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pos muy lamentables, ya no hay honor ni delicadeza en los hombres, y se puso á llorar como un chiquillo.

Esto me irritó, porque sé que este sugeto se arrastra como las vívoras delante de cualquier mequetrefe por recoger una migaja de pan que le arrojen desde la mesa, asi es que, procuré deshacerme de él lo mas pronto posible. -¿Y que ya se retira V?

-Si señor.

-Pues mi amigo ya sabe V. que todo lo que poseo está á su disposicion: mi casa, mi mesa, todo es de V. ¿Cuándo me va V. á visitar? tendré mucho gusto en partir mi pan con V. y en que V. honre mi pobre choza.

-¡Ah! conque no es V?...

-No señor, no señor; ya se lo he dicho y se lo repetiré mil veces.

-Pero V. los conoce y puede decirles que no se les olvide mandar su periódico al callejon de sal si puedes.

-Si señor, se los diré, y cómo que se los diré. -Mil gracias, ya no quiero detenerlo mas, adios; y me volvió á dar otro abrazo; ¡pero qu abrazo!

Salí de la Alameda renegando de mi triste, suerte; al entrar en la calle de S. Francisco una rociada de lodo me cubrió el cuerpo de piés á cabeza; vuelvo la cara y veo que un maldito chaparro con sombrero de jipijapa y

-Un dia de estos pasaré á hacerle á V. una con un trage medio militar y que montaba un visita.

-Pues cuando V. guste, ya sabe V. en donde vivo, callejon de sal si puedes, allí está su casa de V.

-Mil gracias.

quitrin, no muy elegante, era el que me habia puesto de lo lindo. Cuando me vió, sin hacer caso del lodo que su maldito quitrin me habia arrojado, me dijo adios señor Retacuacheco de Jaurarena, ¿quiere V. ir á Tacubaya, allá está

-Se me olvidaba decirle á V. que no me han el tio; yo que ni sé quién es ni si tiene tios en llevado el Liceo hace dos semanas.

-¿Qué tengo yo que ver con el Liceo? -Como V. es uno de los redactores. -No señor, V. se equivoca, no soy redactor ni quiero serlo; doy de vez en cuando algun articulillo mal zurcido, por gusto, y nada mas.

Tacubaya ó en México, no le hice caso y me apresuré á llegar á mi casa lo mas pronto que me fuese posible, antes de que me sucediera otra desgracia.

Ó

MANCO CAPAC O YUMPANGI

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pasaba en el Perú, al mismo tiempo que los soldados españoles pisaban ya aquel suelo, aumentando de dia en dia sus conquistas en la parte meridional de la América, luchando vanamente los Incas con el poder sobrehumano (2) de los Veracochas, (3) que como hijos del sol, los harian sucumbir a pesar de su re

(2) Tenian, se dice, á los españoles por hijos del Sol su Dios, y con un poder venido del cielo.-S.

(3) Con esta palabra distinguian á los hijos del Sol-S.

sistencia, tan cierto es el amor natural del suelo patrio, de la independencia y de la libertad, que nos estrecha á que nos combatamos aun con unos semidioses. Atlahualilpa despues de tiranizar bastante al pueblo, y de haber celebrado unos convenios con los españoles para poner fin à una guerra sangrienta y desastrosa, cuando pasaba á darse el abrazo de amistad, murió acusado falsamente por un traidor; suerte comun de los tiranos: su hermano que no habia sido tan déspota dejó de existir por la afliccion que le causó la violenta muerte de Atlahualiipa. He aquí el término de la usurpacion.

Manco entonces procuró tomar su trono; era un joven de bella índole, y apénas contaba de edad diez y ocho años. Paso, pues, al Cuzco á ver á Pizarro, que era gobernador, y conferenciar con él acerca de su monarquía, y á pedirle que le ciñese la borla. Francisco no comprendió muy luego la demanda de Manco, pero informado de ella y de lo que debia hacer para complacerle, tomó la borla, y á presencia de todo su pueblo púsola sobre su cabeza, de lo que quedó sumamente gozoso el Inca, y así él quedó gozoso como su pueblo. Cuando Manco fué á presentarse al gobernador, no se hizo conducir, segun costumbre de sus antepasados, en ricas andas de oro, sino de madera en las que fué, y de los españoles y del gobernador recibió muy buena acogida, y con la misma veneracion y respeto le trataron que si fuera el propio rey de Castilla su soberano. No sin fundamento se hizo llevar en andas de madera, porque no se juzgara de él que cuando iba á solicitar una gracia, se presentaba con orgullo, como queriendo demostrar que ya era monarca reconocido el mismo que pretendia se le reconociese. Así, pues, que Pizarro, como llevamos dicho, alcanzó á entender su pretension, colocóle en la cabeza la borla encarnada, y luego creyó él que estaba ya reconocido solemnemente señor de sus dominios.

