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versario es de las tres leyendas del Duque la menos esmerada en su forma, y que la tradición en que se funda, relativa á las rencorosas parcialidades de Bejaranos y Portugaleses que fueron azote de Extremadura en la época de D. Sancho el Bravo, es «de las más admirablemente bellas que conocemos. » Tratando de dar idea de la tradición y de la leyenda, que la sigue con rigurosa fidelidad, lo hace en estos términos: «Sacada de una antigua crónica de Badajoz, lleva en sí un carácter tal de grandeza y terror al mismo tiempo, que no es posible pensar en ella sin sentirse profundamente sobrecogido. Aquel templo lleno de improviso con las sombras de los antiguos conquistadores de la ciudad; aquel celebrante que, cumplida su misteriosa misión, cae muerto cual si le hubiera herido un invisible rayo, son imágenes cuya grandiosa novedad pasma y aterra: no tiene la Edad-Media, tan rica de tradiciones poéticas, otra que lo sea más que esta, ni acaso tanto.» Con efecto, ese portentoso cuadro, al cual se subordinan todos los antecedentes, circunstancias y pormenores de la leyenda, causa en el ánimo impresión tanto más profunda y aterradora, cuanto mayor es el contraste que forman los enconados bandos que inundan en sangre calles y plazas mientras debieran asistir al templo para celebrar el aniversario de la

reconquista, con el sereno valor y honda fé del sacerdote que acude á decir la misa menospreciando riesgos, y con la viva piedad de los difuntos conquistadores que abandonan sus tumbas y llenan las naves de la espaciosa catedral, para que el Santo Sacrificio no se celebre sin auditorio de fieles cristianos en día tan solemne y memorable.

En esta leyenda, como en La Azucena milagrosa, como en el fondo de las mejores producciones del Duque de Rivas y de cuantos ingenios de nuestra patria han sobresalido y brillado más en pasados siglos, resplandece el sentimiento religioso, el espíritu católico, basa y principal fundamento de todas las glorias y grandezas de nuestra nación. Necesitábase la nociva sombra de la funesta libertad revolucionaria, que usurpa nombre y fueros á la libertad verdadera, para que apareciese y se desarrollase entre nosotros una generación de pigmeos endiosados, bastante ciegos é ignorantes para suponer que la que ellos denominan pomposamente ciencia moderna no arraiga ni puede arraigar en más campos que en los estériles y odiosos de la impiedad, ó que ha de tenerse por persona de cortos alcances y apocado espíritu á todo el que goza la fortuna de creer en las verdades cristianas. ¿Qué mayor castigo de esos fanáticos del error, que

abandonarlos á la infecundidad y amargura de sus exóticas y abominables ideas?

Al salir á luz la primera y más conocida de las tres citadas leyendas, acompañábanla en el mismo volumen, según he indicado antes, las poesías líricas donde mostraba el Duque haber roto más ó menos abiertamente con la tradición y los moldes de la escuela clásica. Algunas, como El sueño del proscripto y Al Faro del puerto de Malta, eran conocidas del público por haberse incluido en el tomo II de El Moro expósito impreso en 1834. Otras habían permanecido inéditas hasta que el autor las coleccionó y publicó en 1851 reunidas bajo el significativo título de El crepúsculo de la tarde. Muchas de estas nacieron en medio del estruendo de la revolución italiana de 1848 y son tal vez las mejores del autor por el pensamiento, la sobriedad, el sentimiento y el estilo. El íntimo consorcio de las lenguas italiana y española y el ejemplo de líricos tan ilustres como Parini, Manzoni, Fóscolo y Leopardi habían necesariamente de influir en las inspiraciones de nuestro poeta despertando en su corazón peregrinas armonías. Harto claro lo dicen la Meditación, dirigida al célebre poeta Campagna; la Fantasía nocturna, abundante en riqueza descriptiva y en profundos pensamientos; La Vejez, de admirable unidad en su pin8

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XVI

toresca variedad, y la singular elegía titulada Elvira, donde hay hermosos rasgos de ternura. Lástima que no sean igualmente correctas y que las deslustre alguna vez la suma llaneza del lenguaje ó lo escabroso y duro de ciertos versos. Sin embargo, todas son lo que hoy debe ser la poesía lírica: sentimiento individual, y al mismo tiempo vivo reflejo de la civilización que la produce. Todas acreditan que el Duque de Rivas era un gran poeta, y que pueden aplicársele exactamente aquellos versos de Calpurnio:

«Non pastor, non hoc triviali more viator, Sed Deus ipse canit: nihil armentale resultat: Non montana sacros distinguunt jubila versus.»

XII.

ARA completar estas breves indicaciones acerca del prócer que ocupa lu

gar tan importante en la historia de la literatura española del presente siglo; examinadas sus composiciones líricas, dirigidas á satisfacer la necesidad que experimenta el alma de contemplarse en la expresión de sus propios sentimientos; apreciado ya el valor de las piezas dramáticas, de los poemas, romances y leyendas con que supo enriquecer el tesoro de la poesía nacional, corro á buscarle en campo menos florido, es decir, en sus escritos en prosa, en los cuales logró también cosechar laureles.

Como escritor de costumbres, publicó el Duque hacia 1839, en la obra titulada Los españoles pintados por ellos mismos, dos retratos bosquejados con mucha gracia: El Hospedador de provincia y El Ventero. En ambos resaltan las

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