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pectáculo, y llamaron aquel golfo de Venecia, recordando la situacion de la mas bella ciudad de Italia y su mar tan famoso. Los indios le daban el nombre de Coquibacoa, que conservó algun tiempo, hasta que predominó enteramente el que le impuso Ojeda; si bien la palabra Venecia, andando el tiempo, se convirtió en Venezuela, y esta se aplicó despues á una vasta estension de terreno cuya costa se estiende sin interrupcion y con poca diferencia desde el antiguo Coquibacoa hasta las bocas del Orinoco.

Avanzando hacia el seno del golfo, y pensando acaso hallar unidas sus costas, vieron con grande admiracion que se abrian para đar paso á las aguas de un gran lago; que estas aguas desembocaban por un canal estrecho y poco profundo, á cuyo estremo habia una barra peligrosísima, cercada de isletas y bancos de arena, donde el mar batia con violencia. De léjos se veia una línea blanca que estendiéndose por toda la barra, parecia impedir la entrada ó la salida, y era el escarceo de las aguas encontradas del lago y del golfo, que se combatian sobre las restingas y los bajos, y blanqueaban el mar con la espuma, despidiendo un ruido grave y temeroso. Al mismo tiempo, mientras mas se acercaban, mas hermoso parecia el interior de aquel gran lago cubierto de islas verdes y frondosas, que se dibujaban sobre un cielo puro y sereno detras de aquel obstáculo terrible.

Ojeda no era hombre de echar pié atras por peligros de tierra ni de mar, y por eso continuando su derrota descubrió segun parece, el 24 de agosto, el puerto y lago de San Bartolomé que hoi llamamos laguna de Maracaibo. No se detuvo mucho tiempo en aquellos parajes; ántes bien, despues que hubo cogido y embarcado algunas indias de notable belleza y disposicion, como lo eran las de esa tierra, reconoció la parte occidental del golfo, y doblado el cabo Coquibacoa, siguió á lo largo de la costa hasta el cabo de la Vela, término de esta navegacion. El 50 de agosto dirigió el rumbo á la Española, y entró en el puerto de Jaquimo el 5 de setiembre de 1499, con el intento, segun decia, de cargar sus naves de palo brasil.

Sospechas hubo de no ser ese su único objeto, sino el de tomar indios por esclavos para llevarlos á España. Mas, fuese verdad ó disimulacion, él satisfizo diciendo, que despues de una difícil y larga navegacion, falto de víveres y averiadas sus naves, habia ido á buscar abrigo y socorro en comarcas amigas: que así podia y debia hacerlo, no solo por hallarse constreñido de la necesidad, cuanto

por tener despachos reales que le autorizaban; y que en prueba de su respeto á la autoridad y persona del almirante, iria á verle tan luego como concluyese sus aprestos.

Todo esto dijo á Roldan, comisionado de Colon para averiguar lo cierto del caso y visitarle ; pero listo ya de un todo, levó anclas por febrero de 1500, y léjos de pensar en cumplir la palabra dada, se fué al golfo de Jaragua. Allí vertiendo injurias contra el almirante, trató de concitar nuevamente á los españoles avecindados en la costa. Unos se le unieron, y así reforzado, habló de ir á Santo Domingo y humillar al gobernador, hasta prenderle. Otros que se negaron á darle oidos, fueron atacados, y hubo refriega sangrienta con heridas y muertes. Piensa por último en prender á Roldan; mas este, advertido de todo, y tan astuto y denodado como él mismo, léjos de ceder avanza, obligándole á retirarse á sus naves. Algun tiempo se estuvieron observando con recíproca desconfianza y cautela, hasta que habiendo Roldan logrado tomar por la fuerza una de las dos lanchas de Ojeda', se dió este á partido, á fin de recobrarla, y marchó su camino luego al punto. A España llegó á mediados de junio, no mui rico en verdad, pues deducidas las costas, no quedaron, segun escribió Vespucci, mas de quinientos ducados que dividir entre cincuenta y cinco aparceros.

Libre apénas el almirante de este formidable enemigo, hubo de volver á nuevas inquietudes, con motivo de sediciones promovidas por algunos malos hombres de la colonia. Á punto estuvieron las cosas de hacer creible un mal tan grave como la pasada revuelta de Roldan; mas este, pensando ya como hombre rico, se ladeó prudentemente al almirante, y los perversos, privados de su apoyo, cayeron luego en manos de la justicia. Hízose ejemplar y oportuna en el cabeza de motin; sus compañeros fueron presos y la tranquilidad apareció por todas partes. Este triunfo dió vigor y fuerzas al gobierno para consolidar el órden y promover la felizidad de la colonia; la cual, aun en medio de las pasadas inquietudes, habia hecho algunos progresos, capazes de hacer concebir esperanzas de un mejor porvenir. Los indios, enseñados de la esperiencia, se resignaron al yugo, por ser inútil la resistencia: los colonos, aprovechándose de ellos para el campo y las minas, empezaban á vivir sobrados de comestibles, y pensaban estarlo en breve de dinero. La real hacienda andaba abundante de beneficios; que no pocos le rendian sus grandes repartimientos y el tercio del oro cogido por los particu

lares. Colon llegó á creer que ántes de tres años importarian las rentas reales de la colonia por lo ménos sesenta cuentos de maravedis anuales. Con lo que gozoso, lleno de dulces imaginaciones, empezaba á creerse pagado de sus fatigas; pues veia abundante el erario, acomodados á los particulares, y próximo el momento de humillar para siempre á sus enemigos, con el espectáculo de un reino poderoso, creado por sus esfuerzos en aquellas apartadas regiones.