Pasáronse algunos dias, y con ellos el engaño de Manco, que perdida ya toda esperanza de gobernar con libertad, propuso de no llevar adelante las treguas y capitulaciones convenidas con Francisco Pizarro por Atlahualilpa, y que él habia ratificado, sino de hacerles la guerra, y de conquistar con la fuerza de sus armas el imperio. Esto despues de retirarse de en medio de los conquistadores, y de demandarles otra vez su gobierno.

zarro, Almagro y sus compañeros, que emprendieron la conquista de la América meridional, apoderarse de ella que á Cortés de la Nueva-España. Y no se diga que los primeros encontraron pueblos débiles respecto de las armas que ellos llevaban, y desnudos y descontentos por los tiranos que los presidian porque igual razon milita de parte del segundo: aun hay mas, que aquellos aunque mirados como hijos del sol, y señores para quienes estaba destinado el pais, segun el pronóstico de Huainacha, soberano á quien tenian en mucha estima, sintieron sin embargo resistencia, cuando Cortés halló aliados por todas partes que al principio como enemigos le resistieron un poco, es'cierto, pero muy pronto se reunian para derribar al coloso de Tenochtitlán. A pesar de todo, si la conquista exigió en la NuevaEspaña mayores esfuerzos, terminada ya no fué tan grande la ambicion de los vecinos nuevos que la poblaron, que no fuera por sí sola parte bastante á contener la morigeracion de los gobernadores ó vireyes que de la corte eran enviados, y aun fué suficiente á poner límites al mismo Cortés. Así que, hecha la conquista de la Nueva-España, no fueron ya mas regados sus campos de sangre humana, sino cuando alguna vez los indios movidos del deseo innato de recobrar su independencia, enarbolaban el estandarte sagrado de la libertad, y ponian á las autoridades de Castilla en la precision de defender los derechos del soberano. No aconteció de la misma manera en el Perú, donde si bien facilmente se plantaron las armas de Castilla en medio de la capital misma, nada pudo detener á los conquistadores en sus excesos, ni reprimir á las mismas autoridades que se descomedian muy a menudo, y tanto, que solo la conducta de Blasco Muñoz hizo odioso el nombre de virey, siendo él apénas el primero, como él de rey Calígula, Tiberio, Neron, entre los romanos, dice el Inca Garcilazo de la Vega. Y no paró en esto, que hubiera sido ménos malo que esto solo fuera, sino que tomaron las armas unos contra otros, y reconociendo y respetando y defendiendo y sosteniendo la autoridad del rey, combatia Pizarro, y combatia Almagro y combatia Nuñez, y combatia en fin, todo el Perú, porque todo el Perú se dividió en bandos, se dividió en partidos, se dividió en facciones, y cada bando y cada partido y cada faccion peleaba por el soberano.

El Inca en tanto que esto pasaba, habia conseguido de Francisco Pizarro que le hiciese jurar y reconocer como soberano, y él mismo le Cosa es cierto clara, que mas fácil fué à Pi- juró y reconoció: detúvole sin embargo en el

Cuzco, sí con mas miramiento que Cortés à Moctheuzoma en el palacio de Acayacatl su tio, no con diferente respeto ni bajo diverso pretesto, pues que detenido en calidad de prisionero se le pretestaba que era por afianzar la seguridad de los españoles con su presencia, y por cierto que en esto no se le engañaba. Separóse del Cuzco Francisco Pizarro que emprendió una espedicion al Chile, mas no descuido de encomendar á su hijo natural Juan, la guarda del monarca indiano, que le recomendó muy especialmente. Permanecieron durante algun tiempo en buena paz y armonia Manco y Juan Pizarro, mas al fin cansose aquel de la esclavitud en que se le tenia y tentó el medio de huir. Así, para conseguirlo, hizo reunir á los principales de entre los suyos, y acordaron de salir en la noche, y hacer guerra á los españoles hasta recobrar su antiguo poderío y grandeza. No pudo concertarse esto tan de secreto que no lo entendiesen luego los de Pizarro por un yanacona (4) que no llevaba á mal como ninguno de los suyos la esclavitud de los pueblos peruanos que daba á ellos libertad. Por esto apenas salido de la ciudad, y poco distante de ella, Manco, á la hora convenida fué presto alcanzado por los comisionados de Juan Pizarro, que no descuidó de nombrarlos de entre las personas mas activas.

