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1838. Era muy cerca del medio dia del 27 de Noviembre, cuando los vapores franceses empezaron á conducir sus buques mayores, dándoles la posicion que debian guardar para emprender la lucha, colocándolos frente á los ángulos salientes de las obras, donde inutilizaban el castillo en su mayor extension. Enfrente al baluarte de la Concepcion se colocó la corbeta de guerra denominada «<La Criolla,» que mandaba el príncipe de Joinville, hijo del rey Luis Felipe. Dada la señal por el buque en que estaba el jefe de la escuadra, rompieron el fuego sobre el castillo cuatro fragatas, una corbeta y un bergantin que se habian acoderado por el Este y Nordeste, siguiendo inmediatamente otra fragata, dos corbetas y dos vapores que variaban su posicion segun juzgaban conveniente. La guarnicion del castillo contestó en el mismo instante haciendo un fuego vivísimo de artillería de todas sus baterías. Los habitantes de Veracruz presenciaban el combate desde la ciudad con ansiedad indescriptible. El estruendo incesante de centenares de cañones de una y otra parte que lanzaban sus destructores proyectiles, los fogonazos continuos y las densas capas de humo que rodeaban á los combatientes, remedaban una horrible tempestad de rayos que se desprendian de las negras nubes precedidos de espantosos truenos. Dos corbetas lanzaban sin cesar bombas sobre el castillo, causando grandes estragos. Durante las primeras tres horas de combate, el fuego de la fortaleza fué no menos activo que el de la escuadra, pues los artilleros que morian ó eran heridos, se veian reemplazados en el mismo instante por otros; pero disminuido el número á medida que se

que

prolongaba la lucha, hasta el grado de no quedar mas que los últimos, el fuego fué disminuyendo á la vez que iban pereciendo los que servian las piezas, quedando muchas de estas sin un solo artillero. La infantería que se hallaba situada en las cortinas y otros puntos para el caso de que los franceses intentasen un desembarco, sufria no menos de los proyectiles sólidos y huecos lanzados por la escuadra, que de los pedazos de muralla caian al terrible golpe de las numerosas balas de cañon. El repuesto de municiones de la batería baja de San Miguel fué volado por una bomba, quedando casi toda su guarnicion fuera de combate, pues los que no murieron quedaron heridos ó contusos, siendo del número de los heridos, el capitan de fragata D. Blas Godinez. Aunque la batería del «Caballero Alto» habia sufrido bastante, sus defensores, que eran cuarenta y un zapadores que manejaban las piezas de artillería en él situadas, seguian combatiendo con admirable denuedo, alentados por el valiente coronel del mismo cuerpo D. Ignacio Labastida. Los franceses arrojaban sobre aquel punto sus proyectiles para callar sus fuegos que les causaba grave daño. Eran las cinco y media de la tarde cuando una inmensa columna de humo denso y negro cubrió de repente aquella parte de la fortaleza: una de las infinitas bombas lanzadas de las corbetas, entró en el repuesto de municiones que en 1838. el «Caballero Alto» habia, y haciéndolo volar con el mirador y la mayor parte de la batería, sepultó en sus ruinas á todos los que en él estaban, incluso el bizarro coronel D. Ignacio Labastida. La guarnicion del castillo seguia sin embargo combatiendo con heróico denuedo. A

las cuatro horas y media de fuego, la mitad de los cañones de la fortaleza se hallaban desmontados. Ciento cuarenta piezas de artillería tenia en continua actividad la escuadra contra el castillo, mientras este solo podia oponerles cuarenta. Los merlones de los baluartes de la línea exterior habian sido destrozados: las habitaciones estaban destruidas; despedazada completamente la estacada; casi todos los artilleros habian perecido; doscientos trece hombres se hallaban fuera de combate, además de cuatro jefes y muchos oficiales; y la mayor parte de las municiones habian volado, quedando, en consecuencia, muy pocas. Sin embargo de esto, los defensores del castillo seguian combatiendo, aunque viendo aumentar por instantes sus pérdidas y sin poder atender á los muchos heridos que se hallaban tendidos por todas partes. El fuego del castillo habia decaido mucho á las seis y media de la tarde, á causa de no contar con artilleros ni aun para servir diez cañones, y hallarse casi completamente destruida toda la parte exterior de la fortaleza. La noche se acercaba, y á las ocho de ella la escuadra detuvo sus fuegos para dar descanso á su gente, excepto el de los morteros que continuaban enviando algunas bombas sobre el castillo.

