos gravámenes religiosos los únicos que tenian los bienes inmuebles, pues de la misma clase y del todo idénticos eran los que se imponian los mismos propietarios por deudas ó empréstitos. Con lo cual sucedia que los censos consumian los productos y paralizaban la industria del agricultor mas activo, pues tenia que pagarlos, ya fuese escasa ya abundante la cosecha, habiéndose visto muchas vezes que dos ó tres años desgraciados bastaban para arruinarle del todo, poniéndole en la alternativa de vender la hipoteca ó reagravarla con nuevas imposiciones one

rosas.

En un pais donde la poblacion estaba dividida en clases y donde la mas pequeña de ellas era la de los propietarios, la tierra no solo debia estar desigualmente repartida, sino mal cultivada. Lo primero es evidente. Lo segundo facilmente se deduce de la diversidad de condiciones establecida por las leyes y por las costumbres, pues su efecto natural era impedir que los habitantes concurriesen simultaneamente á las labores del campo. El indio estaba separado de la

HIST. ANT.

22

comunidad por un gobierno peculiar que, como hemos visto, le hacia inútil para sí y para los demas. Algunos que vivian en las ciudades sujetos á las leyes generales, rehusaban confundirse con los #esclavos para el cultivo de la tierra, tanto por la ignominia que la injusta opinion hacia pesar sobre estos hombres desgraciados, cuanto por la conocida mala voluntad que en todos tiempos ha reinado entre los negros y los indígenas americanos. El hombre de color libre, mas elevado que el esclavo en la escala social, y mas inteligente que el indio, los despreciaba á entrambos igualmente, y tenia á ménos sujetarse al trabajo que hacia dura y penosa la suerte del primero. Léjos de las ciudades, en los establecimientos donde no habia esclavos, prestaba gustoso sus servicios al criador y al agricultor; pero ni su trabajo era cual convenia al recio cultivo de las plantas mas estimadas del clima ecuatorial, ni se estendia por lo comun á otra cosa que á coger la cosecha, en las haciendas donde el propietario tenia siervos. Por lo que toca al criollo, á los españoles y á los canarios que iban á América, no habia que pensar en verlos dedicarse á la vida del campo, como no fuese en calidad de amos. A los últimos les tiraba la aficion á ser buhoneros, figoneros y capatazes; mas los otros, por mui pobres que estuviesen, habian de ser precisamente dueños de hacienda, comerciantes, frailes, doctores ó empleados, únicas carreras que les era permitido seguir á fuero de nobles y de honrados. De semejante estado de cosas se llegó naturalmente á una consecuencia tan lamentable como necesaria, cual fué la de que los campos venezolanos no podian ser labrados sino por manos esclavas. Así lo creian todos y así era preciso que lo creyeran; por donde habremos de colegir que ́aquella sociedad, léjos de prosperar, caminaba velozmente á su ruina, cuando olvidada la caridad y la sana política, fundaba su efí― mera prosperidad en la desgracia y envilecimiento de una porcion considerable del género humano.

A estas causas deben agregarse los escasos principios que en aquel tiempo constituian la ciencia del labrador, reducida casi á sembrar y recoger sin mas ausilios que la escelencia del clima y de la tierra : el poco ó ningun uso de infinitas prácticas provechosas para las labores: la carencia de muchos medios que en otros paises aumentan la produccion y disminuyen los costos y el trabajo : la imperfeccion de los instrumentos, máquinas y utensilios: la pésima ca

lidad de los caminos, que causando considerables gastos de trasporte, encarecen los frutos y hacen difícil su venta en los mercados interiores y en los estranjeros, con grave perjuicio de la prosperidad del pais: la escasez de brazos y últimamente el sistema de comercio marítimo adoptado para las colonias (43).

CAPÍTULO XVIII.

Comercio.

