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el caso de la condesa. Ya bien experimentada en su efecto específico, la mandaren á España en 1639 con el nombre de Polvos de los Jesuitas, donde los guardaron como un secreto por muchos años. Al fin este fué descubierto por un médico inglés llamado Talbot, (1) quien, despues de curar con ellos al Principe de Condé, al Delfin, Colbert y otras personas de rango, vendió el secreto al gobierno francés por una suma considerable y una pension vitalicia. Entonces dejó de ser un secreto y generalizándose la aplicacion, se aumentó su fama con tanta justicia adquirida.

Durante siglo y medio fué conocido con el nombre de polvos de los Jesuitas, hasta que Linneo en su sistema botánico lo clasificó designó bajo la denominacion de Chinchona, en honor de la Condesa de Chinchon, que fué curada con ella y fué la causa de su introduccion en Europa.

Les autores que hemos leido con escepcion de Cordoba y Uruttia no hablan del Indio: están divergentes en el lugar donde se descubrió y no hacen mencion de su descubridor.

Vemos por esta sencilla narracion que debemos á Pedro Leiva, el Indio de Loxa, el gran descubrimiento de la cascari lla y el conocimiento de su efecto específico en fiebres periódicas; y aunque su nombre es poco conocido por la facultad médica, no debe pasar desapercibido á la posteridad; pues no dejará de conocer que, entre los medicamentos que contienen nuestras farmacopeas, ninguno ha dispensado mas bienes á la humanidad que el del Indio de los Andes del Perú.

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APUNTES HISTORICOS

SOBRE EL CONDE DE SUPERUNDA

Fundador de Valparaiso

La época del coloniage, fecunda en acontecimientos que de una manera providencial fueron preparando el dia de la independencia del Nuevo Mundo, es un tesoro poco esplotado aun por las inteligencias americanas. Por eso, y perdónese nuestra presuntuosa audacia, cada vez que la fiebre de escribir se apodera de nosotros, demonio tentador al que mal puede resistir la juventud, evocamos en la soledad de nuestras luchas al génio misterioso que guarda la historia del ayer de un pueblo que no vive de recuerdos ni de esperanzas sinó de actualidad. Y á fé que la actualidad no puede ser mas desesperante para los que soñamos con un dia de redencion. Sí! Esperad, hijos escojidos de la democracia. Vendrán los tiempos en que el pueblo sud-americano que vive solo del presente, se hastie del carnaval constante y vuelva los ojos al porvenir. Entonces la corona de espinas que hoy eine la frente del Cristo, tal vez se torne en corona de oliva y rosas. Lo repetimos: en América la tradicion apenas tiene vida. Sea por la indolencia de los gobiernos en la conservacion de los archivos ó por descuido de nuestros antepasados en no consignar los hechos, es innegable que hoy seria casi imposible escribir una historia de la época de los vireyes. Los tiempos primitivos del imperio de los incas, tras lo que está la huella ensangrentada de la conquista, han llegado hasta nosotros con fabulosos é inverosimiles colores. Parece que

igual suerte espera á los dos primeros siglos de la dominacion española. Entretanto toca á la juventud hacer algo para evitar que la tradicion se pierda completamente. Por eso en ella se fija de preferencia nuestra atencion, y para atraer la del pueblo creemos útil adornar con las galas del romance toda narracion histórica. Si al escribir estos apuntes sobre el fundador de Valparaiso, Talca y los Angeles no hemos logrado nuestro objeto, discúlpesenos en gracia de la buena intencion que nos guiara y de la inmensa cantidad de polvo que hemos aspirado al hojear crónicas y deletrear manuscritos en paises donde á parte de la escasez de documentos, no están los archivos muy fácilmente á la disposicion del que quiera consultarlos.

I.

EL NUMERO 13

El exelentísimo señor don José Manso de Velazco, sue mereció el título de conde Superunda, por haber reedificado el Callao (destruido á consecuencia del famoso terremoto de 1746), se encargó del mando de los reinos del Perú, el 13 de julio de 1745 en reemplazo del marqués de Villagarcía. Maldita la importancia que un cronista daria á esta fecha, si segun cuentan añejos papeles, ella no hubiera tenido marcada influencia en el ánimo y porvenir del virey; aquí con vénia tuya, lector amigo, va mi pluma á permitirse un rato de charla y moraleja.

