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el río Magdalena hasta su nacimiento, continuando por la cordillera central hasta el límite con el Ecuador, y por la otra entre los grados 1o y 9o de latitud, es eminentemente aurífera, y rica, además, en filones de plata y en aluviones de platino. Esta zona metalífera tiene una superficie aproximada de 250,000 kilómetros cuadrados.

Acaso se dirá que si nuestro país es tan rico, ¿por qué es tan pequeño relativamente el producto de sus minas, que apenas pasa de 4.000,000 de pesos anuales? La respuesta es bien sencilla. La minería se ha desarrollado en Colombia con los escasos recursos de sus habitantes; le han faltado hasta hoy, en general, para su fomento y su progreso definitivo, los capitales extranjeros y los métodos de la grande explotación. Le ha faltado otra cosa, además, y es que las circunstancias no la han favorecido aún, como á otras naciones, haciendo que se descubra alguna mina ó distrito minero de riqueza excepcional, para que se imponga la fama que tiene ya adquirida y sirva esto de incentivo á los capitales que buscan con afán por el mundo empresas productivas. Es bueno que se tenga presente que las minas de plata que han hecho opulento á Chile se descubrieron entre los años de 1825 y 1848; los aluviones auríferos de California, en 1848; los ricos filones de oro del Estado de Guayana, en Venezuela, en 1850; los placeres de la Colombia Británica, en 1858, y los veneros de plata del Estado de Nevada, que han hecho bajar el valor de este metal, en 1859. A Colombia también le llegará su día de fortuna y prosperidad. ¿Será cuando se pongan de nuevo en laboreo las afamadas minas del Darién; cuando poderosos monitores remuevan las capas de los aluviones del Chocó, ó cuando se lleguen á extraer, por medio de costosas máquinas, los depósitos de oro de incalculable riqueza que guardan en sus lechos los ríos Atrato, San-Juan, Nechí, Porce, Cauca y sus numerosos afluentes? Este problema lo resolverá el porvenir, quizá no muy tarde, pues la historia nos demuestra que los pueblos encuentran generalmente á su alcance los elementos que necesitan para el desarrollo de su progreso y el desenvolvimiento de su riqueza, cuando éstos son necesarios; y parece que ha llegado ese momento para nuestra Patria.

En todo caso tenemos que contar con los capitales extranjeros para dar impulso á la explotación de nuestras minas, como lo han hecho Chile, Bolivia, Venezuela y los Estados Unidos mismos. Colombia es un país nuevo, donde faltan aún los medios inventados por la civilización para la adquisición de las riquezas. No pasan de seis los individuos que tienen un millón de pesos de capital, y no alcanzan á treinta los que tiene medio millón. Por otra parte, los que han conseguido, á fuerza de trabajo, reunir algún capital, no se atreven á exponerlo en

empresas que son de suyo aventuradas y de cuyo éxito no pueden juzgar por falta de conocimientos.

El buen sentido de los colombianos les ha hecho comprender que en un país como el nuéstro, cuyas riquezas minerales fueron suficientemente conocidas y aun explotadas en los siglos anteriores, no se necesita buscar nuevas minas, pues basta por ahora restaurar aquellas que por diversos accidentes fueron abandonadas en distintas épocas. Esta restauración se principió hace veintiocho años en Supía y Marmato. Allí se habían descubierto hace cerca de un siglo minas de plata que el Barón de Humboldt, el minero español D. Angel Díaz, M. de La Roche y el Capitán Cochrane habían calificado de muy ricas, y sin embargo estuvieron en abandono casi completo por más de sesenta años. Hoy producen anualmente medio millón de pesos.

Las minas de plata de Mariquita han venido en segundo lugar. En 1874 no había una sola establecida, y hoy existen tres en laboreo formal: Frías, el Cristo y Sabandija, y se trata de beneficiar otras. En el norte del Tolima se explotan ricos placeres de oro, y en Ibagué se empiezan á montar molinos de pisones y de arrastre para triturar el cuarzo y amalgamar el oro de los filones del Combeima.

