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ONOZCO muy poco el corazon de las mugeres, y por esta razon me abstuve hasta ahora de publicar mis propias observaciones acerca de esta bella mitad de los seres dotados de razon; pero alguna vez habia de romper mi prudente silencio, aun cuando no hubiera antes largamente discutido la materia, ni considerádola bajo todos los puntos de vista y en todas las relaciones que presenta á un espíritu analítico. Admirabáme tiempos atras la envidiable facilidad con que sale del apuro la multitud anónima ó nominada de literatos de feuilleton, que campea siempre en las partes bajas de las publicaciones periódicas, como si fuera ella la base en que estas se apoyan y sostienen: admirábame que un folletinista de barba á la puñal de Bruto, y sobre todo de anteojos que son el signum sapientiae, en cuatro lineas rebosando de ingenio despedazase á autores y actores dramáticos, aun cuando durante la representacion no hubiera apartado la vista de alguna linda Esmeralda ó Flor-de-Maria (nombres que hemos sustituido á las Nises y Filis de los amantes de égloga): admirábanme tambien otras muchas cosas de este jaez, y sobre todo la imperturbabilidad y el aplomo de los heroes de boletin. Pero á su vez admiren se vds., señores lectores, de la fuerza del ejemplo continuo: de la admiracion de tales cosas pasé á familiarizarme con ellas, y de la familiaridad á la práctica. He aquí por qué medios llegué à animarmé á publicar este ensayo. Parve, nec invideo.......

Muchos autores de muchas naciones, de diferentes edades y especialmente de diversas opiniones, han escrito mil lindezas acerca de las mugeres: todos casi han juzgado verdades incontrovertibles, ya que su sensibilidad es mas esquisita, su talento mas perspicaz y su imaginacion mas viva; ya que su serenidad en lances críticos es inmensa, su astucia prodigiosa y su locuacidad infinita; ya que no guardan término medio entre la virtud y el crimen, entre la fidelidad y la prostitucion, entre la frialdad de temperamento y un temperamen

to ardiente: y ya en fin que si sucumben, lo deben á la vanidad ó á la compasion, y si se sostienen, à la conciencia que de su debilidad tienen los hombres, y á la desconfianza en que por esta propia debilidad viven siempre ellas mismas. Empero yo que tengo acerca de las mugeres muchas ideas raras, que pienso esplayar en un libro cuando el hambre apriete, ya que esta necesidad es el móvil general de la literatura del siglo; trato de desentenderme de estas graves cuestiones para descender à la mia, que es barto sencilla, motivada esclusivamente por uná coqueta que conoci en mis mocedades, á quien uno de mis amigos amaba con delirio, como aman todos los hombres á las coquetas.

Esto es cierto: á parte de ese artificio que las distingue y caracteriza, ademas de esa destreza ingeniosa con que saben medir el placer que dan, variarlo cuando fastidia, y escasearlo á medida que empalaga y va enfermando al amador (la dieta siempre produce hambre); á parte de todas estas ventajas para triunfar del sexo masculino, tienen la formidable, la incontrastable de interesar, de irritar el amor propio de los hombres con mas intensidad, con mas ardor que las demas mugeres. Y en efecto, en un círculo de adoradores que obsequian y asedian á una coqueta, que aspiran á la preferencia y ven con recelo y cólera á sus rivales, obran no sé si una antes que otra ó ambas á la vez, dos pasiones íntimas, terribles, volcanicas: el amor á ella y el amor propio; los primeros resultados de las dos grandes leyes de todos los seres: la reproduccion, la conservacion. Están, pues, en movimiento, en accion continua y violenta así la causa de aquellos sentimientos que tienden á la excentricidad, á derramarse en rededor y á fecundar todo lo que tocan, como la de aquellos que se concentran en nosotros mismos íntimos y aislados, y son cuando escluivos, el patrimonio de las almas mezquinas. La coqueta bastante hábil para mantener en incertidumbre y con esperanza á todos sus adoradores, les interesa mas, muchísimo mas que aquella muger que, guiada por un afecto sincero bácia

un hombre, satisface al amor de este, matándole el orgullo, desde el momento en que manifiesta corresponderle y le fortifica esclusivamente en su pasion; por que de este modo se apoya en un sentimiento solo, aunque mas duradero, mientras que la otra escita dos que se apoyan mutuamente, los irrita sin apagar ninguno, y sabe aplicarles cuando se debilitan el antídoto de una falsa esperanza.

