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Véale V. E. incitado de su sed de sangre, despreciar lo más santo, y hollar sacrilegamente aquellos pactos que el mundo venera, y que han recibido un sello inviolable de todas las edades y de todos los pueblos. Una capitulacion entregó en el año pasado todo el territorio independiente. de Venezuela; una sumision absoluta y tranquila por par te de los habitantes les convenció de la pacificacion de los pueblos, y de la renuncia total que habian hecho á las pasadas pretensiones políticas. Mas al mismo tiempo que Monteverde juraba á los venezolanos el cumplimiento religioso de las promesas ofrecidas, se vió con escándalo y espanto la infraccion más bárbara é impía: los pueblos saqueados: los edificios incendiados: el bello sexo atropellado: las ciudades más grandes encerradas en masa, por decirlo así, en horribles cavernas, viéndose realizado lo que hasta entonces parecia un imposible, la encarcelacion de un pueblo entero. En efecto, sólo aquellos seres tan oseuros que lograron sustraerse á la vida del tirano, consiguieron una libertad miserable, reduciéndose en chozas aisladas, á vivir entre las selvas y las bestias feroces.

¡Cuántos ancianos respetables, cuántos sacerdotes venerables, se vieron uncidos á cepos y otras infames prisiones, confundidos con hombres groseros y criminales, y expuestos al escarnio de la soldadesca brutual y de los hombres más viles de todas clases! ¡Cuántos espiraron agobiados bajo el peso de cadenas insoportables, privados de la respiracion ó extenuados del hambre y las miserias! Al tiempo que se publicaba la constitucion española, como el escudo de la libertad civil, se arrastraban centenares de víctimas cargadas de grillos y de ligaduras crueles á subterráneos inmundos y mortíferos, sin establecer las causas de aquel procedimiento, sin saber aún el origen y opiniones políticas del desgraciado.

Vea ahí V. E. el cuadro no exagerado, pero inaudito de la tiranía española en la América; cuadro que excita á

un tiempo la indignacion contra los verdugos y la más justa y viva sensibilidad para las víctimas. Sin embargo, no se vió entonces á las almas sensibles interceder por la humanidad atormentada, ni reclamar el cumplimiento de un pacto que interesaba al universo. V. E. interpone ahora su respetable mediacion por los mónstruos feroces, autores de tantas maldades. V. E. debe creerme; cuando las tropas de la Nueva Granada salieron á mis órdenes á vengar la naturaleza y la sociedad altamente ofendidas, ni las instrucciones de aquel benéfico Gobierno, ni mis designios eran ejercer el derecho de represalias sobre los españoles, que bajo el título de insurgentes llevaban á todos los ameticanos dignos de este nombre, á suplicios infames, ó á rorturas mucho más infames y crueles aún. Mas viendo á estos tigres burlar nuestra noble clemencia, y asegurados de la impunidad, continuar áun vencidos, la misma sanguinaria fiereza; entónces, por llenar la santa mision confiada á mi responsabilidad, por salvar la vida amenazada de mis compatriotas, hice esfuerzos sobre mi natural sensibilidad, para inmolar los sentimientos de una perniciosa clemencia á la salud de la patria.

Permítame V. E. recomendarle la lectura de la carta del feroz Cervériz, ídolo de los españoles en Venezuela, al General Monteverde, en la Gaceta de Carácas, número 3; y descubrirá en ella V. E los planos sanguinarios, cuya consumacion combinaban los perversos. Instruido anticipadamente de su sacrilego intento, que una cruel experiencia confirmó luego al punto, resolví llevar á efecto la guerra á muerte, para quitar á los tiranos la ventaja incomparable que les prestaba su sistema des

tructor.

En efecto, al abrir la campaña el Ejército Libertador en la Provincia de Barinas, fué desgraciadamente aprehendido el Coronel Antonio Nicolas Briceño y otros oficiales de honor, que el bárbaro y cobarde Tízcar hizo

pasar por las armas, hasta el número de 16. Iguales espectáculos so repetian al mismo tiempo en Calabozo, Ospino, Cumaná y otras provincias, acompañados de tales circunstanoias de inhumanidad en su ejecucion, que creo indigno de V. E. y de este papel, hacer la representacion de escenas tan abominables.

Puede V. E. ver un débil bosquejo de los actos feroces en que más se regalaba la crueldad española, en la Gaceta número 4. El degüello general ejecutado rigurosamente en la pacífica villa de Aragua por el más brutal de los mortales, el detestable Suazola, es uno de aquellos delirios ó frenesís sanguinarios, que solo una ó dos veces han degradado á la humanidad.