En una palabra, en todas partes de Colombia sucede al desdén con que se miró el trabajo de las minas después de la guerra de la Independencia, un entusiasmo general en favor de la industria minera. Este entusiasmo no es un movimiento irreflexivo de los ánimos, es una acción intuitiva que lleva á la conciencia de todos la persuación de que el porvenir de la patria está estrechamente enlazado con la explotación de sus riquezas minerales, como lo estuvo en el pasado. Toca á nuestros gobiernos dirigir y ordenar este movimiento adoptando las medidas que el patriotismo les sugiera; si ellos cumplen debidamente su misión civilizadora, Colombia alcanzará un alto grado de prosperidad. De lo contrario, todo nuestro entusiasmo habrá sido vano, tendremos que abandonar otra vez las minas por falta de ingenieros que dirijan su explotación, ó venderlas á los extranjeros, que comienzan á conocer la riqueza de nuestro suelo. En el primer caso, nos sobrevendrán la miseria y la ruina; en el segundo, antes de medio siglo habremos disipado el pingüe patrimonio con que nos dotó la naturaleza, vendiéndolo por la miserable suma de algunos pocos millonos de pesos.

III.-CAUSAS DEL ABANDONO DE LAS MINAS.

Poco, muy poco se ha adelantado en el estudio geológico y mineralógico de nuestros Andes colombianos, y así no conocemos aún las ri

quezas que encierra nuestro suelo. Muchas minas de metales preciosos se han descubierto y explotado á medias desde la Conquista, y sin embargo podemos asegurar, sin temor de equivocarnos, que son más las que faltan por descubrir. Apenas si podemos formarnos idea de la fijeza y regularidad de la riqueza en algunos de nuestros filones, cuya explotación es en general de fecha muy reciente, y nuestro abandono ha hecho decir á un escritor francés que "en Colombia no se encuentra ningún yacimiento ó filón notable." (L. Simonin, La Vie Souterraine). En las montañas del Harz, en Alemania, se explotan minerales de plata á una profundidad de más de ochocientos metros, y en Sajonia á seiscientos metros. Entre nosotros no se han hecho sino trabajos superficiales en las minas. La de la Plata, en la antigua ciudad de este nombre, se benefició á tajo abierto, y luego por medio de socavones, cuya extensión no se conoce. La de oro de EspírituSanto, en el Darién, la más rica que se ha explotado en este país, tenía cuatro extensas galerías, y bajaban los operarios por cinco escaleras sucesivas de doce á quince gradas cada una. En la del Zancudo poco han ahondado los trabajos; lo mismo sucedió en las de plata de Mariquita, pues sólo en la de Santa-Ana se llevaron éstos á mayor profundidad; cuando fue abandonada esta mina en 1874, tenía dos lumbreras, la una de seiscientos y la otra de novecientos pies.

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Pero no sólo hemos descuidado hacer el inventario de nuestras riquezas minerales, sino que hemos dejado en lamentable abandono minas que en otra época dieron copiosos rendimientos. Este asunto bien merece que le consagremos unas pocas páginas.

Generalmente se cree que se abandona una mina cuando se empobrece y deja de remunerar los gastos de explotación. Así debiera de ser, pero no es esto lo que ha sucedido en Colombia, donde la guerra de la Independencia y nuestras funestas guerras civiles, la afluencia de las aguas subterráneas al profundizar los trabajos, la falta de método y de conocimientos, la carencia de máquinas, la dificultad de los trasportes, los pleitos (particularmente en Mariquita y Pamplona), etc., han causado en muchos casos este desastroso resultado. (1)

Entremos en algunos pormenores.

La primera mina rica que se abandonó fue la de la Plata, cuya explotación obligaron á suspender los indios páeces, como lo hemos referido en la primera parte de este libro. Las continuas guerras de los pijaos en el siglo XVII hicieron abandonar las minas de oro de Miraflores, cerca de Ibagué. Los españoles empezaban apenas á explotar los

(1) "Un número bastante grande de minas han sido abandonadas," dice M. Moulle," sin motivos serios, ó por consecuencia de accidentes de explotación que no presentarían ninguna importancia bajo el punto de vista europeo."

placeres de San-Vicente de Páez, cuando los páeces los obligaron á abandonarlos. Aunque dichos placeres eran muy ricos no se han buscado después.

