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APUNTES HISTORICOS

SOBRE EL CONDE DE SUPERUNDA

Fundador de Valparaiso

(Conclusion) (1)

IV.

DONDE LA POLLA EMPIEZA A INDIJESTARSE

Dejamos á la imajinacion de nuestros lectores calcular el escándalo que produciria la aparicion del arzobispo en el altar mayor, escándalo que subió de punto cuando lo vieron consumir la Divina forma. El virey no desperdició la ocasion de esparcir la zizaña en el pueblo con el fin de que la grey declarase que su pastor habia incurrido en flagrante sacrilegio. Bien se barrunta que S. E. no conocia á esa sufrida oveja que se llama el pueblo! Los corrillos, despues de comentar largamente el suceso, se disolvian con esta declaratoria, propia del fanatismo de aquella época :

-Pues que comulgó Su Illma. despues de almorzar licencia tendria.

Entretanto el arzobispo no dormia y mientras que el virey y la Real Audiencia dirigian al monarca y consejo de las Indias una fundada acusacion contra Barroeta, este reunia en su palacio al cabildo eclesiástico. Ello es que se estendió una acta de lo ocurrido, en la que despues de citar á los

(1) Véase la páj. 412.

Santos Padres, de recurrir á los breves secretos de Paulo III y otros Pontífices y de destrozar los Canónes, fué aprobada la conducta del que no se paró en pollas ni panecillos con tal de sacar avante lo que se llamaba fueros y dignidad. Con el acta ocurrió el arzobispo á Su Santidad, quien dió por bueno su proceder.

El Consejo de Indias no se sintió muy satisfecho, y aun que no increpó abiertamente á Barroeta, lo tildó de poco atento en haber recurrido á Roma sin tocar antes con la corona. Y para evitar que en lo sucesivo se renovasen las rencillas entre las autoridades política y religiosa, creyó conve-niente S. M. trasladar á Barroeta á la silla archi-episcopal deGranada y que se encargase de la de Lima el señor don Diego del Corro, que entró á la capital el 26 de noviembrede 1758, y murió en Jauja despues de dos años de gobierno. Don Pedro Antonio de Barroeta y Anjel, natural de la Rioja en Castilla la Vieja, es entre los arzobispos que ha tenido Lima uno de los mas notables por la moralidad de su vida y por su instruccion é injenio. Hizo reimprimir las Sinodales de Lobo Guerrero y durante los siete años que, segun Unanue, duró su autoridad, desde el 26 de junio de 1751 hasta el 19 de setiembre de 1758-publicó varios edictos y reglamentos para reformar las costumbres del clero, queal decir de un escritor de entonces, no eran muy evanjélicas. A juzgar por el retrato que de él existe en la sacristía de la Catedral, sus ojos revelan la energia del espíritu y su des-pejada frente muestra claros indicios de intelijencia. Con-siguió hacerse amar del pueblo, mas no de los canónigos á quienes frecuentemente hizo entrar en vereda; y sostuvo con vigor los que para el espíritu de su siglo y para su educacion, consideraba como privilegios de la iglesia.

V.

DONDE SE ECLIPSA LA ESTRELLA DE SU ESCELENCIA

Despues de diez y seis años de gobierno el conde de Superunda que habia solicitado de la corte su relevo, entregó

el mando al exmo. señor don Manuel Amat y Juniet el 12 de octubre de 1761.

Superunda es sin disputa una de las mas notables figuras de la época del coloniage. A él debe Chile la fundacion de seis de sus mas importantes ciudades y la historia, justiciera siempre, le consagra pájinas honrosas. El pueblo nunca es ingrato para con los que se desvelan por su bien, halagüeña verdad que por desgracia ponen frecuentemente en olvido los hombres públicos en Sud-América. Manzo mientras ejerció la presidencia de Chile fué recto en la administracion, conciliador con las razas conquistadora y conquistada, infatigable en promover mejoras materiales y tenaz en despertar en la muchedumbre el hábito del trabajo. Con tan dignos antecedentes pasó al vireinato del Perú, en donde se encontró combatido por rastreras intrigas que entrabaron la marcha de su gobierno é hicieron inútiles sus buenas disposiciones. Por otra parte, su antecesor le entregaba el pais en un estado de violenta conmocion. Apu-Inca al frente de algunas tribus rebeldes y ensoberbecidas por pequeños triunfos alcanzados sobre las fuerzas españolas, amenazaba desde Huarochiri un repentino ataque sobre la capital. Manzo desplegó toda su actividad y energía y en breve consiguió apresar y dar muerte al rebelde caudillo, cuya cabeza fué colocada en el arco del puente de Lima. No se nos tilde de faltos de amor á la causa americana porque llamamos rebelde á Apu Inca. Las naciones se hallan siempre dispuestas á recibir el bienhechor rocío de la libertad y en nuestro concepto, dando fé á documentos que hemos podido consultar, Apu Inca no era ni el apóstol de la idea redentora ni el descendiente de Manco-Capac. Sus pretensiones eran las del ambicioso sin talento, que usurpando un nombre se convierte en jefe de una horda. El proclamaba el esterminio de la raza blanca sin ofrecer al indíjena su rehabilitacion política.