Aquí es muy de ver y admirar la fidelidad de los vasallos del Inca que iban en su compañía, á quienes preguntándoles los emisarios de Pi

zarro por su señor, que la oscuridad de la no

che les impedia distinguir, ántes se dejaban maltratar que confesasen que iba entre ellos, y dícese, por ejemplo, que habiéndole atado á uno unos cordeles en las genitales, mas bien dejó que torciendolos, le lastimasen, que llega se á descubrir á Manco, del cual decia que no habia salido del Cuzco, y que allí se habia quedado, y esto lo dijo en la mayor fuerza de los dolores, y cuando menos esperanza tenia de que le dejaran; hecho es este muy digno de que se crea, por referirlo el cronista Herrera, en quien se nota mucha parcialidad hácia los españoles y que por lo mismo no habia de decir cosa en contra de estos, á no ser muy notable y que no pudiera encubrir. Como entendiera Manco que sus enemigos se acercaban á sus andas, y sospechando que pudiese ser descubierto, luego al punto se precipitó de ellas y

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corrió á esconderse entre unas matas, donde no le ballaran si él que ya se creia descubierto, no se presentara, suplicándoles que nada le hiciesen, puesto que si habia salido del Cuzco, no era porque huia, sino que llamado de Diego de Almagro pasaba á verle. Esta frívola disculpa vino luego á confirmar las sospechas de los españoles, que le hicieron retroceder, guardandole las consideraciones debidas á su dignidad, si bien al principio no dejaron de tratarle con algun menosprecio, lo que obligó á un indio á que les reprendiera su falta de atencion por lo que sufrió este infeliz que se le maltratase.

Llegado Manco á la presencia de Juan Pizarro, reconvínole este dulcemente por su conducta, é hizole llevar à su casa, y aquí fué la afliccion de Manco cuando encontró que durante su ausencia los soldados le habian saqueado. Esto lo determinó á volverse à escapar; huyó de nuevo con igual éxito que la vez anterior, y con peores consecuencias, pues Pizarro le hizo poner guardas y centinelas que guardasen su persona y no le dejasen salir mas Así custodiado el Inca, se apareció su tio por Tambo, y mas cerca á las inmediaciones casi de Cuzco, invitándole á salir, que alli le esperaba, con gente que le ayudaria á recobrar su reino. Pizarro entendió esto, mandó á atacar al tio, que fué cogido prisionero, mas no del mismo modo su tropa que se fortificó en un peñol, habiendo recibido un mensagero de Manco que les decia le esperasen y se mantuvieran firmes, entretanto que podia escapar de los españoles, y llegar à unirseles. Pizarro quebabia dispuesto atacarles y les atacaba con pérdida de su parte, supo de un yanacona lo que mandó decir á los que le resistian, é hizo que un capitan suyo que se hallaba á su lado y se ofreció espontáneamente, marchase à acordar con el Inca, el modo de hacer que cesase aquella resistencia. Prestose el Inca no muy de su voluntad, á que en nombre suyo partiera aquel capitan á convenir con los del peñol proposiciones que les hicieran desistir: fué el capitan, y á una señal logró que se le escuchase, y propuso cautelosamente, no con arreglo á las instrucciones de Manco en nombre de este, que convinieran en un ajuste, para lo cual habia ido con otros cuatro indios. Volvió á dar cuenta à Juan Pizarro, encargándole de disfrazar con el trage y pinturas con que se coloraban los indios, á cuatro soldados españoles, y que ocultamente le siguiesen otros paasí que él con los disfrazados se hubiesen hera tomar el fuerte, luego de abierta la entrada,

