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pañero de legación; las sombras y temores que constantemente le preocuparon desde su venida á Europa, tanto por la responsabilidad que pesaba sobre él, cuanto por la incertidumbre en que vivía respecto á la verdadera situación política de su país; la persuasión en que estaba de que ésta era muy grave y de resolución oscura y difícil, y sobre todo, la herida siempre abierta en su pecho por los rigores de la ausencia y por el nunca entibiado ni disminuído recuerdo de las queridas prendas del alma que había dejado al otro lado de los mares, eran causa más que suficiente para ofuscar por entonces su inspiración y esterilizar su numen, sin que él mismo cayera en ello. Vémosle, no obstante, volver los ojos á su amadísima poesía tan pronto como le dejaban algún respiro los arduos é imprescindibles quehaceres de su ministerio, y buscar refugio y deleite en el regazo de la amistad y en los desahogos literarios. Si en tales circunstancias le hubiera sido posible reflexionar con ánimo sereno y despreocupado acerca de su propia situación y de la razón de ser de lo que juzgaba impotencia y gracia perdida (cosa imposible, atendido lo impresionable de su carácter), tal vez hubiese desconfiado menos de sí mismo y se habría convencido de que la esterilidad que tan profundamente le contrariaba era como pasajero

eclipse. Por dicha, á pesar de tan errónea creencia, no sólo abrigaba esperanzas de recuperar al lado de Bello la savia inspiradora que consideraba perdida, sino acariciaba la idea de que el delicado gusto de su amigo diese la última mano á la segunda epístola de Pope antes de publicarla en El Repertorio, lo cual no podía menos de lisonjear á quien suspiró toda su vida por el amor de la gloria. En esta carta se ve comprobado una vez más cuán sinceramente desconfiaba Olmedo de sus propias fuerzas, hasta qué punto llegaba su fé en las dotes intelectuales y morales del insigne venezolano, y cuánta ternura abrigaba para los suyos en el fondo del corazón.

Pero aún se deja ver esto último, con mayor claridad si cabe, en otra carta dirigida desde París á su caro Bello catorce días después. Dice de este modo:

>>PARÍS, julio 16 de 1827.

>>Querido compadre y amigo:

»Sepa V. que yo soy más difícil que V., y menos resignado con el silencio de mis amigos.

>>El Gobierno me remitió en el Cambridge quince mil pesos para pensiones, gastos de legación, etc., etc. Se necesitaban con urgencia diez y siete. Ha sido preciso dejar descubiertos los agujeros menos exigentes (V. entende

rá cómo un agujero puede exigir más o menos; yo no lo entiendo; pero ya lo escribí, y no hay tiempo para enmendar). De ese modo, algo nos resta de la gran masa; y puedo decir que me sobra, porque me ha faltado.

>>>Sea lo que fuere, puedo escribir á V. con franqueza y sinceridad lo siguiente:

>> Amigo, V. me dará una satisfacción y una prueba de amistad haciendo uso de la adjunta carta y no hablándome jamás de su contenido. Deme V. estos dos placeres.

>> Memorias afectuosas á mi comadre y á García. Un cariño á los Bellitos; tres al mío. Y adiós. Su-OLMEDO.

>> Al fin del mes nos veremos. Sin embargo, escríbame V. mucho, y noticias de nuestro mundo (1).»

No es necesario ser muy lince para comprender todo el valor del contenido de esta epístola donde el autor se retrata moralmente de cuerpo entero. Olmedo, que no era rico y que lejos de ello había experimentado y seguía experimentando grandes escaseces y privaciones en el desempeño de su misión diplomática, aprovecha la primera ocasión en que puede contar con algún dinero para ponerlo á dis

(1) AMUNÁTEGUI: Vida de D. Andrés Bello, págs. 286 y 87.

posición de su querido compadre, de cuyos apuros, por falta de medios, estaba muy penetrado. La delicada manera de efectuarlo es de suyo tan elocuente que no necesita encomios; pero viene á corroborar lo que ya he dicho antes de ahora acerca del carácter y generosos sentimientos del poeta de Guayaquil.

VI.

VUELTA DE OLMEDO Á LA PATRIA.

NOTICIA INFAUSTA QUE RECIBE AL ARRIBAR. Á LAS PLAYAS DE AMÉRICA.

R

oco después de haber dirigido á Bello esa carta en que le daba tan cla

ro testimonio de entrañable afecto, abandonó Olmedo á París y regresó al lado de su dulce amigo. Su nueva estancia en la Gran Bretaña duró breves meses. Del tiempo en que se había propuesto dejar á Europa y volver al suelo natal no debia tener conocimiento el Libertador, cuando el 21 de diciembre de aquel mismo año escribía desde Bogotá al representante de Colombia en Londres, don José Fernández Madrid: «Dígame V. algo del Sr. Olmedo y de Rocafuerte, á quienes dará V. .

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