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que siguiendo la corriente del Guaire se internó en el Tuy, y precisamente con quien habia luchado el infeliz Tamanaco, decidió que el desgraciado Indio pereciera defendiéndose contra una fiera. Tenia Garci-Gonzalez un perro de ferocidad poco vista, á cuyas garras y colmillos decidieron entregar el pobre cacique. Dispusieron al efecto un palenque y allí le arrojaron con el bravío animal, que no tardó en arrancar del cuerpo la cabeza de Tamanaco, en presencia de Alonzo y de otros crueles expectadores, que la conciencia universal condenará siempre á eterna abominacion. Mas no por esto los demas Indios dejaban de seguir en su camino de defensa de la pátria; ni entre ellos dejaba de haber hombres dignos de haber figurado con Scévola y los primeros patricios de la héróica Roma. Veamos un ejemplo. Garci-Gonzalez habia recibido el encargo de someter á los Teques, en cuyos dominios nuevamente hallaron las minas de oro que ya se habian comenzado á explotar; y en momentos en que, haciendo una excursion contra estos Indios, Garci-Gonzalez se viera atacado por la espalda por numerosa gente, envió á uno de sus prisioneros á que, hablando con sus compatriotas, les intimase cesar en la pelea, so pena de empalarlo á él y á algunos mas que tenia en su poder. Llamábase este Indio Sorocaima; veamos cómo cumple su encargo. Adelántase hasta donde pudieran oirle y lejos de pedir lo que se le encargara, á grandes voces les invita para que siguiesen con mas brio y teson el ataque; visto lo cual por el español, mandóle cortar una mano para que cumpliese bien su comision. Con gran serenidad extendió el Indio su diestra para que la mutilasen. Prendado GarciGonzalez de tanto heroismo ordenó su libertad y lo

eximió del castigo; mas no por eso dejaron de cortarle la mano otros españoles muy principales que allí se hallaban. Hiciéronlo sin conocimiento de Garci-Gonzalez y tuvieron ocasion de ver á un hombre á quien se desollaba una parte del cuerpo, guardar el mas profundo silencio durante su martirio. En efecto, sin exhalar siquiera un suspiro, el valeroso Sorocaima esperó á que terminase la cruel mutilacion, y luego, con voz serena, pidió la mano desmembrada á sus verdugos, y con ella majestuosamente se retiró al seno de sus compatriotas. Sublime ejemplo este de grandeza de alma, que nos recuerda á Régulo, y de que mas tarde veremos nuevos imitadores en la guerra de la in.dependencia patria.

VII

DON JUAN PIMENTEL. TRASLACION DE LA CAPITAL á Carácas. GARCI-GONZALEZ MARCHA CONTRA LAS CUMANACOTOS.

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· HOR

RIBLE PESTE DE VIRSUELAS. DON LUIS DE ROJAS. SU MAL DON DIEGO DE OSORIO.

GOBIERNO.

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SU BUEN GOBIERNO. REFORMAS ÚTILES QUE HIZO. - EL CORSARIO INGLÉS DRACKE SAQUEA Á CARÁCAS. GONZALO PEÑA LIDUEÑA.

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Diez años cumplidos, sin embargo, tuvieron que luchar los españoles contra los Indios que ocupaban el pais de los Carácas; al cabo de los cuales depusieron las armas al peso de grandes infortunios y miserias.

Entretanto, un nuevo gobernador, Don Juan de Pimentel, habia sido nombrado para suceder á Mazariego, y en los últimos meses del año de 1577, habia llegado á Coro. Ocupóse en el primer año de su gobierno en mudar la capital de la provincia á Carácas, punto á su parecer mas conveniente para el efecto. Así, Coro, que desde el principio de la conquista gozara de esta prerogativa,

