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¡Singular coincidencia! Bello y Olmedo, los dos líricos más inspirados de la América del Sur, aquéllos que andando el tiempo habían de llegar á ser los más dignos cantores de su independencia (desatándose en maldiciones al nombre español que antes tuvieron por uno de sus principales timbres), comenzaron por sublimar al león de Castilla y por rendir tributo de amorosa lealtad á los Monarcas hispanos, ahora ensalzando Bello las sin iguales proezas de nuestros mayores y las virtudes de Carlos IV, con motivo de la expedición de Balmis para propagar la vacuna en el Nuevo Mundo, ahora dejándose arrebatar Olmedo de santa ira contra los franceses usurpadores del solio, hasta el punto de llamar á Fernando VII y á su Real familia Dioses de la España. Así son las glorias de esta vida.

Animado de fuego tan patriótico y de tan vivo amor al deseado Rey prisionero en Francia, de quien Olmedo se proclamaba hijo, á fuer de español, aprestóse el diputado peruano á dejar el suelo natal con rumbo á las playas de Cádiz para tomar asiento en las Cortes como representante de Guayaquil. Dolorosa debió ser la partida á quien iba á cruzar el Océano y abandonarse á los imprevistos accidentes de un largo viaje, mucho más lento y penoso entonces que ahora. Amante de su familia, enca

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riñado con sus amigos, apegado como ninguno á la ciudad en que vió la luz y á las fértiles campiñas que presenciaron los juegos de su niñez, Olmedo se embarcó al fin para Europa con el corazón traspasado, pero lleno al par de ilusiones y de esperanzas.

Nada sé de fijo sobre la época de su salida de Guayaquil y de su llegada á España. Los biógrafos americanos, que hubieran podido ilustrar la vida del preclaro ingenio con datos recogidos de él mismo, de sus compañeros ó deudos y de los muchos que le trataron, no sólo son excesivamente parcos en noticias, sino en las muy pocas que dan prescinden por lo común de anotar y puntualizar las fechas. Enamorados de las poesías, deléitanse ante todo en examinarlas y aplaudirlas: olvidan que podrían apreciarlas tanto mejor y con mayor exactitud, cuanto más á fondo conociesen la índole y circunstancias del poeta, y las vicisitudes que influyeron de algún modo en el rumbo de su inspiración.

Y ya que le dejemos en camino venciendo el rigor de las olas por las llanuras del Atlántico, detengámonos un momento á contemplar el retrato moral y físico que de sí mismo había trazado con festiva pluma hacia el año de 1808 para enviarlo desde Lima, en don de fraternal estimación y afecto, á su hermana Magdalena.

Torres Caicedo califica está composición, escrita en versos heptasílabos, de hechicera por su sencillez: los Amunáteguis dicen que es un juguete que tiene cierta gracia y soltura, aunque peca por difuso; Caro la juzga de escaso valor. Poéticamente considerada, tiene razón Caro. Sin embargo, ninguna otra composición de Olmedo es tan importante para darnos á conocer su figura, su fisonomía, las prendas de su alma. Como documento biográfico, Mi retrato es inapreciable.

Veamos de qué modo se bosqueja á sí propio el cantor del Guayas.

"Imaginate, hermana,

Un joven cuyo cuerpo
Tiene de alto dos varas,
Si les quitas un dedo.

Mi cabello no es rubio,
Pero tampoco es negro;

Ni como cerda liso,

Ni como pasa crespo.

La frente es espaciosa,

Cual de hombre de provecho.

Las cejas bien pobladas

Y algo oscuro su pelo,

Y debajo unos ojos,
Que es lo mejor que tengo:
Ni muy grandes, ni chicos,
Ni azules, ni muy negros,

Ni dormidos, ni alegres,
Ni vivos, ni muy muertos.
Son grandes las narices,

Y á mucho honor lo tengo,

Pues narigones siempre

Los hombres grandes fueron:

El célebre Virgilio,

El inmortal Homero,

El amoroso Ovidio,

Mi amigo y mi maestro.

La boca no es pequeña,

Ni muy grande en extremo:

El labio no es delgado,

Ni pálido ó de fuego.

Los dientes son muy blancos,

Cabales y parejos,

Y de todo me río

Para que puedan verlos.

La barba es algo aguda,

Pero con poco pelo.

El color no es muy blanco,

Pero tampoco es prieto.

No es largo, ni encogido,

Ni gordo mi pescuezo:

Tengo algo anchos los hombros,

Y no muy alto el pecho.

Aire de petimetre

Ni tengo, ni le quiero.

La pierna no es delgada,

El muslo no muy grueso,

Y el pié que Dios me ha dado

Ni es grande ni es pequeño.>>

Hecha esta prolija enumeración de sus partes físicas, entra Olmedo á referir las de otra especie que le adornan, indicando como de pasada que obtenía premios académicos en el Colegio de San Carlos, donde estudió antes de ir á la Universidad de San Marcos y de merecer y alcanzar en ella el grado é insignias doctorales.

"Una banda celeste

Me cruza por el pecho,
Que suele ser insignia

De honor en mi colegio. »>

El joven amigo y discípulo de Ovidio, que ni tenía ni quería tener aires de petimetre, no podía menos de huir de todo extremo ó exageración para estar concorde consigo mismo, y de preferir los encantos de la Naturaleza, las delicias del saber y el dulce trato de las Musas á vanas ó enojosas futilidades.

«En vicios, en virtudes, Pasiones y talentos,

En todo, ¡vida mía!

En todo guardo un medio.

Mi trato y mis modales
Van á par con mi genio:

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