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le dado un ataque tan rudo que la derrotaron completamente.

Alcéme del lecho, y me encontré ágil, casi aérea. Toqué mi frente. Estaba fresca: ni una sola de las negras nubes que antes la oscurecian! llevé la mano al corazon. Latía tranquilo; y lo sentí lijero, cual si le hubieran quitado un peso enorme. El dolor que lo abrumaba, que lo comprimia con su garra de hierro habia desaparecido, La causa que lo alimentaba en el fondo del alma aparecíame lejana y sepa. rada de mi por un insondable abismo. El sentimiento pode. roso que toda la filosofia humana no fué bastante fuerte para dominar, habia sido vencido, aniquilado por una onza de trementina y algunos vasos de tizana!

Y nosotros, metafísicos declamadores, buscamos en el éter el origen de las nobles pasiones! Aquella que yo creia inmortal, murió. Requiescat in pace!

Así hablaba yo un dia al doctor P. El viejo sonrió bajo su barba cana.

-Requiescat in pace!-dijo, enviándome una mirada de compasiva indulgencia. ¿Creemos acaso en estas solemnes palabras con que despedimos á los que mueren y de las cuales nuestro cansancio quisiera hacerse una dulce esperanza ? Nó! Todos sentimos que nada de lo creado puede reposar: que su destino es la eternal agitacion. Las puertas de la muerte abren á nuestro ser nuevos mundos de existencia. El alma, ese espíritu inmortal, al dejar su cubierta terrestre, vuelve al foco de la luz de donde se desprendió, no para dormir inútil un sueño infinito, sinó para vivir: es decir, para agitarse en la eternidad de los designios de Dios. El cuerpo en el fondo del sepulcro elabora y dá vida á millares de seres, al mismo tiempo que envia á la superficie su savia creadora en plantas que á su vez esparcen el perfume de sus flores, sazonando sus frutos, maduran sus semillas, que vueltas á la tierra continuan la eternidad de la creacion.

Nuestros sentimientos, en fin, esos seres inmateriales que se agitan en el corazon, ¿mueren acaso? Nó! Los sen

timos palpitar, estremecerse, agonizar. Es que están creando otros sentimientos; y cuando se han fundido en ellos creemos que han muerto; pero solo se han transformado. "Y hallé vanidad hasta en la muerte"-dice Eclesiastes, el mas sabio entre los hijos de los hombres.

Y yo á mi vez hallé que el doctor P. tenia razon; y que mi dolor se habia transformado en otros sentimientos que á su turno produjeron sucesivamente gozos y dolores sin fin.

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LOS HISPANO-AMERICANOS EN EUROPA

Acaso uno de los estudios mas interesantes que deben hacer los hombres que se preocupan seriamente con el problema del progreso americano, es el de esta cuestion, mucho mas grave de lo que á primera vista parece: ¿en que edad y bajo que condiciones conviene que los jóvenes de la América española vayan á viajar ó instruirse y elucarse en Europa? La cuestion es delicada y de mucha trascendencia y otros pueden tratarla de un modo serio y formal. Nosotros, evocando simplemente los recuerdos de nuestra esperiencia personal, queremos considerar el asunto, por ahora, como un mero objeto de observacion de las costumbres americanas.

No se crea que vamos á retratar determinadas personas; queremos solo bosquejar un tipo, que hemos observado detenidamente, sobre el terreno y bajo todos sus aspectos; y al efecto reuniremos los rasgos que diversas manos han grabado en la paleta ideal de nuestra memoria.

La América española puede recibir el contajio personal de la civilizacion europea ó norte-americana de dos modos: ó enviando sus hijos mas inteligentes á recibir en otra atmós. fera cierto baño de luz y de cultura; ó recibiendo en su seno, con amplia y bien entendida hospitalidad, los aluviones humanos que la Europa, exhuberante de poblacion y fuerzas industriales, nos envie.

