Poetas de Hispano-América

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Eduardo Solar Correa
Imp. Cervantes, 1926 - 300 páginas
 

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Página 162 - ¡Juventud, divino tesoro; ya te vas para no volver ! . . . Cuando quiero llorar, no lloro, ya veces lloro sin querer...
Página 166 - Dichoso el árbol, que es apenas sensitivo, y más la piedra dura, porque ésa ya no siente, pues no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo, ni mayor pesadumbre que la vida consciente.
Página 142 - Una noche, una noche toda llena de murmullos, de perfumes y de músicas de alas; Una noche en que ardían en la sombra nupcial y húmeda las luciérnagas fantásticas, a mi lado lentamente, contra mí ceñida toda, muda y pálida, como si un presentimiento de amarguras infinitas...
Página 31 - ¡Salve, fecunda zona, que al sol enamorado circunscribes el vago curso, y cuanto ser se anima en cada vario clima, acariciada de su luz, concibes!
Página 186 - Tuércele el cuello al cisne de engañoso plumaje que da su nota blanca al azul de la fuente; él pasea su gracia no más, pero no siente el alma de las cosas ni la voz del paisaje.
Página 143 - ... sobre las arenas tristes de la senda se juntaban, y eran una, y eran una, y eran una sola sombra larga, y eran una sola sombra larga, y eran una sola sombra larga . . . 2 Esta noche solo; el alma llena de las infinitas amarguras y agonías de tu muerte...
Página 38 - ¡Cuánto es bella la tierra que habitaban, Los aztecas valientes! En su seno En una estrecha zona concentrados, Con asombro se ven todos los climas Que hay desde el Polo al Ecuador. Sus llanos Cubren a par de las doradas mieses Las cañas deliciosas. El naranjo Y la piña y el plátano sonante, Hijos del suelo equinoccial, se mezclan A la frondosa vid, al pino agreste, Y de Minerva el árbol majestuoso.
Página 158 - Los que auscultasteis el corazón de la noche; los que por el insomnio tenaz habéis oído el cerrar de una puerta, el resonar de un coche lejano, un eco vago, un ligero ruido. . . En los instantes del silencio misterioso, cuando surgen de su prisión los olvidados, en la hora de los muertos, en la hora del reposo, ¡sabréis leer estos versos de amargor impregnados!.
Página 238 - Te digo que era bueno, te digo que tenía el corazón entero a flor de pecho, que era suave de índole, franco como la luz del día, henchido de milagro como la primavera.
Página 36 - ¡Oh jóvenes naciones, que ceñida Alzáis sobre el atónito occidente De tempranos laureles la cabeza! Honrad el campo, honrad la simple vida Del labrador, y su frugal llaneza. Así tendrán en vos perpetuamente La libertad morada, Y freno la ambición, y la ley templo.

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