En esos momentos llegó á Veracruz el general D. Antonio Lopez de Santa-Anna que, desde que volvió de los Estados-Unidos, se habia retirado á su hacienda de Manga de Clavo. Dotado de la alta virtud del amor á la patria, al escuchar desde su retiro el estruendo de los cañones y saber que los franceses habian roto los fuegos sobre San Juan de Ulua, corrió al sitio del peligro para defender el territorio nacional. Este hecho le honra altamente

y es un timbre de gloria para su nombre. Inmediatamente de haber llegado á Veracruz, se presentó al comandante general D. Manuel Rincon para ayudarle en la defensa de la plaza, reanimando su presencia el espíritu del soldado.

1838. Entre tanto, el brigadier D. Antonio Gaona que mandaba el castillo de San Juan de Ulua, anhelando socorrer á los heridos y viendo que la pérdida de la fortaleza era inevitable porque carecia de elementos y de gente para disputar el triunfo, dispuso, con anuencia de los jefes principales de la guarnicion, pedir al vicealmirante francés una corta suspension de fuegos para recoger los heridos y sepultar los muertos, poniendo al mismo tiempo en conocimiento del comandante general de Veracruz la situacion que guardaba la fortaleza. Hecha la señal de parlamento, los fuegos cesaron completa mente á las nueve de la noche, y el jefe del castillo envió á un oficial de alta graduacion á bordo de la fragata «Nereida,» recibiendo á poco la contestacion del contra-almirante, proponiéndole una capitulacion; contestacion que puso, sin pérdida de momento, en conocimiento del expresado comandante general D. Manuel Rincon, para que determinase lo que hacer debia. No atreviéndose éste á decidir por sí solo, envió al general D. Antonio Lopez de SantaAnna, al castillo, á las nueve de la noche, para inspeccionar la fortaleza y resolver, en virtud del informe que de ello diera. Santa-Anna recorrió todas las obras, oyó á todos los jefes de los puntos sobre la imposibilidad de prolongar la defensa con buen suceso, y se cercioró de que era preciso tomar alguna resolucion pronta para no hacer

perecer mas gente inútilmente. Hecho el reconocimiento Ꭹ escuchado los informes, volvió Santa-Anna á Veracruz, marchando en su compañía los coroneles D. Manuel Rodriguez de Cela y D. José María Mendoza, que se habian portado heróicamente en el desigual combate sostenido contra la escuadra. La pintura que el general Santa-Anna hizo del estado en que se hallaba el castillo, no podia ser mas desconsoladora, pues todo estaba destruido. Los jefes Cela y Mendoza corroboraron lo expuesto por él, conviniendo los tres, en que era imposible resistir por mas tiempo, puesto que la plaza solo podia proporcionar para que continuara la defensa, treinta quintales de pólvora y ochenta artilleros, cosa que solo podia prolongar inútilmente la lucha media hora mas, pues el insignificante refuerzo apenas bastaba para servir diez cañones, cuando el enemigo contaba con ciento cuarenta. En vista de los informes exactos que el comandante general acababa de escuchar, contestó al brigadier D. Antonio Gaona diciéndole, que reuniese una junta de guerra, y se resolviese en ella lo que se juzgase conveniente, procurando que quedase bien puesto el honor nacional. Reunida la junta, Gaona tomó la palabra manifestando el objeto de la reunion; y despues de presentar en breves palabras el ruinoso estado que guardaba la fortaleza, dijo: «Que en las circunstancias que el castillo guardaba, no quedaba á la guarnicion mas arbitrio que salvar en lo posible el honor de la nacion Ꭹ salvar á sus defensores que habian hecho cuanto exigia el honor y sus deberes.» Añadió en seguida, que «se hallaba en el caso de que cada uno de los jefes manifestase si encontraba modo de que la fortaleza pro

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