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filla, con la precisa obligacion de plantar y propagar en él la religion católica. Pero Martino V y otros papas despues, habian concedido á Portugal lo que se descubriese desde el cabo Bojador hasta la India, y por el tratado de 1479, mui presente en la memoria de Don Juan II, los reyes Católicos se habian obligado á respetar aquella concesion. Y pues se creia que las comarcas visitadas por los españoles eran parte de las Indias, ¿cómo se conciliarian estas liberalidades pontificias? Adoptóse para ello un dictámen de Colon, sugerido al santo padre por Fernando, y fué el de declarar los términos de la navegacion y conquista de los castellanos por un meridiano situado á distancia de cien leguas de las islas Azores ó las de Cabo-Verde; por cuyo medio se pensó cortar de raiz las pretensiones y diferencias de ambas cortes (1). Andando los tiempos y adelantadas las conquistas, sucedió que un jefe español intimó á dos caciques el reconocimiento de un solo dios todo poderoso, y la obediencia al rei de Castilla, á quien el papa habia hecho donacion de aquellas tierras. Á lo que los indios contestaron que en lo que decia de no haber mas que un dios que gobernaba el cielo y la tierra, les parecia bien, y así debia de ser; pero en lo de que el papa daba lo que no era suyo y el rei pedia y tomaba la merced, debian de ser uno y otro usurpadores de lo ajeno y locos rematados.

La noticia de que el rei de Portugal armaba sus gentes para énviarlas á la conquista, fué un poderoso aguijon para vencer los muchos obstáculos que ofrecia la empresa; á cuyo feliz apresto contribuyeron mucho tambien las monedas, alhajas y otros bienes que se habian secuestrado á los judíos espelidos de España en el año anterior. Dispuesto en fin todo lo conveniente, y autorizado Colon con plenísimos poderes de general de mar y tierra, dió la vela en el puerto de Cádiz el 25 de setiembre con tres naos de gavia y ca- torce carabelas. Llevaba mas de mil hombres á sueldo y cerca de trescientos voluntarios, á quienes la ambicion y la esperanza de las riquezas animaron á alistarse en las filas de los conquistadores. Acaso se agregarian furtivamente hasta trescientos mas ; pues tal era la novedad y aparato con que se aprestaba la armada, que acudiendo mucha gente, se llenó el número señalado, y fué preciso prohibir el embarco. Iba la espedicion bien provista de municiones de boca y guerra, de mercaderías ó rescates para la permutacion con los indios, de toda especie de ganados y animales domésticos, posturas y semillas de variedad de plantas, utensilios y herramientas de

todas clases. Proveyóse igualmente al bien espiritual, enviando religiosos para la predicacion del evangelio, y alhajas, vasos sagrados y demas cosas necesarias al culto católico. En una palabra, nada se omitió de cuanto podia ser útil para el cultivo de la tierra, para el trabajo de las minas, para la colonia y la conquista, para la predicacion y los descubrimientos. Y el almirante, elevado al rango de noble español, favorecido con infinitas honras, gracias y poderes, pudo creerse con razon el mas feliz de los mortales.