Cosa de un mes había que se abandonaba al embeleso de estos gratos pensamientos, libre ya de tumultos y de afanes, cuando de improviso le hirió hasta lo mas profundo del alma el mal terrible que acabó con su vida.

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CAPÍTULO V.

Llega el comendador de Calatrava Francisco de Bobadilla, con amplios poderes de la corte para conocer en el negocio de Roldan y encargarse del gobierno de la isla. Inicua conducta de Bobadilla con los tres Colones. Marchan estos aherrojados á España. Llega el almirante á la corte. Buen recibimiento que le hacen los reyes despues de haberle mandado poner en libertad. — Conducta que con él observan. - Emprende el cuarto viaje en busca del paso á la India oriental por medio de un estrecho que juzgaba deber existir en las tierras descubiertas. Sucesos de este viaje. Vuelve á España y muere.

– Juicio de su mérito y carácter.

Y fué la llegada del comendador de Calatrava Francisco de Bobadilla, con amplios poderes de la corte para conocer en el negocio de Roldan y encargarse de la gobernacion de las islas y tierra firme. Estaba autorizado para « prender los cuerpos y secuestrar los bienes » de los que resultasen culpables, y luego castigarles segun las leyes, precedida informacion del hecho. Al concederle el gobierno de la colonia con jurisdiccion civil y criminal, le dieron facultad para espulsar del pais y enviar á España, todas las personas que creyese perjudiciales al restablecimiento del órden. Todo ello, así como el nombramiento del comendador, porque entendian los reyes << ser cumplidero al servicio de Dios y suyo, á la ejecucion de la justicia, y á la paz, sosiego y buena gobernacion de las islas y tierra firme. » Desde que Bobadilla puso el pié en la Española, manifestó el designio de tratar como criminal al almirante; y ausente este en Jaragua, con motivo de los pasados alborotos, ocupó su casa y secuestró sus bienes, usando de ellos sin delicadeza, ni mas ni ménos que si fueran botin de buena guerra. Al segundo dia de su llegada, pregonó franquezas de oro y diezmos, para ganarse voluntades; dió y quitó empleos á su antojo; prometió el pago de los sueldos atrasados, bien que no tuviese con qué hacerlo; y si hemos de dar crédito á Colon, habló en público contra él y sus hermanos en términos tan injustos y violentos, como indecorosos. De las cartas en blanco que le habian dado los reyes, usó para conceder encomiendas y otras gracias á Roldan y sus amigos. Á Colon no escribió ni envió á decir una sola palabra; ántes por el contrario se

negó á contestar á una carta que este le remitió. Resuelto á llevar adelante el firme propósito de arruinarle, luego que hubo conseguido con sus larguezas bastante popularidad, empezó á recoger acusaciones contra él. Ya puede cualquiera imaginarse si las conseguiria buenas entre los enemigos de su víctima, y cuando, aflojadas por él mismo las riendas de la polícia y del gobierno, habia hecho mas odioso el pasado régimen de subordinacion y órden. Mui bien decia Colon, no haber nunca oido que un pesquisidor allegase los rebeldes y los tomase por testigos contra el que los regia « á ellos y á otros sin fe ni dignos de ella ».

Profundamente resentido de semejante conducta, tomó Colon sin embargo el partido de sufrir resignado lo que él creia una ingratitud de los reyes, y lo que era sin duda una iniquidad de Bobadilla. Fuése, desarmado y solo donde aquel estaba; si bien pudiera, reuniéndose al adelantado, acercarse á la ciudad con fuerzas suficientes para humillar á su enemigo. Mas no es dado á pechos ruines sentir la magnanimidad; ántes suelen aprovecharse de ella para perder al que se fia. Esto hizo Bobadilla, cual pudiera un villano; pues como supo que Colon se iba á él de paz, echó á Don Diego, preso y aherrojado en una carabela; con el almirante en llegando, hizo lo mismo, y seguidamente otro tanto con el adelantado. Ni habló á los hermanos, ni consintió en que nadie les hablase. Separólos en distintos bajeles, acaso para que hicieran con mas afliccion y desconsuelo el largo viaje á España, y no ahorró hechos ni palabras para dar á conocer su odio profundo y desenfrenado contra aquellos ilustres estranjeros. Solo es comparable con la iniquidad de esta conducta el regocijo indecente con que insultaron su desgracia aquellas malas gentes de la Española, si bien no babia para qué estrañarlo, siendo la mayor parte hombres ruines, sin hogar ni oficio. Ni ¿cómo podian dejar de alegrarse los malhechores con la ruina de unos hombres que los obligaban al trabajo, reprimiendo en lo posible su licencia y sus crímenes? Pues á pesar de esto conservó Colon en tan crítico lance su habitual serenidad y compostura. Ni una queja se le oyó, ni una palabra, ni un suspiro ; que hubiera sentado mal á tan grande hombre el humillarse delante de aquellos miserables. Por ventura comparaba orgulloso la ruindad de sus enemigos con su propia grandeza; y escondiendo en el fondo del alma sus dolores, mostraba solo la resignacion y la entereza que ilustran y ensalzan la virtud en medio de las cadenas. Conoció el violento

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