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suasion de que ella volveria á encender las apagadas disensiones civiles persuasion que por todos medios procuraban esforzar en el ánimo de los monarcas, los áulicos y cortesanos enemigos del almirante; los hombres malos de la colonia, que temian la vuelta de un hombre recto y severo; y la turba de almas comunes, que juzgándole por sí mismas, creian verle llegar de un momento á otro, armado de odios y venganzas. Mas no puede negarse que al cabo de algunos años, cuando las pasiones se amortiguaron y la colonia se vio libre de muchos díscolos y revoltosos á quienes se privó de vecindad, dejó de subsistir aquel motivo, y la reposicion del almirante fué posible. Entónces, solo ya Fernando en el trono de España por muerte de la famosa castellana, no quiso hacer lo que debia, por consideraciones políticas cuyo fondo eran los zelos de la autoridad.

Pero mientras llegaba la época en que esta triste certidumbre debia quitar á Colon toda esperanza, perdia este el tiempo y la paciencia, solicitando inútilmente volver á la colonia que habia descubierto y fundado, ménos bien hallado cada dia con el triste papel de suplicante. Cansóse al fin de la inaccion á que le reducian sus querellas, y dirigiendo la vista hácia mas nobles objetos, pensó de nuevo en ser útil á su patria adoptiva. Para ello le ocurrió entregarse otra vez al mar en busca de un paso á la India, por medio del estrecho que juzgaba deber existir en las tierras descubiertas idea que le habian sugerido sus meditaciones geográficas, ciertas noticias vagas y oscuras de los indios de Paria, y acaso tambien el viaje de Ojeda y el de otros navegantes que habian recientemente visitado aquellas costas. Concebido el pensamiento, quiso ponerlo por obra con la actividad y calor que le eran propios, sin que fueran parte en arredrarle la edad ya avanzada, ni los males, ni las fatigas que esperaba. Acogieron los reyes el proyecto con gusto y confianza, ya por la que tenian en su saber y esperiencia, ya porque les dolia verle en la corte, solicitando inútilmente lo que juzgaban no deber por entonces concederle. A esta consideracion, de suyo grave, se añadia la reciente felizidad de los portugueses, los cuales, obtenido el paso á la India oriental por el cabo de Buena Esperanza, habian visitado aquella tan feliz cuanto deseada region, y vuelto á Europa con inmensas riquezas, escitando la ambicion y envidia de las otras naciones. Así, Lisboa era ya el centro de un comercio vastísimo de mercaderías preciosas, cuando España solo

habia obtenido por fruto de sus trabajos la perspectiva de inciertos y remotos beneficios. Hallar pues el paso á la India por mas corto camino, y conseguir las ventajas de su comercio, era para los reyes católicos un pensamiento halagueño, digno de su atencion y acogida. Diéronla, por tanto, mui grata á Colon, y dispusieron que inmediatamente se preparasen la gente y naves necesarias. No fueron estas de las mejores, aunque caramente fletadas; mas no habia tiempo que perder, ni era hombre el almirante de reparar mucho en ellas, hallándose acostumbrado á los peligros é impaciente por empezar la jornada. Llevaba consigo á su hijo Hernando, mozo que frisaba apénas en los catorce años; pero que ya manifestaba las aventajadas disposiciones de que dió pruebas en seguida, habiendo llegado á ser varon de gran prudencia y doctrina. Le acompañaban tambien su hermano Bartolomé y mas de cien hombres en dos navichuelos y otras tantas carabelas. Ántes de partir, le escribieron los reyes una afectuosa carta, en que le daban priesa para el viaje, y protestaban conservarle para él y sus hijos los antiguos privilegios. « Tened por cierto, añadian, que de vuestra prision nos pesó « mucho; bien lo visteis vos é lo conocieron todos claramente, pues « luego que lo supimos, lo mandamos remediar, y sabéis el favor <«< con que os habemos mandado tratar siempre, y agora estamos mu« cho mas en vos honrar é tratar mui bien. » Discreta y delicadamente le prevenian que á la ida no tocase en la Española, como queria y lo habia solicitado, pudiendo sí hacerlo á la vuelta « de pasada, siendo necesario, y para detenerse poco. » « Y no habéis de traer esclavos, añadieron ; pero si buenamente quisiese venir alguno por lengua, con propósito de volver, traédle. »

