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perteneciente á una familia rica y notable en su pobre ciudad, villa ó capital, está habituado á hacer algun papel, á ser siquiera notado por las niñas y conocido por sus condiscípulos: y ha crecido con ciertos humos de vanidad aristocrática. Al llegar á Lóndres ó Paris se siente completamente abrumado, anulado, pulverizado por la grandeza del teatro en que se halla. El mas ilustre sábio pasa desapercibido por las calles de Paris, como el mas opulento banquero se desliza incógnito entre los tres millones de habitantes de dres. Así, el estrajero que no tiene la filosofía bastante para comprender lo que aquella grandeza significa que no tiene suficiente conciencia de su dignidad personal y su intrínseco valor como hombre,-se siente profundamente humillado al ver que él llama la atencion mucho menos que cualquier cocher, y que son mucho mas conocidos el vendedor de fósforos ó lápices de una esquina, ó el miserable trapero que todas las noches pasa con su canasto de inmundicias sirviendo humildemente á la civilización.

La vanidad del joven se subleva y busca su desquite, su modo de manifestarse. Pero como en Londres y Paris aun las mas grandes figuras tienen dificultad para hacerse notar de una manera racional y digna, nuestro jóven-á falta de importancia personal-apela á todas las esterioridades. que relumbran y hacen ruido. Así, se arruina pagando (aunque colocado en segunda ó tercera fila, como un supernumerario del vicio) el lujo de las cortesanas mas á la moda; arrastrando coche y vistiendo lacayos en caricatura; prodigando el dinero de su familia en cenas y comidas, vestidos inauditos, viajes ó paseos absurdos, mobiliario suntuoso y toda clase de sandeces; mendigando vilmente presentaciones que le hagan visitar grandes y aristocráticos salones; cortejando á las actrices mas impudentes, como las reinas del gran mundo, y haciéndose, mediante su disfraz, caballero de contrabando y personaje de fantasía.

Pero al cabo la bolsa queda vacía, las trampas dejan de ser un recurso. y de un modo ú otro (á veces pasando por

Clichy y muchas otras humillaciones) el aturdido fátuo tiene que volver á la prosa de su tierra natal, es decir á la maza-morra y el sancochado de sus primeres años. Entonces viene el crugir de dientes con que no se habia contado. El pobre fátuo es una caricatura de parisiense, y cada uno de sus jestos es una triste y ridícula mueca. Todo le parecerá estraño, absurdo, intolerable. Debe ser republicano, á fuer de ciudadano de una república, y no es sinó una especie de imperalista absurdo que admira las grandezas del imperio francés sin dar razon de ellas ni comprenderlas en ningun sentido. Debe ser franco, sencillo y jovial como comos casi todos en América, y no es sino un petulante acicalado y ceremonioso. Debe ccuparse de lo que á su patria interesa y no habla sino de Paris y Francia, y atosiga á todo el mundo con su francesismo imperturbable, ostentando sin son ni ten. Debe un dia casarse y fundar una familia para vivir digna y provechosamente; pero todas las señoritas de su pais le parecen ridículas, y en Paris ha aprendido á considerar el matrimonio como una mera especulacion que solo arreglan los notarios. Debe trabajar para vivir con dignidad, y no puede hacer cosa de provecho, porque está habituado solo á gastar ó trampear, y á ver conducir en Europa empresas colosales que por acá no son posibles.

Así, nuestros jóvenes afrancesados reniegan de su patria y todo lo que hay en ella, se fastidian como unos imbéciles, se hacen completamente estranjeros en su pais, y mas que estranjeros, inútiles y empalagosos, y acaban por hallarse mas ignorantes que nunca-colmados por sus compatriotas del ridículo que tan lejítimamente han merecido. De la tela de estos mentecatos salen la mayor parte de los descontentos absolutos ó pseudo-monarquistas que tenemos en nuestras repúblicas.

