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Refiriéndose á nuestro poeta y á los años que mediaron desde 1828 á 1846, en el cual se imprimió en Valparaíso la América poética, el distinguido literato D. Juan María Gutiérrez, que prestó á las letras el gran servicio de formar y dar á luz aquella interesante colección de poesías americanas, dice únicamente lo que sigue: «Disuelta la República de Colombia, ocupó el Sr. Olmedo el puesto de Vicepresidente del Estado del Ecuador, cargo que renunció muy pronto, aceptando la Prefectura del departamento de Guayaquil, cuyas funciones le permitían acercarse á su casa paterna y á su familia.—La alta posición social en que han colocado al Dr. Olmedo sus servicios y sus talentos, no podía menos que llevarle á la escena política en los últimos acontecimientos del Ecuador: en ellos ha sido miembro muy activo del Gobierno provisorio que sucedió á la presidencia del General Flores.-El Doctor Olmedo vive en Guayaquil y pasa algunas estaciones del año en su hacienda de campo la «Virginia; » allí, en el seno de esa naturaleza lujosa que él ha sabido pintar con tan eficaces colores, hallará el silencio amigo de las musas; pero también allí ha de perseguirle «la gloria y el tormento» de la existencia, como él ha llamado á la fama. »>

Los Sres. Amunáteguis, en su laureado Jui

cio crítico de algunos poetas hispano-americanos, impreso en Santiago de Chile el año de 1861, se limitan á copiar las diminutas noticias biográficas de la América poética, y el Sr. Torres Caicedo no añade á las anteriores otra ninguna relativa al periodo de que se trata. Algo más que aquéllos y éste las puntualiza en sus breves apuntamientos D. Manuel Gallegos Naranjo, el cual se expresa en los términos siguientes: «Separados de Colombia los departamentos del Sur y erigidos en un Estado independiente con el nombre de República del Ecuador, en 1830 (¿?), Olmedo fué su primer Vicepresidente. Después fué nombrado Prefecto del departamento del Guayas, y las Asambleas legislativas siempre le miraron en su seno.-En 1845, después de la revolución de marzo, fué nombrado miembro del Gobierno provisorio en Guayaquil.-Reunida la Convención Nacional en Cuenca, al desaparecer la administración Flores, Olmedo fué proclamado candidato para la presidencia del Estado; puesto que no ocupó por mayoría del partido de oposición ). »

(1) Parnaso Ecuatoriano con apuntamientos biográficos de los Poetas y Versificadores de la República del Ecuador, desde el siglo XVII hasta el año de 1879, por MANUEL GALLEGOS NARANJO (Quito, 1879), pág. 397. Esta colección, en la cual abunda mucho la broza, sólo contiene de Olmedo el Canto á Bolívar y el soneto rotulado En la muerte de mi hermana.

El contenido de las dos últimas cartas citadas añade, pues, nuevos pormenores á los que ya se conocían referentes á la vida de Olmedo en los años á que aludo. Ésta es la principal razón que me ha movido á transcribirlas literalmente. Por ellas sabemos de un modo indudable que desde la sangrienta herida que nuestro poeta recibió en el alma tan pronto como arribó al suelo natal, había permanecido en divorcio con sus queridas musas hasta el punto de recelar, cuatro años y medio después de su vuelta, que le hubiesen olvidado. Sabemos también que la vida que á la sazón pasaba no debía ser muy grata ni muy de su gusto (quizás porque las atenciones propias de los cargos públicos ó los cuidados de familia le obligaban á extrañarse de sus más caras aficiones), pues no vacila en asegurar que si Bello la conociese no podría menos de tenerle compasión. Sabemos asimismo que á fines de aquel año 33 no se habían disipado las nubes que ofuscaban y amargaban su espíritu, al extremo de necesitar estímulo ineludible para tomar la pluma y dirigirse al amigo predilecto, y que en esta preocupación de su ánimo tenía no escasa parte la deplorable situación política del Ecuador.

Para un hombre de la buena fé de Olmedo, tan amante de su patria y tan afectuoso y ve

hemente, los acontecimientos que pasaban á su vista y en que su posición y circunstancias le obligaban á tomar parte, no eran nada lisonjeros. En lucha consigo mismo por la gran facilidad con que su genio é índole se prestaban á recibir impresiones distintas y aun opuestas, exagerándolas ó extremándolas en virtud de su apasionado carácter y de la natural vivacidad de su ardorosa imaginación, debía de sentir no pocas veces el sordo malestar é indefinible inquietud que experimentamos cuando la lógica implacable de los sucesos viene á poner en pugna la realidad con nuestros deseos ó aspiraciones, y á establecer desequilibrio, si no antagonismo declarado, entre lo que nos dicta la razón y lo que apetece la voluntad ó imagina la fantasía.

Esta situación de espíritu, enojosa para cualquiera menos dócil que Olmedo á toda clase de emociones, había de serlo mucho más para el alma apasionada y sensible que, por serlo tanto, se abultaba y agigantaba de igual modo males que bienes en los varios trances de la vida. Sorprendido y deslumbrado por la novedad del movimiento de insurrección dirigido á emancipar nuestras antiguas colonias; arrastrado por las galanas promesas con que las revoluciones nacientes procuran embobar y atraer á los incautos para que les ayuden á

realizar sus propósitos, Olmedo, que como be mos visto soñaba desde un principio con escenas de paz, de prosperidad y bienandanza semejantes á las que describe en una de sus cartas al Libertador, experimentaba ahora el disgusto de contemplar cada vez más encrespado y revuelto el mar de las pasiones políticas, y menos claro y propincuo el día de la regeneración, del bienestar y engrandecimiento de su patria. La libertad, cuyo mágico nombre había despertado en él, como en otros muchos, tantas esperanzas é ilusiones, no brindaba á los pueblos americanos con los saludables frutos que desde luego se prometieron de ella soñadores patriotas. Lejos de eso, á medida que iban consiguiendo aquéllos emanciparse de la Metrópoli y regirse con arreglo á su exclusiva voluntad, multiplicábanse las convulsiones y los trastornos, propagábase la anarquía, brotaban como por ensalmo en todos ó en la mayor parte de ellos ambiciosos vulgares sin escrúpulos de conciencia, que, en vez de contribuir eficazmente á cimentar con solidez la nueva organización de las naciones recién creadas, eran rémora ú obstáculo insuperable al afianzamiento de una libertad fructuosa y al desarrollo de un progreso fecundo y bien ordenado.

Semejante desilusión, desengaño tan dolo

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