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artillería, hiriendo á una parte de los artilleros mejicanos que servian uno de los cañones de la puerta, y matando á la otra. Tambien fueron heridos en aquellos momentos los oficiales de artillería Linarte y Mora, el del 2.° de Méjico, Zárate, y el hijo del mismo general Terrés. En aquellos momentos en que mas necesidad habia de serenidad y sangre fria, se esparció la alarmante voz entre los defensores de aquel punto, de que los invasores habian penetrado en la ciudad por los puntos de la Candelaria y del Niño Perdido. Presentóse en tan críticos instantes al general Terrés el coronel Barrios, que estaba con la reserva, y le dijo, en presencia de varios oficiales, que las tropas mejicanas se iban retirando hácia la inquisicion, y que, por lo tanto, él se veia en la precision de hacer igual cosa con su reserva. El general Terrés, segun él mismo dice en su parte al ministro de la guerle prohibió terminantemente que se moviera del punto que ocupaba; pero aprovechando el instante en que el general Terrés se encontraba mas ocupado en defender la puerta de la ciudad, se retiró con la reserva, dejando así descubierto el flanco derecho de la posicion. Al ver los soldados que defendian la expresada puerta, que la reserva se habia retirado, y que el general Ramirez que cubria las fortificaciones de la derecha, se habia tambien replegado con su brigada á la ciudadela, perdieron la confianza; y temiendo ser envueltos por los norte-americanos que avanzaron entonces en gran número, empezaron á desbandarse. La voz del general Terrés y de algunos buenos oficiales, consiguieron al fin restablecer el órden. Todos esperaban que el general Santa-Anna les

ra,

enviase un refuerzo; pero este general ignoraba lo que habia pasado con la reserva, y, por lo mismo, no creyó que se necesitaria de mas auxilio en el punto en cues

tion.

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Los norte-americanos entre tanto avanzaban amenazando envolver la posicion, y haciendo un terrible fuego sobre los pocos soldados que defendian la puerta. Las pérdidas de estos últimos fueron aumentando; la esperanza de todo auxilio se habia perdido; y alarmados los soldados al ver á varios grupos de sus compañeros que defendian la izquierda, dispersarse tomando hacia el Paseo Nuevo, creyéndose ya flanqueados, imitaron el ejemplo de los fugitivos, entrando á la ciudad por la calle del Sapo. Abandonada así la puerta de aquel lado de la ciudad, los invasores se hicieron dueños de ella, y se dispusieron á romper sus tiros sobre la ciudadela que tenian á distancia de pocas varas. El general D. Andrés Terrés, que habia logrado reunir en la calle del Sapo á sus soldados, volvió con ellos á, la ciudadela, puesto que ya la puerta de la ciudad estaba en poder de los norte-ameri

canos.

1847. El general Santa-Anna que se hallaba en aquellos momentos en el punto de San Cosme dictando las órdenes convenientes para resistir el ataque de los invasores por aquel lado, recibió un aviso en que se le hacia saber que la puerta de Belen habia sido abandonada y de que corria gran peligro de ser tomada la ciudadela que está próxima. Alarmado con aquella noticia, marchó en el acto Santa-Anna con la fuerza que le seguia, bácia el sitio amenazado. El general Terrés que se encon

traba en la ciudadela ocupado en colocar á sus soldados, despues de haber abandonado la puerta de la ciudad, en las trincheras que miraban hácia esta, vió acercarse á él á D. Eligio Romero, diputado, el cual le dijo que el general Santa-Anna queria hablarle. Terrés se presentó á éste con ánimo de exponerle todo lo que habia pasado; pero Santa-Anna, ciego de cólera por el abandono del punto, y sin querer escuchar nada, dejándose llevar de su exaltado enojo, le amenazó, profirió contra él expresiones las mas ofensivas, y descargó al fin sobre él un latigazo fué á herirle en el rostro. Hecho indigno de un general en jefe, que debe ser el primero en respetar á los jefes que llevan el honroso uniforme militar. «Mi resentimiento personal,» dice el general Terrés en su parte al ministro de la guerra, al tocar este desagradable incidente, «cedió ante la disciplina que ha sido siempre la norma de mi carrera militar. Yo no ví en aquel momento en S. E. mas que al caudilio del ejército nacional.»>

que

Pasada esta enojosa escena, el general Santa-Anna intentó recobrar la perdida posicion, y para conseguirlo mandó al coronel Carrasco que acercase à la calzada el cañon que se hallaba en la fuente de la Victoria, para batir desde allí á los invasores que la ocupaban. Otro cañon se sacó de la ciudadela con el objeto de desalojar á los rifleros invasores que, parapetados en la arquería del acueducto hacian fuego sobre la ciudadela. Este cañon que se sacó por consejo de D. Antonio Haro y Tamariz, se colocó del otro lado de los arcos del expresado acueducto, y con sus certeros tiros contuvo el avance de los norte-americanos. No era menos terrible el fuego que el oficial que

mandaba la pieza de artillería situada en las cercanías de Belen de las Mochas, hacia con su cañon sobre sus contrarios, mientras el coronel Castro, con algunos soldados de infantería que pudo reunir, lanzaba una lluvia de balas que sembraban la muerte. Esta defensa hecha cuando los invasores creian poder avanzar sin obstáculo, sorprendió á los invasores, y el mejor elogio que se puede hacer del patriotismo que animaba á los mejicanos que, sin direccion ninguna obraban, son las siguientes palabras que el general norte-americano Quitman pone en el parte oficial dado á Scott. «Cuando yo creia,» dice, «haber vencido á los enemigos y arrojádolos de la garita, recibian mis tropas una lluvia de fierro.>>

1847.

Entre los mejicanos que así disputaban el paso á los invasores en aquel punto, se distinguieron el teniente de artillería que dirigia el cañon colocado, como he dicho, del otro lado de los arcos del acueducto; teniente que murió al fin cruzado el cuerpo por varias balas enemigas, y el guardia nacional del batallon Victoria D. Isidoro Béistegui que combatió con un valor sin ejemplo. Las tropas mejicanas trataron de hacer el último esfuerzo para recobrar la puerta, y se formó una columna para verificarlo; pero el vivísimo fuego de la artillería norte-americana contuvo aquel movimiento, y los señores Othon y D. Eligio Romero que habian dispuesto el ataque, se vieron precisados á desistir de él despues de haber expuesto la vida, y de haber sacado el segundo herido el caballo que montaba, por ocho balazos.

Casi al mismo tiempo que el general Quitman quedaba definitivamente dueño de la puerta de Belen, se apo

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