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Pasma ver hasta qué punto el espíritu de partido turba y oscurece los más claros entendimientos y los más rectos corazones, y de qué modo personas de sana intención y buen juicio se dejan deslumbrar y avasallar por teorías funestas é irrealizables. Canos estamos de oir á todas horas vociferar á los que se tienen por únicos partidarios sinceros de las libertades públicas y genuinos defensores de la dignidad humana, que la libertad es el alma de la sociedad moderna, el fin á que ésta debe propen

Andes, ese estupendo monumento de la grandeza de la América, á los piés de D. Juan José Flores. Reconocemos la osadía de la expresión, que bien pudiera competir con la afamada de Rioja "ante quien muda se postró la tierra;» pero todos convendrán en que no está justificada por la importancia del individuo á quien se ha que. rido rendir ese homenaje. En la recompensa misma que recibió Olmedo por su tributo de adulación, sufrió el merecido castigo de haber quemado incienso á un mandón á cuya caída debía cooperar poderosamente más tarde.» Juicio crítico de algunos poetas hispano-americanos, pág. 34.

El Sr. Torres Caicedo, aludiendo á la Oda de que se trata (Ensayos biográficos, tomo I, pág. 142), dice: «Desgraciadamente este canto se compuso en circunstancias bien diferentes de las que existían cuando el poeta recibió la inspiración de su primero é inmortal poema... se hizo para ensalzar el triunfo de un partido sobre otro; para eternizar la memoria de una batalla entre hermanos... El héroe de Miñarica era un hombre á quien se acusaba de querer eternizarse en el poder y someter el querer de todo un pueblo á su propio querer... Da pena ver que Olmedo hubiera consagrado su inspiración á inmortalizar una lucha intestina, una guerra fratricida. Y, sin embargo, había una voz que le gritaba al poeta: "¡No cantes!» Y el poeta, que nos confiesa haber oído esa voz sonora y grave, voz de la sabiduría y del patriotismo, no quiso cirla y cantó.»

der ante todo y sobre todo. Mas prescindiendo de que esos tales no definen jamás con exactitud lo que entienden por libertad (antes bien la profanan confundiéndola con los perniciosos desafueros de la anarquía y con las desastrosas expansiones de la licencia), semejante absoluta no será admisible para nadie que discurra cuerdamente. La libertad es muy necesaria al bienestar de hombres y pueblos y contribuye á elevar el nivel moral de unos y otros, cuando se apoya en bondad y en justicia sin traspasar el límite del derecho ajeno; pero cuando no es así, lejos de contribuir al bien, se trueca en poderoso elemento de perturbación y escándalo. Desgraciadamente la experiencia ha demostrado en Europa, en América, en todas partes, que no hay mayores enemigos de la libertad razonable y fecunda que aquellos de sus adeptos que más la invocan procurando monopolizar su culto.

Sea por ofuscación ó por ignorancia, sea porque se valen de ella para encubrir á los ojos de la multitud irreflexiva miras ambiciosas ó intereses personales, los revolucionarios son siempre los que dificultan, embarazan ó imposibilitan el triunfo y consolidación de la libertad verdadera. En pueblos amaestrados por la experiencia de largos siglos de vida independiente y de regular organización, el es

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pantoso desorden que entronizan con sus exageraciones y desvaríos esos mentidos apóstoles de la libertad, rara vez es duradero. Pero en naciones apenas constituidas; en pueblos de temperamento inflamable, donde la generalidad no está bastante ilustrada ni tiene la suficiente experiencia en materias políticas, y que, amén de ello, se rigen por instituciones democráticas que llevan consigo la instabilidad en la magistratura suprema del Estado y la falta de fuerza legal coercitiva en la autoridad encargada de gobernar y administrar la república, semejantes desvaríos adquieren, por decirlo así, carta de naturaleza.

Esto explica la constante anarquía en que han vivido, con rarísimas excepciones, casi todas nuestras antiguas colonias de América desde su emancipación de la Metrópoli. Esto la deplorable influencia que han ejercido ciertas ideas, mal tenidas por avanzadas y de progreso, hasta en algunos hispano-americanos que por su elevado entendimiento, por su vasta ilustración, por su conocimiento del mundo

y de los hombres parecían llamados á no dejarse arrastrar en la corriente de utópicas libertades, ni á cerrar oídos á las lecciones de la experiencia, tan costosas en el hemisferio occidental desde hace más de medio siglo.

El virus deletéreo que entrañan ciertas opi

niones revolucionarias es tan eficaz y corrosivo, puede tanto la soberbia que las engendra ó mantiene, es tan invasor y odioso su exclusivismo, que difícilmente se libran de rendir alguna vez tributo á su fatal intolerancia los que se inclinan á ellas, aunque no las aprueben ni las adopten por completo. De aquí la soberana injusticia con que varios críticos, dignos por otra parte de consideración y aun de aplauso, censuran á Olmedo por haber compuesto su oda Al General Flores, vencedor en Miñarica, y el tono despreciativo con que hablan del triunfador en aquella función de guerra.

No quiero suponer que los que censuran á Olmedo por haber celebrado en admirable poesía las hazañas del General Flores, representante de ideas conservadoras, le habrían ahorrado tal censura si aquel ilustre caudillo hubiese luchado por defender la causa de impacientes é insaciables demagogos. Los honrosos antecedentes de tan apreciables escritores los ponen á cubierto de tal sospecha. Mas si ellos no; visto el cúmulo de iniquidades que amargaron la existencia de Bolívar y precipitaron su fin, á pesar de sus eminentes servicios y de haber sido aclamado por tantos años como padre de la patria, como redentor de un mundo, como primer campeón de la libertad americana, no habría faltado allí quien se hubiera deshe

cho en aplausos al vate del Guayas por su patriótica inspiración, si en vez de cantar al General Flores hubiese encomiado las proezas ó la fortuna de algún tiranuelo de baja estofa encumbrado al mando á título de ultra liberal, para mengua, infelicidad é ignominia de la América del Sur.

El hecho de cantar las glorias del vencedor en Miñarica no es, pues, desdoroso para el carácter de Olmedo, ni debe estimarse como tributo de adulación merecedor de castigo. El mismo Torres Caicedo, que también lo censura, aunque con menos acritud que los críticos chilenos, rinde homenaje á la justicia añadiendo á sus reproches esta observación: «Cuando Olmedo sostenía al Generel Flores, la mayoría lo sostenía también; el poeta pudo errar, pero creía de buena fé que ese General era el solo que en aquellas circunstancias podía dar paz al Ecuador y hacer adelantar á la Nación (1). » Dadas tales premisas, ¿tenía el poeta obligación de ser adivino, aun suponiendo que posteriormente hubiera sido tirano el General Flores? De quién era éste, y de lo que entonces valía y significaba, da exacta idea testigo de mayor excepción: el Libertador Simón Bolívar, en carta que le dirigió al tener conoci

(1) Ensayos biográficos, tomo I, pág. 143.

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