Prevenido, en fin, de un todo, dió las velas del puerto de Cádiz el 11 de mayo de 1502, y como de costumbre, dirigió su derrota á las islas Canarias. De allí guió á Indias por el oeste, cuarta al sudueste, con mar y tiempo buenos. Tomó tierra en la isla de Mantinino, hoi Santa-Lucía, y luego dirigió el rumbo á la Española. Al acercarse á ella, avínole gran tormenta, y hallándose uno de los navíos mui trabajado, envió á comprar uno á Santo Domingo, sin por eso surgir ni entrar en el puerto; si bien pidió permiso para ello, obligado de la necesidad. La respuesta fué enviarle á decir que no llegase á tierra. Con lo cual, caidos de ánimo y descontentos los suyos, Y él mismo afligido con el suceso y el mal estado de los bajeles, hiciéronse de nuevo al mar en lo mas

fuerte de la tormenta. Trabajosamente llegó Colon á los Cayos de Morante, desde donde, cambiado el mar, sobrevinieron calmas y corrientes que le arrojaron á los Jardines de la Reina, sin haber visto tierra hasta entónces. En Cayo-largo tomó su derrota para ir á descubrir, y sucesivamente llegó á la isla Guanaja, donde no se detuvo, y á la tierra firme. El lugar á donde aportó, se llama hoi Puerto de Trujillo, y á la punta que lo abriga, ahora de Castilla, denominó entonces el almirante de Caxinas. No apartándose mucho de las costas, y teniendo los vientos y las corrientes contrarias, el tiempo siempre tempestuoso, siguió su derrota, corriendo de este á oeste. Sin surgir en parte alguna, llegó por fin al cabo de Gracias a Dios el dia 14 de setiembre, habiendo tomado al paso posesion del Rio-Tinto. Allí cambió el tiempo, el viento y las corrientes sobrevinieron prósperas; por lo que, aunque abiertos los navíos, rotas las velas, perdidas anclas, jarcias, barcas, y todos desmayados y enfermos, siguió adelante hasta las costas de Mosquitos, que los indígenas llamaban Cariay aquí se detuvo á remediar los navíos y bastimentos, y para que cobrase aliento y brios la tripulacion. Halláronse gentes de mui buena disposicion y vivo ingenio: en el aspecto, usos y costumbres, semejantes á los de la Española. De oro poca cosa, y eso bajo, por lo cual pasó adelante Colon, hasta la gran bahía del Almirante y boca del Toro. Llamábase aquella tierra Zerabora, y en ella se hallaron muestras de oro fino.

Por informacion de los indios fué á otra gran bahía que se decia Aburema, y es la de Chiriqui. La tierra por allí alta y fragosa, las poblaciones juntas en las montañas, la gente salvaje y tan poco comunicativa, que de veinte en veinte leguas no se entendian unas á otras. De esta bahía pasó al rio de Veragua, donde salieron á la ribera muchos indios armados de arcos y de flechas. Rescatóse algun oro, pero aquí los naturales, á diferencia de los que hasta entónces se habian visto, apreciaban poco las bujerías españolas, pareciendo tener en mas sus propias joyas que las estranjeras. Siguiendo su camino segun lo indicaba la direccion de la costa, recorrió por el mar la de una provincia que se decia Cobrara, y llegó por fin el 20 de noviembre á un puerto pequeño, que es el de Escribanos. Y allí dió fin á sus descubrimientos por aquellos parajes.

Siempre acalorado con la idea de las riquezas del pais, daba fácilmente asenso el almirante á cuanto le querian contar los indios de la costa sobre la abundancia, poderío y civilizacion de o'ras