cho presentes. Mandólo en efecto hacer así Juan Pizarro, y el capitan salió y con él los cuatro; y seguidos de otros todo como lo habian dispuesto, presentóse en el fuerte, hízose abrir, y habiendo ya entrado se precipitaron con violencia los que de oculto los seguian, y causaron gran mortandad y destruccion en los descuidados indios, à quienes no pasaba por las mientes que tal felonía se cometiera por el emisario de Manco. Así tomado el fuerte por Juan Pizarro en virtud de un ardid de guerra de aquellos que por su buena fé se dan muy de cerca la mano con la política de los gabinetes, volvióse el victorioso capitan al Cuzco gozoso por el triunfo de sus armas, y por la fuerza de su brazo y por su arrojo y por su intrepidez, y por su valor y por su serenidad en el combate: arrojo, intrepidez, valor, y serenidad muy comunes en los grandes capitanes, que como Juan Pizarro usan sus armas con un enemigo vencido ya por una traicion canonizada con el nombre de ardid de la guerra, harto frecuente en los que aparecen vencedores por mas que no hayan alcanzado una sola victoria peleando frente á frente con el enemigo.

Aumentábase de dia en dia la desesperacion de Manco que se comunicaba á sus pueblos, y estos ardian ya por combatirse y llegarse á las manos con los españoles; pero antes era preciso sacar de entre ellos á su señor. Este habia sentido y deplorado la traicion que en su nombre se cometió, y su pecho no respiraba ya mas que venganza: hubiera mejor sacrificado á los manes de las víctimas de Juan Pizarro á los indígenas que este capitan llevaba consigo, bien que fuese de la misma familia y sangre real, que sacudir el yugo que sobre él pesaba y sobre su pueblo. Solo Herrera ha podido llamar cruel, sanginario y hombre que habia perdido su bondad natural á este príncipe ilustre, porque se sentia animado del deseo de castigar á unos súbditos, que no contentos con aliarse á los enemigos de la patria, crímen verdaderamente nefando é irremisible, se estendia á tomar el nom bre de su legítimo monarca, ya no siquiera para hacer cesar el combate y sujetar á la calidad de prisioneros á sus compatriotas, sino para ponerlos en poder de asesinos con quienes ellos mismos iban á la par en las atrocidades, Habia venido por estos dias de España Hernando Pizarro, hijo tambien de Francisco, con instrucciones del rey para hacer repartimientos y dar el gobierno de Cuzco á Diego de Almagro el Adelantado; pero llegado al Perú y entrado en Cuzco confereciando con su hermano Juan, sabedor de que Almagro se hallaba

fuera en espediciones, convinieron de no darle el gobierno y de tomarle á su cargo el mismo Hernando. Así resuelto y encargado éste del gobierno, halló ocasion Manco de recobrar su libertad; mas antes le fué preciso hacerse pasar por muy amigo del gobernador en concepto de éste, prestóle con este intento algunos servicios que le grangearon su afecto: hízole entre otros el presente de una estatua de oro consagrada á su padre, y por último, para acabar de engañarle le pidió la compañía de unos españoles de sus mas favorecidos y que mas confianza le mereciesen, para que con ellos fuera á traer la estatua y demas preciosidades que le tenia de llevar segun sus ofrecimientos. Creyólo el sencillo Hernando y le dejó ir de Cuzco con algunos capitanes suyos como él le habia pedido, y no conoció su error hasta que la vuelta de aquellos se lo hizo manifiesto.

Es de saber que luego como ya Manco se vió fuera de Cuzco, comenzó á caminar camino de Tambo adonde le esperaba su tio Tzio, que habia logrado salir libre, y llegado que hubo á aquellas montañas despidió á los españo les que consigo llevaba, diciéndoles que se fuesen puesto que ya no habia menester la compañía y que dijeran al gobernador como ya le dejaban en medio de los suyos y dispuesto a volver sobre la ciudad que determinaba combatir. En seguida, idos los españoles, se hicieron sacrificios al sol, y reunidos los ancianos y todo el pueblo acordaron de emprender la guerra. Pizarro (Gonzalo) salió á atacar á Manco, pero este volvió sobre aquel persiguiéndole hasta hacerle meter en la ciudad, que apenas defendian doscientos españoles y mil indios, cuando de la parte del Inca se contaban ya doscientos mil y mas combatientes, con los cuales puso sitio á Cuzco.