Pero si la coqueta aplica esta esperanza en dósis abundante y á las claras, corre el riesgo de comprometerse altamente ya respecto del amante enfermo, ya respecto de los demas; de desauciar entonces al primero, le pierde; de continuarle esperanzando, pierde á los segundos. Así, pues, las coquetas, bien que el círculo de sus amantes varie diariamente, se sostienen merced á una política tan astuta, como la de un pais que rodeado de enemigos terribles, con el poder, de unos contraresta al de otros, y con la imbecilidad de todos compra su propia conservacion.

Pero este estado de agitacion y desconfianza, de disimulacion é incertidumbre, puede solamente lisongear á una pasion, que se ha repetido hasta el fastidio, no sé si con fundamento, es el móvil de todas las acciones de las mugeres, su ídolo, su ángel custodio pocas veces y su demonio tentador las mas: la vanidad! Empero el amor, que es la vida de las mugeres, el soplo creador que vivifica la belleza, y la reproduce y trasmite de generacion en generacion, no puede ser lisonjeado ni seducido por el coquetismo; para ello seria necesario que antes se dispertara tan bello sentimiento en los senos del corazon: instrumento de que se hallan desprovistas las coquetas. Es pues, á una vanidad exaltada y frenética á la que inciensan y sacrifican toda su juventud, y acaso tambien toda su vida: contrarian los sentimientos mas puros y naturales de su alma, subordinándolos á un sentimiento bastardo, engendro de un egoismo refinado: desdeñan esos goces ideales y voluptuosos, puros y aereos, por decirlo así, de una llama correspondida; esos suspiros mútuos que apagan en los lábios la timidez de los amantes ó la presencia de los estraños; esas mútuas miradas furtivas, cuyo efecto se siente inmediatamente en el corazon, que parece nadar en una atmósfera de luz y desmayarse en un mar de inefables delicias; ¿y por qué? por la vana satisfaccion de ostentar una série de amantes mas o menos asionados, desde el número primero hasta uarenta ó mas; pues se gradua el savoir de una niña por el mayor o menor nú

mero de galanes á quienes, segun la inocente espresion de las coquetas, trae al retortero ó hace rubiar.

Veamos ahora los resultados que al fin puede acarrear esta conducta. Los amantes se desengañan tarde ó temprano: y la belleza no es la que mas largamente resiste à la ley general de todas las cosas terrenas. Una de las armas del coquetismo es el amor propio de los hombres; la retirada de estos hiere el amor propio de las coquetas: el amor es su segunda arma, y cuando llegan á enamorarse deveras (que suele suceder) el amor se torna en la espada que hiere la mano que la empuña.

Así, pues, los mismos sentimientos con que tortura á sus adoradores, suelen constituir las mas veces el suplicio tremendo de la coqueta. los amantes, su vanidad: entonces es el abaLa edad aja sus facciones, y el desprecio e tirse miserablemente hasta el polvo, el usar en valde de todos sus artificios y monerias para seducir á un hombre, que conocedor acaso del terreno, permanece impasible y frio espectador de los atractivos de la sirena, lastimando así su amor propio y escitando su cólera: ó ya viene á apasionarse locamente de quien menos la merece, de un tonto, de un avaro, de un cualquiera, que castiga, ciego instrumento de la Providencia, los anteriores estravios de la coqueta, la humilla, la marchita, si la desprecia; ó la destruye enteramente, la anonada en su porvenir, si la conduce à las aras. Esto último no es muy frecuente: se ha observado que pocas, muy pocas coquetas se casan, y que muchas, muchísimas llegan, arrastrando con pena y envidia un estéril celibato, á una edad en que las que son ricas pagan uu cavaliero servente, y las que no lo son, buscan consuelos en los devotos ejercicios, en las continuas ceremonias religiosas; pero su religion es tanto menos pura, cuanto que nace de un impuro despecho, y me parece tanto menos acepta á los ojos de Dios, cuanto que le entre gan un corazon lleno aun de vanidad, que ama á la Providencia porque ya no tiene otra cosa que amar, y que acaso ni aun en este último y forzoso amor abandona su habitual co quetismo.