Ocho dias despues de su salida de Cádiz, surgió la espedicion en las islas Canarias, donde refrescó y aumentó sus provisiones. Púsose de nuevo Colon en camino el 14 de octubre, y llegado á la isla del Hierro, gobernó hácia el oeste con alguna inclinacion al sur. Habia ya recorrido ochocientas leguas con tiempo favorable y próspera fortuna, cuando el 5 de noviembre avistó una isla que los naturales llamaban Cayre, y que él nombró Domínica, por ser domingo aquel dia. Como se acerca la armada, empiezan á verse y reconocerse otras muchas islas, todas amenas, de lozana vegetacion. En la de Ayay, que él llamó Marigalante, del nombre de la nao capitana, se detuvo algun tanto; si bien urgido por el vivo deseo de llevar pronto socorro á la colonia, pasó luego adelante. Poco habia andado la armada cuando llamó la atencion de nuestros navegantes una isla mayor que las anteriores, donde араrecia una montaña elevada y en medio de ella un alto pico del cual brotaban á manera de surtidores grandes raudales de agua. Y como observase Colon que esta isla, llamada Turuqueire por los indígenas, era mui poblada, mandó á tierra varias cuadrillas para reconocerla y le impuso nombre Guadalupe, en conmemoracion del santuario y monasterio de este nombre en Estremadura. Creyeron los españoles notar mayor artificio ora en la construccion de las casas y en la labor y tejido de algunas telas, ora en la forma y disposicion de los muebles y utensilios de aquellos habitantes. Sus provisiones eran abundantes, sus armas bien construidas, y no ménos dos estatuas de madera que se hallaron, con serpientes entalladas al pié. Pero lo que dejó pasmados de horror á Colon y sus compañeros, fué el haber encontrado cabezas y miembros humanos cociendo juntamente con los de animales, los cráneos sirviendo para vasijas y los huesos roidos. Entendieron por esta circunstancia que se hallaban en tierra de caribes. Y así era la verdad, porque estos estaban en posesion de muchas islas de aquel archipiélago, y

HIST. ANT.

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de allí salian para devastar las circunvecinas. Cuando volvian de sus espediciones, guardaban á las mujeres prisioneras para servirse de ellas, devoraban á los cautivos, y á los hijos pequeñuelos de estos privaban del atributo de hombres y los comian en sus fiestas, despues de gordos y crecidos.

El estravío de algunos españoles de los que fueron á tierra por órden del almirante, detuvo á este varios dias cerca de la Guadalupe. Mas luego que volvieron, continuó su viaje, reconociendo y denominando al paso las islas de Monserrate, Santa María la Rotunda, Santa María la Antigua y San Martin. En esta última se fondeó, y variado el rumbo, pasó á la que se llama Santa Cruz, la cual mandó reconocer con gente armada. En esta ocasion y con motivo de una escaramuza con los caribes, se observó por la primera vez la confeccion venenosa con que enherbolaban los indios las puntas de sus flechas, para dar muerte segura á sus contrarios. Vuelto á la derrota el almirante, descubre un espeso grupo de isletas, que hace reconocer con buques ligeros á la mayor llama Santa Úrsula Y al resto las Once mil Vírgenes. Pasa adelante y llega á la grande isla Boriquen, que llamó de San Juan Bautista. Costéala por el lado meridional y persiste allí dos dias, sin que parezca gente por ninguna parte. Escesivamente impaciente por saber del estado de la colonia y socorrerla, da la vela para la Española, y llega felizmente á Monte-Cristi el 29 de noviembre.

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CAPÍTULO III.

Ruina total de la Navidad.

Resuelve Colon poblar en otra parte y elige sitio acomodado al intento. - Hace asiento en él y llama Isabela la ciudad que levanta, en honor de la ilustre reina de Castilla. — Partida de Antonio Torres para España. Reconoce el almirante la tierra adentro y establece la fortaleza de Santo Tomas. Sale despues al mar á descubrir nuevas tierras. Vuelve enfermo á la Isabela. - Llegada de Bartolomé › Colon y vuelta de Torres. — Primeros disturbios de la colonia. — Comba⚫tes con los indios. Mala política observada con ellos. - Envíase á la isla un juez pesquisidor, que lo es Juan Aguado. - Vuelve el almirante con este á España, dejando por gobernador en la Española á su hermano Bartolomé, y á Francisco Roldan por presidente del tribunal de justicia. Llega á la Península, es bien recibido en la Corte y se prepara una nueva espedicion. -Sale con ella el 30 de mayo de 1498.- Descubre el continente en fo de agosto. - Dirígese luego à la Española y llega á ella el 49 del mismo,