El principio fundamental de este sistema era hacer consistir toda la utilidad de los establecimientos ultramarinos, en el monopolio que en ellos se ejerciese, sin permitirles adquirir cosa alguna por medio de la bandera estranjera, ni que se esportasen sus productos á donde eran solicitados, sin pasar ántes por los puertos de la metrópoli (44). Este error, opuestísimo á la ciencia económica, y seguido aun en el dia por algunas naciones de Europa, era comun á todas ellas en los siglos pasados, y dominaba sobre todo en la corte española, no advertida entonces de lo mucho que convienen al comercio la libertad y las franquicias. Desgraciadamente vino en apoyo de tan falsas ideas la política, haciendo creer á los monarcas que lo endeble y flaco de aquellas colonias, su estension y la inmensa distancia que las separaba de la metrópoli, hacian indispensable la medida de esconderlas, por decirlo así, á las miradas y codicia de los estranjeros, interesados en sustraerlas de su obediencia para apropiarse las riquezas que contenian, y que la fama exageraba.

Inútil seria buscar en la historia de los pueblos antiguos y modernos una situacion mas singular y favorable que la de España, cuando descubiertas y conquistadas las regiones occidentales, se halló tranquila y absoluta poseedora de la mayor parte de aquellas ricas á la par que hermosas tierras con razon la envidiaron Y lemieron entónces todas las naciones, suponiendo que afirmado y estendido con los tesoros de América, el poder que ya gozaba, iba á ser su imperio el mas sólido y pujante que hasta entonces hubiese visto Europa. Y tanto mas, que para ello no necesitaba mucho tiempo, gasto, ni trabajo. Una política franca y liberal que léjos de oprimir protegiese, que léjos de oscurecer ilustrase, que en lugar de prohibir permitiese, que librase la conservacion de lo adquirido en la prosperidad, no en el dolo, ni en la division, ni en la fuerza un plan de administracion que fomentase la aplica

:

cion á todas las industrias propias del suelo y del clima, para enriquecer con ellas la madre patria y un sistema de comercio que diese á las colonias los artículos territoriales é industriales que la superioridad de su civilizacion le proporcionaba; que satisfaciese con profusion las necesidades de los nuevos dominios; y que justificando la esclusion de los estranjeros, pusiese toda la contratacion en sus manos, para mantener por medio de ella una marina floreciente, así mercantil como de guerra, debieron ser los principios que guiasen á España en sus relaciones con las colonias. Principios que la calidad misma del suelo y la peculiaridad de los frutos del Nuevo-Mundo convidaban á seguir y hacian fácil mantener; porque siendo estas producciones diferentes de las de Europa, todo se reducia á cambiarlas por las peninsulares é imponer con ellas la lei á los demas pueblos comerciantes. Si no bastaban, como no debian bastar sus fábricas, sus talleres y su agricultura para proveer de todos los objetos de necesidad ó de regalo á tan vastas posesiones, debia tomarlos de los estranjeros, y siguiendo el sabio principio que adoptó Colbert para las colonias francesas, libertarlos de todo derecho de entrada y de salida, á fin de conservar el tráfico esclusivamente á sus vasallos, evitar la competencia directa de los fabricadores primitivos, é impedir con esta el contrabando.

:

Mui léjos estaba de ser un mal el adquirir metales preciosos. Con ellos se debieron fomentar las fábricas y cultivos peninsulares: labrados en joyas, telas y brocados debieron ser devueltos á las colonias que los enviaban en barras, del mismo modo que devuelve la Inglaterra sus lanas y su hierro al continente trasformados de mil maneras, debió inundarse con ellos á la Europa, para neutralizar la subida de la mano de obra que habian producido en la península, restablecer el equilibrio de los precios, en que las minas de América habian hecho una revolucion completa, y obtener los derechos de cuño, braceaje y señorío en la emision de la moneda, aprovechando para sí las ganancias de la fabricacion en otros artefactos.

La civilizacion y la industria, en fin, sin trabas ni restricciones que impidiesen su espontáneo desarrollo, habrian creado otros productos coloniales; y la metrópoli, sirviendo de vehículo entre sus territorios ultramarinos y los demas pueblos cultos, debió atraer y fijar en su suelo las fábricas y fabricantes, los especuladores y capitales de otros paises, dominando aquende y allende

« AnteriorContinuar »