Cansado Manzo de los azares que lo rodeaban en el Perú, regresábase á Europa por Costa Firme, cuando por su

desdicha tocó el buque que lo conducia en la isla de Cuba, asediada á la sazon por los ingleses.

Don Modesto de la Fuente en su historia de España, trae curiosos pormenores acerca del famoso sitio de la Habana en el que verá el lector cuan triste papel cupo desempeñar al conde de Superunda. Como teniente general presidió el consejo de guerra reunido para decidir la rendicion ó resistencia de las plazas amenazadas; mas ya fuese que el aliento de Manzo se hubiese gastado con los años, como lo supone el marqués de Obando, ó porque en realidad creyese imposible resistir, arrastró la decisión del consejo á celebrar una capitulacion en virtud de la que un navío inglés condujo á Manzo y sus compañeros al puerto de Cádiz.

Del juicio á que en el acto se les sujetó, resultaba que la capitulacion fué cobarde é ignominiosos los artículos consignados en ella, y que el conde de Superunda, causa principal del desastre merecia ser condenado á la pérdida de sus honores y empleos con la añadidura nada satisfactoria de dos años de encierro en la fortaleza de Monjuich.

Don José Manzo, hombre de caridad ejemplar, no sacó por cierto una fortuna de su dilatado gobierno en el Perú. Cuéntase que habiéndole un dia demandado limosna un pordiosero le dió la empuñadura de su espada que era de maciza plata; y notorios son los beneficios que prodigó á la multitud de familias que sufrieron las consecuencias del horrible terremoto, que arruinó á Lima en 1746. Por ende, al salir de la prision de Monjuich se encontró Superunda tan falto de recursos como el mas desarrapado mendigo.

VI.

DONDE AUMENTA EN BRILLO LA ESTRELLA DE SU

IUSTRISIMA

Empezaba la primavera del año 1770 cuando paseando una tarde por la Vega el arzobispo de Granada, encontró un ejército de chiquillos que con infantil travesura retozaban

por las calles de árboles. La simpatía que los viejos esperimentan por los niños, nos la esplicamos recordando que la ancianidad y la infancia-el ataud y la cuna-están muy cerca de Dios.

Su Illma. se detuvo mirando con paternal sonrisa aquella alegre turba de escolares disfrutando de la recreacion que en los dias jueves daban los preceptores de aquellos tiempos á sus discípulos. El dómine se hallaba sentado en un banco de césped absorvido en la lectura de un libro, hasta que un familiar del arzobispo vino á sacarlo de su ocupacion llamándolo en nombre de su Ilma.

Era el dómine un anciano venerable, de facciones francas y nobles y que á pesar de su pobreza llevaba la raida ropilla con cierto aire de distincion. Poco tiempo hacia que establecido en Granada dirigia una escuela, siendo conocido bajo el nombre del maestro Velazco y sin saberse nada de la historia de su vida.

Apenas lo miró el arzobispo cuando reconoció en él al conde de Superunda y lo estrechó en sus brazos. Pasado el primer transporte vinieron las confidencias; y por último Barroeta lo comprometió á vivir á su lado y aceptar sus favores y proteccion. Manzo rehusaba obstinadamente hasta que su Illma. le dijo:

-Paréceme, señor conde, que aun me conserva rencor vuesa señoria, y creeré que por soberbia rechaza mi apoyo, ó que me injuria suponiendo que en la adversidad trato de humillarlo.

-El poder! la gloria! la riqueza! no son mas que vanidad de vanidades! y si imaginais, señor arzobispo, que por altivez no aceptaba vuestro amparo, desde hoy abandonaré la escuela para vivir en vuestra casa.

El arzobispo lo abrazó nuevamente y lo hizo montar en

su carroza.

-Así como así, agregó el conde, vuestro ministerio os obliga á curarme de mi loco orgullo.-¡ Debellare superbos!

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