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bria sido fácil al gobierno de Méjico atraer al gabinete francés á un arreglo justo. Para dar una idea del grado de exageracion á que la Francia habia llevado sus recla— maciones respecto á los daños sufridos por sus nacionales en Méjico, bastará decir que en ellas figuraba una partida de sesenta mil duros para indemnizar á un solo pastelero, que dijo que le habian robado en pasteles el importe de esa cantidad. La aseveracion del pastelero francés llegaba al absurdo, y por lo mismo, para demostrar lo exagerado de las reclamaciones del gabinete de las Tullerías, los mejicanos dieron á la cuestion el nombre de «reclamacion de los pasteles.>>

Disgustado el enviado francés, baron Deffaudis, de que el gobierno mejicano continuase oponiendo observaciones á sus exigencias, salió de Méjico, dejando un encargado en su lugar, y marchando á Veracruz, se embarcó en este puerto el 16 de Enero para regresar á Francia en el bergantin de guerra «Laperousse.» No bien se hizo á la vela, cuando se encontró casualmente, muy cerca del puerto, con el bergantin de guerra «Laurier,» tambien francés, que conducia pliegos para él. En consecuencia, regresó al fondeadero de Sacrificios en union del expresado buque, para ver las instrucciones que le enviaba su gobierno. Leidos los pliegos, llamó al consul de su nacion, residente en la plaza de Veracruz, y poco despues ordenó á los comerciantes franceses radicados en la república mejicana, que formasen un inventario de los bienes que tenian en ella. Esto hizo comprender al gobierno mejicano que la Francia estaba resuelta á emprender la lucha, y á fin de poder rechazar una agresion á mano armada, el

ministro de la guerra solicitó de las cámaras, el dia 23 de Enero, una autorizacion con que poder negociar cinco millones de duros para expeditar el ejército de Tejas y poner en estado de defensa las costas mejicanas.

1838. Las señales de que la Francia iba á emprender muy en breve la guerra contra Méjico, se manifestaron claramente en los primeros dias del mes de Marzo. En ella llegaron varios buques de guerra franceses que fondearon en Sacrificios, punto próximo al castillo de San Juan de Ulua. El ministro francés, baron Deffaudis, dirigió en seguida el ultimatum al gobierno mejicano, exigiendo lo que no podia conceder ninguna nacion que en algo estimase su honra. El gobierno recibió el ultimatum á las diez de la mañana del 25 de Marzo: las cámaras se reunieron en sesion extraordinaria en aquella misma noche, y presentándose en ella los ministros, el de relaciones exteriores D. Luis Gonzaga Cuevas, leyó el ultimatum recibido, cuyo contenido causó una indignacion profunda. Terminada la lectura, el ministro puso en conocimiento de las cámaras, que el gobierno habia contestado al baron Deffaudis diciéndole, que mientras no retirase de los puertos mejicanos su escuadra, no daria respuesta ninguna, pues cualquiera que fuese la justicia que el gobierno francés creyese tener para sus reclamaciones, el honor y decoro de la nacion mejicana se consideraban ultrajados, y se creeria, si se entraba en arreglos cuando permanecia en aquella actitud amenazadora la Francia, que el gobierno mejicano obraba por temor á la fuerza con que se le amenazaba. Las cámaras se manifestaron complacidas de esta digna contestacion que dejaba

bien puesto el honor nacional, y el país entero aplaudió la respuesta que estaba en consonancia con los sentimientos de todas las clases de la sociedad.