Quiso saber Colon si en las cercanías del rio del Oro se hallaria sitio cómodo para poblar, y con este objeto envió á tierra alguna gente. Á los pocos pasos dió esta con dos hombres muertos, cuyos brazos tendidos en cruz estaban atados á un madero. El siguiente dia se vieron otros dos cadáveres ménos desfigurados que los primeros, por lo cual se pudo conocer que eran españoles. Entre tanto, ningun colono habia llegado al encuentro de sus amigos; cosa de admirar si se considera cuán grande debia de ser su impaciencia por abrazarlos y obtener nuevas de la patria. Esta reflexion y los indicios encontrados produjeron en los navegantes una sorpresa y desconsuelo difícil de esplicar. Hallábase perplejo el almirante, no sabiendo qué pensar de aquel suceso; y contribuia muchísimo á aumentar sus dudas el ver que algunos naturales, léjos de manifestarse rezelosos, se venian á él llenos de confianza. El 27 llega la flota sobre el Cabo Santo. Dispáranse algunos cañonazos : la fortaleza no corresponde, nadie parece. Hácia la media noche recibe Colon una embajada del cacique Guacanagarí, con varios presentes de oro. Pregúntase á los indios, y ellos con gestos y ademanes significan que los colonos habiau tenido choques entre sí, de cuyas resultas murieran algunos. Cobra cuerpo la sospecha y se convierte en certidumbre á vista de tan repetidos y vehementes indicios. Para

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acabar de aclararla, se dispone un reconocimiento general en el sitio que sirvió de asiento á la colonia, y entonces se ve patentemente la triste realidad. Del fuerte no existian ni cenizas; las viviendas estaban arruinadas; rotos y esparcidos se veian por el campo los vestidos, armas y utensilios de los pobladores; de estos unos muertos allí, otros en la espesura de los bosques. Nada quedó de provecho en aquel campo de desolacion, y los indios del lugar, una vez que destruyeron cuanto les vino á las manos, abandonaron la comarca, retirándose á la tierra adentro algunos se veian de vez en cuando desconfiados y rezelosos, como observando á los europeos y temiendo su venganza. La falta de intérpretes hacia imposible una clara esplicacion de aquel terrible caso; mas al fin, acariciados los indígenas, depusieron el miedo, se acercaron á los españoles, y supliendo con el gesto y los ademanes la falta de idioma comun, declararon unámines como los infelizes pobladores habian perecido, víctimas de su imprudencia y sus escesos. El frecuente trato con los isleños habia disminuido en estos poco a poco el respeto y veneracion á con que los vieran ántes sus violencias acabaron de destruir las ilusiones, presentándolos á la vista de aquellos hombres simples é ignorantes con todas las imperfecciones y flaquezas de la humanidad. No contentos de haberse atraido la mala voluntad de los indígenas, se desavinieron entre sí hasta el punto de llegar á las manos. Luego, perdido ya todo freno y subordinacion, se huyeron muchos la tierra adentro, para rescatar oro cada uno de por sí, y penetraron en las tierras de Cibao, donde gobernaba un cacique de nombre Caonabó. Allí cometieron violencias inauditas en hombres y mujeres : cual fieras desatadas, recorrieron el pais, llevando á todas partes pavor, injuria y daño. Cansada en fin la paciencia, de mansos y dulces tornáronse furiosos y crueles aquellos pobres isleños, y aprovechando la ocasion de estar desparramados, dieron sobre ellos y á la mayor parte mataron. Unos pocos que defendian la fortaleza perecieron tambien á manos de Caonabó, quien con innumerable gente fué á atacarlos en su postrer asilo. Quemado este, los vencedores hicieron esperimentar igual suerte á las habitaciones de Guacanagarí, que segun decian intentó en vano defender á sus aliados.

Las sospechas que se levantaron en el ánimo de los españoles contra Guacanagarí, y á que prestaba fundamento esta misma relacion, léjos de disminuirse, se aumentaron en una conferencia que Colon uvo con él, Negóse sin embargo el almirante á prenderle, no con

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