De lo precedente-que no es sinó el pálido resúmen de muchísimas observaciones hechas personalmente deduzco que lo peor que un padre de familia puede hacer con sus hijos, es enviarles á Europa, cuando son todavia muy jóve

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nes y no van ya formados en su patria y destinados á ocuparse en un estudio ó trabajo particular. Eso no es sino mandar buena materia prima de útiles ciudadanos, á convertirse, en las calles de Paris y Londres, en pedantes infinitamente absurdos.

Ningun jóven hispano-americano (á menos que viaje con su padre ó bajo la autoridad de una persona inteligente y respetable) debe ir á Europa antes de cumplir veinticinco años. Para que sea provechoso el viaje á Europa de un jóven hispano-americano se requieren estas condiciones.

1a. Que su carácter esté formado, bajo la influencia de su familia, de su medio físico y de la sociedad á que pertenece y está destinado á servir;

2. Que sus ideas republicanas estén ya consolidadas en lo esencial (puesto que es y debe ser ciudadano de una república), bien que el estudio, la observacion práctica y la meditacion fria habrán de corregir ó purificar esas ideas, en el sentido del progreso;

3. Que haya aprendido á trabajar, sufrir y ganar la vida y merecer el goce, sin lo cual no se conoce el valor de lo que se gasta, ni hay derecho para gastar y gozar, ni se puede tener medida ó prevision en nada;

4. Que lleve á Europa un objeto determinado, sea el de perfeccionarse en estudios hechos en América, sea de adquirir una ciencia ó arte particular, sea de realizar una especulacion honrada, ó simplemente de conocer un росо el mundo, pero sin dejar de cultivar alguna cosa útil;

5a. Que esté sometido, en mayor ó en menor grado, segun su discernimiento, á los consejos y vigilancia de alguna persona muy respetable, capaz de guiarle con provecho al través del inmenso laberinto de la civilizacion europea.

A estas condiciones añadiríamos otra que, si no es indispensable, es muy importante. Conviene que todo jóven hispano-americano, despues de haber observado en Europa. los grandes fenómenos de la vieja, complicada y aun contradictoria civilizacion europea, dé la vuelta por los Estados

Unidos del Norte, á fin de adquirir allí sólidamente costumbres republicanas, hacer comparaciones, útiles y observar los prodigios que ha producido aquella misma civilizacion, aplicada al suelo vírgen de América, conforme á las inspiraciones de la libertad y del sentimiento de justicia, tolerancia y dignidad personal. Sin este último estudio, el jóven viajero correrá siempre el riesgo de pervertir un poco su espíritu con el deslumbramiento que causa en Europa un progreso que no carece de grandes sofismas, contradicciones y miseria crueles....

(Revista Americana. Lima, 1863.

ABANCAY.

INDEPENDENCIA

Primera necesidad de una Nacion. Sin independencia la nacionalidad es una quimera: véase la Polonia, parte de la Italia, la Ungria y otras provincias conquistadas; su existencia es mas desgraciada que la de las demas provincias de cuyo Estado dependen. Y esto es muy fácil de esplicarse. El estado ó provincia sujeto por fuerza, tiene que ser tratado con mas rigor y vigilancia que aquel que se halla por su voluntad bajo el dominio de un soberano. Al esclavo que está conforme con su esclavitud, y que tal vez vive contento, se le deja suelto; al que suspira por su libertad y quiere romper la cadena de la esclavitud, se le remachan mas los grillos, se le hace la cadena mas pesada, se le vigila mas, no se le deja respirar y se le oprime, y castiga con el mayor rigor. Ved la Isla de Cuba, tan feliz ahora 20 años, aun en medio de su dependencia de la corona de España; hoy tan desgraciada desde que manifestó los primeros síntomas de libertad, desde que hizo los primeros movimientos para romper sus cadenas, y lo que es mas cruel: que americanos sean los que la agarrotan, la destrozan, la ultrajan para conquistar en la corte de Madrid el timbre de fidelidad, á costa de su reputacion y de los sentimientos naturales sacrificados á vanos títulos.

Esos miserables americanos que se ensañan en los hijos de la Habana, conquistarán en Madrid el título de muy leales vasallos de la reina de Castilla; mas en todo el mundo, el solo título que merecerán, será el de verdugos de sus mismos hermanos.

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