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Jaramillo fue conducido preso á Bogotá. La noche antes de su salida alborotó la cárcel y no dejó madero ni piedra que tuvo á la mano que no arrojase á los guardas, ofreciendo matarlos á todos. Seguida la causa, inventó este hombre contra el Director de las minas cuantas calumnias se le ocurrieron, para libertarse del castigo merecido por su delito. Al fin arbitró denunciarle ante el Virrey de dilapidación y de mal manejo en su empleo, y sin embargo de que el Fiscal dijo que sería una calumnia como las demás, se le nombró abogado que formalizase el denuncio, como lo ejecutó. Por último fue condenado Jaramillo á cuatro años de presidio.

A los sufrimientos morales que esta causa ocasionó al señor D'Elhúyar, se unió la pena que tuvo de saber que tanto el Virrey como los oidores de la Audiencia de Bogotá, habían dirigido á Su Majestad informes desfavorables, proponiendo se suspendiese la explotación de las minas de Mariquita. El Virrey se preparaba á adoptar este medida, pero antes de hacerlo quiso ver si algún particular ó compañía se haría cargo de ellas. El señor D'Elhúyar murió antes de que se abandonase esa grande empresa que tantos desvelos le había costado.

D. José D'Elhúyar se hallaba en Bogotá á principios del año de 1795, muy quejoso de la conducta de D. Angel Díaz, quien no obedecía sus órdenes y no hacía nada de provecho en las minas de SantaAna, que dejaba caer en abandono. Habiéndolo puesto varias veces en conocimiento del Virrey, éste le ordenó que regresase á dirigir aquel establecimiento. Así lo hizo á fines de Abril, después de haber presentado un escrito de diez páginas, en el que daba reglas sobre el modo de ensayar el oro mezclado con platino, con el fin de evitar los fraudes que con dicha mezcla se cometían. En menos de tres meses benefició y remitió el señor D'Elhúyar una carga de plata, á pesar de haber encontrado rota la máquina y en muy mal estado, en tanto que D. Angel Díaz sólo había beneficiado dos cargas en el espacio de dos años y medio.

D. José D'Elhuyar no podía avenirse con D. Angel Díaz, quien observaba al fin para con él una conducta insultante y provocativa. Por tanto, recibió con júbilo la orden que le dió el Virrey de poner la dirección del establecimiento de Santa-Ana al cuidado de D. Angel, lo que hizo prontamente, entregándole todo por inventario. Siguió para Guaduas á fines de Agosto, y de allí regresó pronto á Bogotá.

Si el éxito debiera decidir en definitiva de los juicios que formamos de los hombres, ¡ cuántos hay cuyos nombres venerandos, que pronunciamos con admiración, habría que borrar de la historia!

D. José D'Elhúyar parece que hubiera tenido algún presentimiento del mal resultado final de la empresa de Mariquita cuando escribió al

Virrey Góngora en 1788: "En los establecimientos de agricultura y fábricas se puede determinar con mucha aproximación las utilidades, porque el producto bruto es más constante y no está expuesto á las vicisitudes de la fortuna como las minas; pues ni un examen bien premeditado, ni una dirección bien ordenada y económica, ni las esperanzas mejor fundadas de la abundancia y riqueza del mineral han sido muchas veces bastantes para evitar pérdidas considerables en él; y al contrario, otras emprendidas sin tantos requisitos han enriquecido á sus dueños más allá del colmo de sus deseos."

En 1795 escribía el señor D'Elhúyar á D. Juan Escolano, residente en Madrid:.... "En las minas de Mariquita dirigí su laboreo, fábri cas necesarias y operaciones para su beneficio, hasta dejarlo todo en el grado de perfección que necesitaban, y aunque todo ello pudiera haberse ejecutado en poco tiempo, se detuvo mucho por causa de los mismos Virreyes, ya por las órdenes que solían comunicar para su suspensión, y ya por escasear y no contribuír con el dinero necesario para los gastos. Si los progresos de las referidas minas no han sido mayores hasta el día, ha provenido en gran parte de los mismos Virreyes, que han despreciado y no han hecho caso de mis informes y representaciones con que les he puesto presente el poco producto y subsistencia que podían tener aquellas minas con arreglo á las providencias que ellos tomaban, y los medios que debían emplearse, ya para que continuase el laboreo de ellas, sin que fuesen gravosas á la Real Hacienda, ya para que se pusiesen en un pie cuya utilidad le fuese muy ventajosa á Su Majestad."

