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tado de esta pérdida será la de nuestro ejército en una retirada de trescientas ó cuatrocientas leguas: en el caso de que se logre verificar otra retirada, se nos dispersarán los más al llegar á su país, por ser hijos del Sur, y no nos quedarán más que algunos esqueletos de batallones, pues debe Ud. saber, para su inteligencia, que jamás ha cesado la desercion de las tropas de Venezuela y Nueva Granada, y que hasta en Arequipa se han desertado esos señores. Esto lo digo para que sepa Ud. que todo el ejército es del Sur. Si hay cuatrocientos granadinos ó venezolanos, es lo más que tenemos; y los suranos son tan desertores como no hay ejemplo: tanto es así que hemos perdido tres mil en el ejército del Perú. De todo esto se deduce que yo no me quiero encargar de la catástrofe de este país.

Ademas, no quiero encargarme tampoco de la defensa del Sur, porque en ella voy á perder la poca reputacion que me resta, con hombres tan malvados é ingratos. Yo creo que he dicho á Ud. antes de ahora. que los quiteños son los peores colombianos. El hecho es que siempre lo he pensado, y que se necesita un vigor triple allí, que el que se emplearia en otra parte. Los venezolanos son unos santos, en comparacion de esos malvados. Los quiteños y los peruanos son la misma cosa: viciosos hasta la infamia y bajos hasta el extremo. Los blancos tienen el carácter de los indios, y los indios son todos truchimanes, todos ladrones, todos embusteros, todos falsos, sin ningun principio de moral que los guie. Los guayaquileños son mil veces mejores.

Por todo, esto yo me iré á Bogotá luego que pueda restablecerme de mis males, que en esta ocasion han sido muy graves, pues de resultas de una larga y prolongada marcha que he hecho en la Sierra del

Perú, he llegado hasta aquí y he caido gravemente enfermo. Lo peor es que el mal se ha entablado y los síntomas no indican su fin. Es una complicacion de irritacion íntima y de reumatismo, de calentura y de un poco de mal de-orina, de vómito y dolor cólico. Todo esto hace un conjunto que me ha tenido desesperado y me aflije todavia mucho. Ya no puedo hacer un esfuerzo sin padecer infinito. Ud. no me conoceria, porque estoy muy acabado y muy viejo, y en medio de una tormenta como como esta represento la senectud. Ademas, me suelen dar de cuando en cuando unos ataques de demencia, aun cuando estoy bueno, que pierdo enteramente la razon sin sufrir el más pequeño ataque de enfermedad y de dolor. Este país, con sus soroches en los páramos, me renueva dichos ataques cuando los paso al atravesar las sierras. Las costas son muy enfermisas y molestas, porque es lo mismo que vivir en la Arabia Petrea. Si me voy á convalecer á Lima, los negocios y las tramoyas me volverán á enfermar; así, pienso dar tiempo al tiempo, hasta mi completo restablecimiento y hasta ver si puedo dejar al General Sucre con el ejército de Colombia, capaz de hacerle frente á los godos, para que éstos no se alienten con mi ida y el mismo Sucre y nuestras tropas no se desesperen; pero despues, sin falta alguna, me voy para Bogotá á tomar mi pasaporte para irme fuera del país. Lo que lograré ciertamente, ó sigo el ejemplo de San Martin.

Todo esto quiere decir que tendrá lugar siempre que los godos nos den lugar para todo, lo que no creo. En caso de que vengan sobre nosotros yo me iré y Sucre se retirará con las tropas. Desde luego prepárece Ud. á recibir los godos allá, á menos que vengan doce mil veteranos con muy buenos jefes y que estén muy bien mandados. Añadiré más, para el desconsuelo de

Ud.: que estos godos no hacen caso de los armisticios de su Gobierno, como no han hecho del de Buenos Aires, y que aunque nosotros tratemos con la España, ellos no harán caso ninguno, pues tratan de fundar aquí un imperio de indios y españoles.