tierras situadas en el interior. Una de ellas, decian', llamada Ciguare, distaba de Veragua nueve leguas hacia el poniente, y allí habia infinito oro con que las gentes construian primorosamente sus muebles, y corales con que se adornaban la cabeza, pies y brazos. Los habitantes conocian el comercio y lo hacian en ferias: andaban cubiertos de ricas vestiduras, tenian caballos, usaban naos con bombardas, arcos, flechas, espadas y corazas. Tambien le informaron que Ciguare era una isla, y que á diez jornadas de distancia se hallaba un rio, que segun las señas dedujo ser él Ganjes. Bien quisiera, cuando esto supo, y sobre todo cuando oyó que mui cerca de Veragua habia minas de oro, recorrer los lugares y averiguar lo cierto; pero hubo á su pesar de seguir adelante, llevado del mal tiempo, hasta el puerto de Escribanos, como hemos dicho. Allí, fatigado él y los suyos, y teniendo maltratadas las naves, resolvió volverse, difiriendo para mejor ocasion el continuar su viaje. Nuevas tormentas le asaltaron al regreso, y tan fuertes, que anduvo nueve dias perdido sin esperanza de vida : « Ojos « nunca vieron, dice él mismo, la mar tan alta, fea y hecha espu«ma. El viento no era para ir adelante, ni daba lugar para correr «hácia algun cabo. Allí me detenia en aquella mar fecha sangre, « herviendo como caldera por gran fuego. El cielo jamas fué visto « tan espantoso: un dia con la noche ardió como forno; y así echaba << la llama con los rayos, que cada vez miraba yo si me habia lleva« do los mástiles y velas; venian con tanta furia espantables, que << todos creiamos que me habian de fundir los navíos. En todo este tiempo jamas cesó agua del cielo, y no para decir que llovia, sal« vo que resegundaba otro diluvio. La gente estaba ya tan molida, que deseaban la muerte para salir de tantos martirios. Los navíos « ya habian perdido dos vezes las barcas, anclas, cuerdas, y esta«ban abiertos y sin velas. » Despues de mil trabajos, llegó á Veragua; pero no habiendo en el rio entrada para los navíos, volvió atras algun tanto, hasta otro, que llamó de Belen, donde fondeó el 9 de enero de 1505. Cuando el tiempo se hubo aplacado un poco, mandó alguna gente armada con su hermano Bartolomé, el cual, guiado por los indios, reconoció el pais y halló ricas minas de que cogieron sin trabajo ni aparejo, cantidad de buen oro.

Resolvió Colon asentar allí pueblo; y como llevase vituallas y muchas herramientas, puso mano á la obra con suma diligencia y aun con buen éxito á los principios. « Mas bien sabia yo que no

« habia de durar la concordia, escribia el amirante: los indios eran «mui rústicos y nuestra gente mui importuna; y luego, me << aposesionaba en su término. » Sucedió como lo habia previsto ; pues ya fuese, como pretende él mismo, que el cacique de la tierra habia acordado quemar las habitaciones y matar á todos los españoles, ó que solo tuviese sospecha de ello y quisiese prevenir el intento, es lo cierto que prendió al indio, á sus mujeres, hijos y amigos, incendió sus chozas y taló sus sementeras. La violencia, aunque ejercida sobre hombres tímidos é indefensos, produjo, como suele, amargos frutos. El cacique, burlando la vigilancia de sus guardias, escapó ileso, juntó á los suyos y dió con furor en el real de los cristianos, en ocasion de hallarse embarcados y fuera del rio los mas de ellos. Hirió y mató á muchos, todo lo que halló á las manos lo destrozó y quemó; que al infeliz le arrebataban los caros hijos, y estaba animado por el furor de la venganza.

Ni paró aquí el daño de los españoles. Desde el mes de enero se habia cerrado la boca del rio, y ya para abril estaban los navíos comidos de broma é incapazes de sostenerse sobre el agua. En una grande avenida que hicieron las aguas, pudo sacar Colon con gran pena tres de ellos vacíos: el otro quedó dentro; y como ya habia resuelto abandonar aquellos tristes parajes, dando la vuelta á España, mandó que las barcas fuesen rio arriba á hacer aguada para el viaje. Pues sucedió que los indios acometieron á los pocos hombres que iban en ellas, á todos mataron, y luego hicieron pedazos las embarcaciones. Quedó Colon aislado en sus bajeles, y alguna gente que habia aun en tierra, sin poder reunírsele, cercada de enemigos y combatiendo á cada instante. El valor y prudencia de un soldado español, de nombre Diego Méndez, grande amigo y servidor de los Colones, salvó entónces aquellos hombres, logrando llevarlos en canoas á bordo de los bajeles, despues de algunos dias de refriegas continuas. Reunidos todos, dieron las velas, dejando en Belen abandonado un navío, y llevando los otros desmantelados y podridos. En Puerto-Belo desamparó otro que ya no podia navegar; y forzado por la mar y vientos contrarios á volver por el mismo camino que habia llevado al descubrir, siguió su derrota por la costa en un estado lastimoso de miseria, la gente acobardada, mohina, y él mismo lleno de aflicciones. La intencion que manifestaba era de navegar á la Española, usando del real permiso. Sin embargo, al llegar á la altura de la punta de Mosquitos, inclinó las

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