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el piadoso cenobita súbita emoción y quédase petrificado. ¿Cómo no, si aquel monje es el mismo D. García hermano de Blanca, retraido al claustro y consagrado á la vida monástica desde que dió muerte en buena lid al infiel Rodrigo? Repuesto de su natural sorpresa; compadecido de los crueles tormentos que habían ennegrecido y amargado la existencia del infeliz Nuño; iluminado por luz divina, el venerable religioso exclama:

"La gloria más espléndida,

Oh Garcerán, te aguarda,

Si es que no te acobarda

La penitencia que te impone Dios.

Corre, corre solícito

De León á la sierra,

Á tu patria, á tu tierra,

De bienaventuranza eterna en pos.

Con penitencias ásperas,

Con oración constante,

Con fé perseverante

Implora la clemencia celestial.»

En seguida le anuncia gozoso que un singu

lar favor del cielo será señal

la

segura de que obtiene, y continúa diciéndole con profética

inspiración:

"De una joya riquísima El hallazgo impensado,

Joya que de tu estado

Restaurará la fama y esplendor.

En cuanto brille fúlgida,

El cielo serenarse

Y el suelo engalanarse

De hermosos dones súbito verás.

Y luego una flor candida

Á tus plantas nacida

Te anunciará otra vida,

Y con ella á la gloria volverás.»

Dicho esto, D. García se da á conocer á su cuñado mostrándole las cicatrices de sus heridas y abrazándolo con fraternal cordialidad. Nuño, vertiendo acerbas lágrimas, demanda perdón al generoso hermano de la que fué su ídolo, de aquella víctima inocente sacrificada. por viles sugestiones en el delirio de la pasión, y parte á cumplir la penitencia que ha de borrar su delito consiguiéndole, por virtud de la expiación y del arrepentimiento, paz y ventura perdurables.

La tercera y última parte de esta interesante leyenda, que á mi juicio es la que contiene mayor caudal de poesía, rasgos más delicados y bien sentidos, se reduce á describir la vida penitente de Garcerán desde que torna á las montañas de León donde se meció su cuna y que fueron teatro de su ceguedad y de su crimen; á pintar las profundas luchas de aquel

afligido espíritu; á poner de bulto el cumplimiento de las profecías contenidas en los versos anteriores: esto es, el feliz encuentro de una sagrada imagen de Nuestra Señora, por cuya intercesión volverán á florecer aquellos arrasados montes (presagiando así que va á ser Nuño perdonado), y el prodigioso nacimiento de la cándida flor, de la azucena milagrosa, clara señal y expresivo anuncio de la eterna gloria que le aguarda.

Me he detenido á exponer circunstanciadamente el argumento de esta leyenda, no sólo por lo mucho en que la estimaba su autor, sino porque tales poemas son los menos conocidos y populares de entre los suyos, aunque merezcan serlo tanto como cualquiera de los demás. Sobre ellos hacía en 1854 el ilustre académico D. Eugenio de Ochoa las siguientes observaciones: «Convengamos en que, llámense como se quiera, son estas composiciones, en manos del Duque de Rivas, una de las más sabrosas lecturas con que puede recrear sus ocios un aficionado á la poesía. Interés grande en su argumento; escenas dramáticas preparadas con rara habilidad; descripciones llenas de vida; diálogos rápidos, discretos, apasionados; en suma, todos los atractivos juntos de todos los géneros de poesía, coadyuvan á la sensación deleitosa que producen estas privilegiadas compo

siciones; privilegiadas, en verdad, porque, semejantes á los ramilletes, se forman reuniendo para ellas lo mejor de cada una de las distintas especies de flores que crecen en los vergeles de la poesía. »

Desnuda de todo viso y color sobrenatural, la que se titula Maldonado tiene parentesco más íntimo que con La Azucena milagrosa con la índole y carácter de los Romances históricos, y muy particularmente con los denominados Un Embajador español y Un castellano leal. Júzgala Ochoa mejor ideada que las otras dos, porque todo en ella le parece natural y verdadero, porque encierra cuanto se puede y debe exigir en las de su clase; entre lo cual el inolvidable crítico incluye por primeras condiciones, como en los dramas, el interés de la acción, y como en las novelas, la verdad de los caracteres. Prescindiendo de que esta última condición no ha de atribuirse únicamente á las novelas, sino á toda creación del arte que aspire á retratar ó representar seres humanos, encuentro fundado el parecer de tan esclarecido escritor cuando sostiene que la noble y hermosa figura del Almirante Pérez de Aldana, héroe principal de la leyenda, es tipo excelente de la antigua caballerosidad española. Pero aun estando éste y otros personajes que intervienen en la acción imaginados tan varonilmente

y delineados con tanta naturalidad, estimo el conjunto del poema inferior al de La Azucena milagrosa. En mi concepto hay en ésta más originalidad, mayor fuerza inventiva, pasiones más radicalmente humanas, caracteres no menos verdaderos, y una riqueza poética, una variedad de colores y matices, nunca chillones ni mal casados, que la hacen superior en atractivo á la preferida por Ochoa. Lo cual no amengua el mérito de Maldonado, que ofrece á la consideración del lector hermosos rasgos de carácter, diálogos sobrios muy expresivos, pinturas tan animadas como el cuadro entero de la lid, y descripciones semejantes á esta de una embarcación juguete de la borrasca:

"Sólo el compás de los movibles remos,

Y el silbido del cómitre resuenan,

Y el rumor sordo de la leve espuma,
Y el agrio rechinar de las maderas.

Á poco nace el Ábrego, y en breve
Crece, y gigante los espacios llena,
Y zumba entre las nubes, y sañudo

Se arroja al mar y por sus llanos vuela.

Y lo azota, y lo empuja, y lo entumece,

Y revuelve y confunde sus arenas,

Y en fantásticos montes lo levanta,

Que se alzan y hunden, chocan y revientan..

Con harta razón asegura Ochoa que

El Ani

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