Hallábase á la sazon Francisco Pizarro en la ciudad de los Reyes, y por mas que sus hijos de Cuzco le pidieron auxilios no los prestaba, ya fuese porque no recibia noticia alguna de su situacion, ya tambien porque se hallaba igualmente necesitado de que le socorrieran cuando Manco no habia descuidado de sitiarle como á sus hijos en el Cuzco.

La desesperacion de estos les obligaba de vez en cuando á salir contra el enemigo á pelear pecho á pecho, y si bien la superioridad de sus armas les proporcionaba en las pequeñas escaramuzas algunas ligeras ventajas, la piedra y la flecha y la gritería de los indios les causaban con todo algunos reveses considerables si se atiende al reducido número de sus tropas. Viendo los indios que sin una ventaja grande

de obtener una victoria decisiva, y desconfiando Pizarro de sus propias fuerzas cesaron como en el Cuzco las hostilidades, y cuando Manco entendió que se acercaba tropa enemiga pensó en retirarse; .mas aguardó unos dias para cerciorarse de quién era el capitan que comandaba el auxilio porque muy bien podia ser que fuese algun amigo.

se les hacian diariamente sus destrozos, deter- y continuados ataques, y desesperado el Inca minaron dar fin al sitio destruyendo los edificios de la ciudad. Al efecto ponian al fuego las piedras antes de colocarlas en las hondas, y ya encendidas las arrojaban, alcanzando así hacer destrozos considerables. La desesperacion puso valor en el ánimo de los sitiados y procuraban desalojar de todas sus fortificaciones á los sitiadores, tomaban una, y apenas entraban en ésta volvian á salir por el vigor de los contrarios que cargaban contra ellos con mas fuerza y en mayor número. En uno de estos encuentros, alojados en un fuerte, desde el cual hacian sentir mucho á los sitiados, se trataba á toda costa de tomarlo á fin de que padeciera menos la ciudad. Juan Pizarro por delante quitado el casco de que se servia en aquel momento como de escudo, penetró hasta el interior de la fortificacion, pero su empresa no le salió como lo habia imaginado; recibió una fuerte pedrada en la cabeza que le causó una herida de que murió á los quince dias. Tomóse sin embargo el fuerte con pérdida bastante de una y otra parte, lo que desanimó en estremo á los indios por mas que Herrera y el reverendo padre Calancha nos quieran persuadir que este desaliento fué debido al milagro de que tratando los indios de incendiar un templo con lo que creian rendidos à sus contrarios, arrojando piedras ardiendo al templo, que como se hallaba construido de madera y el techo de paja, deberia por lo mismo quemarse todo, cuando ya aparecia quemándose, de repente se mató solo el fuego, con lo que sorprendidos juzgaron que visiblemente combatian con el poder del cielo.

Esperaban pues los Pizarros el socorro de su padre; pero esperaban en vano teniendo igual necesidad en los Reyes, donde tambien se le puso sitio. Sufrió como sus hijos fuertes

Como Manco creyera que pudiera venirle socorro de parte de los españoles muy fácil es de entender sabiendo su fina y astuta política. Al comenzar su sitio y aun antes, cuando se hallaba entre los conquistadores habia procurado introducir la discordia entre ellos porque juz. gaba fundadamente que divididos le seria muy fácil destruirlos. Así logró en efecto desavenir á Almagro con los Pizarros y tenerlo por aliado. En sus últimos ataques conviene saber cómo empleó ya las armas españolas, porque los que á causa de la discordia se hallaban con él, le habian adiestrado en su manejo y en el del caballo y le hacian pólvora. Así se sorprendieron sus contrarios cuando vieron que manejaban el arma de fuego con destreza y que montaban con habilidad en buenos caballos: si acaso hubieran continuado resistiendo, habrian sacado mayores ventajas que hasta allí. En tal estado se hallaban á la llegada de Almagro que salió de Chile fastidiado de buscar alli riquezas que no encontró y para pelear con Pizarro el Cuzco, cuyo gobierno sabia le habia sido dado por el rey de España. Con eslas intenciones venia á tiempo que, sabeder de la revolucion, se le presentaron unos emisarios del Inca para hacerle entender que Pizarro se opondria á darle el Cuzco.

(Continuará.)

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