Merecen citarse dos juicios cuya alta imparcialidad está fuera de duda. El Barón de Humboldt dice en su Viaje á la Nueva España, que las labores de Santa-Ana se dirigieron con mucho tino. Y el Virrey Mendinueta escribió en su Memoria de mando (1803) lo siguiente: "D. Juan D'Elhúyar pudo haber desempeñado la dirección de las minas del Reino y contribuír á sus progresos con la superioridad de sus luces y completa instrucción que poseía, según se me ha informado, si no se le hubiera destinado al laboreo de las minas de plata de Mariquita." Esta opinión es como el eco de la que debieron formarse las personas ilustradas de Bogotá que conocieron al señor D'Elhúyar.

El Presbítero doctor Antonio Ignacio Gallardo elogiaba en una carta escrita en Pamplona (Marzo de 1792), "el favor que D. José D'Elhuyar imparte á cualquiera que lo solicita, procurando dar reglas y aumentar el trabajo de las minas, y despachando noticias de cualesquiera metales que se le remitan para ensayar, sin detención alguna, ni reparar en el trabajo de continuas contestaciones; siendo ésta su mayor complacencia para adelantar las minas y sacar de la tierra los tesoros que en tantos años se han hallado escondidos."

En 1796 se hallaba D. Juan José D'Elhúyar en Bogotá, viviendo con su esposa y con sus tres tiernos hijos, ocupado en estudios sobre el modo de separar el platino del oro que se traía del Chocó para amonedarlo.

Los negocios particulares en que había tomado parte le dieron mal resultado. Los costosos trabajos de establecimiento de la mina del Sapo, emprendidos bajo su dirección, tocaban á su término, sin dar esperanza de un éxito feliz. D. José Gutiérrez Moreno, encargado de la mina, le escribía con fecha 9 de Septiembre de 1795: "Esto, según se ve, durará los años de Matusalén sin dar fruto; yo no sé en lo que vendrá á parar al fin de la partida. Ya yo estoy viejo y cansado, y pierdo las esperanzas de lograr algún fruto de la mina con mi sudor y trabajo." El señor D'Elhuyar abrió á sus expensas un camino de Santa-Ana al páramo de Ruiz, con gasto de más de $ 600. En 1791 se le dio posesión de las tierras y ganados mostrencos que se calculó había en aquellos parajes desiertos; el ganado se avaluó y pagó á doce reales cada cabeza y de las tierras se le hizo merced. Nada sacaron él y su familia de estas concesiones.

Suponemos que estaba entonces agobiado por tantas contrariedades y desengaños que había sufrido en los dos años anteriores. Él conocía bien la riqueza de nuestro país cuando había escrito: "Por todas partes de este vasto Reino hay minas de veta muy ricas que no esperan sino el momento feliz del fomento de la minería para derramar con prodigalidad los tesoros que encierran en su seno." Sentíase animado del vivo deseo de contribuír al desarrollo de esa riqueza y no hallaba medio alguno de hacerlo: veía que su labor de once años en Mariquita iba á ser infructuosa; que no se había prestado grande atención á su meditado plan para el establecimiento del cuerpo de minería, y que no se había consentido en que recorriera el Virreinato para visitar sus minas y estudiar su geografía física.