vióse despojada de ella en 1578, no pudiendo ni conservaralli el asiento del Obispado, pues en 1613 se vino tambien á Caracas su prelado, Fray Juan de Bohorgues, y en 1635, el obispo Don Juan López Agurto de la Ma ta trasladó á su vez el Cabildo; cuyas disposiciones fueron aprobadas, á despecho de los hijos de Coro, por las autoridades de España, expidiéndose en el mismo año una cédula que las autorizaba, confirmada despues en 1639. Hecho esto, comisionó á Garci-Gonzalez para que sometiese á los Cumanagotoś, que jactanciosos de los triunfos que habian adquirido anteriormente, se atrevian ya á infestar el comercio de aquellas costas. Marchò, pues, Garci-Gonzalez con tal propósito, en 1579, acompañado de cerca de 600 hombres, de los cuales 130 eran españoles y los demas indígenas. Veinte dias despues de haber salido de Carácas llegó á las márgenes del Unare, en donde renovó una alianza que anteriomente hiciera con el cacique de Crecrepe; mas en esta expedicion no tuvo Garci-Gonzalez la fortuna que otras veces le habia acompañado, pues aunque venció en ocasiones á los Cumanagotas que tanta fama tenian de valientes, y aunque llegó á fundar en las márgenes del Unare un establecimiento, los Cumanagotas, Chacopatas y Choymas se juntaron para defender su territorio; y habiendo marchado Garci-Gonzalez á atacarlos, fué completamente derrotado á pesar de los esfuerzos que hiciera por impedirlo, habiendo de retirarse á Píritu bajo la persecucion de los enemigos que no desperdiciaban momento propicio de inquietarlo. Mas á pesar suyo tuvo que volver á Crecrepe, ya por este fatal suceso, ya por otras causas dependientes del clima y la escasez de recursos. Allí, desesperanzado, decidió abandonar la conquista, que si no

habia podido llevar á cabo con tan regular expedicion como trajo, locura seria emprenderla de nuevo, cuando ya todos los Indios que trajera se habian desertado. Pero si no fué afortunado Garci-Gonzalez en su empresa, fuélo sí en estos momentos en que debia abandonarla, porque á esta sazon recibia pliegos del gobernador en que le llamaba á poblar el pais de los Quiriquires.

Dejó, en consecuencia, el pueblo que habia fundado, y fuése á establecerlo de nuevo y con su nombre en la tierra que era llamado á poblar. Mas aunque sometió á fuerza de degüellos á los Indios que la habitaban, su nuevo pueblo corrió la misma suerte que el anterior.

Fué en este tiempo cuando un suceso lastimoso vino á acabar de raiz con la empresa de Garcia, y á sembrar la muerte en todas partes. Corria el año de 1580, en el que un buque procedente de la Guinea trajo á Caravalleda la horrible peste de la viruela, que acaso por la primera vez iba á extenderse en tierra del Nuevo Mundo. Con grande estrago por todas partes anunció su presencia, de suerte que tribus enteras desaparecieron á su paso. Los caminos, los montes, las aldeas, se vieron cubiertos de cadáveres por espacio de un año que duró su contagio. Tal fué la destruccion que causó en los Indios este nuevo enemigo, que se vieron reducidos á pocas familias en las comarcas contaminadas.

En este estado halló la provincia Don Luis de Rojas, que vino á sustituir á Pimentel (1583). Funesto fué el gobierno de Rojas á la colonia, pues en su tiempo se desmembró por temeridad suya, porque este hombre « caprichoso y violento veia con indiferencia el menoscabo de su jurisdiccion territorial. » Sin embargo, emprendió poblar las tierras de los Quiriques, y llevar de nuevo las armas contra los Cumanagotas. De la una

empresa hizo cargo á Juan de la Paz, y de la otra á un hijo de aquel Cobos de ignominiosa memoria, que habia sido obligado á servir de balde en las expediciones por pena del crimen de su padre. El uno fundó dos eiudades, corriendo el año de 1534; la primera, en las márgenes del Tuy; la otra, en los valles de Aragua. Llamó la una San Juan de la Paz y la otra « San Sebastian de los Reyes. » De ellas solo se conservó despues la última, que aún existe.

Cobos no dejó por su parte de tener buen éxito en su empresa, no obstante que se viera á canto de salir muy maltrecho con aquellos bravos Indios; mas estos, despues de haber perdido á su cacique Cayaurima, hecho prisoniero por Cobos en una gran refriega en que la pérdida de este jefe salvó á los españoles de su total ruina celebraron la paz, con la condicion que conservara la vida de su cacique. Despues de lo cual, Cobos se retiró á la boca del Neverí, en donde fundó, en 1585, una villa que llamó San Cristobal de Cumanacotos.

Fué á esta sazon que el gobernador de Cumaná recientemente llegado, Rodrigo Nuñez de Lobo, incluyó en su provincia á los Cumanacotos, sin que el maniático Rójas pusiera á ello obstáculo ninguno, dejándose arrebatar así parte del territorio puesto bajo su jurisdiccion. Contento con mantener disputas con los cabildos, y de hacer prevalecer su dictámen en menudencias, veia todo lo demas con necia frialdad. Ocurriósele una vez nombrar los alcaldes, y como hallara á ello oposicion muy justa en los regidores de Caravalleda, los puso presos, lo cual dió funestos resultados; pues los vecinos de aquel lugar lo abandonaron, viniendo á establecerse en el sitio que hoy ocupa La Guaira.

Tristes y lamentables resultados recojió este hombre

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