Los conquistadores dieron tan mal tratamiento á los indios, obligándolos al duro trabajo de las minas, que su número disminuyó rápidamente. En 1638 escribía Juan Rodríguez Fresle: "Es mucha la fuerza que tiene este Nuevo Reino en sus venas y ricos minerales, que de ellos se han llevado y llevan á nuestra España grandes tesoros, y se llevaran muchos más y mayores si fuera ayudado como convenía, y más el día de hoy, por haberle faltado los más de sus naturales." El mismo autor dice, hablando de las minas de Victoria: "Fue fama que tuvo esta ciudad nueve mil indios de repartimiento, los cuales se mataron todos por no trabajar, ahorcándose y tomando yerbas ponzoñosas, con lo cual se vino á despoblar." En Anserma, Cali, Popayán, Mari✓ quita, Remedios, y en general en los distritos mineros, disminuyeron muy pronto los indios después de la Conquista. Quien lea con atención las relaciones escritas en el curso del siglo XVI hallará quejas frecuentes de que escaseaban éstos cada día más en las minas. Los de Pamplona eran, según una antigua relación, gente pobrísima y de muy pequeña estatura, miserables, que en sacándolos un paso de su naturaleza se morían." (1)

Desde 1548 se adoptó la violenta medida de echar indios á las minas. Para relevar á los naturales de un trabajo tan penoso, se permitió la introducción de negros para la extracción del oro y de la plata. Si

(1) Pocos años después de la Conquista, al terminar el siglo XVI, hacía esta pintura D. Juan de Castellanos:

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guióse compeliendo, no obstante, á los indígenas á prestar este servicio, sacando para el efecto de cada siete uno, y á este repartimiento se dió el nombre de mitas.

Informado el Rey de que morían muchos indios en las minas, y cediendo á un sentimiento de humanidad, previno por cédula de 7 de Junio de 1729, que no permita la Audiencia que á ningún indio se le obligue á la labor de minas." (1) "No hay duda que semejante providencia pudo ser en aquellas circunstancias capaz de la total ruina de las minas de plata; porque siendo entonces corto el número de las

En efecto, trabajos excesivos

Han sido causa destos desconciertos,
Y para que los tales no procedan

Es menester mirar por los que quedan.

Caudales menguan, las miserias crecen,
Hay aquí queja, donde quiera luto,
Y en hecho de verdad, en los extremos
Está toda la tierra según vemɔs.

"El oro falta y la plata manca,
Los naturales menos cada día,
En gran aumento va la gente franca
O que de sello (1) tiene fantasía;
Muchas las deudas, no parece blanca,
Corren ejecuciones á porfía ;

Finalmente que trampas y trapazas

Son las que ahora vuelan por las plazas."

(Historia del N. R. de Granada).

(1) Hé aquí lo que en ese año escribía el Presidente D. Antonio Manso sobre la suerte de los pobres indios que obligaban á trabajar en las minas: "Hecha la conducción, lo que sucede es que salen los indios de unos temples frigidísimos á las minas de Mariquita, que son calidísimas; trabajan dentro del agua con el peso de una barra, á que no están acostumbrados, con que dentro de poco enferman si no mueren muchos á pocos días que experimentan el trabajo, se huyen y se aplican á bogar en las canoas del trajín que hay en el río de la Magdalena, ó se alejan más distantes, con que es raro el que vuelvan á su pueblo. Lo peor es que en seguimiento del marido se suelen ir la mujer é hijos pequeños con él á las minas, y perdido él ninguno de los que salieron vuelve, y si alguno vuelve es inútil ya para todo, porque ó viene azogado ó medio tullido y perdida la salud para siempre. Sucede también que siendo obligados los Capita. nes á pagar la demora de los ausentes, tienen que salir de su pueblo á buscarlos, en que consumen meses enteros; y si no los hallan acontece también el no volver, con que se destruyen en cada conducción enteramente los pueblos, minorándose los tributos, y va faltando cada día este renglón á la real Hacienda. Falta quien cultive los campos y quien acarree los mantenimientos, con que dentro de poco faltará todo. Este horrible inconveniente aun es mayor de lo que se pueda ponderar."..

(1) Serlo.

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