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sus tragedias en la historia nacional, porque naturalmente nos han de interesar más los sucesos de nuestros héroes que los de otros grandes personajes, ó extranjeros ó fabulosos. No le diré á Vm., ni me pasa por la imaginación, que nuestro terreno haya sido estéril de héroes en los tiempos antiguos, medios y modernos: los grandes hechos de estas edades autores tuvieron sin duda, y autores que debieron serles proporcionados; pero el defecto está en que sus caracteres nos son desconocidos enteramente. Dos calidades solas se nos han dado á conocer de ellos: su valor en los combates, y su religiosidad; peleó, se dice del mayor de nuestros grandes hombres, tantas veces contra los moros, y los venció, y fundó tal iglesia y tal monasterio; muy buenas cosas sin duda y dignas de loor; pero en las que el poeta trágico nada encuentra que le pueda servir para sus fábulas. De las demás acciones de estos hombres célebres para su tiempo, nada sabemos; y si alguna tosca pincelada se da de su carácter, más es para rebajar su mérito, que para dar á conocer sus virtudes ó sus vicios sociales y políticos, de donde dimanan las acciones propias para las composiciones teatrales. Caracteres grandes por eminen tes calidades benéficas, sombreados con debi lidades y flaquezas, y aun con el vicio de la

ambición y los excesos á que esta arrastra, son los que pide la escena trágica; y á los escritores de crónicas se les pasaban estas cosas por alto, sin llamar de ningún modo su atención. Bajo este supuesto, si queremos sacar estos personajes al teatro, apenas podremos tomar de la historia más que sus nombres y los de algunos de sus contemporáneos; lo demás que queramos sea digno del coturno, lo hemos de escogitar y acomodar, como si se tratara de personajes de pura invención. Más diría para ponderar la dificultad de encontrar argumentos trágicos en nuestra historia y la de los demás pueblos de nuestra Europa desde los siglos tenebrosos acá; pero aun lo dicho me temo que les ha de parecer á algunos demasiado. En suma, me inclino mucho, mucho, al dictamen de Alfieri, de quien Vm. disiente. Los caracteres de los griegos y romanos tenían una esfera muy dilatada donde diversificarse; así no eran todos de una forma monótona. Las pasiones enérgicas, que en bien y en mal mueven á grandes cosas, no estaban en ellos sofocadas, sino que todo concurría á inflamarlas...; pero veo que sin pensar vuelvo á extenderme sobre un punto en el que no tengo por necesario, ni aun por conveniente, acumular más pruebas de mi opinión: baste para un inteligente haberlas indicado.

Todo lo demás que Vm. dice sobre el sistema que ha adoptado para escribir tragedias que no sean calcadas sobre un particular modelo, sino que lleven consigo cierta originalidad, guardando en ellas escrupulosamente la verosimilitud, contrastando los caracteres, observando las reglas de las unidades, acrecentando el interés en la proporción del progreso de la fábula, disponiendo un desenlace el menos artificioso posible, tomando del teatro francés y del italiano lo que respectivamente es laudable en cada uno, y cuidando de que el lenguaje sea puro, correcto y adornado convenientemente, según el género de poesía que se cultiva: todo esto repito á Vm. que está maravillosamente pensado: y también vuelvo á decir que hallo en Vm. grandísima disposición para ejecutarlo, hasta donde á nuestra limitación le es dado alcanzar. Por tanto, lejos de aconsejar á Vm. que se contente con los ensayos hasta aquí hechos, le exhorto, cuanto puedo, á que prosiga sudando en esta arena con la esperanza de ser coronado.

En las muestras que Vm. ha dado, las acciones están bien conducidas: no hay escenas supérfluas, el diálogo es animado, flúido y muy sostenido; y si hay descuidos, no son de los muy reparables en que se falta á las reglas del arte; que ya es muchísimo. Del principio

transcendentalísimo de no perder de vista la verosimilitud, se derivan las más de ellas, y Vm. es cuidadosísimo en guardarla; lo que dará siempre mucho valor á sus composiciones. Las reglas, empero, más se ocupan en precaver defectos, que en prescribir bellezas. Dicen cuando más en la parte positiva, que tales y tales lances, como los reconocimientos de mudanzas de fortuna bien preparados y manejados, hacen maravilloso efecto; pero no seña— lan ni pueden señalar el momento oportuno de su uso; y en esto está toda la dificultad. Así las reglas no abren ni despejan el buen sendero: notan sí muy bien los malos pasos, donde ya se ha tropezado. Las bellezas las ha de sacar cada uno de su propio fondo; y por esta razón se diversifican tanto en las obras de ingenio los que trabajan en un mismo género, y aun sobre un mismo argumento.

Pasando ya á hablar sobre este fundamento, de las dos tragedias, en las que desea Vm. sea yo su Aristarco, le aseguro con toda verdad que á mi entender, en la de Doña Blanca ha sacado Vm. del asunto todo el partido que era posible. La historia es conocida, y Vm. se ha valido con maestría de todas sus circunstancias, haciéndolas servir para dar realce á la acción: sobre todo, la aparición del pastor está muy bien traida y manejada. Tales sucesos

son muy propios para acrecer el terror; y en este drama, cuando la historia no le hubiera ofrecido, era preciso haberle inventado, porque faltan todos los otros medios teatrales de grande efecto. Los caracteres, que son los que la historia da á los principales personajes, están bien pintados y sostenidos. Con todo, «en Doña Blanca, dice Vm., me descontenta el que esta infelice reina no interesa tanto como yo quisiera;» y no extraño que Vm. se explique así, porque yo observo también que no interesa según mi deseo. Contribuye en alguna parte á disminuir el interés en esta tragedia el que la protagonista no puede haberse más que pasivamente en toda ella, no pudiendo poner nada de su parte ni para mejorar ni para empeorar su suerte. Las situaciones apuradas de los personajes principales, sus deliberaciones, y sus acciones consiguientes á los riesgos que les amenazan, dan mucho calor al drama, y ponen á los espectadores en una proporcional agitación. Aquí esta infeliz princesa nada tiene que hacer, y sólo la consideramos como una cordera inocente caida en las garras de un lobo, en cuyo favor se trabaja para que éste no acabe de despedazarla. Reflexione Vm. que estas situaciones puramente pasivas de los principales personajes, de suyo son poco trágicas; á no que con ellos hayan de padecer

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