El segundo medio será siempre ventajoso, bajo el punto de vista económico, porque toda inmigracion ha de traernos inteligencias y brazos para el trabajo. Pero tambien hay que

reconocer y dicho sea sin la menor intencion ofensivaque con escepcion de algunos viajeros estimables ó ilustres que visitan nuestro continente movidos por un objeto científico, de algun raro profesor ó estraordinario diplomático que suele aparecer entre nosotros, la inmensa mayoría de los europeos que á nuestras playas vienen. por honrados y laboriosos que muchos de ellos sean, no nos traen ni pueden traer el baño de luz y cultura que necesitamos.

Es, pues, necesario que nuestra juventud vaya á recibir el saludable contagio, á observarlo todo, distinguir lo bueno de lo malo, aleccionarse aprendiendo á reprobar lo segundo, empaparse en la esencia de lo primero, y volver luego á difundir en nuestro fecundo y virgen suelo la cimiente que se ha de multiplicar en frutos de civilizacion.

¿Cuál es la edad mas conveniente para que un jóven americano vaya á Europa? Bajo que condiciones debe viajar ó residir allí? Que sistema deberá seguir para que sus viajes sean bastantes fructuosos? Las observaciones que hemos tenido ocasion de hacer, numerosísimas, y contradichas solo por muy raras escepciones, nos autorizan á responder á esas preguntas del modo como lo haremos al terminar este artículo.

I

Los jóvenes americanos van de ordinario, ó pueden ir á Europa, en uno de tres estados: ó casi niños y destinados á instruirse y educarse durante muchos años en colegios franceses ó alemanes, ingleses ó belgas; ó á la edad de 18 á 25 años, sin otro objeto que pasearse y divertirse; ó con una carrera abierta y estudios hechos en América, yendo á perfeccionarse en sus conocimientos y su educacion, y adquirir alguna esperiencia del mundo. Consideremos al jóven viajero en cada uno de los tres estados que indicamos.

El niño tiene de ocho á diez años, y su padre quiere que sea ingeniero ó comerciante de provecho, que aprenda

bien las matemáticas, la teneduria de libros, la geografia, dos ó tres lenguas vivas estranjeras.- que haga tambien estudios prácticos sobre las manufacturas europeas, la navegacion mercantil y el movimiento comercial del mundo. Esto por lo que importa á la instruccion del futuro comerciante, sin perjuicio de hacer ejercicios gimnásticos, aprender algo de dibujo lineal, adquirir cierto lustre de costumbres y modales propios de un hombre de buena compañia. En cuanto al injeniero, la instruccion tiene que ser mucho mas vasta y complicada, abrazando las ciencias naturales, la historia y aun los estudios clásicos.

El niño parte, bañado en lágrimas, confiado al cuidado de un amigo de la familia, cuando no de un estraño. Se le arranca de los brazos y caricias de la madre, de las dulzuras infantiles del hogar doméstico, del suelo patrio donde apenas comienza á recibir las primeras impresiones que despiertan el alma; y haciéndole sufrir la mas violenta transicion que una tierna organizacion puede esperimentar, le llevan á encerrarle, con personas que le son completamente estrañas, entre los muros de un colegio europeo. Tenemos por seguro que el solitario infante espatriado adquirirá moralmente la nacionalidad del colegio en que hará sus estudios.

Si el colegio es inglés, le hartarán de historia de Inglaterra, y le inocularán las ideas y los hábitos del pueblo inglés; pero como estas ideas y estos hábitos corresponden á un modo de ser particular, á una situacion social que no se conoce en la América española, el jóven estudiante al volver á su país, se encontrará completamente desorientado y sin contacto con la sociedad en que ha de vivir y trabajar.

Si el colegio es francés, el mal será mucho mas grave. Como la Francia tiene una historia infinitamente mas vasta y complicada que la de Inglaterra, su importancia se impone de tal modo que llega hasta ser absorvente. El jóven americano ignorará la historia de su patria y de toda la América; pero conocerá por entero, aunque sin criterio, la

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