Yo he pasado una representacion al tribunal de justicia de Quito, quejándome como la principal autoridad del Sur ofendida en el libelo de los diputados y Municipalidad de Quito, contra nosotros. Yo quisiera que Uds. se quejasen al Congreso por la irregularidad del paso de los diputados, que en mi opinion es escandaloso y muy atrevido. Yo pido al tribunal de Quito que justifique la Municipalidad algo contra nosotros, y yo creo que no justificarán nada sino que hemos estado en guerra; Ud. puede hacer los más pomposos elogios de Sucre y Salom, que han mandado á los quiteños, y que á la verdad son los mejores hombres del mundo. ¡Qué ingratos! haber sacado nosotros la flor de Venezuela por hacerles bien y pagarnos con calumnias! Crea Ud. y puede Ud. repetirlo, que en ninguna parte se ha ejercido menos el poder militar, á pesar de ser la gente más insubordinada y más renuente á todo servicio que hay en América, pues á pesar de ser estos peruanos tan viciosos como ellos, son mil veces mas dóciles.

Terminaré mi carta con mi antiguo adagio: rengan tropas y habrá libertad.

Soy de Ud. de todo corazon su enfermo y disgus tado amigo, que no sé cómo ha podido dietar una carta segun está su cabeza.

Otra vez,

Adios,

BOLIVAR.

Eremo. señor General Francisco de Paula Santander,

etc. ete. etc.

Cuartel general en Pativilca á 9 de Enero

Excmo. señor:

de 1824.-149

Por catorce años consecutivos me he sometido con el entusiasmo más sincero al servicio de la causa de Colombia. Apénas he visto á ésta triunfante en sus diferentes épocas, cuando he creido de mi deber renunciar el mando. Así lo hice, la primera vez, el dos de Enero de ochocientos catorce, en Carácas; en ochocientos diez y nueve, en Angostura; en ochocientos veinte. y uno, en Cúcuta; y más tarde en el mismo Congreso, cuando fuí nombrado Presidente. Ahora la República de Colombia está toda libre á excepcion de un banco de arena en Puerto Cabello.

Yo no puedo continuar más en la carrera pública: mi salud ya no me lo permite. Ademas, mientras que el reconocimiento de los pueblos me ha recompensado exuberantemente mi consagracion al servicio militar, he podido soportar la carga de tan enorme peso; mas ahora que los frutos de la paz empiezan á embriagar á estos mismos pueblos, tambien es tiempo de alejarme del horrible peligro de las disenciones civiles, y de poner á salvo mi único tesoro: mi reputacion.

Yo pues renuncio por la última vez la Presidencia de Colombia: jamás la he ejercido; así no puedo hacer la menor falta. Si la Patria necesitare de un soldado, siempre me tendrá pronto para defender su causa.

No podré encarecer á V. E. el vehemente anhelo que me anima por obtener esta gracia del Congreso; y debo añadir que no ha mucho tiempo que el Protector del Perú me ha dado un terrible ejemplo: y seria grande mi dolor si tuviese que imitarle.

Renuncio desde luego la pension de treinta mil pesos anuales que la munificencia del Congreso ha tenido la bondad de señalarme: yo no la necesito para vivir, en tanto que el Tesoro Público esté agotado.

Tengo el honor de ofrecer á V. E. mi distinguida consideracion y respeto,

BOLIVAR.

Eremo, señor Presidente de la República del Perú.

Pativilca, 14 de Enero de 1824.

Mi querido Presidente:

He recibido con mucha satisfaccion las cartas de Ud. por las cuales quedo enterado del modo con que se ha manejado conmigo durante mi ausencia de esa capital.

Yo estoy de acuerdo con Ud. en que es muy duro para un Gobierno consultar todas sus disposiciones, y decretos. Ciertamente la dignidad nacional y la del

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