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otros que puedan tomar actitud activa, como son los que tienen un deudo natural muy inmediato; en el cual caso toman éstos también la calidad de personajes principales, que es lo que sucede en el sacrificio de Ifigenia con sus padres.

Otra causa más principal hay todavía para que parezca tibio el interés que se toma por Doña Blanca; mas en cuanto á ésta, voy á ver si le consuelo á Vm. con la siguiente consideración. Quizá Doña Blanca interesará al auditorio más de lo que á nosotros nos parece, por la razón de que el común del pueblo, entrando en él aun las personas de una regular instrucción, no conoce tan extensamente como nosotros la mala índole y las acciones atroces de su brutal marido. Para éstos el trágico suceso de Doña Blanca, si no en el éxito, que es muy sabido, en lo demás lleva consigo el aire y la espectación de la novedad, con lo que el interés se aumenta, y los afectos se conmueven alternativamente. Tengo, pues, esperanza de que puesta en acción ha de interesar y mover más que medianamente. Para los que llevamos ya en el ánimo una aversión muy decidida contra la tiranía de D. Pedro, y que nos anticipamos á todo cuanto malo y execrable puede hacer; el odio hacia tan detestable personaje nos ocupa enteramente, y no deja lugar

para ningún otro afecto. El odio es de todas maneras la peor de las pasiones, porque seca y esteriliza el corazón, y lo deja incapaz de los sentimientos suaves y benéficos, como los de ternura y compasión. Esta observación es la que á mí me volvió, como suele decirse, el alma al cuerpo sobre el efecto de esta tragedia, porque en su primera lectura me sucedió lo mismo que Vm. me dice, que Doña Blanca me interesó poco. El que esta Princesa y el Arzobispo sean tan crédulos y fáciles de engañar, es muy propio de la sencillez y generosidad de uno y otro; así que en sus caracteres nada hay llevado al extremo, nada que no sea muy natural, y que no se crea que debieron hacerlo y decirlo como lo hacen y lo dicen en las circunstancias en que se les supone.

El carácter del Alcaide es muy hermoso: la historia ya da de él una idea muy ventajosa; pero sobre aquel fondo Vm. ha hecho primores, y ha dibujado un completo caballero castellano, modelo y dechado de fidelidad y pundonor. Mas con todo, temo no aparezca un poco exagerado en la escena última del acto II. Zúñiga no esperaría de Hernando que abogase por la infeliz Reina, como buenamente se lo persuadía el Arzobispo; y no es extraño, antes muy propio, que con facilidad se suscitase, entre dos personas que no podían amarse, una

contienda que viniese á parar en el término mismo que Vm. le da. Desdeñaría aquél las ofertas de un valido de mala opinión, como lo era éste; pero los términos en que desde luego lo ejecuta, son demasiado fuertes para empezar, y más en un momento en el que, aunque Zúñiga nada se prometiese de aquella alma rea, había de temer irritarle, no fuese que lo pusiera todavía de más mala fé en una causa en que él estaba tan interesado. Por tanto la contienda está bien, y pertenece esencialmente á la acción: conviene también que pase hasta el punto á donde llega; pero las contestaciones, aunque nunca blandas, no han de ser ofensivas desde el primer encuentro, sino que, á mi parecer, han de ir más gradualmente, siendo provocadas por el orgullo del valido.

El carácter de éste está asimismo muy bien inventado y seguido. ¡Ha sido siempre tan fácil encontrar Hernandos en los palacios! Pero por más malo que se le suponga, me parece fuera de la verosimilitud lo que anuncia proponerse al fin del soliloquio con que se da principio al acto IV. Está muy bien que trate de engañar á la sencilla Doña Blanca, y ver si puede hacerla aprobar el plan de una conspiración, para que éste sea el pretexto de perderia; sin embargo de que había de tener por muy dificultoso recabar de la virtud de la Princesa se

mejante condescendencia; pero no es fácil que nadie crea le ocurrió, con ocasión de los ruegos tan legítimos del Arzobispo, tramar él mismo una conspiración contra la Padilla y contra el Rey: no porque los validos como Hernando no sean capaces de tanta perfidia, sino porque nada había en aquel lugar y momento que pudiera moverle á ella. Me parece que aquel pequeño trozo ha de encontrar resistencia; ¡y como no hace falta! porque quitado nadie lo ha de echar de menos en la acción.

Estos son mis escrúpulos, ó si Vm. lo quiere más, mis advertencias sobre la de Doña Blanca. Los otros dos que Vm. dice haberle asaltado, el primero de los demasiados soliloquios del acto V; y el segundo de la introducción del paje de la Reina para el único fin de anunciar la catástrofe, los gradúo de poco fundados. El uno, porque en las situaciones difíciles los soliloquios, que manifiestan la agitación de los actores, tienen á su favor el constante uso, y son bien oidos; y por lo que hace á la impropiedad que algunos han pretendido hallar generalmente en los soliloquios, cada uno puede darse á sí mismo el testimonio de que, para deliberar sobre negocios graves y delicados, los raciocinios que en la soledad forma no pasan calladamente y en silencio. El otro,

porque era muy natural que el paje se hallase presente al acto en que se le hace intervenir; que visto el horroroso suceso de la dolorosa y repentina muerte de la Reina, se saliese espantado del sitio, y exclamase en la forma que lo ejecuta; y que preguntado refiriese lo que acababa de acontecer. En pocas tragedias estará dispuesta con mayor sencillez y naturalidad la narración de la catástrofe, cuando no ha de pasar en la escena, sino lejos de la vista de los espectadores. Así tan distante estoy de tener por un defecto la introducción tan oportuna de este paje, que antes la tengo por uno de los más señalados aciertos de este drama: la piedra de toque de este juicio es el ser imposible que, como se halla tratada, disuene esta parte tan principal del desenlace, que es todo lo que hay que observar en esta materia; y como he insinuado antes, el manantial de todas las reglas.

El lenguaje es acomodado, propio y correcto; aunque en cuanto á esta última dote todavía puede mejorarse. Algunas voces están empleadas con una repetición reparable: por ejemplo, el epíteto bondadoso se usa muchas veces, y alguna no muy propiamente.

Creo que mi imparcialidad quedará bien demostrada con haber censurado tan diversa

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