Los placeres de la coqueta se cifran en una sola palabra: vanidad; sus pesares en muchas. desamor, desprecio, esterilidad, tedio, aislamiento. Yo no he averiguado aun si las coquetas se forman por sí mismas, como afirman los hombres, ó si las forman estos como áseveran las mugeres. Sea de ello lo que fue

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se, en nada atañe á mi propósito, ni la causa la mas adelante apoyarse, ya en el brazo de un puede jamas lejitimar el resultado.

esposo, ya en el hombro de sus hijos; gozando En cambio parad las mientes en el porve- de aquella felicidad que es asequible en la nir de una jóven juiciosa y modesta, que ten- tierra; y vedla en fin, descender al sepulcro drá vanidad como todas, pero que la reprime llorada por una familia que la amaba, y rocon cordura y entrega su corazon todo entero deada de todos aquellos consuelos, que en tan á un amor puro: ved en sus ojos las seductoras amargo trance dan á los justos una vida sin señales de una ternura sin límites, de una mancha, una fé sincera, desinteresada y volunbienaventuranza que preludia la eterna; ved- taria, y una religion purisima y consoladora.

ORNITOLOGIA.

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EL MILANO,

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EGUN Cuvier esta ave el Mila no, pertenece al primer órden de la segunda clase de las vertebradas y á la segunda gran seccion de las aves de rapiña, en la cual comprende á los halcones que subdivide en aves de rapiña nobles y aves de rapiña innobles: el Milano se coloca por su timidez en esta última clase pues no es útil para la cetreria. Esta ave parece ser un término medio entre el gabilan y el pernoctero, asi por el color de su plumage como por su tamaño. El Milano tiene cerca de dos piés y dos pulgadas de largo, desde la punta del pico hasta la estremidad de la cola, pesa cerca de dos libras y media, su cabeza es pequeña en proporcion al resto de su cuerpo, su pico tiene cerca de pulgada y media de largo, retorcido hacia abajo y cubierto en su base con una pielecita desnuda y de un color amarillo oscuro; el de todo el pico es como de cuerno, excepto la punta que es negruzca: sus ojos son redondos colocados lateralmente y rodeados con un circulo casi negro del color de la pupila, la cual resalta en el centro de un contorno amarillo como el iris: su vista es tan perspicaz como rápido es su vuelo, dice Buffon. Su cuello asi co

mo su cabeza es poco proporcionado con las demas partes del cuerpo, es corto y está: guarnecido con plumas largas, pero escasas: sus alas cuando las tiene cerradas, se cruzan sus estremidades sobre la cola á distancia de una pulgada poco mas o menos, y cuando las estiende para volar tienen mas de cuatro pies y medio de punta á punta: cada una se compone de seis pulgadas grandes desiguales, y las cola de doce tambien desiguales y dispuestas de manera que resulta la estremidad ahorquillada; las palas de un tamaño regular y cubiertas de una especie de escamas amarillas color de oro, tienen cuatro dedos, tres anteriores y uno posterior largos y armados con presas retorcidas y no muy largas. El vuelo del Milano es rápido y sostenido y pasa la vida en el aire. "Casi nunca descansa, dice Buffon, y recorre diariamente espacios inmensos, y este gran movimiento no es un ejercicio de caza, de persecucion, ni siquiera de descubierta, puesto que el no caza jamas; sino que parece mas bien una necesidad y como que el vuelo sea su estado natural y su situacion favorita. El modo con que lo ejecuta es à la verdad digno de admiracion: sus alas largas y estrechas permanecen como inmóviles, y la co

la parece que dirige todas sus evoluciones, animalejos de toda suerte: por esta razon esta. meneándose de continuo; se remonta sin es- blecen de ordinario su domicilio á la falda de fuerzo ninguno, ó baja como si resbalase sobre las montañas y en los terrenos mas pingües y un plano inclinado; nada al parecer mas bien abundantes en caza, volatería y pesca." que vuela; precipita su carrera, la enfrena, se detiene y permanece como suspendido ó clavado en un mismo punto, meciéndose horas enteras sin que pueda uno percibir el menor movimiento en sus alas."