Hombres y mujeres, ancianos y niños, desorejados, degollados vivos, y luego arrojados á lagos venenosos, ó asesinados por medios dolorosos y lentos. La naturaleza atacada en su inocente origen, y el feto án no nacido, destruido en el vientre de las madres á bayonetazos ó golpes.

En San Juan de los Morros, pueblo sencillo y agricultor, habia ofrecido espectáculos igualmente agradables á los españoles el bárbaro Antoñanzas y el sanguinario Bóves. Aun se ven en aquellos campos infelices los cadáveres suspensos en los árboles. El genio del crimen parece tener allí su imperio de muerte, y nadie puede acercarse á él, sin sentir los furores de una implacable venganza.

No ha sido Venezuela sola el teatro funesto de estas carnicerías horrorosas. La opulenta Méjico, Buenos Aires, el Perú y la desventurada Quito, casi son comparables á unos vastos cementerios, donde el gobierno español amontona los huesos que ha dividido su hacha homicida.

Puede V. E. hallar la basa en que hace consistir un español el honor de su nacion, en la Gaceta nú

mero 2. La carta de Fr. Vicente Marquetich afirma que la espada de Régules en el campo y en los suplicios ha inmolado doce mil americanos en un solo año; y pone la gloria del marino Rosendo Porlier, en su sistema universal de no dar cuartel ni á los santos, si se le presentan en traje de insurgentes.

Omito martirizar la sensibidad de V. E. con prolongar la pintura de las agonías dolorosas que la barbarie española ha hecho sufrir á la humanidad para establecer un dominio injusto y vilipendioso sobre los dulces americanos. ¡Ojalá un velo impenetrable ocultara para siempre á la noticia de los hombres, los excesos de sus semejantes! ¡Ojalá una cruel necesidad no nos hiciera un deber inviolable el exterminar á tan alevosos asesinos!

Sírvase V. E. suponerse un momento, colocado en nuestra situación, y pronunciar sobre la conducta que debe usarse con uuestros opresores. Decida V. E. si es siquiera posible afianzar la libertad de la América, mientras respiran tan pertinaces enemigos. Desengaños funestos instan cada día por ejecutar generosamente las más duras medidas; y puedo decir á V. E. que la humanidad misma las dieta con su dulce imperio.

Puesto por mis más fuertes sentimientos en la necesidad de ser elemente con muchos españoles, despues de haberlos generosamente dejado entre nosotros en plena libertad, áun sin sacar todavía la cabeza bajo el cuchillo vengador, han conmovido los pueblos infelices, y quizás las atrocidades ejecutadas nuevamente por ellos, igualan á las más espantosas de todas.

En los valles del Tuy y Tácata, y en los pueblos del. Occidente, donde no parecia que la guerra civil llevara sus extragos desoladores, han elevado ya los malvados, monumentos lamentables de su rabiosa crueldad. Las delicadas mujeres, los niños tiernos, los tré

mulos ancianos, se han encontrado desollados, sacados los ojos, arrancadas las entrañas; y llegariamos á pensar que los tiranos de la América no son de la especie de los hombres.

En vano se imploraria en favor de los que existen detenidos en las prisiones un pasaporte para esa colonia, ú otro punto igualmente fuera de Venezuela. Con harto perjuicio de la paz pública, hemos probado las fatales consecuencias de esta medida; pues puede asegurarse que casi todos los que le han obtenido, sin respeto á los juramentos con que se habian ligado, han vuelto á desembarcar en los puntos enemigos, para alistarse en las partidas de asesinos- que molestan las poblaciones indefensas. Desde las mismas prisiones traman proyectos subversivos, más funestos sin duda para ellos que para el Gobierno, obligado á emplear sus esfuerzos, más en reprimir la furia de los celosos patriotas contra los sediciosos que amenazan Su vida. que en desconcertar las negras maquinaciones de aquellos.

V. E. pronunciará pues; ó los americanos deben dejarse exterminar pacientemente, ó deben destruir una raza inícua, que mientras respira, trabaja sin cesar por nuestro aniquilamiento.

V. E. no se ha engañado en suponerme sentimientos compasivos; los mismos caracterizan á todos mis compatriotas. Podriamos ser indulgentes con los cafres del Africa; pero los tiranos españoles, contra los más poderosos sentimientos del corazon, nos fuerzan á las represalias. La justicia americana sabrá siempre, sin embargo, distinguir al inocente del culpable; y V. E. puede contar que estos serán tratados con la humanidad es debida, áun á la nacion española.

que

Tengo el honor de ser de V. E. con la más alta consideración y respeto, atento y adicto servidor, SIMON BOLIVAR.

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