En los primeros meses del año estuvo sufriendo de fiebres, luégo se mejoró por algún tiempo. En Septiembre cayó gravemente enfermo. El día 20 se preparaba, por consejo del médico, á ir en busca de la salud á bañarse en las aguas de Tocaima. No pudo hacer este viaje porque su enfermedad se agravó, y murió pocos días después. Nada sabemos de sus últimos momentos. Sus restos fueron sepultados en la Capilla del Sagrario, muy cerca de la puerta de la sacristía.

Ya que hemos hecho justicia al señor D'Elhúyar, reconociendo su ciencia, su noble carácter y sus cualidades de espíritu y de corazón, debemos preguntarnos qué motivó el desastre final de la empresa á la cual consagró los mejores años de su vida: sin tal examen carecería de enseñanza práctica este estudio biográfico. La cortedad de los me

dios de que dispuso no basta, á nuestro juicio, para explicar un éxito tan desgraciado. La ciencia no es suficiente para concebir y llevar á cabo grandes proyectos; es preciso que á ella vaya unida cierta intuición ó perspicacia que ayude á formar un juicio exacto de las cosas, y la eficacia indispensable para poner por obra lo que el espíritu concibe. Faltaron estas dotes al señor D'Elhúyar? Sospechamos que sí, y fundamos nuestra creencia en lo exiguo de los resultados, comparados éstos con las proporciones de la empresa. Habiéndose empezado los trabajos de exploración en 1785, tres años después apenas se habían sacado 6,015 quintales de mineral de la Manta, SantaAna y el Cristo, y de la primera, que era la más abundante en menas, no se llegaron á extraer anualmente más de 3,400 quintales, cantidad que se saca hoy fácilmente en un mes de cualquier mina regularmente establecida. En la empresa sólo se montó un molino de mazos para pulverizar los minerales.

Hemos querido reparar el injusto olvido en que nuestros compatriotas han tenido á D. Juan José D'Elhúyar. Ojalá logremos hacer simpática la memoria de este distinguido castellano, que en vida sirvió á nuestra patria, y al morir le legó á su hijo Luciano, quien más tarde debía cubrirse de gloria en Puerto-Cabello luchando por la indepen dencia de la gran Colombia.

APENDICE.

A.-EL PRINCIPIO Y EL FIN.

Todo bien considerado, la situación económica de Colombia está lejos de ser desesperada. No puede llegar á ese extremo un país de tantas riquezas naturales olvidadas, si así podemos decir, porque no las tenemos á la vista.

La actividad industrial ha ido cambiando de dirección de una manera insensible pero constante, atraída por los estímulos que al esfuerzo humano ofrece la facilidad de producción con escaso ó ningún capital. Este cambio de dirección se percibe sin dificultad comparando los tiempos y los hábitos, que tanta influencia ejercen sobre la capacidad productiva de una comunidad. Todavía se recuerda la época en que la industria principal era la minería y que con oro pagábamos casi exclusivamente nuestras importaciones. La abundancia del precioso metal era tánta, que en los cambios menudos tenía que sufrir descuento para reducirlo á moneda de plata.

Pero el progreso del mundo, las industrias y los nuevos inventos debían hacer conocer los demás productos naturales en que abunda nuestro suelo, y el caucho, las quinas, el tabaco, el algodón, las taguas, atrajeron los brazos y los capitales que antes se aplicaban á las minas, porque, ciertamente, aquellos productos en las primicias de su exportación á los mercados extranjeros, alcanzaban precios de monopolio y dejaban mayores ganancias y salarios que el laboreo de los metales cuya fluctuación de valor es siempre poco sensible.

Cosa de medio siglo ha durado este tránsito de unas á otras industrias, fundando hábitos y especulaciones en dirección contraria á nuestro manifiesto destino como país aurífero; y el abandono de las riquezas efectivas que poseemos lo estamos pagando bien caro.

Aquellos productos no podían conservar su precio de monopolio. La ley de la concurrencia debía, tarde ó temprano, estimular la competencia de productos similares obtenidos á menor costo en países de mejor topografía y más capital acumulado, condiciones contra las cuales nuestra rudimentaria industria no puede luchar.

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