E! Milano se para sobre una rama, y conserva siempre una imperturbable serenidad, sus miradas denotan una feroz estupidez, una indiferencia y una calma que hacen dudar de su instinto. La hembra del Milano no diferencia del macho, pone dos ó tres huevos, y al cabo de tres semanas, poco mas ó ménos, nacen los polluelos, los que permanecen mucho tiempo en el nido antes de lanzarse á los aires; así es que los milanos no tienen mas que una cria cada año. Mr. de Saint-Amour, dice

El Milano es originario de Europa, pero sus especies se han esparcido por todas las regiones del globo. "Donde quiera, dice el autor citado, son mucho mas comunes é incómodos que los buitres, frecuentando mas y de mas cerca los parages habitados. Anidan en sitios mas accesibles; raras veces hacen su morada,,que estas aves una vez unidas hembra y maen el desierto, y prefieren siempre las llanuras y colinas fértiles á las montañas estériles y escarpadas. Como cualquiera presa les sabe bien, y cualquier alimento les conviene, y siendo así que à medida que la tierra produce mas vegetales, está al mismo tiempo mas poblada de insectos, de reptiles, de aves y de

cho, jamas se separan, y que envejecen juntas durante siglos, sin contraer otra alianza matimonial sino à la muerte de alguna de ellas.'" ¡Singular ejemplo de fidelidad conyugal!.......

P. T.

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chas calles que no participan del beneficio de las tales esguevas, y las casas situadas en estas, adolecen además de no tener comunes ó sumideros que absorvan las aguas inmundas; y de aquí aquella espantosa voz que en la callada noche se deja oir de Agua va, que hace estremecer al pobre transeunte, aunque sea mas esforzado y pujante que todos los doce pares de Francia en masa.

Nuna de las antiguas y ricas mas; y es que á pesar de lo espuesto, hay muciudades de España, plantel de hombres ilustres; recinto de Minerva, donde en cien templos se la tributa holocausto; testimonio palpable de sublimes hechos, mansion de reyes en otro tiempo, y en donde aun se conserva fija en la pared de una de sus plazas la escarpia en que fué espuesta la noble cabeza del mayor de los, validos, D. Alvaro de Luna. En esta ciudad decorada profusamente con monumentos suntuosos, con calles espaciosas, con amplias esguevas, que llevan en su curso las aguas cristalínas del Pisuerga, cuyos muros baña para aseo de sus moradores; en donde multiplicados y cómodos puentes dan paso de una en otra, á infinidad de naturales y estrangeros, y en donde tambien yo residia no ha muchos años. En esta ciudad, sin embargo, se deja sentir un terrible mal de que no pocos inocentes han sido vícti

Yo tambien, si no víctima, por mi fortuna, he sido testigo ocular de la mas desastrosa aventura. Es, pues, el hecho; que en una de estas casas falidicas necesitaban doméstico: se presentó uno en solicitud de la plaza, al cual por sus maneras sencillas le fué otorgada incontinenti. Este hombre era novato en la tierra y en el arte de servir, por hacer muy pocos dias que habia descendido de las riscosas cumbres de Covadonga, á los estendidos llanos de Castilla, por consiguiente, rebosaba en aquella naturalidad tan natural que encierra en st