Cuanto mas inteligente ó audaz es el hombre, parece que su espíritu es mas susceptible de acojer una supersticion. El vuelo ó el canto de un pájaro es para muchos un sombrio augurio cuyo prestigio no alcanza á vencer la fuerza del raciocinio. Solo el nécio no es supersticioso.-César en una tempestad confiaba en su fortuna. Napoleon, el que repartía troños como botin de guerra, recordaba al dar una batalla la brillantez del sol de Austerlitz y aun es fama que se hizo decir la buena ventura por medio de una echadora de cartas.

Pero la preocupacion nunca es tan notoria como cuando se trata del número 13. La casualidad hizo algunas veces que de trece convidados á un banquete uno muriera en el término del año; y es seguro, que de allí nace el prolijo cuidado con que los cabalistas cuentan las personas que se sientan á una mesa. Los devotos esplican que la desgracia del 13 surje de que Judas completó este número en la divina cena.

Otra de las particularidades del 13, conocido tambien. por docena de fraile, es la de designar las monedas que se dán en arras cuando un prójimo resuelve hacer la última calaverada. Viene de allí el horror instintivo que los solteros le profesan, horror que no sabremos decidir si es ó no fundado, como no osariamos declararnos partidarios ó enemigos de la santa coyunda matrimonial.

El hecho es que cuando el virey quedó solo en palacio con su secretario Pedro Bravo de Rivera, no pudo escusarse de decirle :

-Tengo para mi, Pedro, que mi gobierno me ha de traer desgracia. El corazon me dá que este otro 13 no ha de parar en bien.

El secretario sonrió burlonamente de la supersticion de su señor en cuya vida que él conocia á fondo, habia probablemente alguna aventura en la que desempeñase un papel importante al fatídico número á que acababa de aludir.

Pero si el corazon fué leal profeta para el virey, es lo que verá el lector si nos acompaña en los sucesivos capítulos y se fija en nuestra rápida y desaliñada narracion.

II.

QUE SE TRATA DE UNA ESCOMUNION Y DE COMO POR ELLA EL VIREY Y EL ARZOBISPO SE TORNARON ENNEMIGOS

La obligacion de motivar el capítulo que á este sigue, nos haria correr el riesgo de tocar con hechos que acaso pudieran herir quisquillosas susceptibilidades, si para evitarlo no

adoptáramos el partido de no revelar nombres y narrar el suceso á galope-En una hacienda del valle de Ate, inmediata á Lima, existia un pobre sacerdote que desempeñaba las funciones de capellan del fundo. El propietario que era nada menos que todo un título de Castilla, por cuestiones de poca monta y que no son del caso referir, hizo una mañana pasear por el patio de la hacienda, caballero en un burro y con acompañamiento de rebenque, al bueno del capellan el cual diz que murió á poco de vergüenza y de dolor.

Este horrible castigo administrado á un unjido del Señor, despertó en el pacífico pueblo una gran conmocion. El crimen era hasta entonces inaudito. La Iglesia fulminó una escomunion mayor contra el hacendado, en la que se mandaba derribar las paredes del patio donde fué escarnecido el capellan y que se sembrase sal en el terreno, amen de otras muchas ritualidades de las que haremos gracia al lector.

Nuestro hacendado que disfrutaba de gran predicamento en el ánimo del virey y que ainda mais era pariente por afinidad del secretario Bravo, se encontró amparado por éstos, que recurrieron á cuantos medios hallaron á sus alcances para que se menguase en algo el rigor de la excomunion. El virey fué varias veces á visitar al arzobispo con tal objeto; pero éste se mantuvo erre que erre.

Entretanto cundia ya en el pueblo una especie de somaten y crecian los temores de un sério conflicto para el gobierno. La multitud cada vez mas irritada, exijia el pronto castigo del sacrilego, y el virey convencido de que el metropolitano no era hombre de provecho para su empeño, se vió mal su grado en la precision de ceder.

Vive Dios que aquellos sí eran tiempos para la Iglesia! El pueblo no contaminado con la impiedad que al decir de muchos avanza á pasos de jigante, creia entonces con la fé del carbonero. Pícara sociedad que ha dado en la maldita fiebre de combatir las preocupaciones y errores del pasado! Perversa raza humana que tiende á la libertad y al progreso y que en su roja bandera lleva impreso el imperativo de la

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