Blandos, dulces, sin arte, Lo mismo que mis versos.» Esta pintura, que me parece verdadera por el perfume de ingenuidad que respira, se completa con la que traza el autor para dar idea de sus aficiones literarias. Las cuales son prueba evidente de que le habían encaminado bien desde el principio, y de que bajo la dominación española el estudio de las humanidades estaba en las escuelas de América menos descuidado que suponían Gutiérrez y Olmedo. Tal era en cuerpo y alma, por testimonio de quien le conocía mejor que nadie (1), el (1) Ciertamente que nadie podía conocer á Olmedo mejor que el mismo, ni darnos descripción más exacta de su persona; y aunque en un pasaje de su festiva composición parece hablar de burlas, pues le oímos decir: "Deja que sin desquite En mis alegres versos, Muy ufano me ría De esos hombres soberbios hombre honrado por sus compatricios .con la investidura de legislador antes de haber llegado á la edad viril. Mucho debió distinguirse Olmedo desde los floridos años de la juventud, cuando le otorga Que piensan perpetuarse Pintándose en los lienzos,>> poco después toma aire más formal y escribe, dirigiéndose á su querida hermana que le pedía el retrato: "Por ti hago el sacrificio: Lo mandas: te obedezco: Mis gracias y defectos.>> No dudo que el pintor habrá exagerado y sobrecargado de color algunos rasgos de su figura; pero estimo verdaderos los contornos. Con quien este retrato no tiene ningún parecido es con el que trazó de sí propio Salvador Jacinto Polo de Medina, del cual dicen los Sres. Amunáteguis que está imitado el de Olmedo. No hay tal imitación. El retrato de Polo es una burleta gongórica no exenta de chiste, pero toda en este revesado estilo: "Del desván de mi cabeza Es mi chuzo cuerpo Atlante, Un cascabel de remate. ¡Qué huérfanos son los pobres! "Madre mía, como algunos, Porque hay poetas con madre.» ¿Dónde está aquí, no ya la semejanza, mas ni sombra siquiera de parecido entre uno y otro? ron tan codiciada investidura la primera vez que los pueblos americanos iban á tener representación en las Cortes españolas. En ellas fué compañero de Quintana, de Gallego, de Martínez de la Rosa, de D. Eugenio de Tapia y de otros poetas y escritores conocidos ya, ό que adquirieron fama en aquel palenque por su saber y elocuencia. Y aunque presumo que hubo de trabar amistad con ellos mientras vivió en Cádiz, donde le vemos figurar entre los que firman la Constitución de 1812, no hizo resonar su nombre, como D. José Mejía ú otros diputados ultramarinos, ni en el campo de la política, ni en la oratoria, ni en las bellas le tras. En 1814, terminada ya su misión en la Península, ó huyendo con fortuna de la persecución que alcanzó á sus compañeros (según afirman Gutiérrez y Caro), el futuro cantor de La Victoria de Junín regresó á su ciudad nativa, que aspiraba por aquel entonces á romper el lazo que la unía con la madre Patria, aunque no se mostrase aún tan decidida contra nosotros como otros pueblos americanos de origen español. Poco saben los biógrafos sobre la vida de nuestro poeta desde su vuelta á Guayaquil, ú omiten cuanto podía interesarnos más para conocer al hombre. En las breves noticias que publicó Gutiérrez en la América poética dice únicamente que desde que Olmedo regresó á las orillas de su querido Guayas permaneció en ellas hasta que fué nombrado miembro del Congreso Constituyente del Perú en 1822,» y lo mismo da á entender Torres Caicedo. Ambos se equivocan. En ese intervalo hizo por lo menos una excursión á la capital del antiguo Virreinato, dado que en 1817 fecha en Lima la hermosa poesía que dirigió Á un amigo en el nacimiento de su primogénito, la mejor de cuantas había escrito hasta entonces. Raro es sin duda que ni Torres Caicedo ni Gutiérrez se fijasen en tal circunstancia, habiendo este último incluído esa composición, con la fecha al pié, en la hoja siguiente á la que inserta su noticia biográfica de Olmedo. Pero más raro me parece aún que no hablen de la familia del poeta, ni de su casamiento, ni de sus hijos, ni de nada de aquello que ocupó en su corazón el primer lugar, y que su generoso pecho antepuso al amor de la gloria poética, por la que suspiró siempre, y á los honores é intereses que á tantos seducen y deslumbran. De que amaba tiernamente á su madre, que hubo de fallecer mientras el hijo residió en España ejerciendo el cargo de diputado, tenemos testimonio expresivo en esa elocuente poesía. Hablando con la esposa del amigo á quien la dirige, que se había visto obligada á permanecer durante diez años lejos del país natal, exclama: "Gózate para siempre, amiga mía; Huyó la nube en tempestad preñada, Y te amanece bonancible día. Gózate, tierna amiga, para siempre: Estos tus lares son. ¿Por qué suspiras? No es ya mentido sueño lo que miras... Esa que tierna abrazas es tu madre. Tú, más feliz que yo, tu madre abrazas... Que una ventura igual me prometía, Sólo en la tumba abrazaré la mía.>> Las divisiones intestinas que estallaron entre los fautores de la independencia mucho antes de ver logrado su objeto; los celos recíprocos de diversas comarcas que hubieran debido marchar al apetecido fin unidas por un interés común; la guerra de emancipación que se prolongaba de año en año sangrienta y terrible, con el horror que inspiran siempre luchas entre hombres nacidos de un mismo tronco y que hablan una lengua misma, todo contristaba profundamente el ánimo de Olmedo y le hacía prorrumpir en dolorosas exclamaciones: "¡Qué escenas, Dios, qué ejemplos, qué peligros! |