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el pelo de la dehesa. Este hombre, pues, tomado que hubo posesion de su destino, preguntó á los amos ¿cuáles eran sus obligaciones? los cuales prolijamente le fueron enterando de todas, pero con especialidad de la de que, á la diez de cada noche, habia de verter por la ventana á la calle, el gran vaso de agua inmunda que posaba en la pieza mas elevada de la casa; pero siempre teniendo mucho cuidado de decir, en alta voz, ȧntes de verificarlo, „Agua vá!” De todo lo que quedó muy enterado. Pasó el dia desempeñando á las mil maravillas sus obligaciones; pero llegó la hora fatal. ¡Ojalá nunca llegara! Y aquí fué ella. Subió diligente á la habitacion preceptuada, y estupefacto quedó el mozo á vista de vaso monstruo que le esperaba; pero mas se sorprendió al observar que lo que contenia el piélago no era solo agua. Se detuvo reflexionando que aquello no era lo tratado, pero conformándose con su suerte, dejó la luz en el suelo, y cogiendo á su merced por ambas asas, y apretando los dientes y abriendo las narices, colocó á pulso sobre el pretil de la ventana á tamaño animal: tomó aliento, pero al decir la fatal palabra de agua vá, vínose á las mientes del concienzudo asturiano la mentira tan garrafal que iba á pronunciar, pues lo que el vaso encerraba, todo era méhos agua: quiso decir la verdad; pero tropezó con el inconveniente de que aquella palabra era en exceso sucia y pudiera escandalizar á la vecindad, mas todo esto fué obra de un momento, pues los raciocinios y episodios delante de un reverendo de esta catadura se hacen insufribles. Lo cierto ciertísimo es, que no sé si por vacilar entre la verdad y la inmundicia, ó por el gran peso que sintió del cirio, al volverlo á tomar á pulso, ó no sé porqué, pronunció en lugar de lo que se le habia ordenado,,Alabado sea el Santísimo Sacramento,» y volteó la fatal boca hácia la calle: un devoto que à la sazon pasaba, tan perpendicular sin duda como lo estaba Sancho de D. Quijote, cuando de cuclillas á su estribo desocupaba el miedo que le causara oir el ruido de los batanes, al oir tan sagrado nombre, se quitó el sombrero, contestando con gravedad,,,Por siempre sea alabado," pero antes de concluir la última palabra de su frase, cayó tan infernal bautismo sobre su blanca y respetable calva, pues la ví reberverar desde la acera opuesta, por donde á dicha pasaba, que derribado hácia atrás, dió con las posaderas en el empedernido suelo, cual si el Niágara con todo el pedrisco que en pos de sí arrastra, se hubiese desplomado sobre tan cuitado varon. A

tan lastimoso espectáculo, súbito corro en su auxilio á ofrecerle una mano protectora, arrostro el pestifero hedor que despedia la escena, pero á tres varas de distancia y á los argentados rayos de la luna, conozco ya que aquel infeliz es inespugnable, y que no digo mi mano ¡ni las tenazas de Nicodemus eran suficientes á poderlo agarrar sin embazarse y escurrirse en la sustancia que lo cubria! En tal conflicto, anímalo mi voz; y el Sanctus vir, encomendándose á toda la corte celestial, hace esfuerzos para ponerse en punta, pero imposible; se escurria como una anguila entre tal materia; vuélvole á animar, y al fin con esfuerzos y oraciones lo pudo conseguir. Hombre de Dios, le dije, no oyó V. la voz de aviso que le anunciaba la tempestad? ¿Cómo no se separó?-Calle V., señor, me contestó escupiendo siete ú ocho veces, pues las corrientes que desdendian del cráneo, surcaban su rostro, desaguando en el labio inferior que sobresalia de su barba, en forma de cornisa, mas de media pulgada. Si es el diablo, el diablo solo.... y continuaba escupiendo, diciendo entre dientes, fúgite, fúgite.... es quien ha podido reirse de mí de tal modo; si lo que yo entendí y oi clara y terminantemente fué el sagrado nombre de Dios, á quien quise acatar como todo buen cristiano debe hacer, y en venganza de mi reverencia, echó el diablo sobre mí esta nube pestifera, mas temible que las que atronaban y descargaban sobre el monte Sinai.-Vamos, vamos, le repliqué, esto ya no tiene remedio, conformacion: recoja V. su sombrero y baston, y procure mudarse cuanto antes de vestido: que la noche está fria, y puede atacarle una pulmonía; y en esto llegó el sereno, quien enterado de todo, trató de recoger el sombrero y el báculo, pero ¡imposible! pues el primero como le cogió boca arriba, sin duda cuando el fatal vaso la tenia boca abajo, estaba colmado que era una bendicion: el baston mas bien parecia una cucaña embadurnada que otra cosa, necesitándose mas valor para meterle mano, que para agarrar las varas de Moises. Vista la dificultad que ofrecia el apoderarnos de aquellos enseres, los dejamos en el campo, como trofeos de derrota, y sacudiéndose el paciente á manera de perro de aguas, emprendimos la marcha en direccion de su casa, por supuesto, conservando por mi parte la consabida distancia: llegamos á ella, y allí fué la segunda escena que no quise ver, al recibirlo su cara esposa mas almibarado y perfumado que nunca. Me despedí de él y del sereno, y me encaminé á mi posada, con ore

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