En vista de la resolucion del gobierno mejicano, Monsieur Bazoche, comandante de la escuadra francesa en el golfo mejicano, declaró, el 16 de Abril, que habian cesado las relaciones entre Francia y Méjico, y bloqueados todos los puertos de la república, asegurando que no á la nacion, sino al gobierno era á quien iba á hacérsele la guerra, procurando con estas palabras que el partido contrario á la administracion de D. Anastasio Bustamante negase á éste su apoyo. Desde que la cuestion entre las dos naciones empezó á tomar un aspecto hostil, el gobierno mejicano, para evitar que el pueblo, irritado por las ofensas que la prensa de París dirigia á la nacion mejicana, cometiese algun acto injusto contra los honrados y la boriosos súbditos franceses radicados en la república, recomendó que se les tratase con las consideraciones de siempre, puesto que se hallaban indefensos, pues digno de pechos generosos era manifestarse benignos con el inerme, y bravos en el combate contra el fuerte. Declarada formalmente la guerra, el gobierno dió un decreto de expulsion, no solo para que el jefe de las fuerzas francesas, en caso de que estas hicieran un desembarco, no tuviese noticias por las cuales pudiera dirigir sus operaciones, sino para evitar á la vez que la plebe cometiese algun acto de venganza en los momentos de romperse las hostilidades. El decreto exceptuaba de la expulsion á los franceses que estuviesen casados con mejicanas; excepcion justa, pues cualquiera que sea la nacionalidad del indi

viduo que ha formado familia en otro país, no puede sino desear la felicidad del suelo en que reside, pues es la patria de sus hijos, de cuya prosperidad y ventura depende la de estos últimos. Los periódicos de Francia calificaron de una manera ofensiva á Méjico la ley de expulsion dada, llamándola hija del salvagismo; pero en esta calificacion no estuvieron mas justos que en sus reclamaciones su gobierno. Si la expulsion se hubiera decretado en circunstancias menos alarmantes, acaso hubiera podido ser censurable; pero en el estado de irritacion en que se hallaba el pueblo por los inmerecidos insultos que el periodismo de París dirigia á Méjico, así como por la altanería y desprecio usados por el baron Deffaudis en su ultimatum, la disposicion del gobierno mejicano, lejos de merecer el calificativo referido, fué, aunque sensible, conveniente y justa. La misma Francia no podrá menos hoy que calificar de muy distinta manera la espulsion de los. franceses decretada entonces por el gobierno mejicano, cuando hace muy poco, en su última guerra con la Prusia, expulsó ella del territorio francés, con notoria justicia, á los alemanes establecidos en él. Son disposiciones terribles en que el hombre laborioso y honrado, útil al país en que vive y en donde es feliz, porque allí ha formado con su industria su manera de vivir, se ve precisado á abandonarlo todo por cuestiones de gobierno á gobierno; pero algunas veces, desgraciadamente necesarias.

1838.

La escuadra francesa iba entre tanto aumentándose con nuevos buques de guerra que llegaban á Sacrificios y al fondeadero de Anton Lizardo. Por su parte, el gobierno mejicano, en medio de las escaseces del

erario, enviaba fuerzas hácia Veracruz, y encargaba al comandante general de aquel punto D. Manuel Rincon, que se hiciesen las reparaciones necesarias en el castillo de San Juan de Ulua, cuyas murallas se hallaban muy deterioradas á la vez que en muy mal estado sus piezas de artillería, y todas sus obras interiores en un estado lamentable.

Aunque ocupados el presidente y sus ministros en la cuestion exterior, no por eso descuidaron en honrar la memoria de un hombre que era acreedor á la gratitud de la nacion entera y cuyo nombre habia venido á quedar casi en el olvido á causa de las continuas revueltas polí→ ticas que unas á otras se sucedieron desde que desapareció del escenario del mundo. Este hombre, cuya memoria dispuso honrar el gobierno en medio de los cuidados que le afligian, era D. Agustin de Iturbide: la patria le era deudora de su independencia, y quiso manifestar que, si la exaltacion de las pasiones políticas de algunos individuos le condenaron un dia á recibir la muerte, la nacion entera le consagraba el respeto y cariño que le eran debidos. Con efecto, el congreso general, representante de los sentimientos de los pueblos, expidió un decreto el dia 6 de Agosto, en que decia, que «el gobierno dispusiera que las cenizas del héroe de Iguala fuesen trasladadas á la capital de la república para el dia 27 de Setiembre próximo, aniversario de su entrada en ella y en que consumó gloriosamente la independencia;» en el mismo. decreto se decia, que el gobierno «dispondria lo conveniente para que las expresadas cenizas fuesen colocadas en la catedral de Méjico, lugar destinado para los héroes.» Era

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