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IV

La noticia de esta ejecucion produjo en Puno una impresion profunda de pesar, particularmente entre los indios y cholos, los que le tenian muchísimo afecto por su caracter bondadoso. Su esposa desapareció de la comarca, y su suegro, lleno de dolor y cólera. resolvió vengar su muerte castigando la avaricia de sus sacrificadores. Reunió inmediatamente á todos sus parientes y amigos, y con la reserva característica de los indíjenas inundaron los corredores que conducian á la famosa mina de Laycaycota, y cerraron su entrada tan eficazmente que no se ha encontrado hasta hoy. Consumado este acto de justicia indiana, se dispersaron, y aunque muchos fueron capturados por órden del virey, no pudieron inducirlos ni por castigos crueles, ni por medio de ofertas, á que revelasen donde existe la entrada de la célebre mina. La crónica solo conserva el nombre del desgraciado Salcedo, y el castigo impuesto por los indios á la avaricia.

Sin embargo el gobierno trabajó con gran provecho algunas minas pertenecientes a su víctima, ninguna de las cuales encerraba tantas riquezas como la famosa mina de Layeaycota.

Cuatro años despues de la ejecucion de Salcedo murió en Lima el 6 de Diciembre de 1672 el conde de Lemos, virey del Perú.

Setiembre de 1863.

S. H. J.

A MI MADRE

Una voz interior, un himno grave,
Vibra en mi seno ¡oh madre! sin cesar,
Ora navegue en lago azul mi nave,
Ora con furia la quebrante el mar.

Inefable poema que no alcanza
Lengua mortal ninguna á traducir-
En que se alza pura tu alabanza,
Mirra celeste en úrna de zafir.

Tu nombre en sus concentos repetido. Se confunde á la esencia de mi ser, Que de tu amor en la onda sumergido, Su sávia siente y su vigor crecer.

¡Cuanto te debe mi cariño ¡oh, cuanto!
De mi cándida fé fuiste el crisol;
Mi desnudez cubriste con tu manto-
Floreció nuestra viña al mismo sol.

Agenjo luego me ofreció el destino;
Más rico de tu afecto maternal,
Por escarpadas breñas, cristalino.
De mi existencia correrá el raudal.

Tú le alimentas;-viva, centellante,
Miras en él tu imágen resurgir;
Si lloras, se estremece sollozante;
Desborda alegre al verte sonreir.

En tanto, mi labor se esteriliza
En la marchita mies; la tempestad
El fruto de oro convirtió en ceniza,
La sombra amiga en densa oscuridad.

Pero mientras á tientas ando en ella,
Entre celages, firme ante tu cruz,
Tú me apareces apacible estrella,

Y conforme es mi noche asi es tu luz.

En tal sazon, un viento armonioso
Tráeme un suave frescor de la niñez;
Dáme brios tu aliento generoso,
Tu piedad, tu ternura, tu altivez.

Digna altivez! jamás el desconsuelo
Te abatió, ni la faz del opresor;

La noble sangre de mi heróico abuelo (1)
Acrisola en tus venas su fervor.

En delicado cuerpo alma romana,
¿Quien te vió nunca el cuello doblegar
A la fortuna eruel, cuando inhumana.
Vino á sentarse en el desierto hogar?

Tu voz nos animaba en lotananza;
En la derrota, en el pesar, tu voz;
Tened, hijos, decias, confianza
En la virtud, la libertad y Dios!

Madre! he salvado aunque caido entera
La fé inspirada en tan supremo bien:
Ciñan otros al fin de la carrera
Con la corona olímpica su sien.

Yo buscaré refugio en el santuario
De tu afecto sereno y cordial;
Allí seguro estoy, allí el salario
Será á mi pena, el gozo inmaterial.

Con mi esposa y mis hijas bajo el techo
Paterno me asilé-náufrago, en tí
Mi idea, se fijó, y en tal estrecho,
Confortado á tu sombra me sentí.

Prolífico del tronco el jugo parte
Que dá á la fronda su verdor; vivaz,
En la yema, en el fruto se reparte,
Y aquel se ostenta espléndido y feraz.

Así tú nos animas, y lozanas
Crecen tus nietas, vívido feston
Que esmalta la diadema de tus canas,
Cuya nieve no alcanza al corazon.

Lo digan la viuda, la plegaria

Del niño-el pobre, el forastero en fin,
A quien sentaste un dia hospitalaria
De la familia al gárrulo festin.

¡Cuantas veces amparo el fugitivo
Halló en tu casa, en medio al huracan
De la guerra, y con peche compasivo
Le diste á un tiempo lágrimas y pan!...

Sabe aplicar el bálsamo tu mano
Tan llena de caricias, al dolor:

Todo el que sufre angustia ese es tu hermano:
Nunca se agota el vaso de tu amor.

Bella en la juventud, otra belleza
Mas augusta adquiriste con la edad-
La auréola de ingénita grandeza,

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De la virtud excelsa magestad.

Oh mil veces feliz de haber nacido

De tal madre!- que importa que el turbion

Derribando á los fuertes haya hundido
Mi esperanza en el polvo y mi ambicion?

Salvando el alma el círculo pequeño
De la vida, mi abismo sé medir;
Sé despreciar la vanidad del sueño
Que me pintó brillante el porvenir.

La fortuna no escoge á sus privados:
Disputarla, á menudo, es vano afan
A la turba ruin de los menguados,
Que en tropel tras su carro ahullando van.

Jamás quemé mi incienso en sus altares,
Ni á ídoles viles tremulo adoré;

Tuya es la miel que dan mis colmenares;
Para tí, dulce madre, la guardé.

Cosecha escasa á mi afanar!—empero
Recogida con limpio corazon,

Que á manera de un címbalo de acero,
Produce al golpe el repentino son.

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